Historia de la Edad Media

Indro Montanelli

Fragmento

ADVERTENCIA

Esta Historia de la Edad Media, es decir, de la Alta Edad Media, es continuación de la Historia de los griegos y de la Historia de Roma, publicadas por la misma editorial. Va del año 476 al año 1000, pero la primera parte arranca de bastante atrás, de Constantino y de Teodosio.

Hemos querido comenzar a partir de allí porque en la Historia de Roma habíamos resumido un poco apresuradamente el capítulo referente a la decadencia, y me doy cuenta de haber dado un cuadro incompleto que no explica lo suficiente el fenómeno de las invasiones bárbaras. El lector quizá haya sacado una idea sumaria y dramática, como de un aluvión devastador espantosamente traumático. En realidad, la llamada «barbarización» de Italia ya estaba produciéndose desde hacía dos siglos y se desarrollaba de forma bastante pacífica antes de que Alarico iniciara las incursiones germanas en la península. Si no comprendemos esto, resulta difícil comprender lo demás.

Lo que nos hemos propuesto es contar de manera sencilla el período más difícil de explicar, no solo porque las fuentes son escasas e inseguras, sino también porque los acontecimientos italianos no se pueden aislar de los del resto de Europa, los cuales siempre deben tenerse presentes. Nada de lo que sucede muestra rasgos precisos de tiempo y espacio. No existen aún naciones ni Estados. Tal vez nuestro continente no haya estado nunca tan unido y haya sido tan interdependiente como en esta época afligida por la escasez de carreteras y de medios de transporte y comunicación. Esto nos ha obligado a recurrir con frecuencia a la técnica del flash-back, del salto atrás. Nos excusamos por ello ante el lector, pero era imposible obrar de otro modo.

Con todo, más que a desenredar la enmarañada madeja de acontecimientos, hemos tendido a retratar a sus protagonistas para recoger en ellos las señales de sus costumbres y de su evolución. A través de Alarico, Odoacro, Gala Placidia, Teodorico, Alboíno, Amalasunta, Gregorio el Grande, Carlomagno, los Otones, los santos, los padres y los reformadores de la Iglesia, hemos tratado de reconstruir la situación real de la Italia que iba formándose en un ovillo de elementos latinos y germanos. La sociedad feudal, la vida en los castillos y en los pueblos, las relaciones entre la ciudad y el campo, la nobleza guerrera y terrateniente contra la naciente burguesía urbana, la mujer, el sentimiento religioso, el obeso párroco y el monje ascético, las costumbres, la alimentación, los actos violentos, las supersticiones, nos han interesado más que las guerras y la política.

Hablo en plural porque, como se ve en la portada del libro, los autores de esta obra son dos. Lo que me propongo con estos volúmenes en cadena es la reconstrucción de los acontecimientos de nuestro país y de nuestra civilización desde Homero (porque considero a la civilización griega como parte integrante de la nuestra) hasta Mussolini, empresa demasiado amplia para las fuerzas de un solo hombre. Por ello, llevaba tiempo buscando un colaborador. Era difícil encontrarlo, porque necesitaba uno que no solo conociera bien la Historia, sino que la viera como la veo yo y la contase como yo la cuento. Y no porque considere mis métodos y mis criterios superiores a los de los demás, sino porque no puede escribirse en colaboración sin una perfecta identidad de puntos de vista, de intereses y de estilo.

Roberto Gervaso tiene veintisiete años y los estudios recientes. Lo conocí cuando cursaba el bachillerato, y desde entonces puedo decir que lo he «edificado» pieza a pieza. Tal vez cometí con él una especie de infanticidio obligándolo a formarse exclusivamente en mis textos y en los de aquellos autores en los que yo me he formado, pero si se trata de un delito, me ha salido perfecto. Nuestra obra no se resiste de la doble mano, y ahora que somos dos para tirar del pesado carro tal vez consigamos llevarlo hasta su meta.

La ambición que nos aguijonea no es la de desarrollar nuevas y originales teorías, sino la de proporcionar al gran público, que tanto lo necesita, un instrumento de información fácil, clara y, de ser posible, agradable. Si conseguimos apasionar a algunos millares de italianos por la historia de Italia, iluminando a sus ojos lo que hasta ahora le había resultado oscuro, habremos realizado un inmenso servicio a esa cultura media que la cultura oficial y universitaria ha despreciado y ha abandonado culpablemente.

El lector nos dirá si hemos dado en el blanco.

INDRO MONTANELLI
Octubre de 1965

PRIMERA PARTE

EL FINAL DEL IMPERIO

I. LOS HUNOS A LA VISTA

La historia de Europa empieza en China.

En aquel remoto y desconocido país se había establecido un imperio que, como el romano en Occidente y poco más o menos en los mismos siglos, había unificado el Oriente; más tarde, en su decadencia, se encontró expuesto al mismo peligro: el de los bárbaros que acechaban sus fronteras. La única diferencia era que en Roma la amenaza venía del este, en tanto que en China lo hacía del oeste.

Contra estas poblaciones nómadas y salvajes que vagaban desde el Don a Mongolia en las estepas del Asia Central, los emperadores chinos elevaron la Gran Muralla, lo mismo que los romanos habían levantado el limes; pero las murallas sirven para algo si existe un ejército que las defienda. Por sí solas, no valen nada. Hacia finales del siglo III, el ejército chino se parecía al francés de 1940, y la Gran Muralla se convirtió en un simple obstáculo de concurso hípico para los temerarios jinetes mongoles que la tomaron al asalto. Los historiadores chinos llamaron jong-nu a aquellos indisciplinados y atrevidos saqueadores que penetraron en su país llevando consigo el desorden, destruyéndolo todo sin construir nada, hasta que fueron expulsados por otros bárbaros. Estos, que se llamaban juan-juan, reuni

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