¿Qué me estás cantando?

Fidel Moreno

Fragmento

cap-1

PRÓLOGO

Una historia cantada

Este ensayo trata de explicar mi vida y la historia de España del último siglo a través de las canciones más escuchadas. O quizá sería mejor decirlo al revés: en las páginas que siguen, escucho las canciones que han llegado hasta mí, me encuentro con la historia de este país y veo cómo esa historia ha pasado por mí, por mis padres y por mis abuelos.

Las canciones populares son populares porque han alcanzado la aprobación de muchos oyentes, que las han hecho suyas, lo que las convierte en documentos privilegiados para saber cómo somos. Las canciones son el artefacto más logrado para la reflexión sentimental, no solo nos permiten comprender lo que sentimos, también nos enseñan a sentir, a vivir con emoción experiencias muy concretas, íntimas y a la vez comunes del tiempo que nos ha tocado. Así que si queremos saber cómo eran nuestros padres y nuestros abuelos, recurrir a su cancionero es la mejor manera, el atajo más rápido para entender cómo fue su mundo.

Gracias a la brevedad de las canciones y a su conocimiento general, podemos poner en perspectiva periodos amplios de tiempo en los que se pueden apreciar de manera privilegiada los cambios de época en el terreno de la Historia con mayúsculas y de la intimidad de aquellos que la sufrieron. Mi investigación se centra en las canciones teniendo en cuenta estos dos ámbitos; de ahí que al contexto histórico se entrelace mi biografía familiar, caja de resonancia íntima.

Cuando alguien compone una canción, aunque la soledad y el proceso de introspección creativo le hagan creer lo contrario, el mundo está con él. La elección atinada de las palabras y la música se produce guiada por un esfuerzo comunicativo inevitable. Se trata de una puesta en común, incluso en el caso de que nuestro compositor busque únicamente aclararse a sí mismo y su canción no llegue jamás a ser escuchada por otra persona. Aunque suele pasar desapercibido, la música es fruto de la tecnología: de los instrumentos en primera instancia, de los especializados sistemas de grabación, de los soportes, de los artefactos de reproducción y de los canales de difusión y venta. Con su registro sonoro la música comienza a tener un carácter industrial que añade una mayor complejidad al análisis concreto de sus obras, un análisis que tampoco debe olvidar la relación con otras disciplinas artísticas como la pintura, la fotografía, el cine, el teatro, la moda o el estilismo peluquero, que se suman al proceso mediante el cual una canción llega a oídos de sus destinatarios. Son muchas las personas que quedan eclipsadas bajo la figura resplandeciente de una estrella del pop, quien más que un héroe hecho a sí mismo, como suele promocionarse, debe ser considerado un personaje creado por una multiplicidad de factores y talentos a los que se debe atender para no caer en distorsiones personalistas.

Las canciones populares, a diferencia de otras obras de arte, necesitan despertar el reconocimiento más que la sorpresa en sus oyentes. Mientras que el camino emprendido por las llamadas «músicas avanzadas», así como otras artes de vanguardia, se dirige por la distinguida senda de lo inaudito y participa de la paulatina escisión de los públicos característica de la contemporaneidad, las canciones populares apelan a lo común y no pueden ser demasiado sorprendentes, necesitan ser reconocibles (sonar a algo conocido) y aportar solo algunas novedades singulares que jueguen con el horizonte de expectativas del oyente. Si resulta demasiado previsible, es decir, si no cuenta con pequeños detalles que la singularicen, será una mala canción que no tardará en caer en el olvido o que nunca nadie aprenderá; pero si es demasiado sorprendente y no nos ofrece un asidero genérico al que agarrarnos, sencillamente no es una canción popular.

El desafío de los autores consiste en la hercúlea tarea de hacer lo de siempre un poco distinto, en variar sin abandonar la fórmula. Otras disciplinas artísticas pueden jugar al desconcierto, la dispersión y la fragmentación; la música popular nos reúne y nos pone a cantar acompasados. En este presente del que una y otra vez nos vemos excluidos, la canción popular se convierte en un espacio de amable coincidencia con los otros.

Estudiar la música en su contexto —o estudiar el contexto a través de la música— obliga a fijarse en la red de relaciones que la hacen posible y en su recepción, en la manera en que, por ejemplo, el oyente se identifica con un determinado tema y se apropia de él. Una de las funciones más importantes que cumple la música es la de dotarnos de una identidad, la de orientar nuestra posición en el mundo con su abanico de posibilidades para ser de una forma o de otra. En mi juventud las elecciones más compartidas fueron las de grupos como Hombres G, Mecano, Radio Futura o La Polla Records. Alguien ajeno a esos años quizá piense que no eran tan distintos, pero mis amigos y yo, hijos de aquella España, dividíamos a la gente en dos bandos irreconciliables según sus gustos incluyeran a los odiados Mecano y Hombres G o a los amados Radio Futura y La Polla Records.

Pero este ejemplo puede rebajar la importancia de la música en el desarrollo de nuestra identidad individual. Antes de enfrentarnos a estas elecciones adolescentes, antes incluso de que entendamos el significado de las palabras, cuando aún somos bebés, la música se convierte en la experiencia socializadora que nos empieza a conformar como sujetos. Las primeras canciones que aprendemos serán lo último que olvidemos si el mal del Alzheimer nos alcanza. En el principio y en el fin, y también entremedias; de la cuna a la sepultura la música está con nosotros y la vida pesa menos cuando nos dejamos llevar por ella.

Creo que la responsabilidad intelectual consiste hoy en dotar de sentido a las inquietudes colectivas. A menudo eso nos exige dar la espalda a la polarización del debate público y empezar por el principio, recuperando el juego, el humor y el amor por el conocimiento. Nuestra historia está llena de sangre, pero también de muchas otras cosas, y no resulta una buena estrategia adoptar un tono exclusivamente luctuoso cuando nos referimos a ella. Ha llovido mucho desde la Guerra Civil y desde el final del franquismo, y las nuevas generaciones necesitamos contar aquello que no vivimos para entender cómo se las arreglaron nuestros ancestros, y debemos hacerlo con curiosidad, prescindiendo en lo posible de los tópicos heredados.

Sin argumentarlo demasiado, este ensayo se toma en serio el oxímoron de la memoria histórica, entrelazando los hechos históricos con mi memoria familiar y personal, un método autorizado por la naturaleza común y a la par íntima de la canción popular. Lastrado por un pasado bélico, el debate sobre nuestra memoria histórica se ha centrado en cunetas y en callejeros. Justo es que los vivos encuentren descanso enterrando bien a los muertos y que las calles no honren asesinos. Sin embargo, a mí me interesa más proceder aquí en sentido contrario, poner a bailar a los difuntos, incluso bailar con ellos, haciendo sonar aquellas canciones que un día fueron suyas y aún siguen vivas.

La música popular, uno de los rasgos que supuestamente definen el ser español, ha sido poco querida por los estudiosos de este país. Ahora que la tecnología digital ha inaugurado una cultura llena de novedades más cercanas a la oralidad que a la escritura, la historia cantada de España puede

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