Nueva historia de la Revolución rusa

Sean McMeekin

Fragmento

doc-3.xhtml

NOTA SOBRE NOMBRES, FECHAS, TRADUCCIONES Y TRANSLITERACIONES

 

 

 

La Revolución rusa, al igual que las dos guerras mundiales del siglo XX, causó estragos en el ámbito de los nombres, pues ciudades y regiones enteras pasaron de un imperio a otro, dejaron de formar parte de imperios para convertirse en Estados-nación y, en ocasiones, volvieron a formar parte de territorios imperiales. Curiosamente, Moscú no se vio afectada por esta revolución en la forma de referirse a determinados topónimos, pero es un caso aislado en un tablero cuyo estudio suscita dolor de cabeza. En la mayor parte del presente libro se habla de Petrogrado, nombre que ostentó la antigua San Petersburgo entre 1914 y 1924 antes de convertirse en Leningrado. En el caso de otras ciudades, utilizo los nombres de la época e incluyo su denominación actual entre paréntesis; por ejemplo, Reval (Tallin) o Tartu (Dorpat). En casos políticamente más sensibles, doy tres versiones diferentes, como cuando hablo de Lemberg (Lvov/Lviv). En el periodo que cubre este libro, hasta los funcionarios del gobierno otomano denominaban Constantinopla a lo que hoy es Estambul, y, por tanto, utilizo el nombre que recibía en la época. Aunque la República de Turquía no existió oficialmente hasta 1923, cuando quiero referirme a épocas anteriores a esa fecha hablo de Turquía o del Imperio otomano indistintamente, como hacían por entonces muchos turcos y la mayoría de los rusos y europeos.

Las fechas son un problema especialmente importante en la historia moderna de Rusia, porque el calendario juliano, que aún se utilizaba allí, llevaba doce o trece días de retraso con respecto al calendario gregoriano de uso común en Occidente, que los bolcheviques adoptaron en enero de 1918, en pleno drama revolucionario ruso. Cuando indico fechas destacadas de la historia rusa o de la europea anteriores a ese año, procuro ofrecer ambas; por ejemplo: 1/14 de 1916, donde 1 es la fecha del calendario juliano y 14, la del gregoriano. En 1917, año en el que hay que mencionar muchas fechas y que, en el contexto ruso, es de vital importancia, me ciño al calendario juliano para no crear confusión en relación con los meses que forman parte de la terminología revolucionaria (revolución de Febrero, días de Abril y Julio, revolución de Octubre). Vuelvo al calendario gregoriano a partir de la fecha en que fue adoptado por los bolcheviques, a mediados de enero de 1918. Iré advirtiendo al lector del momento en el que ocurren estos cambios.

En cuanto a la transliteración de los nombres rusos, pido disculpas a los expertos, pues a veces difiero ligeramente del sistema establecido por la Biblioteca del Congreso. Con ello he pretendido que estos se lean y recuerden lo más fácilmente posible; pero, puesto que una coherencia absoluta es de todo punto imposible, he procurado que prevalezca siempre el sentido común(1).

A menos que se indique o que esté citando un texto traducido, las traducciones del francés, alemán, ruso y turco son mías.

doc-4.xhtml

INTRODUCCIÓN

EL PRIMER SIGLO DE LA REVOLUCIÓN RUSA

 

 

 

Al igual que 1789, el año en que estalló la Revolución francesa, 1917 forma parte de ese léxico asociado a fechas de la historia mundial que todo ciudadano culto debería recordar. Sin embargo, existen profundos desacuerdos en torno al significado de 1917, sobre todo porque ese año funesto hubo dos revoluciones en Rusia. En la revolución de Febrero se derrocó a la monarquía y se abrió un interregno de gobiernos mixtos, liberales y socialistas, al que puso fin la revolución de Octubre, en la que el partido bolchevique de Lenin impuso una dictadura comunista y proclamó la revolución mundial contra el «capitalismo» y el «imperialismo». Ambas derivas fueron lo suficientemente significativas como para dedicarles un estudio histórico serio. Consideradas en conjunto, constituyen un suceso transcendental de la historia contemporánea, que introdujo el comunismo en el mundo y sentó las bases de décadas de un conflicto ideológico que culminaría en la Guerra Fría (1945-1991).

Como los bolcheviques eran marxistas, ha sido el lenguaje marxista el que durante mucho tiempo ha dado color a nuestra forma de entender la Revolución rusa: de la idea de la lucha de clases entre «proletarios» y clases gobernantes «capitalistas» a la evolución dialéctica desde una revolución «burguesa» hasta una socialista. En los años de la Guerra Fría, incluso los historiadores no marxistas tendían a aceptar el marco marxista básico para debatir en torno a la Revolución rusa y se centraban en asuntos como el atraso económico del país comparado con países occidentales más avanzados, las etapas de su salida del feudalismo, su desarrollo industrial «tardío» o su estructura social asimétrica y desigualitaria. En un reputado manual universitario, The Russian Revolution, de fecha tan atrasada como 1982, Sheila Fitzpatrick afirma inequívocamente que el objetivo de Lenin durante la revolución de Octubre era «el derrocamiento de la burguesía por parte del proletariado»[1].

Esta forma relativamente acrítica de estudiar la Revolución rusa resultó ser sorprendentemente resistente al cambio a lo largo de las décadas, en parte porque los grandes escritores anticomunistas de los años de la Guerra Fría, como George Orwell, Alexandr Solzhenitsin o Robert Conquest, se centraron en el comunismo de la época de «madurez» estalinista de las décadas de 1930 y 1940, no en sus orígenes revolucionarios. Ciertamente se publicaron estudios muy serios en torno a la revolución de Febrero, como, por ejemplo, Russia 1917, de George Katkov (1967), o The February Revolution (1981), de Tsuyoshi Hasegawa. Sin embargo, el primer estudio serio sobre las dos revoluciones de 1917 consideradas en su conjunto es La Revolución rusa (1990), de Richard Pipes. Según él, lo que ocurrió durante el Octubre rojo no fue una revolución, un movimiento popular, sino un golpe de Estado realizado desde arriba, «la toma del poder por parte de una pequeña minoría». Lejos de ser fruto de la evolución social, la lucha de clases, el desarrollo económico u otras fuerzas inexorables de la historia defendidas por la teoría marxista, la Revolución rusa la llevaron a cabo «personas con nombres y apellidos que perseguían sus propios intereses» y, por tanto, «podemos emitir juicios de valor sobre ella». El dictamen de Pipes

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos