El mundo de los validos

John H. Elliott
Laurence Brockliss

Fragmento

Introducción

INTRODUCCIÓN

John Elliott

Los favoritos no han gozado de buena prensa en la historia. Lord Macaulay, escribiendo en 1844 sobre el conde de Bute, elegido primer ministro por el joven Jorge III, se mostraba característicamente desdeñoso: “Era un favorito; y los favoritos siempre han sido odiosos en este país. Ningún simple favorito había dirigido el gobierno desde que el puñal de Felton llegara al corazón del duque de Buckingham”[1].

Las críticas de Macaulay a Buckingham y Bute le sitúan claramente en una ancestral tradición de enemiga hacia el súbdito omnipotente que había ascendido a una preeminencia deslumbrante y (se suponía) injustificada a través de su artera habilidad para ganarse y conservar el favor de su príncipe. Piers Gaveston en la Inglaterra de Eduardo II; Álvaro de Luna en la Castilla del siglo XV; y Olivier Le Daim, barbero de Luis XI, en Francia, provocaron los tres tales pasiones en su época que se ganaron un lugar perdurable en la demonología nacional de sus respectivos países. El dramatismo que acompañó sus vidas quedó intensificado por el drama de sus muertes. La espada o el verdugo se convirtieron en instrumento de divina retribución por su codicia, su orgullo y su tiránico abuso del poder, digno desenlace de unas vidas que servirían de advertencia ejemplar a los coetáneos y a futuras generaciones.

La aparición de la palabra favori en Francia a comienzos del siglo XVI puede quizá ilustrar algo del impacto que tuvo el espectacular ascenso y caída de Olivier Le Daim en la conciencia colectiva francesa[2]. La palabra equivalente en español era “privado” o “valido”, aplicada a la persona que, como Álvaro de Luna, gozaba del favor real, o “privanza”, o era apreciada y protegida por el monarca de cuyo “valimiento” gozaba. Hacia comienzos del siglo XVII, la palabra “privado”, que alternaba con private, se había introducido en la lengua inglesa, aunque de modo algo vacilante. “Las lenguas modernas”, escribió Francis Bacon en su ensayo “Sobre la amistad”, “dan a tales personas el nombre de favourites o privadoes…”[3]. “A un Favorito se le llama Privado”, explicaba el historiador boloñés Virgilio Malvezzi, apologista del conde-duque de Olivares, privado español coetáneo, “porque será partícipe Privado de su voluntad, de todos sus afectos, de todas sus pasiones, y sólo transformado en servicio de Dios y su Señor”[4]. Pero en inglés la palabra favourite terminó predominando sobre private o “privado”, y en 1715 Michael Geddes, en una biografía de don Álvaro de Luna, describía al privado español quintaesencial como “el máximo Favorito con el que jamás he topado en la Historia”[5].

Ahora bien, la palabra exacta elegida es de menor importancia que el hecho de que, en el transcurso de los siglos XVI y XVII, el fenómeno del privado incidiera en la conciencia de los europeos con fuerza suficiente para crear una terminología propia. Pero el fenómeno en sí no era precisamente nuevo. Totalmente aparte de ejemplos históricos más o menos recientes, como Gaveston y Álvaro de Luna, tanto la Biblia como los clásicos nos ofrecen un buen muestrario de favoritos, algunos buenos, como José al servicio del Faraón, otros malos, como Haman, el esbirro del rey Ahasuerus, o Sejano, que explotó el favor del emperador Tiberio para dominar en la Roma imperial.

En realidad, la recuperación de las obras de Tácito en el periodo renacentista pudo en sí mismo haber sido responsable, al menos parcialmente, de la preocupación que suscitó la figura del favorito en los siglos XVI y XVII. Es difícil considerar una coincidencia que el secretario del rey, Antonio Pérez, que se llevó consigo los secretos de la corte de Felipe II cuando marchó al exilio en Francia e Inglaterra, se proclamara autoridad en favoritos y fuera simultáneamente uno de los mayores entusiastas de Tácito de fines del siglo XVI[6]. Durante su estancia en Londres, Pérez se movía en el círculo del conde de Essex, otro aficionado a Tácito, a quien Ben Jonson probablemente retratara en la figura de Sejano en su obra dramática de 1603.

Tácito, en su descripción de Sejano, legó un personaje histórico con el cual podían comparar los coetáneos a sus propios súbditos todopoderosos, como hizo Georg Acacius Enenkel von Hoheneck en su tratado sobre Sejano publicado en Estrasburgo en 1620[7]. Dos años antes, el historiador y publicista francés Pierre Matthieu había publicado dos obras, una de ellas —La Conjuration de Conchine— sobre el valido de María de Médicis, recientemente asesinado, y la otra una biografía de Sejano. La traducción clandestina al inglés de esta biografía, con el título de The Powerful Favorite (El poderoso favorito), se publicó en 1628, dos años después del famoso discurso de sir John Eliot en la Cámara de los Comunes en que comparó a Buckingham con Sejano —un discurso que provocó el indignado comentario de Carlos I: “De manera implícita, debe tenerme a mí por un Tiberio”[8]. En ciertos aspectos, por tanto, el privado o ministro-privado del siglo XVII puede considerarse un constructo tacitista.

Sin embargo, es difícil creer que la figura de Sejano pudiera haber ocupado un lugar tan predominante a comienzos del siglo XVII, o que obras dramáticas como el Eduardo II de Marlowe y las dos comedias de Mira de Amescua sobre la Próspera y adversa fortuna de Don Álvaro de Luna tuvieran tan gran resonancia, de no haber estado convencidos los dramaturgos, los espectadores y los lectores de que también ellos vivían en una edad de privados omnipotentes. A fin de cuentas, no tenían más que mirar a su alrededor para ver hombres que habían adquirido enorme poderío y riqueza a consecuencia del favor regio: el duque de Lerma en España, Concini y el duque de Luynes en Francia, el cardenal Klesl en la corte del emperador, George Villiers en Inglaterra. De modo natural, miraron hacia la historia clásica y su propia memoria nacional para situar a esta clase de figuras en contexto.

Posteriores generaciones iban a refrendar una perspectiva que, aunque cada vez más extendida a fines del siglo XVI, parece haber adquirido nueva intensidad en la primera mitad del XVII. En 1715 Lesage ambientó sus Aventuras de Gil Blas en la España de comienzos del siglo XVII, relatando la historia de un pícaro que se las ingenia para convertirse sucesivamente en favorito de los dos grandes validos reales, Lerma y Olivares. La adulación, las intrigas cortesanas y las formas de clientelismo descritos por Lesage en su vida de Gil Blas eran tan característicos de la época del propio Lesage como de la de su héroe de ficción[9], pero él había situado su narración en un periodo y un territorio que habían dado a Europa la palabra “privado”, y que quedarían permanentemente asociados a la figura del favorito.

Los novelistas románticos del siglo XIX siguieron los pasos de Lesage, y Scott, Dumas y Balzac recrearon un mundo cada vez más remoto

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