¿Quién mató a Ferrer i Guardia?

Francisco Bergasa

Fragmento

 Indice

Índice

Portadilla

Índice

Dedicatoria

Introducción

Primera parte. Los antecedentes

I. La ciudad de los prodigios

II. Francisco Ferrer i Guardia

III. La Semana Trágica

Segunda parte. El proceso

IV. El auto de procesamiento

V. La detención

VI. Los testigos

VII. Las pruebas documentales

VIII. Los interrogatorios

IX. El Plenario

Tercera parte. El juicio oral

X. La Acusación

XI. La Defensa

XII. La sentencia

XIII. La aprobación del fallo

XIV. La ejecución

Cuarta parte. Las responsabilidades

Notas

Bibliografía

Sobre el autor

Créditos

Grupo Santillana

Dedicatoria

A mi hijo Javier

Introducción

Introducción

En la madrugada del 13 de octubre de 1909, hace ahora exactamente cien años, moría fusilado en el foso de Santa Amalia del castillo de Montjuïc, el librepensador, pedagogo y anarquista catalán Francisco Ferrer i Guardia. Apenas setenta y dos horas antes un tribunal militar, constituido a efectos de juzgarle en la Cárcel Modelo de Barcelona, le consideraba «autor y máximo responsable» de los sucesos revolucionarios del mes de julio de ese mismo año, conocidos históricamente como la Semana Trágica, y le condenaba, en consecuencia, a la última pena. Una ejecución esta, con la que el Gobierno Maura culminaba la política represiva que siguió a tales acontecimientos, y que, por las anómalas y excepcionales circunstancias en que su proceso fue instruido, se nos ofrece hoy como el resultado de uno de los casos más flagrantes de la instrumentalización política, de la que, en no pocas ocasiones, ha venido siendo objeto la Justicia.

La trayectoria conspirativa y el activismo revolucionario de Ferrer i Guardia no ofrecen en estos momentos duda alguna. Tanto las valoraciones que siguieron inmediatamente a la rebelión de julio como las aportaciones que la bibliografía posterior han añadido a su estudio coinciden en vincularle con no pocos de los movimientos desestabilizadores con que durante ese periodo se intentó reiteradamente atentar contra las instituciones del Estado. Su participación en la revuelta insurreccional de Santa Coloma de Farnés en 1884; su actividad como correo y directo colaborador del líder del republicanismo Manuel Ruiz Zorrilla, en aquella época exiliado en París; sus conexiones con los más decididos defensores de la acción directa, incluida su relación, nunca probada, con los distintos atentados de que fue objeto Alfonso XIII, por el último de los cuales, el de mayo de 1906, sería procesado; su apoyo a la implantación en Barcelona de la pedagogía libertaria, a través de la Escuela Moderna, que fundó en 1901; su empeño en fracturar el sistema político, jurídico y social a través de la revolución, y su contribución moral y económica a cuantas actividades subversivas persiguiesen el propósito de socavar el sistema de valores entonces vigente convierten su figura en la de un empeñado activista, un permanente conspirador y un decidido enemigo del orden establecido.

Difícilmente encasillable, dada la complejidad de su pensamiento y la evolución que un tiempo tan convulso como el que le tocó vivir iría operando en su actividad política y propagandista, Ferrer i Guardia fue, en cualquier caso, el paradigma del visionario que empeña todas sus energías en el logro de un nuevo modelo de organización social, basado en la abolición del trabajo asalariado, la apropiación de los medios de producción, y la implantación de un sistema de solidaridad «sin amos, autoridad, ni dinero». Adscrito desde su primera juventud al republicanismo radical; defensor luego de la movilización obrera, sin cuyo concurso cualquier forma de revolución resultaba utópica; e instigador de la huelga general revolucionaria como la única vía para hacer posible la emancipación de los trabajadores, soñó siempre con una quiebra del régimen dinástico, que le haría sospechoso de defender «la propaganda por el hecho» y de propiciar una subcultura de la violencia aunque no hay constancia probada de que patrocinara ni una ni la otra. Antimilitarista, librepensador, masón en el grado 31 y esencialmente anticlerical, puso su vida y su fortuna personal al servicio del derrocamiento de la monarquía y el giro a un régimen republicano, desjerarquizado, liberador y societario. Y concretó la difusión de todas esas aspiraciones en un proyecto pedagógico, laico y racionalista, que, si bien supuso un importante avance frente al sistema educativo oscurantista y dogmático propugnado por la Iglesia, defendía una enseñanza «sin Dios y sin Estado», que venía a suponer otra forma de sectarismo, de signo contrario, orientado a difundir los ideales anarquistas y a educar a los escolares en el rechazo del Estado, la Iglesia, el Ejército, la propiedad y la familia.

No es de extrañar por ello que sus pasos fuesen en todo momento objeto de permanente seguimiento policial, que su quehacer político constituyera una obsesiva preocupación para las autoridades del Estado y que, sobre todo, tras su presunta implicación en el intento de magnicidio de la calle Mayor de Madrid, del que, dicho sea de paso, resultó absuelto, pero que nunca dejó de constituir para sus detractores una asignatura pendiente, se convirtiese a los ojos de esas mismas i

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