Independencia

Natalia Sobrevilla Perea

Fragmento

Independencia-2

Introducción

El sol se esconde detrás de la quebrada en la Pampa de la Quinua, el 9 de diciembre de 1824. Durante el inicio de la temporada de lluvia en los Andes, dos inmensos ejércitos acaban de enfrentarse en una intensa batalla que ha dado fin a una guerra de más de una década. Los sobrevivientes buscan guarecerse de la tormenta, refugiándose en las construcciones de piedra que circundan el campo de batalla. En esa húmeda y oscura noche se acuestan donde pueden, sin importar de qué lado han combatido; finalmente, la larga lucha ha terminado. Hermanados por el cansancio, el frío y el dolor, pueden abrazarse y reconocerse después de haber sobrevivido a la epopeya. Sorteando las goteras, solo permanecen despiertos los generales Guillermo Miller y José de Canterac, dos antiguos enemigos que pasan la noche hablando sobre los distintos hechos que los han llevado hasta ese momento. A la mañana siguiente, Canterac entrega el ejército del rey a Antonio José de Sucre y firma la capitulación de Ayacucho, pues el virrey José de la Serna había resultado herido en la contienda.

9944 hombres defendieron al rey en Ayacucho, la mayoría indígena, y casi todos provenían de distintas localidades en los Andes. 1800 realistas murieron en la batalla, pero después de la derrota, solo 748 hombres volvieron a España, mientras que 1350 regresaron a sus provincias de origen en América. Poco más de 6000 restantes fueron obligados a incorporarse a los ejércitos de Perú y Colombia. El 8 de diciembre, estas lucidas tropas, que hasta la batalla de Junín en agosto de ese año habían sido invencibles en los Andes, ocuparon las alturas del cerro Condorcuna, fuera del alcance del cañón enemigo. Esa tarde, una infantería ligera maniobró como guerrilla a toque de corneta en la base de la montaña, y entre quienes participaron en las escaramuzas se encontraban oficiales de ambos bandos, algunos incluso eran hermanos que peleaban en frentes contrarios y que aprovecharon esos ejercicios finales para mostrar su destreza, desearse suerte y despedirse antes de la batalla.

No debe sorprendernos que las familias estuvieran divididas. La guerra de Independencia fue, en buena medida, un conflicto entre hermanos que se resolvió tras muchos años de enfrentamiento. Según los partes oficiales, el ejército que venció a los realistas estaba compuesto de 4500 hombres venidos de la República de Colombia, en ese momento conformada por las actuales Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá. Junto a ellos participaron 1200 oficiales y soldados del Perú y 80 del Río de la Plata, además de algunos oficiales provenientes de Chile y una variedad de naciones europeas. A pesar de esta circunstancia, la guerra fue predominantemente entre americanos, ya que muchos de ellos, sobre todo en el Perú, consideraban que pertenecían a la nación española. De modo que para entender el proceso de la Independencia es necesario pensar fuera de los límites de lo que actualmente reconocemos como la República del Perú. En ese momento, hace 200 años, lo que hoy vemos como nuestra patria era parte de algo mucho más grande: una monarquía inmensa con un rey instalado en Madrid. El proceso por el cual el Perú se convirtió en el país actual fue largo y complejo, porque nuestra Independencia no se dio en un vacío, fue parte de algo mucho más grande, donde además los participantes no tenían idea al comienzo de cuál iba a ser el desenlace.

Cuando pensamos en la Independencia peruana, solemos enfocarnos en la proclamación que dio el general José de San Martín en Lima, el 28 de julio de 1821. Ese es el día principal de las fiestas patrias, cuando nos ponemos la escarapela, sacamos la bandera y cantamos el himno nacional. Pero en este libro veremos cómo ese apenas fue un momento específico en un complicado proceso que comenzó mucho antes y terminó mucho después. Otra característica de nuestra memoria sobre la Independencia es que tendemos a pensar en los héroes principales y nos olvidamos de la experiencia de los miles de peruanos y peruanas que hicieron posible un cambio tan profundo en el sistema político del país. Este libro busca hacer un poco más visibles estas complejas experiencias, sin perder de vista los grandes acontecimientos y a sus actores principales. En las últimas décadas, los historiadores hemos venido trabajando de manera sistemática para entender cómo se dio la Independencia, no solo en el momento de la proclamación en Lima, sino en un espacio y tiempo mucho más amplios. En este libro voy a compartir el estado actual de ese conocimiento. Al final, incluyo un ensayo bibliográfico donde hago referencia a todos los textos que he utilizado.

El Bicentenario nos invita a pensar cómo se formó la República en la que vivimos ahora, cómo es que llegamos hasta aquí. De igual modo a cuando se celebraron los 150 años de la Independencia en el llamado Sesquicentenario, o al cumplirse un siglo con el Centenario. Estas fechas especiales nos llevan a preguntarnos quiénes somos, y en cada ocasión solemos esbozar respuestas solo desde el lugar donde nos encontramos, prescindiendo de otras perspectivas. Pero cuando se comenzó a escribir nuestra historia en los primeros años de la República, en base a las memorias de quienes habían participado en la contienda, se presentaron distintos puntos de vista que con el tiempo se han convertido en las maneras principales de entender la Independencia. Algunos autores consideraron que los peruanos no buscaron separarse de España y que necesitaron el apoyo de fuerzas extranjeras para lograr su separación definitiva, mientras que otros reconocieron que algunos peruanos tuvieron la intención de separarse desde un inicio. Estas fueron las interpretaciones brindadas en los primeros libros de historia publicados en el siglo XIX.

Este debate se ha mantenido, con mayor o menor fuerza, hasta la actualidad. Y si bien las efemérides de la Independencia han dado pie a la reflexión sobre el pasado, también es cierto que han servido para que quienes estén en el poder hagan su recuento de lo sucedido para afianzar su posición. Tanto entre 1921 y 1924 con el Centenario, como entre 1971 y 1974 con el Sesquicentenario, los regímenes que se encontraban al mando tenían proyectos de largo plazo para transformar el país y usaron sendas celebraciones para dejar en claro cuáles eran sus proyectos nacionales. Es lo que, por ejemplo, Augusto B. Leguía llamó la Patria Nueva y Juan Velasco Alvarado, el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas. En ambos casos, eran esfuerzos por modernizar el Perú e integrarlo, pero también se trataba de regímenes que no eran particularmente democráticos. Si bien hubo estabilidad en aquellas celebraciones, pues no se dieron cambios de mando, tampoco existió mucho espacio para la oposición y, a pesar de ello, en el Centenario nació la corriente conocida como el indigenismo, mientras que en el Sesquicentenario se afianzó una lectura llamada «Independencia concedida».

El Bicentenario nos encuentra en una encrucijada particular, con un Gobierno que se ha venido desmoronando casi desde su inicio debido al enfrentamiento entre el poder Ejecutivo y el poder Legislativo, y a la lucha entre muchos intereses particulares. En noviembre de 2020, cuando una facción del Congreso se quiso hacer del Ejecutivo, el rechazo popular, y en especial de los jóvenes, llamados la «generación del Bicentenario», tuvo tal fuerza que se hizo necesario instalar un Gobierno de transición que organizara las elecciones que llevarían a un nuevo presidente a tomar el mando el día mismo en que celebraríamos el inicio del Bi

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