Mayo del 68

André Glucksmann

Fragmento

Diez años después

DIEZ AÑOS DESPUÉS

Nos guste o no, todos somos hijos del 68. Y como todos los hijos, tenemos el derecho, incluso el deber, de cuestionar el legado recibido, de elegir lo que queremos hacer con él, de decidir con qué nos quedamos y qué rechazamos. Sin jugar a ser guardianes de museo. Ni cazadores de brujas.

Hace más de diez años, cuando surgió la idea de este libro a dos voces, una gran ofensiva reaccionaria pretendía convertir el «bonito mes de mayo» en la madre de todas las catástrofes. Como si todo lo que no funcionaba en nuestras sociedades occidentales tuviera su origen en él: la crisis de la autoridad, el desmoronamiento de las estructuras colectivas tradicionales, la pérdida de los puntos de referencia identitarios, la afirmación del individualismo, el poco respeto de los alumnos por sus profesores y de los hijos por sus padres, los errores de la democracia representativa... El 68 se había convertido en el coco al que apelaba la nueva derecha europea para desacreditar toda forma de progresismo y asentar su supremacía en un ámbito metapolítico que la izquierda intelectual, áfona y átona, había abandonado hacía mucho tiempo. Para nosotros se trataba de responder a esa ofensiva.

Lo que pretendíamos, tanto el uno como el otro, no era salvar un icono ni enderezar un tótem, sino entender lo que seguía interpelándonos de aquel famoso «espíritu del mayo». Teniendo en cuenta el tiempo transcurrido y los intereses de nuestras respectivas generaciones. Negar el patriarcado, rechazar la mentalidad pueblerina, transgredir polvorientos tabús morales y emanciparnos de dogmas marxistas-leninistas o conservadores son rupturas que nos hicieron infinitamente más libres. Y la cantinela del «Antes era mejor» nos parecía a los dos tan tonta como peligrosa. Estaréis de acuerdo con nosotros en que resulta bastante pasmoso ver que jóvenes franceses añoran en 2018 una época en la que las chicas abortaban en los lavabos del instituto y la policía lanzaba al Sena a los árabes.

Siento la necesidad, tanto hoy como hace diez años, de defender los derechos y las libertades que nos legó el 68, de repetir hasta qué punto es preferible vivir en una sociedad en la que los homosexuales pueden casarse que en un mundo que los condenaba a esconderse, en un país en el que las mujeres ocupan el espacio público que en una nación que las relegaba a las tareas domésticas, en ciudades en las que conviven colores y culturas que en espacios encerrados en sí mismos y en sus fantasías monocromas... Y sin embargo, aún más que hace diez años, siento la necesidad de cuestionar ese legado. Aunque no dejo de hacerme preguntas y este libro debería poder seguir enriqueciéndose, escribiéndose, mi padre ya no está aquí para dialogar conmigo. Por lo tanto, sigo discutiendo en solitario de lo que nos une y de lo que nos diferencia.

Su generación tuvo razón, su labor histórica consistió en destruir los viejos mitos nacionalistas o comunistas que encerraban las consciencias y los pensamientos, en romper las antiguas reglas que obstaculizaban los cuerpos y los deseos. Pero cuando deconstruimos un mito, ¿no debemos después escribir un relato común? Cuando pulverizamos un yugo, ¿no debemos a continuación refundar estructuras colectivas en las que inscribir de nuevo nuestras individualidades emancipadas? No lo hicieron. Y nosotros, los hijos del 68, nacimos en una especie de vacío. Sentimos una carencia, y esa carencia es lo que no dejo de analizar para que no nos engulla. Para que no nos lleve a rechazar nuestras libertades por miedo a la soledad.

No se trata de quejarse ni de repartir culpas. Sería inútil e injusto. Se trata simplemente de entender que no partimos del mismo lugar, que no hablamos desde el mismo lugar. Nuestros padres nacieron en un mundo saturado de sentido, de dogmas, de memoria y de historia. Por lo tanto, para poder respirar tenían que trabajar sin descanso en la emancipación de los individuos, en afirmar los derechos del presente. Su papel fue romper cadenas.

Pero nosotros vivimos en un universo sin ideología, casi sin sentido y sin sustancia, sumido en la inmediatez. Privado de horizonte común en el que recolocar nuestras libertades actuales. Y por lo tanto, para que también nosotros respiremos, tenemos que trabajar para volver a inscribir a los individuos en perspectivas colectivas, el instante en el tiempo a largo plazo. Ya no solo romper cadenas, sino volver a enlazarlas.

Nuestros caminos divergen porque, aunque queremos lo mismo (una vida justa y libre en una sociedad en la que se pueda respirar), avanzamos desde dos puntos diferentes, incluso opuestos. Hacia dos destinos distintos. Aunque nos mueva el mismo interés humanista. Hoy lo siento con más fuerza aún que hace diez años. La crisis política, social y filosófica en la que se empantanan las democracias liberales me ha hecho reflexionar, evolucionar y cambiar. El Mayo del 68 permitió enormes progresos a cada uno de nosotros, en cuanto individuos. Los progresos de mañana serán más colectivos que individuales, y tendrán más que ver con el ciudadano que con el hombre. Están por inventar.

Recibimos el legado de la libertad. Nos corresponde a nosotros hacer de ella algo más que la búsqueda frenética del bienestar personal.

RAPHAËL GLUCKSMANN

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Este libro nació el 29 de abril de 2007, en el polideportivo de Bercy. Durante el último mitin electoral de Nicolas Sarkozy surgió el fantasma de un pasado que creíamos enterrado, al estilo de los crímenes olvidados de la serie Cold Case(1): cuarenta años después, el caso 68 se ha reabierto con estrépito y se impone como la última escisión de las presidenciales.

Sin embargo, Francia y el mundo han cambiado mucho desde los famosos «sucesos de Mayo». El gaullismo y el comunismo ya no dominan el pensamiento ni la escena política, cayeron el Muro de Berlín y las Torres Gemelas de Manhattan, se acabó la guerra fría y las guerras calientes del poscomunismo tomaron el relevo, un terrorismo nihilista amenaza por todas partes, el sida golpea el planeta, la Europa democrática se ha reunificado en parte, dos genocidios —en Camboya y Ruanda— han venido a engrosar las cuentas de una humanidad incorregible, el euro ha sustituido al franco, la izquierda tomó el poder y después lo perdió, los antiguos revolucionarios se han sosegado, la interrupción voluntaria del embarazo, la píldora abortiva y el pacto civil de solidaridad(2) son logros hoy ya consensuados... El siglo XX ha muerto, un nuevo mi

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