Infames

Antonio Maestre

Fragmento

infames-2

INTRODUCCIÓN

Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente, los que entienden la vida por un botín sangriento.

MIGUEL HERNÁNDEZ

El drama de un país se puede entender observando y estudiando el comportamiento de la clase que lo ha dirigido y que además ha evitado que otros lo hagan. Aristocracia, burguesía, realeza, oligarquía, grupos sociales diversos que cuando el progreso, el porvenir y la justicia social logran preponderancia y amenazan con imponerse por la norma democrática, encuentran sus puntos en común para instaurar la reacción. En España, la cultura política derivada de la reacción antiliberal ha alumbrado un pensamiento destructor que en los momentos más brillantes de su historia se ocupó de devolverla a las tinieblas. Un desarrollo histórico conformado por las vidas y actitudes de personajes infames y crueles que manejando su odio con habilidad lograron retrotraer a nuestro país a la Edad Media cuando empezaba a atisbar una luz al final del túnel. A veces solo la esperanza de esa luminaria.

Este es un libro que pretende reconciliar al lector con su país poniendo en valor a personajes rutilantes que fueron destruidos por el odio. La España de nuestro tiempo está vinculada a nombres que llenan los recuerdos de dulzura y que si hubieran ganado con su decencia o simplemente hubieran sobrevivido habrían hecho de nuestro país el mejor de los conocidos. Pero la gente decente vence en contadas ocasiones, y nuestra España está construida sobre una lucha épica entre la luz y las tinieblas, entre aquellos que querían dar pan y leche y los que solo ofrecían cadalso. Es a estos últimos, a los que tenían la muerte como única divisa, a los que conviene conocer. Vislumbrar sus usos y costumbres y el poso ideológico con el que operaban, que desde la caída del Antiguo Régimen edificó un imaginario que permite descifrar los comportamientos reaccionarios del presente.

Personajes esbozados por un mismo trazo, grueso y grotesco como una pintura negra, cuyos verdaderos rostros, protagonistas de esa España Negra que tanto dolor ha causado, surgen en cuanto tomamos la debida distancia. Un bosquejo que puede distinguirse sin importar la época en la que mostró su crueldad y que llega a nuestros días. Un viaje en forma de odisea, sin atender a tiempos lineales, que permite descubrir la crueldad de miembros de la Policía y de la Guardia Civil como Melitón Manzanas, Manuel Gómez Cantós, o Manuel Sánchez Corbí. Siniestros políticos y filonazis como José Finat y Escrivá de Romaní o miserables que soportaron enhiestos diversas épocas de nuestra historia como Severiano Martínez Anido, un profesional de la represión como no ha habido otro. Un recorrido por los personajes infames de nuestra historia, que comienza con los responsables de las vilezas absolutistas y serviles, desde Francisco Tadeo Calomarde, hasta llegar al presente, con personajes más mundanos y con una cultura compartida como Santiago Abascal o Isabel Díaz Ayuso.

Una descripción subjetiva y nada condescendiente de personajes viles y abyectos, para que, al compararlos, sepamos apreciar el valor de los que quedaron sepultados en los márgenes de los libros de historia del Bachillerato. Un ejercicio que permita deshinchar la inflamación progresista con nuestro propio país, para que no nos sintamos esclavos en nuestra propia tierra de una historia que se nos contó para agredirnos.

España,

¿por qué cuesta decirte?

¿Por qué a veces pareces

una madre implacable

que le niega la leche a sus bastardos?

País de tanta luz,

¿por qué esta vocación de ser tiniebla?[1]

La idea de este libro es reconciliar a una parte de nuestro país que lo mira con desconfianza, porque se ha construido poniendo en valor a aquellos cuyo único mérito es haber vencido y ser más crueles y despiadados. Mostrando de manera abierta que nuestra contemporaneidad es una lucha entre el progreso y la reacción, y que señalar a los villanos es una forma de reivindicar a nuestras heroínas. Pero siempre teniendo presente el dolor que ellos infligieron.

La conformación de una realidad social determinada en un espacio y un lugar concretos no es más que la proyección de las filias, fobias y perversiones de los habitantes de cada tiempo. La historia, en términos generales, se construye a través de las realidades personales de diversos especímenes de todo cuño. Distintas expresiones vitales determinan que un país en un determinado momento de la historia vire hacia un episodio dramático o de progreso. Se puede comprender el devenir de un tiempo histórico sabiendo cómo trata a un camarero el presidente del Gobierno, o cuál es el futuro de un pueblo al conocer los complejos de un emperador cuando se mira al espejo. Son las miserias humanas de personajes con altas responsabilidades las que determinan el devenir de las masas subsumidas. La dialéctica antiliberal. La crueldad como elemento de retroceso de nuestra patria.

En España se podía salir de paseo por el Parque del Retiro y disfrutar de las vistas de la cabeza de un liberal pinchada en una pica. Vicente Richart fue un general liberal que en 1816 intentó asesinar a Fernando VII junto con otros colaboradores en la denominada «Conspiración del Triángulo». Fue ejecutado en la Plaza de la Cebada junto al barbero Baltasar Gutiérrez por su plan para acabar con el monarca en una de sus habituales visitas a un puticlub cerca de la Puerta de Alcalá. El camino viejo de Vicálvaro Ambroz acababa en la Puerta de Alcalá hasta la construcción del Parque del Retiro y más tarde fue desviado para instalar las verjas del parque. Era lugar de paseo de la aristocracia del XIX en Madrid, y por tanto el mejor sitio para poner una picota mostrando la cabeza sangrante de un traidor liberal.[2] El motivo por el que pocos españoles conocen la extendida práctica borbona de descuartizar liberales y expandir sus trozos por los caminos de la villa tiene que ver con una carencia y un elogio. La carencia es que en España no aprendemos historia, sino el relato nacionalista triunfante. Y la cosa borbónica está impregnada en lo más profundo de ese cuento. El elogio es la loa a la neutralidad equidistante, aquella que muestra que entre un liberal defensor de la Constitución que quería asesinar a un borbón y un rey absolutista, prefiere buscar una posición intermedia, moderada, cuando no rendirse al felón.

Fernando VII mantiene honores y boatos. Monumentos como La Fuentecilla, construida en su memoria en 1815 con la inscripción de el deseado. Aunque aquí, editorialmente, preferimos la denominación de «desdichada fuente», como la llamaba Ramón de Mesonero Romano por honrar a semejante ser infame. También cuenta con calles y avenidas en muchas ciudades de España, a pesar de ser un rey odiado por el pueblo. Vicente Richart no tiene un recuerdo ni en Biar, el pueblo alicantino que le vio nacer. No digo ya en Madrid, donde solo la idea de acabar con el peor monarca de nuestra historia le habría hecho merecedor de darle nombre a la Puerta de Alcalá, allí donde su cabeza fue exhibida en una pica.

España siempre ha soportado una carga que le ha impedido progresar, una rémora que obstaculizaba cualquier atisbo de luz y esperanza. La comprensión de los momentos estelares de nuestra pobre realidad se puede trazar ilustrándolos con un bestiario de la villan

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