La Guerra Civil Española (edición actualizada)

Paul Preston

Fragmento

Una sociedad dividida: España antes de 1931

Los orígenes de la Guerra Civil española se remontan siglos atrás en la Ihistoria del país. La idea de que los problemas políticos podían solucionarse de manera más natural por la violencia que por el debate estaba firmemente arraigada en un país en el que, durante mil años, la guerra civil había sido, si no exactamente la norma, ciertamente no una excepción. La guerra de 1936-1939 era el cuarto conflicto de estas características desde 1830. La propaganda de «cruzada religiosa» de los nacionales la vinculaba con la Reconquista cristiana de España contra los árabes. En ambos bandos, el heroísmo y la nobleza convivían con una crueldad primitiva que no habría desentonado en la épica medieval. Sin embargo, en última instancia, la Guerra Civil fue una guerra que se asentó con fuerza en nuestra época. Las intervenciones de Hitler, Mussolini y Stalin hicieron que se convirtiera en un momento crucial de la historia del siglo xx. Pero, dejando aparte su dimensión internacional y la miríada de conflictos que estallaron en 1936 —regionalistas contra centralistas, anticlericales contra católicos, trabajadores sin tierra contra latifundistas, obreros contra industriales— tienen en común el ser las luchas de una sociedad en vías de modernización.

Para entender el proceso que condujo a España hasta el baño de sangre de 1936 es necesario hacer una distinción fundamental entre los orígenes estructurales a largo plazo y las causas políticas inmediatas. Durante los cien años anteriores a 1936, se produjo la gradual e inmensamente compleja división del país en dos bloques sociales ampliamente antagónicos. Sin embargo, cuando se estableció la Segunda República el 14 de abril de 1931, en medio de escenas de regocijo po

LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA pular, pocos españoles —aparte de los sectores más fanáticos de la extrema derecha e izquierda, los monárquicos conspiradores y los anarquistas— creyeron que los problemas del país podían solucionarse solo mediante la violencia. Cinco años y tres meses más tarde, muchos sectores de la población creían que la guerra era inevitable. Además, gran parte de ellos la veía como algo positivo. Por tanto, es necesario establecer qué ocurrió exactamente entre el 14 de abril de 1931 y el 18 de julio de 1936 para que se produjera el cambio. Los odios políticos que habían polarizado la Segunda República en esos cinco años eran un reflejo de los conflictos hondamente arraigados en la sociedad española.

La Guerra Civil fue la culminación de una serie de luchas desiguales entre las fuerzas de la reforma y las de la reacción que dominaban la historia española desde 1808. Hay una constante curiosa en la historia moderna de España que procede de un frecuente desfase entre la realidad social y la estructura de poder político que la regía. Los larguísimos períodos durante los cuales los elementos reaccionarios han intentado utilizar el poder político y militar para retrasar el progreso social se han visto inevitablemente seguidos de estallidos de fervor revolucionario. En 1850, 1870, entre 1917 y 1923 y, principalmente, durante la Segunda República, se llevaron a cabo esfuerzos para poner la política española en sintonía con la realidad social del país. Ello implicó, inevitablemente, intentos de introducir reformas fundamentales, especialmente agrarias, y de llevar a cabo redistribuciones de la riqueza. Tales esfuerzos provocaron, alternativamente, intentos reaccionarios de detener el reloj y reimponer la tradicional desigualdad en la posesión del poder económico y social. Así, hubo progresivos movimientos aplastados por el general O’Donnell en 1856, el general Pavía en 1874 y el general Primo de Rivera en 1923.

Por tanto, la Guerra Civil representó la última expresión de los intentos de los elementos reaccionarios en la política española de aplastar cualquier reforma que pudiera amenazar su privilegiada posición. El recurrente predominio de estos elementos era consecuencia del continuo poder de las antiguas oligarquías terratenientes y de la paralela debilidad de la burguesía progresista. Una de las secuelas del desarrollo tortuosamente lento y desigual del capitalismo en Es

UNA SOCIEDAD DIVIDIDA: ESPAÑA ANTES DE 1931

paña fue la existencia de una clase comercial y manufacturera numérica y políticamente insignificante. España no experimentó una clásica revolución burguesa en la que se rompieran las estructuras del Antiguo Régimen. El poder de la monarquía, de la nobleza terrateniente y de la Iglesia seguían más o menos intactos bien entrado el siglo xx. A diferencia de Gran Bretaña y Francia, la España del siglo XIX no había presenciado el establecimiento de una política democrática con la flexibilidad necesaria para absorber las nuevas fuerzas y ajustar el cambio social. Esto no significa que España aún fuera una sociedad feudal, sino que las bases legales del capitalismo fueron establecidas sin que se produjera una revolución política. Por tanto, con la obvia diferencia de que su capitalismo industrial era extremadamente débil, España siguió el modelo establecido por Prusia.

De hecho, incluso hasta la década de los cincuenta, el capitalismo en España era predominantemente agrario. La agricultura española es muy variada en cuestión de clima, cultivos y sistemas de tenencia de la propiedad. Durante mucho tiempo hubo zonas de provechosa explotación comercial de granjas pequeñas y medianas, especialmente la de los fértiles y húmedos valles y colinas de aquellas regiones norteñas que también habían experimentado la industrialización —Asturias, Cataluña y el País Vasco—. Sin embargo, a lo largo del siglo xix, los sectores dominantes en términos de influencia política eran, en general, los grandes terratenientes. Los latifundios se concentraban principalmente en las áridas regiones central y sureña de Castilla la Nueva, Extremadura y Andalucía, aunque también había importantes latifundios en Castilla la Vieja y, especialmente, en Salamanca. El monopolio político de la oligarquía terrateniente se veía periódicamente sujeto a asaltos infructuosos por parte de los industriales y los comerciantes. Hasta bastante tiempo después del fin de la guerra, la alta burguesía urbana se vio obligada a representar el papel de socio minoritario en una provechosa coalición con los grandes latifundistas. A pesar de la esporádica industrialización y el fuerte crecimiento de la representación política de los industriales norteños, el poder permaneció, principalmente, en manos de los terratenientes.

Nunca hubo posibilidades de que en España coincidieran la in

LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA dustrialización y la modernización política. En la primera mitad del siglo xix los progresivos impulsos, tanto políticos como económicos, de la burguesía española se vieron irrevocablemente desviados. La anulación de las restricciones feudales en las transacciones de la tierra se añadió a los problemas financieros de la monarquía, en 1830 y 1850, para liberalizar las extensas tierras comunales, de la aristocracia y el clero. Esto no solo redujo cualquier estímulo hacia la industrialización, sino que, al ayudar a expandir los grandes latifundios, también provocó fuertes odios sociales en el sur. Las tierras, nuevamente a la venta, fueron compradas por los terratenientes más poderosos y por las personas acomodadas de la burguesía industrial y mercantil, atraídos por su bajo precio y por el prestigio social que comportaban. Se consolidó el sistema latifundista y los nuevos terratenientes se mostraron ansiosos de recuperar sus inversiones. Reacios a comprometerse en costosos proyectos de irrigación, prefirieron sacar sus beneficios de la explotación de las grandes masas de campesinos si

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