Historia en meme

Guillermo A. Pérez

Fragmento

cap-1

Introducción

Lo primero que habría que plantearse a la hora de empezar a leer este libro es la siguiente pregunta: ¿qué pretende ser este libro? Esta obra persigue varios objetivos: el primero, acercar la historia a la sociedad de una manera divertida y distendida por medio del humor; también busca aportar un poco de conocimiento acerca de determinadas expresiones y usos sociales que se utilizan hoy en día y que tienen un origen histórico, y a mi juicio bastante curioso; el tercer objetivo de este libro, quizá el más ambicioso, es el de desmontar algún que otro tópico sobre hechos históricos concretos que están muy presentes en nuestra sociedad y no son del todo ciertos; y, finalmente, el último objetivo es ganar algo de dinerillo, pues aunque los historiadores lo llevamos intentando desde hace décadas, aún no somos capaces de vivir del aire (quizá, pensándolo bien, este sea realmente el objetivo más ambicioso).

Con esta obra quiero demostrar que la historia no es un coñazo y que, lejos de ser listas interminables de reyes godos, índices de crecimiento demográfico y libros y libros sobre la Guerra Civil española, resulta entretenida, aunque sea «a cachos»; además, de ella se puede sacar, como de todo en esta vida, una visión cómica que la haga más cercana, sobre todo a esta generación de millennials a la que pertenezco. Este libro pretende ser la prueba irrefutable de que la historia puede llegar a ser divertida.

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Desde mi posición como historiador he de aclarar que no todo lo vertido en este volumen, como te podrás dar cuenta a medida que lo vayas leyendo, es objetivo, que es lo que se supone que a los historiadores se nos enseña a ser. Ante la incapacidad total de resultar objetivo y al ser perfectamente consciente de que en una obra como esta, en la que la historia y el humor van de la mano, están presentes de algún modo mis opiniones personales, he decidido ser honrado, por lo cual este libro no cuenta, a priori, ninguna mentira, pero describe fragmentos de la historia desde mi punto de vista. Aunque lo cierto es que no puedes esperar mucho más de un libro escrito por alguien que ha llegado hasta aquí gracias a una página de memes en Facebook.[1] Es decir, que si de verdad buscas objetividad, te has equivocado de obra y lo que tienes que hacer es conseguir un libro de algún historiador profesional como Pío Moa; bueno, de Pío Moa no, que le pasa algo parecido a lo mío, pero sin pretender hacer humor, creo…

La idealización de la historia

Si hay algo idealizado en este mundo, es la historia. A la gente le encanta fantasear con vivir en el pasado, y no me refiero solo a los amish. Es verdad que todas y todos hemos fantaseado con vivir, aunque sea momentáneamente, en alguna época pasada que nos parece bonita o interesante. Sin embargo, a continuación, y por medio de ejemplos, vamos a demostrar que esto es un craso error, puesto que nos solemos encontrar con que la gente solo piensa en lo bonito, nunca en lo malo, lo cual es normal por otra parte, porque puestos a fantasear, quién va a imaginar que viaja al pasado y acaba crucificado en medio de la Vía Apia con Espartaco y sus muchachos.

Hay un primer grupo de personas idealistas que, ante la pregunta «Si viajases al pasado, ¿a qué época te gustaría ir?», responden que querrían vivir en la prehistoria, antes de que existiera la propiedad privada y cuando todo se hacía en comunidad; lo malo, y lo que olvidan, es que igual a un dientes de sable o a un oso les podía entrar hambre una mañana y devorarte a ti y a tu querida comunidad. O te podría ocurrir como al célebre Niño de Taung, que se lo llevó un águila o un ave predadora similar, enganchándolo con sus garras de las cuencas de los ojos mientras él pataleaba. Comprobadlo, no es una historia bonita, pero es verídica.

Luego están aquellos a los que les gustaría vivir en la época de los chamanes porque les agrada «sentir el viento y los árboles» en demasía: hallarse en un ecosistema adverso y encima estar flipando abrazando árboles, mala idea.

Otro grupo de gente es el de aquellos que están fascinados con la época clásica: su imaginación se dispara y desean vivir en la Atenas de Pericles, la Esparta de Leónidas, la Roma de los césares o el Egipto de las pirámides. A ver, en principio no me parece mal, pero claro, estas épocas están bien si naces donde tienes que nacer, porque es muy bonito estar hablando en medio de la asamblea popular de Atenas, con tu túnica blanca, tomando decisiones, inventando la democracia y tal, en caso de que seas hombre, ya que si eres mujer estás jodida, porque la democracia no es para ti; para ti es la casa, ser mujer y madre, y como mucho te retratarán en alguna crátera o algún jarrón.

También les puede gustar la lucha y la épica, y creen que no hay nada mejor que Esparta y su agogé, que es un sistema educativo bastante estricto. Estas personas se lo pasarían muy bien matando persas, a no ser que tuviesen alguna tara física, lo cual no solo les impediría luchar, sino que además provocaría que los llevasen al monte Taigeto y los despeñasen por sus defectos físicos. En el caso de Egipto, supongo que esta gente rezaría a Amón o a Isis para que les tocase ser, como mínimo, escriba, y no tener que empujar unos bloques de piedra inmensos por una cuesta para hacerle la pirámide al faraón de turno, algo que es cierto que se parece a hacer CrossFit, aunque resulta un poco más ingrato y con menos postureo.

En el caso de Roma es diferente, ya que esta gente, fanática por lo general de la arqueología, podría pasear por la Ciudad Eterna siendo pobre o rica, viendo los foros, el Coliseo, los templos, el circo, etc. Ahora bien, esperamos que no se les ocurriese dar un paseo por el barrio de la Suburra, porque igual no salían muy bien parados, pues no era una zona muy recomendable; esperamos también que no se apoyasen en una pared y se cayese una teja en la cabeza de un romano, lo que les condenaría a ser galeotes toda la vida, que vale, deporte haces, pero no es agradable. También podrían asistir a las peleas de gladiadores, rezando para verlas desde la grada y no en primera persona, porque nadie quiere que un señor de dos metros le meta un tridente en las tripas.

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Incomprensiblemente, también hay gente a la que la Edad Media le parece un tiempo óptimo para vivir, pero no sé, también hay personas que han votado a Donald Trump y parecen felices. La Edad Media está bien si eres conde, obispo, rey, califa o sultán, o si eres alguien a quien no le importa trabajar de sol a sol, que el noble de turno arrase tus tierras, coger la peste, que la Iglesia te infle a impuestos o que te persigan porque tu dios no es el correcto.

Es cierto que hay menos gente que quiera vivir en la época moderna, es decir, desde el siglo XV al XVIII, pero aún hay alguno por ahí que quedó demasiado fascinado por los mosqueperros y el capitán Alatriste, y sueña con revivir la época de los duelos y la grandeza del Imperio español, repartiendo civilización por el globo a golpe de espada y de cruz. También es una buena época para ver cómo queman a alguien en la plaza de tu pueblo por hereje o por bruja, para morir en la gu

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