Viajes con Puff

Richard Bach

Fragmento

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Por si no te lo crees

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Yo no lo sabía mientras lo escribía, pero Viajes con Puff ha acabado siendo un relato tarareado sobre la canción principal que es mi breve paso por este planeta. Esa misma canción la compartimos no sé cuántos centenares de millones de personas: ¿En qué consiste ser libre, y cómo expreso mi libertad para escoger mi propia vida, todos los días?

Aquellos de nosotros que van por libre, nuestros viajeros errantes, nuestros exploradores, nos ofrecen ejemplos constantes. ¿Dispuestos a renunciar a las convenciones, dispuestos a apartaros de la seguridad visible para abrazar la invisible, o la falta absoluta de seguridad? ¡Adelante, aventureros que vais por libre, seguid por donde vais!

Yo no. Yo no voy por libre. Los únicos méritos que podrían convertirme en «disidente» son dos: no llevo corbata y nunca en mi vida me he puesto un esmoquin. Es más, con desafiante tozudez declaro que no pienso vestirme con ninguna de esas dos prendas mientras viva, aunque ello no me acredita como disidente de primera división.

Por ello hay quien sospecha que, en mis libros, retuerzo la verdad, que juego con ella, cuando no la quebranto.

No tengo la menor duda de que el presente relato también será sometido a las mismas consideraciones, que diréis que me lo he inventado. Antes incluso de conocer a Sapo, o al propio Puff, supe que otros desconfiarían de que esos encuentros se hubieran producido en realidad, que cuestionarían que cualquier cosa de las que figuran en esas páginas fuera algo más que el producto de un escritor ocioso, elevándose medio palmo por encima de su almohadón de plumas para poner por escrito lo que había imaginado.

Pues métete en la modesta cámara de mi teléfono móvil y encontrarás las primeras pruebas provisionales: fotos. Y después conoce a Dan Nickens y a su alma gemela, su propio hidroavión experimental, hermano de Puff, y a su supercámara, una Canon EOS 5D Series II Full Frame CMOS Digital Single Lens Reflex Compact Body, para captar mejor la verdad de todas y cada una de las palabras, de las aventuras de todos los días sobre las que muy posiblemente estés a punto de leer.

El destino nos unió en este vuelo y, por el amor que te tengo, querido lector, para demostrarte de una vez por todas todos los acontecimientos, todas las ideas que aparecen en las páginas siguientes o en las pseudopáginas de tecnología avanzada de tu e-book, son ciertas... ¡he aquí las fotografías que lo demuestran!

En este libro la aventura no es indómita sino tranquila, una aventura de esas que todo el mundo puede probar, casi con total certeza. Aquí no se le pide a nadie, de manera irrenunciable, que muera en el intento.

Hace algunos años, alguien me preguntó si era libre, y lo hizo mostrándome una de esas camisetas en las que puede leerse la inscripción: «¿Eres libre? Pues agradéceselo a un veterano de guerra.»

Aquí, con algo de retraso, por medio de dos pequeños hidroaviones y un continente inmenso como diez mil horizontes, va mi respuesta.

Richard Bach

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1

El encuentro

Te acuerdas de El viento en los sauces?

Y ¿te acuerdas de que en aquella historia aparecía Sapo, el entusiasta Señor de la Mansión del Sapo? Seguro que a ti no te parecía... excéntrico, ¿verdad?

A mí tampoco.

La primera vez que veía un automóvil, su fascinación ante aquella máquina... tú no la llamarías «obsesión», ¿verdad?

Yo tampoco.

Y entonces llegaba el día en que Sapo veía un aeroplano, y por él abandonaba el automóvil como si se tratara de una cafetera vieja. El suyo no era más que un deseo natural de probar la libertad que comporta volar sobre la tierra, ¿verdad?

Solo eso.

Sapo lo decía mejor de lo que yo seré capaz de expresarlo nunca: «No hay libertad sin independencia, amigos míos. No hay libertad sin romper las cadenas del Otro que tira, que obliga, que decide mi vida en contra de mi voluntad.»

Allí, plantado en su imponente mansión, se dirigía a sus amigos, Rati, Topo y Tejón, y a mí: «¡Libertad, digo! ¡La libertad es vivir no como otro dice que debo vivir, sino ser fiel a mi espíritu desencadenado!»

«¡Oíd, oíd!», exclamamos los cuatro, de acuerdo con él, golpeando la mesa con las patas bien abiertas hasta que la cubertería de plata tintineó.

La verdad de Sapo era la mía. Cuando finalmente nos ganamos la independencia, ¿qué hacemos con la libertad que esta nos trae? ¿Vivir según las reglas de otros? Para mí, no hay nada más independiente que una máquina voladora, nada más libre que un aeroplano, un aeroplano tan parecido al bimotor de Sapo que este podría pilotarlo con los ojos cerrados.

¡Y no estamos hablando de Antes, de Hace Mucho Tiempo; estamos hablando de Ahora!

De modo que, así persuadido ayer, me he comprado un aeroplano.

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2

El anuncio

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A mí, todos estos tecnicismos me resultan familiares, algo normal después de toda una vida en contacto con aviones. Y se me ocurrió que aquel aparato, tan parecido al de Sapo... Bueno... que yo podría cuidarlo bien.

Llamé a Jim Ratte (que se pronuncia «Rati», como el fiel amigo de Sapo), al número 321-253-9434, y él descolgó y dijo: «¿Diga?», y yo le dije: «¡Yo lo cuidaré bien!»

¿A que es precioso? Sí, sí, es una hidrocanoa: vuela por el aire, aterriza en tierra y flota sobre el agua. Conviene tener presente una cosa sobre esos aviones: si vas a aterrizar, es decir, a posarte sobre tierra, despliega el tren de aterrizaje; si vas a hacerlo sobre agua, es decir, a amarar, levanta las ruedas. En cualquier avión anfibio, si se te ocurre amarar con el tren de aterrizaje bajado, oirás un chasquido monstruoso, y casi todos tus insultos y maldiciones los pronunciarás ya sumergido. De todos modos, a mí se me da bastante bien comprobar que las ruedas estén levantadas antes de a

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