17 de diciembre de 1927

José-Carlos Mainer

Fragmento

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PRÓLOGO

 

 

 

 

La mayoría abrumadora de los siete días «que construyeron la historia de España» (y entre los que figura nuestro 17 de diciembre de 1927) están marcados por el signo de la violencia, lo que, por supuesto, no es ni un requisito de memorabilidad ni un rasgo dominante en la vida de nuestro país. Pero sí parece ser una indeseable partera que acompaña a menudo las encrucijadas históricas complejas; unas veces para entenebrecer la situación, como en 1936 o 2004, y otras para acelerarla hacia el porvenir, como sucedió en 1898 o en 1973. La excepción a la regla se confirma en esta colección, tanto en el volumen dedicado al annus mirabilis de 1992 como en este que trata de 1927 y que ha elegido como emblema la indiscutible maestría de artistas y escritores españoles del siglo pasado, que se dieron a conocer entre 1900 y 1930 (y que tienen como fondo una dictadura militar sin mucho porvenir político y bastante tolerante con sus súbditos).

Al comienzo del capítulo tercero y al final del quinto y último de este libro, se transcriben sendos jugosos textos de dos grandes autores, entonces todavía muy jóvenes: uno de Jorge Guillén en 1921 (cuando tenía veintiocho años) y otro de Francisco Ayala en 1931 (cuando tenía veinticinco). Ambos dibujaron con tanto aplomo como gracejo la impresión que tuvieron de los dos límites temporales que aquí he querido utilizar como marco de la acción: el final de la Primera Guerra Mundial, tras la que nada podía ser tan plácido y seguro como antes, y el inicio de los años treinta, que traía el eclipse de la insolencia vanguardista y de la frivolidad divertida, y que no sobrevivieron ni a la crisis económica de 1929 ni a la presión de los totalitarismos emergentes.

Casi al final de aquel paréntesis, el 16 y el 17 de diciembre de 1927 el Ateneo de Sevilla invitó a un selecto grupo de escritores españoles a celebrarse a sí mismos, a la vez que festejaban el final del centenario del poeta barroco Luis de Góngora, a cuyo brillo casi todos ellos venían contribuyendo desde la primavera de 1926. Con ese obligado punto de paso, me he propuesto contar los caminos que los llevaron a esa fecha y algunos apuntes de lo que siguió después. Son notas de historia cultural que no olvidan tampoco el compás de espera de la vida política, sembrada de dictaduras en Europa, de hipócritas proclamaciones internacionalistas y de llamadas al orden: al orden fascista que se reclamará en Italia y Alemania, pero también al ordine nuovo que solicita el comunista italiano Antonio Gramsci. Los cambios estéticos empezaron a germinar entre 1900 y 1914 y, tras la guerra, se transformaron en la creatividad convulsa de los roaring twenties, que (como veremos) incluyeron también un rappel à l’ordre, que corrió por cuenta de Jean Cocteau. Con ese fondo estimulante, avanzó mucho la «profesionalización» de la vida intelectual, artística y literaria española, en el marco de una sociedad en expansión. Se produjo el bienvenido reencuentro de las letras españolas e hispanoamericanas, tras años de recelo mutuo, y también la progresiva adaptación de la cultura nacional a su contexto europeo, sin que se perdiera de vista el empeño de articular una noción de lo propio menos bombástica y cejijunta de lo habitual.

Este libro pretende contar esa historia centrándola en algunos personajes, en algunos encuentros importantes (y no sólo en el de Sevilla), en la presencia vivaz de hechos, modas o noticias que comentaron todos, en alguna trifulca reveladora que fue pasto de tertulias y también en algún recuerdo colectivo que se hizo nostalgia años después. Deliberadamente, no se habla aquí de la «generación del 27» (aunque su lenta y difusa revelación esté un peu partout: es un marbete que tiene más de memoria histórica que de historia), ni de «la Edad de Plata» (término todavía novedoso como referente onomástico… y siempre impreciso), porque pretende narrar (que es reordenar mejor) más que clasificar (que siempre tiene algo de embalsamar).

A fin de cuentas, las páginas de este libro tienen bastante que ver con la contemplación de una vieja fotografía de aquel día decembrino en el que ya estaba implícito y bullente casi todo… Pero por ellas planea también muy a menudo mi lejano recuerdo de aquel curso preuniversitario de 1960-1961 (centenario del nacimiento de Góngora), cuando el Ministerio de Educación Nacional decidió que la asignatura de Literatura se dedicaría a «Góngora y el Polifemo» (como la de Filosofía se consagró a algo tan sospechoso como «La libertad» y la de Geografía a un tema tan costista como «Hidrología de España»); eran paradojas del franquismo pero que lograron que me aprendiera de memoria casi todas las octavas polifémicas y que a mis dieciséis años supiera de un alegre homenaje que en 1927 se había tributado al gran poeta barroco.

A Jordi Canal, director de la colección, le debo (y le agradezco vivamente) haberme invitado a realizar ese grato viaje al pasado.

 

Zaragoza (y Azlor),

junio de 2019

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