El tamaño de una bolsa

John Berger

Fragmento

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El techo del dormitorio está pintado de azul pálido. De los dos grandes ganchos oxidados que sobresalen de las vigas colgaba los chorizos y los jamones el campesino que habitó la casa en tiempos. Esta es la habitación en la que estoy escribiendo. Por la ventana se ven unos ciruelos viejos cuyos frutos empiezan a tener un intenso azul oscuro y, detrás, la colina más cercana, la primera estribación de las montañas.

Temprano esta mañana, cuando todavía no me había levantado, entró una golondrina, dio una vuelta al cuarto, se dio cuenta de su error y volvió a salir por la ventana; sobrevoló los ciruelos y se posó en el cable del teléfono. Cuento este pequeño incidente porque me parece que guarda cierto paralelismo con las fotografías de Pentti Sammallahti. Estas también son infrecuentes, como la golondrina en el dormitorio.

Hace dos años que tengo estas fotos en casa. Las saco muchas veces de la carpeta donde las guardo y se las enseño a los amigos que pasan. Primero se quedan boquiabiertos y luego las observan detenidamente, sonriendo. Miran los lugares fotografiados durante mucho más tiempo del que es normal mirar una fotografía. A veces me preguntan si conozco a Pentti Sammallahti personalmente. O en qué parte de Rusia fueron tomadas. Cuándo. Nunca intentan dar palabras al evidente placer que les producen. Se limitan a contemplarlas y a recordar. ¿Qué recuerdan?

En todas las imágenes hay un perro, por lo menos. De esto no hay duda, y podría ser un truco sin más. Pero, en realidad, los perros están ahí para darnos la llave que abre la puerta. No, no la puerta; la cancela de un jardín, pues en ellas todo está fuera, fuera y más allá.

También observo que todas las fotos tienen una luz especial, una luz determinada por el momento del día o la estación. E, invariablemente, es la luz en la que están al acecho las figuras; al acecho de animales, de nombres olvidados, de un sendero de vuelta a casa, del nuevo día, del sueño, del siguiente camión, de la primavera. Es una luz en la que no hay permanencia; la luz de lo que no dura más que un vistazo. Esta luz es otra llave que también abre la cancela.

Las fotos fueron tomadas con una cámara panorámica, de las que se usan normalmente en los estudios geológicos. El gran angular no es aquí importante solo por razones estéticas, sino también, como en el caso de la geología, por razones científicas, relacionadas con la observación. Una lente de menor angular no hubiera captado lo que veo yo ahora, de modo que habría permanecido invisible. ¿Qué veo?

En la vida diaria realizamos un intercambio constante con la inmensa serie de apariencias que nos rodean: a veces son muy conocidas; a veces son inesperadas y nuevas, pero siempre nos confirman en nuestras vidas. Y, aunque sean inquietantes, no dejan de hacerlo: la visión de una casa en llamas, por ejemplo, o la de un hombre acercándose a nosotros con un cuchillo entre los dientes, no deja de recordarnos (perentoriamente) nuestra vida y su importancia. Lo que vemos habitualmente nos confirma.

Pero puede suceder que, de pronto, inesperadamente, y con mucha frecuencia en la media luz de las miradas furtivas, columbremos otro orden visible que se cruza con el nuestro y no tiene nada que ver con él.

La velocidad de una película de cine es de 25 fotogramas por segundo. Dios sabe cuántos fotogramas se suceden en nuestra percepción diaria. Pero es como si, en los breves momentos de los que hablo, de pronto, para nuestro desconcierto, fuéramos capaces de ver entre dos fotogramas y nos topáramos con algo que no estaba destinado a nosotros. Puede que estuviera destinado a las aves nocturnas, a los renos, a los hurones, a las anguilas, a las ballenas…

El orden visible al que estamos acostumbrados no es el único: coexiste con otros. Los cuentos de hadas, de fantasmas y de ogros eran un intento humano de reconciliarse con esta coexistencia. Los cazadores siempre lo tienen en cuenta, y por eso son capaces de leer signos que nosotros no vemos. Los niños lo perciben intuitivamente, porque les gusta esconderse detrás de las cosas, y desde allí descubren los intersticios existentes entre las diferentes gamas de lo visible.

Los perros, con sus rápidas patas, su aguzado olfato y su desarrollada memoria para los ruidos, son por naturaleza expertos en las fronteras entre los diferentes órdenes visibles, expertos conocedores de estos intersticios. Sus ojos, cuyo mensaje suele confundirnos porque es urgente y mudo, están adaptados tanto al orden humano como a los otros órdenes visibles. Por eso, tal vez, en tantas ocasiones y por tantas razones distintas, adiestramos a los perros como guías.

Probablemente fue un perro el que guio al gran fotógrafo finés hasta el momento y el lugar en los que tomó estas fotografías. En todas ellas, el orden humano está siempre a la vista, pero ha dejado de ocupar un lugar central y se aleja sigilosamente. Los intersticios están abiertos.

El resultado es inquietante: hay más soledad, más dolor, más abandono. Pero, al mismo tiempo, hay una expectación que yo no he vuelto a experimentar desde la infancia, desde que hablaba con los perros, escuchaba sus secretos y me los guardaba para mí.

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2. Algunos pasos hacia una pequeña teoría de lo visible

(para Yves)

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Cuando recito el padrenuestro —«Padre nuestro, que estás en el cielo…»—, me imagino ese cielo como algo invisible, inaccesible, pero íntimo y cercano. No tiene nada de barroco: ni espacios espirales infinitos, ni escorzos apabullantes. Para encontrarlo —si a uno le fuera concedida la gracia—, bastaría con levantar de la mesa algo tan pequeño, tan cotidiano, como una piedrecita o un salero. Tal vez Cellini lo sabía.

«Venga a nosotros tu reino…»: la diferencia entre cielo y tierra es infinita, pero la distancia es mínima. Simone Weil escribió algo sobre esto: «Nuestro deseo atraviesa aquí el tiempo para encontrar tras él la eternidad, y esto ocurre siempre que sabemos convertir lo que sucede, sea lo que fuere, en un objeto de deseo».

Estas palabras se podrían aplicar también al arte de pintar.

Hoy abundan las imágenes. Nunca se habían representado y mirado tantas cosas. Continuamente estamos entreviendo el otro lado del planeta o el otro lado de la Luna. Las apariencias son registradas y transmitidas, rápidas como el rayo.

Pero esto ha veni

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