Humo humano

Nicholson Baker

Fragmento

Humo humano

ALFRED NOBEL, el fabricante de explosivos, estaba hablando con su amiga la baronesa Bertha von Suttner, autora de ¡Abajo las armas! Von Suttner, uno de los fundadores del movimiento europeo contra la guerra, acababa de asistir a la cuarta Conferencia Mundial de la Paz en Berna. Era agosto de 1892.

«Quizá mis fábricas pondrán fin a la guerra antes incluso que vuestros congresos —dijo Alfred Nobel—. El día en que dos cuerpos de ejército puedan aniquilarse mutuamente en un segundo, es probable que todas las naciones civilizadas se echen atrás, horrorizadas, y licencien a sus tropas.»

STEFAN ZWEIG, joven escritor vienés, se encontraba sentado entre el público en un cine de la ciudad francesa de Tours, viendo un noticiario. Era la primavera de 1914.

Una imagen de Guillermo II, el emperador de Alemania, apareció fugazmente en la pantalla. En el acto se produjo un alboroto. «Todos chillaban y silbaban, hombres, mujeres y niños, como si les hubieran insultado personalmente —escribió Zweig—. La buena gente de Tours, que del mundo y la política no sabía más que lo que había leído en los periódicos, se había vuelto loca durante un momento.»

Zweig se asustó. «Había durado solo un segundo, pero bastó para mostrarme con qué facilidad en todas partes era posible soliviantar a la gente en tiempos de crisis, a pesar de todos los intentos de entendimiento.»

WINSTON CHURCHILL, primer lord del Almirantazgo inglés, instituyó un bloqueo naval de Alemania. «El bloqueo británico —escribió más adelante Churchill— trató a toda Alemania como si fuera una fortaleza asediada y fue un intento declarado de someter a toda la población: hombres, mujeres y niños, viejos y jóvenes, heridos y sanos, por medio del hambre.» Era 1914.

STEFAN ZWEIG se hallaba en el frente oriental, recogiendo proclamaciones de guerra rusas para los archivos austríacos. Era la primavera de 1915.

Zweig subió a un vagón de carga de un tren hospital. «Había camillas toscas, unas al lado de otras —escribió— y todas estaban ocupadas por hombres pálidos como la muerte que gemían, sudaban y trataban de respirar en la atmósfera densa que olía a excrementos y yodoformo.» Había varios muertos entre los vivos. El médico, desesperado, pidió a Zweig que fuese a por agua. No tenía morfina ni vendas limpias y faltaban aún veinte horas para llegar a Budapest.

Cuando Zweig regresó a Viena, empezó a escribir una obra de teatro pacifista, Jeremías. «Había reconocido —escribió Zweig— al enemigo contra el que debía luchar: el heroísmo falso que prefiere enviar a otros al sufrimiento y la muerte, el optimismo barato de los profetas sin conciencia, tanto políticos como militares, que, prometiendo descaradamente la victoria, prolongan la guerra, y detrás de ellos el coro a sueldo, los “creadores de palabras de guerra”, como los ha ridiculizado Werfel en su hermoso poema.»

JEANNETTE RANKIN, DE MONTANA, la primera mujer elegida para la Cámara de Representantes, votó en contra de declarar la guerra a Alemania. Era el 6 de abril de 1917.

«Me incliné sobre la barandilla de la galería y la observé —dijo su amiga Harriet Laidlaw, del Partido del Sufragio Femenino—. Estaba soportando una tensión de lo más terrible.» Casi todas las demás líderes sufragistas, incluida Laidlaw, querían que votara sí.

Se hizo un silencio cuando alguien leyó en voz alta su nombre. «Quiero apoyar a mi país —dijo Rankin—. Pero no puedo votar a favor de la guerra. Voto no.» Otros cincuenta miembros de la Cámara votaron no con ella; 374 votaron sí. «Pensé —dijo más tarde— que la primera vez que la primera mujer tenía la oportunidad de decir no a la guerra debía decirlo.»

Uno de los periódicos de su estado natal, el Independent de Helena, la llamó «marioneta del káiser, miembro del Ejército huno en Estados Unidos y colegiala llorona».

UN JOVEN PREDICADOR PARTIDARIO DE LA GUERRA, Harry Emerson Fosdick, escribió un libro breve que fue publicado por la Asociación Cristiana de Jóvenes.

La guerra ya no era gallardía y desfiles, dijo el reverendo Fosdick. «La guerra es ahora arrojar bombas desde aeroplanos y matar a mujeres y niños que están en la cama; es disparar obedeciendo órdenes dadas por teléfono contra lugares que no se ven a muchos kilómetros de distancia y matar a hombres invisibles.» La guerra, dijo, es «hombres que se han quedado sin mandíbula, sin ojos, sin extremidades, sin cerebro». Fosdick concluyó su libro con un llamamiento a alistarse: «Tu país te necesita», escribió. Era noviembre de 1917.

MEYER LONDON, socialista en la Cámara de Representantes, votó no a la segunda declaración de guerra del presidente Wilson contra Austria-Hungría. Era el 7 de diciembre de 1917.

«En cuestiones de guerra soy abstemio —dijo London, en un discurso de quince minutos—. Me niego a tomar la primera copa embriagadora.»

El congresista Walter Chandler anduvo hasta donde se hallaba sentado London y se situó frente a él mientras pronunciaba su negativa.

«Se ha dicho que si analizas la sangre de un judío bajo el microscopio, encontrarás el Talmud y la Biblia antigua flotando en algunas partículas —dijo el congresista Chandler—. Si analizas la sangre de un alemán o teutón representativo, encontrarás ametralladoras y fragmentos de balas de cañón y bombas flotando en ella.»

Solo había una cosa que hacer con los teutones, según Chandler: «Combatirlos hasta destruir a toda la pandilla».

ELEANOR ROOSEVELT y su marido, Franklin D. Roosevelt, el subsecretario de la Armada, fueron invitados a una recepción en honor de Bernard Baruch, el financiero. «Tengo que ir a la recepción de los Harris, aunque preferiría que me colgaran a que me viesen en ella —escribió Eleanor a su suegra—. Judíos la mayoría.» Era el 14 de enero de 1918.

UN OFICIAL ALEMÁN CAPTURADO estaba hablando con un periodista de The New York Times. Era el 3 de noviembre de 1918 y el gobierno alemán había pedido un armisticio.

El oficial alemán afirmó que su ejército no estaba vencido y debería haber continuado la guerra. «El emperador está rodeado de gente que piensa y habla de derrota», dijo el oficial. Mencionó a hombres como Philipp Scheidemann, el líder de los socialistas.

Iban a llegar nuevos tanques, señaló el oficial capturado, y se daba por segura una guerra entre Estados Unidos y Japón. «Japón y Estados Unidos sin duda chocarán algún día —dijo— y entonces nosotros suministraremos cantidades enormes de material y municiones a ambos bandos.» La cesión de Polonia y Alsacia-Lorena, creía el oficial, significaría desórdenes sociales, la ruina de la industria alemana y el empobre

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos