La verdad de la tribu

Ricardo Dudda

Fragmento

cap-1

INTRODUCCIÓN

Punkis y puritanos

¿Existe la corrección política? Para algunos, es un fenómeno obvio y, al mismo tiempo, inexplicable. Define la hipersensibilidad de los estudiantes universitarios, una cultura de la queja y de la susceptibilidad, la discriminación positiva, las series de televisión con minorías raciales y sexuales, la prohibición de fumar en los bares, la imposibilidad de pegar azotes a los niños, neologismos como «portavozas» y eufemismos como «persona de color» en vez de «negro». A menudo se describe como un espectro omnipresente, una teoría general, una ingeniería social, una nueva ortodoxia asfixiante de izquierdas. La incapacidad de definirla suele ser prueba de su omnipresencia. Para otros, lo único obvio es que no existe, o que no puede definirse como algo concreto: es un significante vacío en el que uno vuelca sus prejuicios, con el que moldea sus batallas políticas, es un eufemismo que sirve para atacar a minorías, para denunciar avances sociales y el progreso moral.

Más allá del debate semántico, la corrección política es algo real. Es una actitud puritana y dogmática basada en la idea de que lo personal es político, y una ortodoxia de izquierdas en las universidades, en redes sociales y en los medios de comunicación mainstream. Es el discurso cultural dominante de las élites culturales. Sin embargo, es común que sus mayores críticos usen el concepto de manera indiscriminada. Cabe hacer un repaso. Para el escritor y premio Nobel Mario Vargas Llosa,

la corrección política es enemiga de la libertad porque rechaza la honestidad, es decir, la autenticidad. Hay que combatirla como una desnaturalización de la verdad.[1]

Para el también escritor Javier Marías, la corrección política es una especie de ideología biempensante que proclama que

hay que ser antitaurino en particular y defensor de los «derechos» de los animales en general (excepto de unos cuantos, como las ratas, los mosquitos y las garrapatas, que también fastidian a los animalistas y les transmiten enfermedades); hay que ser antitabaquista y probicis, velar puntillosa o maniáticamente por el medio ambiente, correr en rebaño, tener un perro o varios (a los cuales, sin embargo, se abandona como miserables al llegar el verano y resultar un engorro), poner a un discapacitado en la empresa (sea o no competente), ver machismo y sexismo por todas partes, lo haya o no.[2]

Para el filósofo conservador estadounidense Richard Weaver, la corrección política es una especie de ortodoxia de izquierdas que se ha extendido a toda la sociedad:

Desde que el progresismo se convirtió en una especie de doctrina oficial de partido, se nos ha advertido que conviene no afirmar nada acerca de razas, religiones o entidades nacionales, visto que, después de todo, no hay afirmación categórica que esté desprovista de suposiciones de valor y que los valores fomentan las divisiones entre los hombres. Hemos de abstenernos de definir, subsumir y juzgar. En su lugar, conviene que nos instalemos en la periferia de las cosas y desde allí hagamos gala de sensibilidad hacia la expresión cultural de todas las tierras y pueblos.[3]

Para el periodista estadounidense Jonathan Chait, que escribe a menudo sobre la izquierda contemporánea en la revista New York,

la corrección política es un estilo de política en el que los miembros más radicales de la izquierda intentan regular el discurso público definiendo las visiones del adversario como intolerantes e ilegítimas. Hace dos décadas, las únicas comunidades donde la izquierda podía ejercer tal control hegemónico estaban en la universidad. […] La corrección política de hoy florece de manera más consecuente en las redes sociales, donde tiene un alcance cultural escalofriantemente vasto. Y como las redes sociales son ahora el ámbito que alberga la mayoría de debates políticos, la nueva corrección política tiene una influencia sobre el periodismo mainstream y los comentadores políticos mucho mayor que la antigua.[4]

Para el periodista pro-Brexit Brendan O’Neill, la corrección política son un puñado de imposiciones de una élite progresista, algunas muy caprichosas. La gente común, según él, se cansó de eso y votó por el Brexit y Trump:

Pasó porque prohibisteis los refrescos gigantes. Y fumar en los parques. Y las ideas ofensivas en las universidades. Porque etiquetasteis a la gente que está en contra del matrimonio gay como «homófoba», y a la gente insegura respecto a la inmigración como racista. Porque considerasteis que los propietarios de armas y no comer quinoa son sinónimos de fascismo. Porque pensasteis que corregir la actitud de la gente era más importante que buscarles trabajos. Porque convertisteis una descripción como «hombre blanco» en un insulto. Porque usasteis insultos como «negacionista» y «peligroso» contra cualquiera que no compartiera vuestras «eco-piedades». Porque tratasteis la disidencia como discurso del odio y la crítica a Obama como extremismo. Porque hablasteis más sobre el género de los aseos que de desahucios. Porque beatificasteis a Caitlyn Jenner. Porque vigilasteis el lenguaje de la gente, menospreciasteis su manera de educar y os cachondeasteis de sus creencias. Porque llorasteis cuando alguien se burlaba del Corán pero os reísteis cuando se burlaban de la Biblia. Porque dijisteis que criticar el islam es islamofobia. Porque no parasteis de decirle a la gente: «No puedes pensar eso, no puedes decir eso, no puedes hacer eso». Porque convertisteis la política, algo hecho por y para la gente, en algo para vuestro propio beneficio. Porque tratasteis a la gente como la mierda. Y a la gente no le gusta que la traten como la mierda. Trump pasó por vuestra culpa.[5]

Para el presidente de Estados Unidos la corrección política es algo que le roba tiempo:

Creo que el gran problema que tiene este país es ser políticamente correcto. Me ha retado mucha gente, y sinceramente no creo tener tiempo para una corrección política total. Y para ser sincero contigo, este país tampoco tiene tiempo.[6]

El concepto, que se creó con su sentido actual en los años ochenta, alcanzó su pico de popularidad precisamente durante la campaña de Donald Trump. Para el presidente de Estados Unidos, la corrección política es básicamente cualquier cosa que le moleste, que se interponga en su camino, que le haga dar explicaciones. Pero también define algo muy concreto. Para los populistas, la corrección política es la ortodoxia del poder establecido y el establishment. Son, básicamente, las reglas del juego político hasta que llegaron a cargárselas Trump en Estados Unidos, los pro-Brexit en Reino Unido, Salvini en Italia, Orbán en Hungría, Le Pen en Francia, Bolsonaro en Brasil y VOX en España.

Para los populistas y nacionalistas de hoy, la nueva ola populista abrió una era inédita de soberanía y poder popular. Quizá porque arrojó un resultado que les gusta, la democracia al fin había funcionado. La derecha que durante décadas despreció a las clases bajas se convirtió en su adalid, a pesar de que no fueron estas las que votaron por el Brexit o Trump. Él no ganó porque el país estuviera harto de que prohibieran los refrescos gigantes o porque los medios solo hablaran de transexuales y de sus aseos, sino por razones de lealtad del votante republicano a su partido, y algunas decisiones erró

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos