Camas y famas

Daniel Samper Pizano

Fragmento

Novios obvios

Las listas tradicionales de amantes famosos se dividen en dos. Unas cuentan las historias de personajes procedentes de la fábula, el folclor, el mito o la literatura, como Adán y Eva, Orfeo y Eurídice, Helena y Paris, Calixto y Melibea, Romeo y Julieta o Efraín y María. Como autor de este libro, esas no me interesan.

Forman parte de la lista número dos las figuras que tuvieron existencia real, como Cleopatra y Marco Antonio, Nerón y Popea, Abelardo y Eloísa, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, Enrique VIII y sus seis mujeres, Napoleón y Josefina, Simón Bolívar y Manuelita Sáenz, Sissi de Baviera y el emperador Francisco José, George Sand y Federico Chopin, Eduardo VIII y Wallis Simpson, Frida Kahlo y Diego Rivera, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, John Lennon y Yoko Ono, incluso Gerard Piqué y Shakira…

Pero estas tampoco me interesan.

Primero, porque son demasiado conocidas. Segundo, porque Hollywood y la prensa del corazón se han encargado de embellecerlas con falsedades o corromperlas con oropeles. Y, tercero, porque suelen ser muy juiciosas, muy rectilíneas, muy bipolares. Nunca un trío, nunca un cuarteto, rara vez un amor eterno entre homosexuales… En ese sentido, muy poco realistas.

El libro que el lector tiene en sus manos se ocupa de amores verídicos, pero raros, extraños. Algunos son relativamente conocidos. La mayoría, sin embargo, corresponden a episodios escandalosos que la historia oficial procura ocultar o que nadie se ha interesado en poner sobre la mesa porque su pesquisa resulta difícil. Habrá sorpresas. Es sabido que el escritor irlandés Oscar Wilde tuvo un famoso enamorado de su mismo sexo, lo que contribuyó a hacer del poeta un ícono gay. Lo que poco se ha divulgado es que no se trataba de un amante homosexual sino de dos, uno de ellos leal y generoso con Wilde y el otro perverso y aprovechado. También se omite el papel solidario y noble de la mujer del escritor. Estamos ante un cuarteto de esquinas imperfectas que podrá conocer el lector en estas páginas.

Se conoce, así mismo, que Catalina la Grande fue tan ancha de prestigio como de cama. Fascinante mujer, raros amores. ¿Cuántos amantes pasaron por su alcoba? Las listas más escépticas empiezan en tres y las más disparatadas llegan a cincuenta. En el capítulo correspondiente procuro establecer cifras realistas y aclarar si es verdad o mentira que la emperatriz se acostó con el prócer suramericano Francisco Miranda. Lo sabrán más adelante, pero mi consejo es que vayan arriando la bandera tricolor.

El mosaico que ofrecen las siguientes páginas recoge grandes amores. Grandes, pero extraños. Algunos parecían destinados a terminar pronto y mal y acabaron tarde y bien. En otros interactúan varios participantes. Hasta cuatro. Y veremos a uno enamorado irremediablemente de sí mismo.

Soy el primero en lamentar que, en vez de diez historias insólitas de amor, el espacio no hubiese permitido escoger veinte o treinta. Muchas quedan en la lista de espera, como la de la dos veces Premio Nobel Marie Curie y Pierre Langevin, su amante casado; o la emperatriz china Cixí; o Karl Marx, Jenny de Westfalia y el ama de llaves de la familia; o el zar Nicolás II y la bailarina más fea de Rusia; o Lucrecia Borgia y sus amores escandalosos y de los otros; o Winston Churchill y la mujer que lo amansaba en casa; o el poeta nicaragüense Rubén Darío y la campesina española Francisca Sánchez. A lo mejor todos ellos tendrán esa segunda oportunidad que Gabriel García Márquez negó a los Buendía.

Las historias escogidas abarcan una treintena de personajes. El más antiguo es el sultán turco Solimán el Magnífico, nacido en 1494, por los tiempos del descubrimiento de América. El más reciente es el futbolista Zlatan Ibrahimovic, de la cosecha de 1981. Es, también, el único vivo. Se trata, pues, de una antología de camas y famas que se extiende por más de medio milenio. He procurado no solo relatar detalles interesantes sobre estas curiosas relaciones amorosas, sino también ofrecer un fresco general de su época y sus costumbres. En este sentido, el telón de fondo es la historia política y cultural de una docena de países. La dificultad de documentar verazmente la intimidad de las personas tiende a hacerse más pertinaz a medida que nos alejamos de ellos en el tiempo. Por eso he descartado varias extrañas y antiguas aventuras del corazón que probablemente deben más al chisme sin fundamento que a la realidad. Gracias a la imprenta y al avance de los archivos, los datos sobre los últimos cinco siglos resultan mucho más acreditables que los de épocas remotas.

La selección de amores y enamorados no contemplaba más requisitos que su condición curiosa o insólita y que los protagonistas fueran personajes famosos, o relativamente tal. Sin embargo, al terminar el texto me di cuenta de que habían emergido algunas tendencias inesperadas dignas de mencionarse. Por ejemplo, todos los participantes eran individuos de fuerte carácter individual y todos alcanzaban con sus compañeros de aventura romántica pactos expresos o tácitos de entendimientos y, al mismo tiempo, de respeto a su libertad. La edad de no pocas de las mujeres era mayor a veces mucho mayor— que la de sus parejas. Y, algo llamativo, las señoras que desfilan por estas páginas rara vez se destacaron por su belleza. De Catalina la Grande dijo Giacomo Casanova que “aunque no era bella, estaba segura de gustar por su dulzura, su afabilidad y su inteligencia”. Todos los biógrafos de Soledad Román coinciden en señalar, benévolamente, que “no era una mujer de belleza excepcional”. Los retratos de la condesa Hanska la revelan como interesante pero no muy hermosa. Virginia Woolf se consideraba a sí misma “fea y poco elegante”. Y Violeta Parra se definía como “un espanto”. En el capítulo de Catalina la Grande aparece una posible explicación de este fenómeno.

Una palabra final. El subtítulo del libro se permite recordarnos en qué clase de mundo vivimos: injusto, ingrato, difícil, incomprensible, sorprendente, dichoso… Hace un tiempo publiqué una Breve historia de este puto mundo cuyo éxito me hizo ver que somos muchos los que observamos este planeta con escepticismo e incluso con cierta aprensión, pero nos defendemos de los peligros y domesticamos los temores gracias al indispensable blindaje del humor.

Los amores que recojo en estas páginas solo podrían darse en un mundo como este.

Daniel Samper Pizano

Lo que
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un diván

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