Un verano con Homero

Sylvain Tesson

Fragmento

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PRÓLOGO

 

 

 

 

Grabar Un verano con Homero fue un honor y un placer. Me dio la oportunidad de zambullirme en la Ilíada y en la Odisea. Un viaje permite bañarse en las cataratas. Del mismo modo, bruñirse al contacto de un poema resulta reconfortante. Durante meses respiré al ritmo homérico, oí la escansión de los versos, soñé con batallas y embarques. Muy pronto, la Ilíada y la Odisea me enseñaron a vivir mejor. Además, comentaban nuestra actualidad. Es el milagro antiguo. Hace dos mil quinientos años un poeta, algunos pensadores, filósofos arrojados (o desembarcados) a las piedras del Egeo, ofrecieron al mundo unas enseñanzas cuya agudeza no ha menguado con los siglos. Los griegos nos informan sobre aquello que todavía no somos.

Siglo XXI: Oriente Próximo se desgarra, Homero describe la guerra. Los gobiernos se suceden, Homero pinta al hombre devorando al hombre. Los kurdos luchan en su tierra con heroísmo, Homero cuenta el combate de Ulises para recuperar su poder usurpado. Las catástrofes medioambientales nos atemorizan, Homero esboza el furor de la naturaleza ante la locura del hombre. Todo acontecimiento contemporáneo tiene su eco en el poema o, mejor dicho, cada convulsión histórica es el reflejo de una premonición homérica.

Leer la Ilíada y la Odisea equivale a leer un periódico. Gracias a este diario del mundo, que fue escrito de una vez y para siempre, nos damos cuenta de que no hay nada nuevo bajo el sol de Zeus: el hombre —animal grandioso y desesperante, henchido de luz y rebosante de mediocridad— sigue fiel a sí mismo. Homero nos permite ahorrarnos la suscripción a la prensa.

Aparece Ulises. ¿Quién es ese hombre paradójico? Ama la aventura pero anhela regresar a su hogar. Siente curiosidad por el universo y a la vez nostalgia de su morada, disfruta de las ninfas pero llora a Penélope, se adentra en la aventura pero sueña con su casa. Ulises, «falso viajero, es aventurero por fuerza y hogareño por vocación», ironizaba Vladimir Jankélévitch en La aventura, el aburrimiento, lo serio. El campeón de la fuerza y de la astucia se muestra inasequible, debatiéndose entre sus inclinaciones. Eres tú, lector, soy yo, somos nosotros: es nuestro hermano. En la Odisea avanzamos ante el espejo de nuestra propia alma. En ello reside el genio de Homero: en haber trazado los contornos del hombre en unos cuantos cantos. Nada después ha vuelto a ser lo mismo.

A lo largo de esos renglones resplandece la luz, la adhesión al mundo, la ternura por las bestias, por los bosques; en una palabra, la dulzura de la vida. ¿No oyes, al abrir estos dos libros, la música de las olas? Cierto, a veces el entrechocar de las armas parece ocultarla, pero esa canción de amor dedicada a nuestra parte de vida sobre la Tierra siempre vuelve. Homero es el músico. Nosotros vivimos en el eco de su sinfonía.

Este poema vertió en mi organismo el néctar de una vitalidad perdida. Leer a Homero subleva.(1) Es la función orgánica de las obras eternas. «[…] los griegos de vez en cuando daban por así decir fiestas a todas sus pasiones y malas inclinaciones naturales […] esto es lo propiamente hablando pagano de su mundo», establece Nietzsche en Humano, demasiado humano. ¡Únanse a la fiesta! Sigue en pleno apogeo.

Los textos que estás a punto de leer son la transcripción de mis programas. Uno no se dirige a los oyentes como a los lectores. Hablar no es escribir. En la mesa de grabación la palabra es fluctuante, se vuelve más libre, menos «cazada», como se dice de una vela. A fin de cuentas, hablar de Homero ante un micro es una historia griega: es una navegación sobre las ondas. Espero que sepas perdonar los bandazos.

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¿DE DÓNDE PROCEDEN ESOS MISTERIOS?


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CERCANÍA DE LAS OBRAS ETERNAS

 

 

 

 

La Ilíada es el relato de la guerra de Troya. La Odisea narra el regreso de Ulises a su reino de Ítaca. Uno describe la guerra, el otro la restauración del orden. Ambos trazan el perfil de la condición humana. En Troya: la avalancha de las masas rabiosas manipuladas por los dioses. En la Odisea: Ulises circulando entre islas y buscando una escapatoria. Entre los dos poemas, una violentísima oscilación: maldición de la guerra aquí, posibilidad de una isla allá. Por un lado, el tiempo de los héroes, por otro, una aventura interior.

En estos textos cristalizan toda una serie de mitos que, hace dos mil quinientos años, difundían los aedos entre la población de los reinos micénicos y de la Grecia arcaica. Nos parecen extraños, a veces monstruosos. Están llenos de criaturas horrendas, de hechiceras hermosas como la muerte, de ejércitos en desbandada, de amigos intransigentes, de esposas abnegadas y de furiosos guerreros. Se desatan tempestades, se desmoronan murallas, los dioses hacen el amor, las reinas sollozan, los soldados enjugan sus lágrimas en túnicas ensangrentadas, los hombres se sacan las tripas…, hasta que una delicada escena interrumpe la matanza y las caricias detienen la venganza.

Preparémonos: atravesaremos ríos y campos de batalla. Nos veremos inmersos en refriegas e invitados a la asamblea de los dioses. Soportaremos tempestades y aguaceros de luz, seremos nimbados por brumas, penetraremos en alcobas, visitaremos islas, nos asentaremos sobre arrecifes.

Habrá en ocasiones hombres que muerdan el polvo hasta morir. Otros alcanzarán la salvación. Siempre con los dioses velando. Y cada vez volverá a resplandecer el sol para revelar la belleza mezclada con la tragedia. Habrá hombres que lo darán todo por llevar su empresa a buen puerto, pero un dios jug

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