Señoras que se empotraron hace mucho

Cristina Domenech

Fragmento

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Introducción

¿Sabías que una de las pintoras más famosas del siglo XIX tuvo que pedir un permiso especial para poder ir con pan­talones al campo cuando trabajaba bocetando animales? ¿O que una de las mayores estrellas mediáticas del siglo XX ayudó a ganar una guerra con su ropa interior? ¿O que en el siglo XVII una cantante de ópera se metió en tantos líos que el rey de Francia tuvo que perdonarle la vida... dos veces?

Estas son solo algunas de las mujeres de las que voy a hablaros en este libro. Todas tienen vidas fascinantes, dejaron huella en la historia y se vieron envueltas en circunstancias únicas. Y todas tienen algo en común: su atracción romántica o sexual hacia otras mujeres.

Pero dejadme que empiece por el principio.

El día 7 de marzo de 2018, miles de personas leyeron una historia que escribí de forma casual para unas amigas en la red social Twitter. Trataba sobre dos mujeres que fueron a juicio bajo sospecha de «indecencia» y presentaron, como prueba de su inocencia, una biblia que se habían regalado. Quien diga que esto no es la cumbre absoluta del thriller judicial miente, y lo sabe. La historia estaba contada en apenas un puñado de mensajes hilados, con datos reales, pero usando un lenguaje muy informal. Dos días más tarde tenía diez mil seguidores en Twitter (y seguían aumentando) pidiéndome más historias. Esto, además de casi fulminarme del susto, fue todo un misterio para mí. ¿Desde cuándo le interesaba a nadie lo que hacían las señoras que se empotraron hace mucho?

Creo que tenía razones para estar sorprendida. Era 2018 y habían pasado quince años desde que, siendo apenas una adolescente, me había preguntado por primera vez: «¿Dónde están las lesbianas en la historia?». Era algo que jamás se me había ocurrido hasta entonces, que hubiese mujeres antes que yo que a los quince años pasaran por las mismas dudas e incertidumbres. Pero obviamente tenían que existir, así que me puse manos a la obra para intentar encontrar algunos nombres.

Los primeros años fueron bastante complicados, pero con el paso del tiempo las cosas se fueron agilizando. Entonces empecé a estudiar literatura inglesa en la universidad, lo que supuso una gigantesca explosión de información y de acceso a archivos y libros de consulta. Muchas mujeres habían tenido la misma inquietud y habían acabado, como yo, en el ámbito académico. Aunque la información seguía estando dispersa y recomponer la vida de cada nombre nuevo que encontraba era una nueva aventura, descubrí el enorme tesoro que había guardado en archivos, estanterías polvorientas y libros de texto carísimos. Pero esta información casi nunca estaba en español, lo que la hacía inaccesible para la niña de quince años que se preguntaba dónde estaban las lesbianas en la historia y que buscaba otras vidas en las que verse reflejada, una prueba de que formaba parte de algo más grande que ella misma.

De aquellos primeros años de carrera salieron multitud de nombres y pistas que seguir, contextos históricos y culturales diversos y una enorme lista de fuentes. El conocimiento que poseo se lo debo en gran parte a las mujeres que se atrevieron a mirar al pasado y desenterrar su propia historia y con las que muchísimos investigadores tenemos una deuda eterna: Faderman, Vicinus, Castle, Traub, Whitbread, Liddington, Donoghue, Cleves y muchas más.

A diferencia de los libros de los que tanto aprendí, y todavía aprendo, este no es un libro de texto. No es un libro de consulta académica ni un ensayo. Es un libro en el que recopilo algunas historias reales de las que llevo tantos años disfrutando para que vosotros también podáis acercaros a estas mujeres únicas que jamás deberían caer en el olvido. Da igual si no te gusta aprender historia o si no disfrutas demasiado leyendo textos académicos: hoy vengo a contarte una historia y escuchar una buena historia es uno de los placeres más universales que existe. Así que aquí tenéis algunas reales, emocionantes, divertidas y absurdas de señoras que se empotraron hace mucho.

Son para quien las quiera, pero, sobre todo, son para quien las necesite.

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Julie d’Aubigny

(Mademoiselle de Maupin)

Hay historias reales que se trenzan con tantos elementos de leyendas, rumores y escándalos que resulta imposible contrastar los hechos. Esta es una de esas historias. Nuestra protagonista se llamaba Julie, probablemente, pues su nombre real ha quedado enterrado bajo la enormidad de su figura pública. Se duda de su fecha de nacimiento y de numerosos sucesos de su vida, por lo que no queda claro si lo que se cuenta de ella es realidad o mito. Pero lo que sí sabemos es que fue cantante de ópera, duelista y bisexual, y que en el París del siglo XVII se convirtió en una de las artistas más famosas y se batió en duelo con todo aquel con quien no se acostó.

Dejadme que os cuente la historia de Madeimoselle de Maupin, una señora con una vida tan tumultuosa que el rey tuvo que perdonarle la vida... dos veces.

Julie d’Aubigny nació en 1670 (aunque otras fuentes señalan 1673) se supone que en París, aunque no quedan documentos que lo confirmen. Su padre era secretario del Caballerizo Mayor del Palacio de Versalles, un puesto más importante de lo que pueda parecer a priori. El señor d’Aubigny se encargaba de la instrucción de todos los pajes del rey Luis XIV y del entrenamiento de sus caballos. Se ve que el hombre no se comió mucho la cabeza a la hora de educar a su hija y decidió darle a Julie exactamente la misma formación que al resto de los jóvenes que estaban a su cargo, que incluía lectura, redacción, nociones básicas de música, etiqueta y manejo de la espada. Ni que decir tiene lo lejos que estaba esta educación de la que recibían tradicionalmente las mujeres en el siglo XVII. Aunque no sabemos por qué decidió instruirla en todas las otras materias, tenemos una idea bastante clara de por qué puso tanto empeño en enseñarle a manejar la espada.

Salles d’armes: salas donde se practicaba y refinaba el arte del duelo. Generalmente se consideraban lugares donde una mujer no debía estar, con escasas excepciones. Así, es probable que la Maupin pudiera acudir a ellas tan frecuentemen­te por la protección de su pa­dre, considerado un gran espadachín.

Desde muy pequeña, Julie fue famosa por dos cosas: por su gran belleza y por ser absolutamente ingobernable. El señor d’Aubigny se vio criando a una hija g

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