1914. El año que cambió la historia

Antonio López Vega

Fragmento

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PRESENTACIÓN Y AGRADECIMIENTOS

«El mundo se movía a otro ritmo. Un año, ¡cuántas cosas pasaban en un año!», sentenciaba elocuentemente Stefan Zweig al rememorar aquel año de 1914. El historiador británico Eric Hobsbawm señaló hace ya tiempo que el corto siglo XX comenzó en 1914, con el estallido de la Gran Guerra, y terminó en 1989-1991, con la caída del bloque comunista. Simultáneamente, la modernidad había irrumpido en todos los órdenes. El mundo se aceleró en esos primeros años del siglo XX hasta límites irreconocibles. Por decirlo con Philipp Blom, fueron años de vértigo.

Este libro tiene su origen en el semestre que pasé en 2012 en el St. Antony’s College en la Universidad de Oxford, donde fui a trabajar sobre «1914: intelectuales e ideas para una crisis» gracias a una generosa ayuda para profesores universitarios —que desde aquí agradezco— de la ahora extinta Caja Madrid. En aquellos maravillosos meses que disfruté con mi familia en el hermoso pueblito de Eynsham, en las estribaciones de las bellas colinas de Costwold, a unas cuatro millas de Oxford —uno de los lugares, seguramente, más idílicos en la faz de la tierra para leer, escribir y reflexionar—, comencé a contemplar la idea de escribir un ensayo histórico sobre el año axial de 1914. Era, aquel año, decantador de todas las fuerzas que la modernidad había ido deslizando en los primeros años del siglo. Con todo, fue un año en el que sucedieron muchos acontecimientos que iban mucho más allá de aquella Primera Guerra Mundial y que mostraban buena parte de las claves del mundo que entonces se cerraba y del que habría de venir.

El ejercicio que aquí comienza, en realidad, trata de destilar las ideas de muchas lecturas e investigaciones que vengo realizando años atrás. He optado deliberadamente por el registro ensayístico, tratando de hacer emerger las diferentes variables que coincidieron en aquel año bisagra. Por tanto, esta obra es deudora del trabajo de buena parte de los autores que han venido estudiando el periodo —a muchos de los cuales los cito explícitamente en el texto—, así como de los trabajos de investigación sobre la época que he realizado yo mismo.

Si he de manifestar mi deuda con los que me precedieron en el estudio de lo aquí tratado, en el capítulo de agradecimientos hay algunas personas a las que debo rendir mi pública gratitud. En primer lugar, a mi buen amigo el profesor José Antonio Montero, quien ha tenido no solo la paciencia de leer el manuscrito de esta obra —los errores que pueda contener son responsabilidad exclusivamente mía, sus sugerencias solo han mejorado mi texto inicial—, sino que, además, con una conmovedora generosidad me ha brindado su casa en los momentos de la redacción final del libro.

A José Juan Toharia y Susana Arbas, a quienes dedico el libro, agradezco de corazón que me hayan empujado a escribirlo. No es exagerado afirmar que su entusiasmo al contarles mis diferentes ideas —tanto en cuanto a lo tratado como en la estructura que he dado al libro— es el que me decidió finalmente a ponerme manos a la obra. Siempre guardaré en mi corazón las incitantes sobremesas con todos los amigos de Metroscopia —José Pablo Ferrándiz, Silvia Bravo, Violeta Assiego, Alonso Martínez Arbas muy especialmente—.

En mi círculo íntimo, quiero dedicar un recuerdo especial a mi amigo Gregorio Marañón y Bertrán de Lis, tan importante en mi vida por tantas cosas. Su entusiasmo con todas mis iniciativas, así como su entrañable cercanía y apoyo en los momentos más complicados y decisivos, han sido, como siempre, determinantes.

A mi maestro Juan Pablo Fusi, a quien debo tanto y con quien comparto tantas aventuras intelectuales, agradezco que me haya transmitido la ambición de tratar de transgredir las fronteras disciplinares que, a veces, los historiadores nos autoimponemos y que, en muchos casos, impiden comprender en toda su extensión la complejidad de la historia. Junto a él he trabajado a lo largo de todos estos años en el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid, donde he encontrado excelentes compañeros y amigos, de los que siempre he obtenido atinadas sugerencias para mejorar mi modo de hacer y comprender la historia.

También han sido esenciales en esta temporada los buenos amigos con los que he coincidido en mi etapa en el Instituto Universitario de Investigación José Ortega y Gasset. Muy especialmente, su director, Fernando Vallespín, su secretario general, Alfredo Pérez de Armiñán, y su jefe de estudios, Iván Rodríguez Lozano, amigos con quienes he compartido el quehacer cotidiano y cuya profesionalidad me ha resultado en tantas cosas ejemplar. Quiero hacer mención expresa también a mi cercanísima colaboradora y amiga Carmen Ibáñez Ulargui, que me ha ayudado con cuestiones documentales, así como a Javier Tusell (jr.) y los profesores José Lasaga y Margarita Márquez. Igualmente deseo agradecer a la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón, en la persona de su presidente, José Varela Ortega, y de sus patronos, su interés y apoyo a mi trabajo.

Es de justicia hacer explícita mi gratitud a cuantas personas han trabajado en esta cuidada edición de la editorial Taurus. Muy especialmente a Inés Vergara y a Gerardo Marín Martín, quienes acogieron con el mayor entusiasmo el proyecto desde el primer momento y cuya generosa paciencia y delicada insistencia han hecho posible este libro. También a Carolina Reoyo González y a todas las personas que han trabajado en esta esmerada edición.

Mis familiares y amigos, como siempre, han apoyado y seguido mi trabajo animándome en los momentos en que no terminaban de salir las cosas. La ayuda y aliento de mis padres y hermanas, Leonor e Irene, así como de Ignacio De Ribera Sánchez y de Lucía Martín Gutiérrez de Cabiedes, han sido fundamentales a lo largo de todo este tiempo. Gran apoyo ha sido el tándem Manuel López Quero y Cristina Ochotorena, con su amistad y consejo. Siempre conmigo han estado Nacho Díaz Arévalo, Manuel Martínez Neira, Jorge Palazuelos Molinero y Manuel Yebenes Marull. A ellos todo mi agradecimiento.

No tengo palabras para describir la generosidad de mi maravillosa mujer, Lucía, que ha procurado que encontrara el sosiego suficiente para escribir este libro. En la portada aparece mi nombre, pero ello es en buena medida injusto, porque nunca estaría hoy este libro entre sus manos, querido lector, de no ser por su estímulo, ayuda y concurso. Toda mi gratitud también para mis hijos, Antonio, Asís, Ignacio y Nicolás, que inundan de alegría cada día nuestro hogar y hacen de nuestra vida una realidad plena y feliz.

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