El crujido de las clavijas ajustadas por la mano izquierda de Paco de Lucía acompaña el monólogo de Jesús Quintero. Como si fuera un poeta antiguo, con una dicción impostada que le hará famoso, el presentador declama así ante las cámaras de Televisión Española:
Apareció un actor llamado James Dean. No era el mejor de todos, pero sin embargo se convirtió en una leyenda. Aparecieron unos chicos en Liverpool. No eran los mejores músicos, pero de alguna manera revolucionaron el mundo juvenil. Apareció el Cordobés. Los críticos decían que no era buen torero, pero acabó con el cuadro. Y ahora, Paco de Lucía... Paco de Lucía ¿qué es? ¿Es un mito, es una leyenda, es una mentira perfecta? Se han dicho muchas cosas en todo el mundo sobre Paco de Lucía. Recuerdo una crítica que más o menos decía: «Hombres así se dan uno cada siglo». Ha venido a resucitar el fenómeno de un Paganini o de un Liszt.
Es miércoles 25 de febrero de 1976. Suenan aplausos tras el panegírico. Estamos en el programa La hora de... La guitarra de Paco de Lucía.
Quintero y Paco aparecen sentados en dos sofás tipo puf color marrón. Paco rasguea su guitarra y fuma con afán mientras el presentador habla. Hay una mesa baja de cristal con un cenicero redondo de mármol, una licorera con whisky, una hielera, dos vasos de tubo y unas flores rojas. La alfombra que acota la escena tiene un llamativo estampado circular. Paco lleva el pelo largo, una camisa blanca. Quintero, una cazadora de cuero color caramelo. Detrás hay un extraño adorno que simula una especie de estalagmita. Podría ser una lámpara. Algún nostálgico desorientado pagaría mucho dinero por ese artefacto si se lo encontrase hoy en el Rastro.
—¿Eres tan bueno como dicen, o es que abundan los mediocres? —pregunta Quintero sin más prolegómenos.
Paco posa el cigarrillo en el cenicero, mira a su interlocutor y sonríe:
—No me das otra alternativa que la de decir que abundan los mediocres.
—Nos gustaría conocer el paisaje de tu nacimiento —continúa Quintero.
—El paisaje de mi nacimiento está entre dos aguas.
—¿Tú crees que los hombres que nacen junto al mar son distintos a los hombres que nacen tierra adentro?
—El hombre que nace junto al mar tiene una cara así más de galápago... [Risas]. Sí, es más soñador, tiene un sentido de la libertad el hombre que está al lado del mar. Yo no puedo estar sin ir al mar mucho tiempo. Yo necesito esa expansión que te da el mar, ese poder respirar a gusto, a fondo.
Siguen las preguntas y se intercalan actuaciones en directo sobre un escenario gigantesco con forma de guitarra. Para llegar a la boca del instrumento, en el centro de la tarima, hay que avanzar por la pasarela del mástil. Paco cuenta cómo conoció a Camarón y el rostro del cantaor aparece en la pantalla con la seriedad de una cueva. Observa concentrado las manos de Paco, que igualmente metido en sí mismo ataca una bulería. Canta Camarón:
Me lo encontré en el camino
y nos hicimos hermanos,
le invité a que se subiera
a lomos de mi caballo.
Luego se da otra situación hasta entonces nunca vista: un flamenco hablando inglés con un músico indio. El indio es el virtuoso del sitar Ravi Shankar. Paco y él se conocieron en Japón, donde coincidieron después de un concierto. Paco le pregunta si es amigo de The Beatles. Shankar guarda las distancias y responde que solo es amigo de George Harrison, el Beatle que fue a Benarés a aprender con él.
—¿Crees que el flamenco y la música india son similares? —pregunta Paco en inglés.
—Pienso que todas las músicas están relacionadas.
En la escena siguiente, Shankar toca el sitar sentado en una alfombra voladora, cortesía de la pasión futurista por el croma que tenían los realizadores de televisión de la época.
La entrevista está preparada de antemano. De lo contrario, Paco habría caído fulminado por la vergüenza hace rato. Quintero maneja el espacio exacto que va de la palabrería artificiosa a la confesión intimista. Si el silencio de Paco es pudoroso y enigmático, el de Quintero es irónico e intrigante. Rebobinemos la escena unas horas antes de la entrevista. En el taxi, de camino al programa, Paco va sentado detrás con Emilio de Diego. Quintero, en el asiento del copiloto, lee en voz alta las preguntas que va a hacerle un rato después.
—Pero ¿es que tengo que hablar? ¿No puedo salir a tocar y ya está? —protesta Paco.
—Paco, es un programa de televisión hecho para ti. Algo tendrás que decir...
—Ya. ¿Y qué digo?
—Lo que quieras. Tú sígueme a mí. Si te pregunto qué piensas que diría Manuel de Falla, que tuvo que irse a París a estrenar La vida breve, al ver a Paco de Lucía en el Teatro Real...
—Manuel de Falla, sí, y qué.
—Cómo que y qué, Paco, que qué crees tú que diría, que estamos en una entrevista.
—No sé, Manuel de Falla diría: «Qué poca vergüenza tienen estos flamencos que se meten en todos los sitios», ¿no? Me imagino yo.
—Muy bien, ahí lo tienes. Y si te pregunto qué es más importante para ti, la Novena sinfonía de Beethoven o la vida de un pescador de Algeciras...
—Anda, Jesús, es que vaya preguntitas te buscas... Pues diría que para mí es más importante que ese pescador pueda escuchar todas las tardes en su casa la Novena sinfonía. ¿Qué te parece?
—Fantástico, ¿ves? Ya vamos al compás.
Quintero sigue leyendo el cuestionario durante el trayecto. Trata de allanar el terreno a la timidez de Paco.
—¿Prefieres la popularidad o el reconocimiento?
—El reconocimiento.
—¿Hay muchas cosas en tu vida que no se puedan contar?
—Todo lo que no se deba contar.
—Bien ahí, Paco, va mejor el misterio que la certeza... A medida que pasan los días, ¿te sientes más solo?
—Yo añoro la soledad.
—¿Qué es más importante a la hora de tocar la guitarra, la derecha o la izquierda?
Paco se lo piensa. Parece que va a decir algo pero no se arranca. Enciende otro cigarrillo.
—¿Qué digo?
Ante la duda de su amigo, Emilio de Diego interviene:
—Hombre, simplificando mucho, la mano izquierda es la que busca, la inteligente. La mano derecha es la que ejecuta. Eso puedes decir.
—¡Coño, qué bien queda eso!
—Sigo. ¿Qué temes más, la muerte o el ridículo? —continúa Quintero.
—¿Qué digo, Emilio?
—Pues que hay una cosa aún peor que la muerte y que el ridículo, que es una muerte ridícula, como por ejemplo en una guerra.
Parece que algunas de estas respuestas ingeniosas sugeridas por Emilio no fueron del agrado de unos cuantos, que las interpretaron en clave política. Efectivamente, carga de profundidad llevaban, aunque no era la intención ni el estilo de Paco mandar ningún mensaje, ¿o quizá sí? Convertido en «mito y leyenda» por artimaña del brujo Quintero, y en «mentira perfecta» por obsesión propia, sus declaraciones tuvieron una repercusión inesperada.
Meses más tarde, un lunes por la noche, Paco caminaba por la Gran Vía de Madrid con su novia Casilda y su amigo Manolo Nieto. Iban a ver una película en el Cine Avenida. Paco se quedó atrás para comprar la prensa en un quiosco. Un grupo de individuos le reconoció.
—¿Así que los muertos en la Guerra Civil te parecen ridículos? —le amenazó uno de ellos.
Le sujetaron de los brazos y del pelo. Empezaron a darle patadas y puñetazos. Le tiraron al suelo y le pisaron las manos.
—¿No dices que la derecha ejecuta? ¡Pues toma, hijoputa!
Cuando Manolo y otros transeúntes acudieron en su ayuda, los energúmenos salieron corriendo.
—Para mí que he recibido más de lo que se han llevado —dijo Paco con la ironía que aún le quedaba tras el incidente.
Al ser preguntado, un policía de tráfico que andaba por allí se excusó del socorro diciendo que no podía desatender la circulación para mediar en la bronca estando la calle tan concurrida a esas horas.
Dentro del laberinto
La escena siguiente tiene lugar poco más de un año antes de la anterior con Quintero, también en un plató de Televisión Española. Unos bailarines silueteados en color fucsia revolotean en la pantalla. El fondo es un disparate de figuras psicodélicas que dejan al espectador aturdido. La música de orquesta da paso a Mari Carmen y su muñeca parlanchina, Doña Rogelia.
—Señoras y señores, damas y caballeros, mozas y mozos... —anuncia una voz.
—¿Mande? —dice Doña Rogelia.
A las coreografías espasmódicas del Ballet Zoom se unen con un baile discotequero Lola Flores, Tony Leblanc, Fernando Esteso, Emma Cohen, Andrés Pajares, Marujita Díaz... Son algunos de los personajes más populares del momento. Cantan: «La noche es joven, anímate, con tu programa pásalo bien, en tu pantalla encontrarás ¡felicidad!».
El programa ¡Señoras y señores!, dirigido por Valerio Lazarov, empezó a emitirse en color la noche del sábado 16 de noviembre de 1974. En Televisión Española se combinaban los formatos clásicos, de presentaciones tradicionales, con los innovadores, como este de Lazarov, con un uso entusiasta del croma y movimientos frenéticos de las cámaras. Presentan, a la vez que bailan, Ángela Carrasco y María José Cantudo. Van vestidas con un mono de licra púrpura y una especie de quepis circense. ¿Por qué este atuendo y a qué viene esa hipermotivación rítmica? No importa. La felicidad no necesita explicación.
«Si tienen hambre de flamenco, si tienen ganas de guitarra, aquí tenemos a un fenómeno, Paco de Lucía...», cantan Carrasco y Cantudo con el soniquete de la rumba «Entre dos aguas». El citado guitarrista aparece entre las vedetes con traje oscuro, pantalones campanudos, camisa blanca y cara de circunstancias. No sabe qué hacer con los brazos. Alguien le ha aconsejado que los mantenga en un apoyo ficticio y cruce las manos sobre el ángulo del primer botón de la chaqueta. Mueve levemente la cabeza, suspira y dirige una mirada nerviosa hacia arriba. Está incómodo. Es un hombre fuera de lugar dentro de un laberinto. Reconoce esa sensación de bochorno que le atenaza desde que era un niño. Piensa: «Quién me mandará a mí meterme en esto». Se gira a su izquierda y sonríe cortés a Cantudo. Luego hace lo mismo con Carrasco.
Suceden unas cuantas actuaciones de lo más variopintas. Unos irlandeses rubicundos les cantan con banjo y whistle a unas marionetas. La cómica Paloma Hurtado disfrazada de cabaretera dice a ritmo de charlestón que «no hay emoción más grande que la de encontrar a eso que llaman el novio». Dolores Vargas, la Terremoto, monta un ídem con «Achilipú». Hasta Neil Diamond mueve las caderas antes de cantar «Soolaimon».
Por fin, Ángela Carrasco anuncia «Entre dos aguas». La rumba comienza a sonar. Un efecto óptico de colores dorados deja paso a la mano derecha de Paco de Lucía pulsando las cuerdas de su guitarra. El plano se abre y vemos la sombra de su hermano Ramón acompañándole detrás con la segunda guitarra. La cámara alterna el rostro concentrado y sudoroso de Paco con el veloz rasgueo de sus dedos. Con los ojos cerrados echa el cuello hacia atrás. Cuando llega el remate, da un golpe de mano final, abre los ojos y suspira. Este tema le convertirá en el primer músico flamenco que alcanza un número uno en las listas de éxitos. Tiene veintiséis años.
El sencillo «Entre dos aguas» empezó a ser conocido por el público unas semanas antes de que Paco pasase ese mal trago en televisión. En la otra cara del vinilo estaban los fandangos «Aires choqueros», una interpretación nada convencional con un compás muy acentuado. La rumba estaba incluida en el álbum Fuente y caudal, publicado en otoño de 1973, que apenas había vendido trescientas copias. Era el cuarto disco en solitario de Paco, un desconocido fuera de los gustos flamencos hasta que un día el periodista Jesús Quintero, que aún no era el Loco de la Colina, le cita en su oficina.
—Paco, yo creo que es el momento de llevar la guitarra flamenca a todos los públicos. Podemos hacer que suene en las radios y en las discotecas.
—No sé si me veo, Jesús, lo mío es otra cosa, el flamenco siempre ha sido minoritario...
—Todo el que escucha «Entre dos aguas» se queda enganchao, ¿por qué no vas a tener tú el éxito de Camilo Sesto o de Raphael?
—Eso sí es verdad, que llevo toda mi vida sin parar de dar conciertos por el mundo y no trinco na.
—Pues déjame intentarlo, vamos a llevar «Entre dos aguas» a todas partes.
—Pero ni se te ocurra ponerme a hacer el chufla, ¿eh, Jesús? Que yo para eso no valgo.
Cuando esta conversación tiene lugar, Fuente y caudal está a punto de ser descatalogado. Paco lo ha grabado por exigencia del contrato con Philips Records, su nueva compañía, que acaba de adquirir Fonogram. Su estilo asombra a quien lo escucha, pero para el público ajeno al flamenco aún es extraño aplaudir a un guitarrista.
Por entonces, Quintero llevaba la agencia Euroconciertos. Alquilaba el Teatro Monumental y el Alcalá para llevar a artistas flamencos a Madrid, desde Camarón a la Paquera de Jerez o Lole y Manuel. Nada más hablar con Paco, llama a Mariano de Zúñiga, director de Philips.
—Mariano, estoy representando a Paco de Lucía y lo vamos a poner de número uno. Es un guitarrista mejor que Jimi Hendrix. Vete preparando para el bombazo.
Quintero es tan intuitivo como testarudo. Su apuesta por extender el flamenco a otros auditorios es arriesgada, pero piensa: «Si Las Grecas están triunfando con “Te estoy amando locamente”, ¿por qué no Paco?».
Un conflicto interior
Cuando entra en el estudio a grabar Fuente y caudal, Paco solo tiene una composición cerrada: la taranta. De este palo del flamenco provienen los estilos mineros. El resto de los temas del disco no le terminan de convencer, algo que por otra parte es habitual en su proceso creativo. El capítulo de su agónico perfeccionismo llegará más adelante. Algunas de las falsetas del disco coinciden con las que grabó con Camarón de la Isla en sus trabajos anteriores. La portada del álbum es una fotografía de Paco con ánimo antiguo, en una tonalidad que tira al color sepia, mirando hacia un lado con patillas de bandolero y un pañuelo anudado al cuello, la guitarra en posición. El foco está en su lado izquierdo, de tal manera que el lado derecho de su rostro queda en sombra.
En la contraportada figura que todas las canciones están compuestas por Paco de Lucía y J. Torregrosa, algo que mucho tiempo después se demostrará que es falso. La figura del compositor y arreglista José Torregrosa Alcaraz era común en las casas discográficas. Ya que casi la totalidad de los músicos no sabían solfeo, un productor con conocimientos musicales se encargaba de transcribir la pieza en una partitura con el fin de registrarla en la Sociedad de Autores. Como un derecho adquirido, pero ignorado por los intérpretes en la mayoría de los casos, el productor se atribuía la coautoría de cada obra, en «compensación» por su trabajo. Tras once años de litigio, una sentencia del 3 de marzo de 2023 reconoció que Paco de Lucía es el autor íntegro de treinta y ocho obras en las que figura Torregrosa como coautor. La investigación demostró que en algunos registros, como por ejemplo «Entre dos aguas», Torregrosa manipuló los porcentajes escritos a mano para apropiarse del cincuenta por ciento de derechos de autor. Paco no fue consciente de esta estafa hasta que su hija Lucía, abogada, se la reveló en 2012.
—Paco, nos falta un tema para completar la duración del vinilo, ¿qué hacemos? —dice Torregrosa.
—¿Por qué no incluyes la rumba? —interviene Carlos Rebato, el mejor amigo de Paco, que no era músico pero se defendía con la guitarra.
La rumba que le hará famoso surge de una improvisación, algo poco habitual entonces en el flamenco, sobre la base de «Rumba improvisada», un tema de su disco Recital de guitarra, publicado en 1971. Más tarde, Paco explicará: «Empecé a grabar el disco sin tener todas las canciones, y tuve que incluir el tema porque faltaba uno. Me siento libre tocando la rumba, porque no hay tradición en rumbas y puedes hacer lo que quieras».
A su vez, en los acordes de «Entre dos aguas» hay similitudes con «Te estoy amando locamente», compuesta por Felipe Campuzano. También parece recordar a otra rumba muy sonada del momento, «Caramba, carambita», de Los Marismeños, con música del propio Paco y letra de Rafael de León y Manuel Clavero. El tema cuenta una aventura playera donde el guitarrista liga y se va a Torremolinos con su hermano Ramón.
Dijiste que me querías
a la orillita del mar,
de pronto vino una ola
y no me quisiste ya [...].
De día sobre la arena
me juras loca pasión,
de noche a Torremolinos
te vas con Paco y Ramón [...].
Caramba, carambita, carambirulí.
Caramba, carambita, carambirulá...
—Mete la rumba con bongó, Paco, que suena bonito —insiste Rebato.
A Paco no le convence la idea, pero se fía a ciegas de su amigo, al que cariñosamente llamaba «Cara Rata». Su hermano Pepe de Lucía, que le acompaña en el estudio, también es partidario de incluir la rumba. Al fin, se decide a llamar al percusionista peruano José Luis Ganoza, alias Pepe Ébano, y le dice que se traiga su bongó para sustituir a las palmas. Ébano viene de grabar con Las Grecas. En la revolucionaria instrumentación incluye un bajo eléctrico que toca Eduardo Gracia.
La certeza de que «Entre dos aguas» puede colocar a su artista entre los primeros del pop es otra de las divinas corazonadas de Jesús Quintero. Un precedente que le da la razón es el éxito de «Achilipú», la canción que convirtió en una estrella a Dolores Vargas, prima del gran guitarrista Sabicas y hermana del Príncipe Gitano, ese hombre sin prejuicios para versionar «In the ghetto», de Elvis Presley, y lo que hiciera falta. A la vez, Quintero ha preparado una gira de cien conciertos por todo el mundo que tiene una parada culminante en el Teatro Real de Madrid. En pocos meses, el Loco de la Colina consigue que la rumba de Paco suene sin parar en radios y discotecas. Para ello, jugó al efecto bola de nieve. Una emisora de las primeras en emitir «Entre dos aguas» empezó a recibir llamadas de los oyentes para que volvieran a poner «esa canción tan pegadiza». La expectación llegó a oídos de los sorprendidos directivos de Philips, que decidieron hacer una pequeña campaña de publicidad para apoyar el nuevo fenómeno. Quintero vuelve a llamar a De Zúñiga para que reedite Fuente y caudal.
—Te lo avisé, Mariano —se jacta.
«Entre dos aguas» despachó más de trescientas mil copias y estuvo veintisiete semanas de 1975 en los primeros puestos de los sencillos más vendidos. Hasta entonces, solo Los Pekenikes, que habían teloneado a The Beatles en Las Ventas diez años antes, habían sido capaces de hacer sonar un tema instrumental en Los 40 Principales. La rumba compite con los temas de Jesucristo Superstar adaptados al castellano, que Camilo Sesto interpreta cada noche en el Teatro Alcalá Palace de Madrid. Al triunfo de la guitarra flamenca se une Manolo Sanlúcar con otra rumba, «Caballo negro». El éxito de «Entre dos aguas» arrastra al público a buscar los discos anteriores de Paco. Se convierte en un ídolo a su pesar. Si quieres estar en la onda, tienes que ir a un concierto de Paco de Lucía. En el guateque es imprescindible pinchar «Entre dos aguas». Ni el propio Paco se lo explica: «El flamenco tiene unos ritmos muy difíciles, pero la rumba es lo más asequible». Quizá sea eso. Por primera vez se rompen las apretadas costuras del flamenco. Llegan aires de un tiempo nuevo.
La revista Semana, decana del periodismo de sociedad, anuncia un boom del instrumento de cuerda:
Dicen que el que da primero da dos veces, y, por ello, Paco de Lucía, sordo y tranquilo luchador, siempre podrá decir «primero yo» [...]. El caso es que nuestro ya cotizado solista e inspirado músico necesitaba salir de su ostracismo para «vender»; talento había, claro.
En Fotogramas, la periodista Rosa Montero resume la cuestión:
La masa identificaba el flamenco con diversas perversiones musicales de tipo folclorista y populista, al frente de las cuales se puede situar un Manolo Escobar en plan de arrollador líder, subido en el pódium de su perdido carro [la rumba «Mi carro» se había hecho muy popular desde su lanzamiento, en 1969]. El flamenco estuvo, por tanto, desprestigiado por desconocido, hasta que en los últimos cinco años se ha producido una recuperación de este género, a partir de los círculos intelectuales jóvenes o progres. Hemos vivido el boom de los nuevos cantaores, de Gerena, de Morente, de Menese. Pero hasta la rumba «Entre dos aguas», de Paco de Lucía, ninguno de ellos había conseguido sobrepasar las fronteras de la popularidad elitista, de campus universitario y artículo de Triunfo [revista que en los años sesenta y setenta se identificó con las ideas y la cultura de la izquierda].
Según Montero, Paco logra una diana espectacular que ni él mismo se acaba de creer. Y lo hace sin tergiversar su música ni salirse del estricto campo del flamenco. «Este Paco de Lucía, tan tímido, tan encerrado en su música, en su guitarra», escribe.
Descubrir de pronto la popularidad asustó mucho al tímido Paco. Para disgusto de unos cuantos inmovilistas, él es el artífice de la ruptura de una imagen hasta entonces indiscutible: la del cantaor acompañado del guitarrista. A partir de él, la guitarra se traslada por primera vez a un lugar preferente del público y el guitarrista flamenco se convierte en una figura independiente, tan capaz de triunfar en los grandes escenarios como los intérpretes de guitarra clásica. Más tarde, dijo: «No estaba preparado para este éxito y tuve un conflicto interior bastante importante por ser conocido incluso más que Camarón. De pronto me hago famoso en España, me sacan en las revistas. Aquello fue muy fuerte para lo que yo tenía previsto que iba a ser mi vida».
Así estaban las cosas
Aquel año de 1974 en el que Paco da el salto a la popularidad impulsado por una serie de circunstancias que no tenía previstas, el planeta alcanza la cifra de cuatro mil millones de habitantes y algunos empiezan a alarmarse por la superpoblación. Al mismo tiempo, un equipo de paleoantropólogos encuentra lo que queda del esqueleto de una de las primeras pobladoras de la Tierra. La llaman Lucy en honor a la canción alucinógena de The Beatles «Lucy in the Sky with Diamonds», cuya letra habla de cielos de mermelada y flores de celofán.
En la final del Mundial de Fútbol, celebrado en Alemania Occidental, Paco va con Países Bajos. Le gusta más el juego de la «Naranja mecánica» que el de los alemanes, aunque su líder, Johan Cruyff, juega en el FC Barcelona y él es del Real Madrid. El grupo sueco Abba se da a conocer gracias a la canción con la que ganan el concurso de Eurovisión, celebrado en Brighton, «Waterloo». El tema que interpreta en el festival el portugués Paulo de Carvalho, «E depois do adeus», se convierte en el himno de la Revolución de los Claveles, que pone fin a cuarenta y ocho años de dictadura. La retransmisión de esta melodía en la radio de Lisboa en la noche del 24 de abril es la señal para que el ejército se subleve contra los gobernantes.
Antonio Ruiz Soler, el Bailarín, es liberado por Franco de la cárcel de Arcos de la Frontera, donde llevaba dos semanas encerrado por blasfemar durante el rodaje de El sombrero de tres picos. Nada más salir, se va directo a ofrecer un ramo de flores a la Virgen de Arcos tal y como había prometido. Otro famoso bailarín llamado Antonio, de apellido Gades, recorre los escenarios europeos con su espectáculo Suite flamenca, con música de Emilio de Diego, y estrena Bodas de sangre en el Teatro Olímpico de Roma. A María José Cantudo le falta poco para decidirse a protagonizar el primer desnudo frontal del cine español (su cuerpo reflejado en un espejo) y dar por inaugurado el «destape» con la película La trastienda. Mientras, Marisol se pone rockera y canta: «No me importa mi destino, vivo mi libertad, solo voy en busca de mi felicidad» antes de posar para la portada de Interviú.
Diez semanas después del cambio de gobierno en Portugal, Franco sufre una tromboflebitis. Su yerno, el doctor Cristóbal Martínez-Bordiú, no está presente en la exploración física que tiene lugar en su habitación del palacio de El Pardo. Se encuentra en Manila, donde Amparo Muñoz es elegida la mujer más bella del mundo y aprende a dormir sentada para evitar que abusen de ella. Cuando a Franco le informan de su diagnóstico, él mismo se anticipa al noticiero y dice: «Esto va a ser una bomba política».
Su médico personal, Vicente Gil, le anuncia que hay que llevarle al hospital y trata de quitarle importancia al asunto. Le dice que también Eisenhower y Stalin tuvieron que ser hospitalizados en su día. Así lo cuenta el cirujano cardiovascular Ramiro Rivera, que estaba allí. Los mecanismos de sucesión se activan. En el gobierno se enfrentan los que abogan por una apertura y los que prefieren conservar el régimen tal y como está. Antes de dimitir, el director de Televisión Española, Juan José Rosón, emite varias veces seguidas la canción de Fórmula V «La fiesta de Blas», cuya letra dice: «En la fiesta de Blas todo el mundo salía con unas cuantas copas de más», parece ser que en alusión al procurador en Cortes Blas Piñar, que se prepara para fundar el partido de extrema derecha Fuerza Nueva.
Con este panorama, una encuesta de la revista Telva recopila los principales problemas de la mujer española en 1974 en una página firmada por Marisa Pérez Bodegas. Este sería un resumen de los principales:
1) Igualdad de hombre y mujer ante la ley. Hace mucho que los padres de la patria no se ocupan en las Cortes de este asunto. La última vez que lo hicieron quedó abolido aquel artículo que establecía la mayoría absoluta de edad para la mujer en los veinticinco años, por los veintiuno del varón. ¿Qué tal si se metieran ahora con la famosa «licencia marital»? [Las mujeres casadas necesitaban la autorización legal de sus maridos para realizar diversos actos de carácter jurídico o patrimonial. Esta norma estuvo vigente hasta 1975 y se basaba en el Código Civil de 1889, que establecía que el marido era el representante de su mujer].
2) A iguales circunstancias, salarios iguales. Si el rendimiento y la situación laboral de un hombre y una mujer en una empresa son iguales, ¿por qué no van a serlo también sus sueldos?
3) El discutido trabajo de la mujer casada. En principio, que deje de discutirse. Partiendo del hecho de que muchísimas casadas trabajan —la mayoría, por absoluta necesidad—, parece obligación de la sociedad el hacérselo posible: a) promocionando la jornada continua, que le permitiría estar en su casa unas horas indispensables; b) dándoles verdaderas oportunidades, porque hay empresas —textual— que «tienen por norma no contratar mujeres casadas»; c) creando guarderías buenas y baratas; d) revisando la legislación vigente para hacerla menos paternal con respecto a la mujer y, por tanto, más eficaz.
4) La entusiasta escalada de los precios. Que está alcanzando ya el techo del mundo.
5) El fantasma de la enseñanza. Que haya, de verdad, plazas gratuitas para todos los niños. Porque los puestos escolares construidos a lo largo del año por el Ministerio no son aún suficientes.
6) Exceso de trabajo personal. Porque si pagar a una asistenta es imposible, los pisos son pequeños y revueltos y las familias, grandes, ¿quién corre con el grueso de los trajines? La madre, que recibiría encantada dos novedades: la colaboración de los hombres de la casa y el abaratamiento de los electrodomésticos. Así tendría tiempo para leer algún libro.
7) Esa evidente falta de espacios verdes. Sobre todo, en el erial llamado gran ciudad.
8) La desconfianza en sí misma. En su criterio, en su capacidad para educar a esos hijos que se le marchan por los cerros de Úbeda.
Estos problemas se encierran en dos: hace falta promoción y respeto para ella, y una vida más fácil para los suyos. Dos picas en Flandes, vamos.
Entretanto, Paco se distrae del agobio de la fama en el cine con su novia, Casilda Varela. Le gustó mucho El padrino, incluso leyó la novela de Mario Puzo, y ya tiene ganas de que llegue a España la segunda parte. También han visto El gran Gatsby, con Robert Redford y Mia Farrow. Se les hizo larga. Paco gasta alguna broma cómplice con la historia de amor entre Daisy Fay, la chica rica más bella de Kentucky, y Jay Gatsby, el aventurero que se convierte en millonario solo para tratar de conquistarla. Casilda le lee un fragmento de la novela en el que Scott Fitzgerald describe a Gatsby:
Había algo brillante en torno a él, una exquisita sensibilidad para captar las promesas de la vida, como si estuviera vinculado a una de esas complicadas máquinas que registran los terremotos a quince mil kilómetros de distancia. Tenía un don extraordinario para saber esperar, una romántica presteza que jamás he hallado en otra persona y que no es probable que vuelva a encontrar.
Un pollo en la plaza de Oriente
Cae la tarde. Rafael de Córdoba persigue a la Polaca por las azoteas de Cádiz. Bailan entre antenas y ropa tendida. Suenan los compases de la «Danza del fin del día», de Manuel de Falla. Parece que el bailaor no lleva buenas intenciones. En realidad es el espectro de un hombre celoso que murió a causa de una venganza. A pesar de ello, la gitana Candelas sigue atada a él mediante el hechizo que ella misma conjuró para enamorarle. Solo el amor de Antonio Gades, que baila en el espigón de la playa de Santa María, puede librarla del embrujo.
En 1967, Francisco Rovira Beleta llevó al cine El amor brujo, de Falla, con guion de José Manuel Caballero Bonald. Cuatro años antes había dirigido Los Tarantos, un Romeo y Julieta de familias gitanas en el barrio del Somorrostro de Barcelona, con el Mediterráneo de fondo, Carmen Amaya y, cómo no, Gades. Rovira Beleta contaba que el Cine Comedia se llenaba todos los días de gitanos para verla. A algunos les gustaba y a otros no. «Hubo uno al que le debió de disgustar bastante, porque me persiguió un día con una navaja para echarme en cara que en la película se mostraba a los gitanos como si fueran navajeros».
A Casilda le gustaba mucho el flamenco. Todos los días se pasaba por el rodaje de El amor brujo. Allí conoció a Emilio de Diego, guitarrista amigo de Paco, con quien volvió a encontrarse más tarde en Madrid. Casilda estudiaba Derecho y practicaba baile en la escuela de Regla Ortega, tía de Manolo Caracol. En los ensayos de la academia tocaba la guitarra Luis Landero, que tiempo después se haría escritor.
En Madrid, Paco y Casilda solían coincidir en el Sherry, un bar cerca de la plaza de Santo Domingo que era lugar de encuentro de andaluces, universitarios y flamencos. Paco era admirado en el ambiente flamenco, pero aún no era conocido más allá. Había grabado sus primeros discos en solitario, La fabulosa guitarra de Paco de Lucía y Fantasía flamenca de Paco de Lucía.
Una noche, después de echar unas partidas en los billares de Callao, Paco aparece en el Sherry con su hermano Antonio y con Emilio de Diego. Allí estaba esa chica elegante y resuelta en la que Paco ya se había fijado. Le gustaba cuando intervenía en la tertulia flamenca del Sherry. Decía lo que pensaba sin titubeos.
—¿La conoces, Emilio? Anda, preséntamela, que me voy a casar con ella.
La presencia de Paco viene precedida de cuchicheos y miradas furtivas. «Ahí viene Paco de Lucía». Algunos se atreven a pedirle que toque algo, que es justo lo que más odia Paco si no está entre amigos. A no ser que se lo diga alguna chica guapa... Se hace el remolón. No recauda halagos.
—Ese es el chico de Algeciras que toca la guitarra en los tangos rocieros de Rocío Dúrcal que te gustan tanto —le dice a Casilda una de sus amigas.
—¿Esa letra que dice «tengo una pena en el alma que me muerde las entretelas»?
—Anda, pídele tú que toque algo. Te está mirando desde que ha entrado y parece que sonríe...
—Bueno, si quiere tocar ya tocará. No sé por qué se hace tanto de rogar.
Aburrida de la situación, Casilda da un paso adelante aprovechando que se ha formado un corrillo alrededor de Paco, y dice con gracia:
—Deja ya de ronear [coquetear] y toca algo si es que vas a tocar...
A Paco le sorprende que la chica a la que está deseando conocer le hable con ese descaro en un ambiente en el que todos le tienen tanto respeto. Le gusta.
—Habrá pensado que soy idiota, pero es que parece que estemos viendo a la Virgen de Lourdes —le dice Casilda a su amiga.
Poco después empiezan a salir juntos o, como dice Emilio de Diego con su casticismo literario, «deciden armonizar su