La nueve

Evelyn Mesquida

Fragmento

nueve-2

Contenido

Albert Camus y los republicanos españoles

La liberación de París

Prólogo

Primer encuentro

Introducción

PRIMERA PARTE: Paisaje de guerra y hombres

Antonio Machado

Dos soldados «libres»

La Nueve

Hacia París y Berschtesgaden

SEGUNDA PARTE: Paisaje de hombres en guerra

Germán Arrúe

Rafael Gómez

Daniel Hernández

Manuel Lozano

Fermín Pujol

Luis Royo

Faustino Solana

Manuel Fernández

Víctor Lantes

Amado Granell

José Hernández

Epílogo

Semblanzas

Agradecimientos

Bibliografía

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Albert Camus y los republicanos españoles

De ascendencia española por parte de su madre —nacida Catherine Sintés—, Albert Camus siempre llevó a España en el corazón. A lo largo de toda su vida, no cesó de defender la causa de los republicanos españoles y de prestar apoyo a los libertarios ibéricos.

Inicialmente crítico con toda forma de violencia, Camus evolucionó cuando, a partir de 1940, se vio confrontado a la ocupación nazi. Convertido en resistente en el seno del movimiento Combat, llegó a la conclusión de que era necesaria una contraviolencia. Lo enunciará claramente más tarde, en 1951, en El hombre rebelde: «La no violencia absoluta fundamenta negativamente la servidumbre y las violencias.»

Numerosos combatientes de La Nueve conocieron un proceso idéntico al suyo: más bien pacifistas, tomaron las armas para defender la República española contra Franco; vencidos en 1939, cruzaron el Mediterráneo y acabaron por enrolarse en los ejércitos de la Francia libre. Es a ellos, a los republicanos españoles reunidos en la Novena compañía (La Nueve) de la Segunda DB, a quienes el general Leclerc elegirá para ser los primeros en entrar en París la tarde del 24 de agosto de 1944, con una misión precisa: transformar en liberación la insurrección que los resistentes parisinos habían lanzado.

La entrada en París se vio precedida, esa misma mañana del 24 de agosto, por las palabras confiadas y alentadoras de Albert Camus. Redactor jefe del periódico Combat, escribió en su editorial: «[París] brilla con todo su esplendor con la esperanza y el dolor, posee la llama del valor lúcido y todo el resplandor no solo de la liberación, sino también de la libertad cercana.»

Camus reincide en la edición de Combat del 25 de agosto y se inclina ante los hombres que «se alzaron entre las ruinas y la desesperación y afirmaron con tranquilidad que nada estaba perdido», y deja que estalle su alegría: «Mientras las balas de la libertad siguen silbando en la ciudad, los cañones de la liberación franquean las puertas de París, entre aclamaciones y flores.»

En el momento en que La Nueve se disponía a entrar en París fue cuando lanzó esta frase definitiva sobre el papel: «Esta noche bien vale un mundo, es la noche de la verdad.»

En nombre de la verdad y de la justicia, en nombre del reconocimiento debido a los republicanos españoles, Camus afirmará el 5 de octubre de 1944, de nuevo en Combat: «Nuestra lucha es la suya y […] no podremos sentirnos ni dichosos ni libres mientras España siga esclavizada y martirizada.»

EL EDITOR
(de la edición francesa,
de Cherche Midi)

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La liberación de París

La sangre de la libertad1

París hace fuego con todas sus balas en la noche de agosto. En este inmenso decorado de piedras y aguas, alrededor de este río de ondas cargadas de historia, las barricadas de la libertad, una vez más, se han alzado. Una vez más, la justicia ha de comprarse con la sangre de los hombres.

Conocemos muy bien este combate, estamos demasiado metidos en él con la carne y el corazón para no aceptar, sin amargura, esa terrible condición. Mas asimismo conocemos muy bien su envite, y su verdad, para rechazar el difícil destino con el que debemos cargar nosotros solos.

El tiempo atestiguará que los hombres de Francia no querían matar, y que entraron con las manos puras en una guerra que no habían elegido. Es preciso, pues, que sus razones hayan sido inmensas para hacerles empuñar de pronto los fusiles y disparar sin descanso, en la noche, sobre esos soldados que durante dos años creyeron que la guerra era fácil.

Sí, sus razones son inmensas. Tienen la dimensión de la esperanza y la hondura de la rebelión. Son las razones del porvenir para un país al que se pretendió mantener durante mucho tiempo rumiando morosamente su pasado. París lucha hoy para que Francia pueda hablar mañana. El pueblo está en armas esta noche porque espera una justicia para mañana. Hay quienes van diciendo que no vale la pena y que, con paciencia, la liberación de París se produciría con menos costes. Pero es porque sienten confusamente cuántas cosas están amenazadas por esta insurrección, cosas que seguirían en pie si todo ocurriera de otra forma.

Tiene que quedar muy claro, en cambio: que nadie piense que una libertad, conquistada entre estas convulsiones, tendrá el rostro tranquilo y domesticado que a muchos les place soñar. Este terrible parto es el de una revolución.

No cabe esperar que unos hombres que han luchado cuatro años en silencio y durante días enteros entre el estruendo del cielo y los fusiles consientan que retornen las fuerzas de la dimisión y la injusticia, seal cual sea su forma. No cabe confiar en que ellos, que son los mejores, acepten de nuevo hacer lo que hicieron durante veinticinco años los mejores y los puros, que consistía en amar en silencio a su país y en despreciar en silencio a sus jefes. El París que lucha esta noche quiere mandar mañana. No por el poder, sino por la justicia, no por la política, sino por la moral, no por el dominio de su país, sino por su grandeza.

Nuestra convicción no es que eso llegará, sino que llega hoy, entre el sufrimiento y la obstinación del combate. Y por eso, por encima de la pena de los hombres, a pesar de la sangre y la cólera, los muertos insustituibles, las heridas injustas y las balas ciegas, lo que hay que pronunciar no son palabras de pesar, sino palabras de esperanza, de una terrible esperanza de hombres aislados con su destino.

Este enorme París negro y cálido, con sus dos tempes­tades en el cielo y en las calles, nos parece, para terminar, más iluminado que aquella Ciudad Luz que nos envidiaba el mundo entero. Estalla con todos los fuegos de la esperanza y del dolor, tiene la llama del valor lúcido, y todo el resplandor no sólo de la liberación, sino de la inminente libertad.

La noche de la verdad2

Mientras las balas de la libertad silban todavía en la ciudad, los caño

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