3 de julio de 1898

Tomás Pérez Vejo

Fragmento

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INTRODUCCIÓN

 

 

 

 

En la historia de cualquier país pocos son los años convertidos en sujeto histórico. El 98 español es uno de ellos. Basta enunciarlo, sin necesidad de precisar el siglo, para saber que se está hablando de 1898, no de 1998 o de 1798. Es el año del Desastre y el que da nombre a uno de los movimientos literarios más influyentes de la vida intelectual española de los dos últimos siglos: la generación del 98, la de Pío Baroja, Azorín, Ramiro de Maeztu, Ángel Ganivet, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Ramón María del Valle-Inclán…

Ese año marca para la historia de España el fin, adelantado, de un siglo XIX corto, que terminó antes y empezó más tarde. (En el devenir de las comunidades humanas, los siglos no siempre duran cien años ni empiezan el 00 y terminan el 99.) El siglo XIX español no comenzó en 1800 sino en 1808, con la invasión napoleónica, inicio de la crisis que llevaría a la desaparición de la monarquía católica y su sustitución por un nuevo tipo de organización política, el actual Estado nación español, proceso que no concluyó hasta la muerte de Fernando VII en 1833. Tampoco terminó en 1899 sino un año antes; si en el resto de Europa el siglo XX empezó con la Primera Guerra Mundial, en España lo hizo con la guerra de Cuba.

Ambos, inicio y final, estuvieron marcados sobre todo por las pérdidas territoriales ultramarinas: el inicio, con las de los territorios continentales americanos, desde el cabo de Hornos hasta el sudeste del actual Estados Unidos; el final, con las del rosario de islas que, desde el Caribe (Cuba y Puerto Rico) hasta el Sudeste Asiático (Filipinas), pasando por el Pacífico (las Palaos, las Marianas y las Carolinas), constituían lo que se conocía como los «últimos jirones del imperio».

El 98 español tiene, desde esta perspectiva, un claro sentido de final de época, de fin del imperio ultramarino, y, en un enfoque más amplio, del siglo XIX español en su conjunto, y así es como ha sido visto y estudiado de manera general. El punto de partida de este libro es ligeramente diferente, ya que no considera que la pérdida de las últimas colonias ultramarinas constituya el final del proceso iniciado con las independencias americanas a principios del siglo XIX, sino algo cualitativamente distinto que poco o nada tiene que ver con lo ocurrido menos de cien años antes. Presta más atención al componente de inicio del siglo XX que al de final del XIX —aunque es obvio que fue tanto lo uno como lo otro—, y privilegia la búsqueda de algunas de las claves que marcarán la historia del siglo XX español.

La afirmación de que en 1898 España perdió los últimos jirones de su imperio es sólo una verdad a medias, o una media mentira. Es cierto que perdió lo que le quedaba de las posesiones ultramarinas de la antigua monarquía católica —estructura política que no debe confundirse con el Estado nación español contemporáneo—, pero éstas no eran ni representaban ya nada de lo que habían sido y representado como partes de una organización política en la que la distinción entre metrópoli y colonias carecía en gran parte de sentido. Se trataba de unos territorios que, económica, jurídica y hasta ideológicamente, no habían sido colonias de España hasta después de la crisis imperial de comienzos del siglo XIX.

No parece arriesgado afirmar que en 1898 España no perdió los últimos restos de su imperio colonial, sino las únicas colonias ultramarinas que en realidad tuvo. Fue el fin de una época, pero no de la iniciada con el descubrimiento de América, sino con la crisis imperial de principios del siglo XIX y la conversión, por parte del nuevo Estado nación español, de los territorios ultramarinos heredados de la vieja monarquía en las colonias que con esta última no habían sido. El proceso tuvo bastante éxito sobre todo en el caso de Cuba, un territorio marginal para la economía de la monarquía, cuyo interés había sido durante tres siglos casi exclusivamente geopolítico, como centro de las comunicaciones entre sus reinos europeos y americanos, que pasó a convertirse en una de las colonias más ricas y rentables de las muchas que durante ese siglo los europeos tuvieron a lo largo y ancho del planeta.

Más relevante todavía es el segundo aspecto, el de considerar 1898 no tanto el fin del siglo XIX como el principio del XX y, de resultas de ello, la causa y origen de muchos de los grandes problemas de una centuria particularmente dramática en la historia contemporánea española, incluida la Guerra Civil de 1936-1939. Fenómenos como el aislamiento y la irrelevancia internacional de España, el nunca resuelto problema de los nacionalismos periféricos, la polarización política, el déficit de infraestructuras públicas, la pervivencia del militarismo, el desastroso imperialismo español en el norte de África y, de manera general, España como problema, que recorrerá como un fantasma la vida del país hasta prácticamente nuestros días, tienen algunas de sus claves en la ya lejana batalla que tuvo lugar la mañana del 3 de julio de 1898 en la bahía de Santiago de Cuba, un lugar hoy desconocido para la mayoría de los españoles.

Lo que este libro se propone es analizar lo ocurrido esa mañana no como el fin de una época, sino como el inicio de otra; como el primer día del siglo XX y no el último del XIX, uno de los días que dieron forma a la España contemporánea.

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