Gulag

Anne Applebaum

Fragmento

Agradecimientos del autor

Agradecimientos

Un libro nunca es la obra de una sola persona, y en realidad este libro no podría haber sido escrito sin la contribución práctica, intelectual y filosófica de muchas personas, algunas de las cuales se cuentan entre mis amigos más próximos, mientras que a otras jamás las he conocido. Aunque es inusitado que los autores expresen su agradecimiento a escritores fallecidos hace mucho, deseo ofrecer mi especial reconocimiento a un pequeño aunque singular grupo de supervivientes de los campos, cuyas memorias he leído una y otra vez al escribir este libro. Si bien muchos supervivientes han escrito con profundidad y elocuencia sobre sus experiencias, no es una mera coincidencia que este libro contenga numerosas citas de las obras de Varlam Shalámov, Isaak Filshtinski, Gustav Herling-Grudzinski, Evgeniya Guinzburg, Lev Razgon, Januzs Bardach, Olga Adamova-Sliozberg, Anatoli Zhigulin, Alexander Dolgun y, por supuesto, Aleksandr Solzhenitsin. Algunos de los mencionados están entre los supervivientes más célebres del Gulag; otros no, pero todos tienen una cualidad en común. De los cientos de memorias que he leído, las suyas destacan no solo por la fuerza de su prosa, sino también por su capacidad para traspasar la superficie de los horrores cotidianos y descubrir verdades más profundas sobre la condición humana.

Asimismo estoy más que agradecida por la ayuda de diversos moscovitas que me guiaron en los archivos, me presentaron a supervivientes y me brindaron su propia interpretación del pasado. El primero de ellos es el archivista e historiador Aleksandr Kokurin —a quien espero que un día sea recordado como pionero de la nueva historia rusa—, así como Galya Vinogradova y Alla Boryna, que se dedicaron a este proyecto con extraordinario fervor. En diferentes momentos me ayudaron las conversaciones con Anna Grishina, Boris Belikin, Nikita Petrov, Susanna Pechora, Aleksandr Gurianov, Arseni Roginski y Natasha Malyjina, de la Sociedad Memoria de Moscú; Simeón Vilenski de Vozvrashchenie, así como Oleg Jlevnyuk, Zoya Eroshok, la profesora Nataliya Lebedeva, Liuba Vinogradova y Stanislaw Gregorowicz, antes de la Embajada de Polonia en Moscú. También estoy sumamente agradecida a las muchas personas que me concedieron entrevistas prolongadas y formales, y cuyos nombres se recogen en la «Bibliografía».

Fuera de Moscú, estoy en deuda con muchas personas que estuvieron dispuestas a dejarlo todo y dedicaron gran parte de su tiempo a una extranjera que había llegado, a veces inesperadamente, a hacer preguntas ingenuas sobre temas en que habían estado investigando durante años. Entre ellos están Nikolai Morozov y Mijaíl Rogachev en Siktivkar; Zhenya Khaidarova y Liuba Petrovna en Vorkutá; Irina Shabulina y Tatiana Fokina en Solovki; Galina Dudina en Arjánguelsk; Vasili Makurov, Anatoli Tsigankov y Yuri Dmitriev en Petrozavodsk; Viktor Shmirov en Perm; Leonid Trus en Novosibirsk; Svetlana Dointsena, directora del museo de historia local en Iskiti; Veniamin Joffe e Irina Reznikova del Museo Conmemorativo de San Petersburgo. Estoy particularmente agradecida a los bibliotecarios de la Biblioteca Kraevedcheskaya de Arjánguelsk, varios de los cuales me dedicaron todo un día para ayudarme a comprender la historia de la región, simplemente porque consideraron importante hacerlo así.

En Varsovia, me fueron de gran ayuda la biblioteca y los archivos dirigidos por el Instituto Karta, así como las conversaciones con Anna Dzienkiewicz y Dorota Pazio. En Washington, David Nordlander y Harry Leich me ayudaron en la Biblioteca del Congreso. Estoy muy agradecida a Elena Danielson, Thomas Henrikson, Lora Soroka y, en especial, a Robert Conquest de la Hoover Institution. La historiadora italiana Marta Craveri contribuyó mucho a mi comprensión de las rebeliones del campo. Las conversaciones con Vladimir Bukovski y Aleksandr Yacovlev también contribuyeron a mi comprensión de la época postestalinista.

Tengo una deuda especial con la Lynde and Harry Bradley Foundation, la John M. Olin Foundation, la Hoover Institution, la Hans Rausing Foundation y con John Blundell del Institute of Economic Affairs por su apoyo moral y económico.

También deseo expresar mi agradecimiento a los amigos y colegas que me ofrecieron su consejo, práctico e histórico, durante la redacción de este libro. Entre ellos están Antony Beevor, Colin Thubron, Stefan y Danuta Waydenfeld, Yuri Morakov, Paul Hofheinz, Amity Shlaes, David Nordlander, Simon Heffer, Chris Joyce, Alessandro Missir, Terry Martin, Alexander Gribanov, Piotr Paszkowski y Orlando Figes, así como Radek Sikorski, cuya cartera ministerial, en efecto, resultó muy útil. Debo un agradecimiento especial a Georges Borchardt, Kristine Puopolo, Gerry Howard y Stuart Proffitt, que supervisaron este libro hasta su terminación.

Finalmente, por la amistad, las acertadas sugerencias, la hospitalidad y la comida, deseo expresar mi agradecimiento a Christian y Natasha Caryl, Edward Lucas, Yuri Senokossov y Lena Nemirovskaya, mis maravillosos anfitriones en Moscú.

Introducción

Introducción

Y el destino los hizo a todos iguales
al ponerlos fuera de la ley

fuese hijo de kulak o de comandante rojo
fuese hijo de pope o de comisario.

Aquí todas las clases se igualaban,
todos los hombres eran hermanos,
todos, compañeros del campo,

cada uno marcado por traidor…

ALEKSANDR TVARDOVSKI,
«Por el derecho del recuerdo»1

Esta es una historia del Gulag, es decir, una historia de la amplia red de campos de trabajo que en su día estuvieron desperdigados a lo largo y ancho de la Unión Soviética: desde las islas del mar Blanco hasta las orillas del mar Negro, desde el Círculo Polar Ártico hasta las planicies de Asia central, desde Múrmansk y Vorkutá hasta Kazajstán, desde el centro de Moscú hasta los suburbios de Leningrado. Literalmente Gulag es el acrónimo de Glávnoe Upravlenie Lagueréi, o Dirección General de los Campos. Con el tiempo, la palabra «Gulag» ha llegado a designar no solo la dirección de los campos de concentración, sino también el propio sistema soviético de trabajo esclavo en todas sus formas y variedades: campos de trabajo, campos de castigo, campos para delincuentes comunes y para presos políticos, campos para mujeres, campos para niños, campos de tránsito. Aún con más amplitud, Gulag ha acabado por designar el propio sis

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