Cartas de una vida

Irène Némirovsky

Fragmento

Prólogo, por Olivier Philipponnat

Prólogo

por OLIVIER PHILIPPONNAT

Irène Némirovsky no pertenecía a esa clase de escritores que se sienten observados por la posteridad mientras escriben una carta. Jamás pensó que nadie, salvo sus destinatarios, leería su correspondencia, ni que ésta acabaría formando parte de su obra.[1]

Puesto que ha llegado a serlo, hay que tener en cuenta que supone una especie de cara oculta. Ciertamente, no habla en ellas de técnica narrativa, por ejemplo (un tema que le apasionaba), ni siquiera con Gaston Chérau, a quien solía pedir consejos profesionales. «Cuando escribo un libro», le confesaba a René Lalou en 1938, «siento una especie de pudor inexplicable que me impide hablar de él incluso con las personas más cercanas». Seguro que ese pudor no estaría muy alejado del orgullo de sentirse comprendida sólo por sí misma. Pero, pese a esa reticencia, su obra es el tema principal de sus cartas, en las que a menudo la descubrimos maternalmente atenta a las condiciones de publicación de sus libros. (Luego, con el paso de los años, su marido, Michel Epstein tomó una parte cada vez más activa en la defensa de los intereses de la autora frente a las editoriales y los grandes semanarios en los que publicaba.) Esa constante preocupación refleja la fecundidad de una escritora dedicada de lleno a la producción de una obra que, entre 1926 y 1942, alcanza la cifra de dieciséis novelas y más de cincuenta relatos, a los que hay que añadir el triple de esbozos, borradores y notas, cuya elaboración ocupa la mayor parte de su jornada diaria.

También encontraremos aquí algunas de sus respuestas a las críticas. A menudo, no son más que triviales y corteses notas de agradecimiento, pero la cantidad de cartas breves y más o menos convencionales enviadas a oscuros corresponsales de todos los rincones de Francia —y que hoy vemos subastadas o vendidas por catálogo a precios de escándalo— demuestra la importancia que daba nuestra autora a la difusión y la reseña de sus libros. La humildad de la que hace gala, su conformidad con las críticas, la fingida libertad que da a los periódicos para retocar sus relatos a su antojo contrastan con la pasión y el amor propio que reflejan sus manuscritos.

Su relación epistolar con otros escritores —Henry Bernstein, Jacques-Émile Blanche, Henri de Régnier, Gabriel Marcel, Jacques Chardonne, etcétera—, ocasional y rara vez familiar, estuvo siempre marcada por un respeto de las convenciones, una prudencia y una modestia sorprendentes, sazonadas en algunas ocasiones con una gota de malicia o una pizca de adulación, pero nunca empañadas por la falta de sinceridad. Por un lado, la novelista, con poder absoluto sobre sus personajes y su obra; por el otro, una mujer que no muestra nada de eso en sus cartas. En ellas, sus dudas, sus miedos, sus interrogantes se expresan sin la rabia y la ironía características de sus novelas; más bien con sutil autoburla, como en sus cartas a monseñor Ghika, que la bautizará en febrero de 1939.

Correspondencia parcial, inevitablemente: aunque sus destinatarios conservaron la mayor parte de las cartas escritas por la novelista y hoy pueden consultarse en diversos archivos y colecciones privadas, no ocurre lo mismo con las que ella recibió, destruidas probablemente tras la guerra por los nuevos inquilinos del piso de París en el que la autora las dejó en abril de 1940 para refugiarse con sus hijas en el pueblo borgoñón de Issy-l’Évêque.

Así pues, ¿qué queda? Para el período 1919-1925, el retrato de una estudiante bulliciosa, más seria y aplicada de lo que sus cartas a Madeleine Avot parecen sugerir. A falta de respuestas, nunca sabremos si la «pequeña Mad», heredera de una dinastía de papeleros que servirá de modelo para la virtuosa familia Hardelot de Los bienes de este mundo, estaba realmente «escandalizada» ante las diabluras de su amiga rusa. Esos años de despreocupación dan paso a una época (1925-1930) de la que no conservamos ninguna carta; es el intervalo durante el que Irène Némirovsky parece centrada en exclusiva en su vida conyugal con Michel Epstein, con quien contrae matrimonio en 1926, y en la elaboración de sus primeras novelas —El malentendido (1926) y, sobre todo, David Golder (1929)—, en un anonimato reforzado por el uso de pseudónimo (Pierre Nérey) para L’Ennemie (1928) y El baile (1929). Esto supone un agudo contraste con la enorme popularidad que le otorga el éxito inesperado de David Golder, novela que muy pronto se lleva a la pantalla, con Harry Baur como protagonista, y candidata oficiosa al Goncourt, al que la novelista, como le explica a Gaston Chérau, prefirió renunciar para evitar que se pensara que pretendía naturalizarse para facilitar que se le otorgara el premio. Es la época en que, por carta o por teléfono, responde con sencillez a las entrevistas más o menos serias de los periódicos, ejercicio cuya repetición acaba componiendo, mediante sucesivos toques, un retrato muy vivo de la autora.

Muy puntillosa cuando de proteger sus derechos se trata, en las cartas de esa década, estampilladas con el monograma «IE», Irène Némirovsky se muestra sumamente profesional en sus relaciones con los editores y los directores de publicaciones, siempre atenta a evitar los desacuerdos y, por tanto, a prevenirlos. Casi nunca menciona el contenido o el significado de su obra, salvo en las cartas abiertas y en las respuestas dirigidas a ciertos periódicos; incluso en esos casos, rara vez sube el tono, a no ser que esté en juego su honradez y que la acusen, por ejemplo, de haber facilitado al dramaturgo Fernand Nozière el guión de Julien Duvivier para David Golder. Descubrimos su interés por evitar polémicas, como la acusación de antisemitismo que provocó David Golder, una de las más absurdas, según ella. Las peleas se las reserva a los personajes de sus novelas, en las que a veces parece vengarse de las conveniencias a las que su respeto del decoro, pero también su condición de extranjera, cuando no de intrusa en la república de las letras, la obligan habitualmente.

Esa tranquilidad vacila en 1938. En diciembre de ese año, la inquietud religiosa de Irène Némirovsky, muy real, y el fracaso en sus intentos de obtener la nacionalidad francesa hacen que se decida a recibir el bautismo católico junto con su marido y sus hijas, por una especie de devoción a los valores cristianos de su país de adopción. Cuando menos eso cabía suponer, hasta el descubrimiento de una carta (n.º 199) enviada en junio de 1938 a Jean Zay, ministro de Instrucción Pública. Esa petición parece demostrar que Irène Némirovsky deseaba evitar a sus hijas, Denise y Élisabeth, los inconvenientes objetivos derivados de su condición judía, empezando por la negativa de los colegios privados católicos a aceptar a su hija mayor, a falta de plazas en el liceo público Victor-Duruy. El ministro resolvió el problema, pero la incertidumbre entró en la vida de Irène Némirovsky: la angustia por no ser francesa alimenta las últimas novelas de la década, Les Échelles du Levant (1939) y Los perros y los lobos (1940), e incluso, por simetría, Los bienes de este mundo (escrita en 1940), himno a la solidez de las antiguas familias de la burguesía provinciana, evidentemente católicas.

Llegan la guerra, la derrota y el régimen de Vichy. De octubre de 1940 a julio de 1942, carta tras carta, vemos a Michel Epstein e Irène Némirovsky debatiéndose en la red de las medidas antisemitas, que los privan poco a poco de ingresos y hacen crecer su deuda con la editorial Albin Michel. Medidas cuyo sentido y finalidad les cuesta comprender, mientras intentan capear ese temporal de ultrajes y prohibiciones, que impiden a Irène Némirovsky publicar con su nombre y acaban obligándola a utilizar como testaferro a la gobernanta de sus hijas, Julie Dumot. Las cartas de ese período son más numerosas: se han conservado mejor y reflejan, con su mera frecuencia, un nerviosismo creciente. Las de Irène y Michel, indisociables en la desgracia y las dificultades, se conservan en muchos casos en forma de copias de calco, cuando no de borradores, que, tras la deportación de ambos, viajarán en la famosa maleta en que Julie Dumot amontonó los manuscritos en fase de elaboración, los documentos y las cartas recibidas por el matrimonio durante los dos años pasados en Issy-l’Évêque. En consecuencia, el período más dramático de Irène Némirovsky, el de la elaboración de su obra maestra, es también el mejor documentado por una correspondencia en la que da rienda suelta a su cólera, su angustia y su desengaño. Pero también a la amistad y la gratitud, en el muy hermoso conjunto de misivas dirigidas a André Sabatier,[2] sin cuya intervención Robert Esménard, yerno de Albin Michel, no se habría avenido a seguir pagando adelantos mensuales a una autora a la que ya no podía publicar.

Esa relación privilegiada no se interrumpe con la detención de Irène Némirovsky el 13 de julio de 1942, ni siquiera cuando, en octubre, Michel Epstein corre la misma suerte, no sin haber abrumado a André Sabatier con cartas y telegramas desesperados, hasta la aceptación de su destino: reencontrarse con su mujer pasando por la prisión de Le Creusot y, luego, el campo de Drancy. A ese respecto, su última carta, que sus hijas no llegaron a conocer, resulta estremecedora: «Puede que pronto vea a Irène», escribe horas antes de la salida del convoy n.º 42, que lo conducirá a la cámara de gas. La publicación del Journal de guerre de Paul Morand en 2020 tiñó de siniestro sarcasmo los vanos esfuerzos de Michel y Sabatier por obtener la intercesión de este estrecho colaborador de Pierre Laval. Si parece momentáneamente conmovido por la suerte de Irène Némirovsky, una de sus más fervientes admiradoras, el autor de El hombre acosado se muestra indiferente ante la situación de los judíos, golpeados con saña por el régimen al que sirve.

También Julie Dumot, convertida en la tutora legal de Denise y Élisabeth hasta la «colocación» de ambas en el internado católico de Notre-Dame de Sion en septiembre de 1945, sigue carteándose con André Sabatier y la editorial Albin Michel. ¿Deberíamos haber prescindido de esa «correspondencia póstuma», toda vez que Irène Némirovsky había muerto de tifus en Auschwitz-Birkenau el 17 de agosto de 1942? Lo habríamos hecho de no ser porque, hasta el regreso de los últimos deportados, sólo cabía declararla «desaparecida». Y porque Julie Dumot actuó como su «sustituta», por así decir, hasta su partida a Estados Unidos en 1946, una vez cumplida su «misión». En consecuencia, decidimos cerrar Cartas de una vida con estas palabras desencantadas de Albin Michel: «Esperemos, no obstante...», que en realidad no dejaban casi ninguna esperanza tras el final de la pesadilla.

O. P.

Despreocupación

(1913-1925)

Irène Némirovsky, nacida el 11 de febrero de 1903 en Kiev, crece en la veneración de la lengua francesa, la obsesión del gueto y la ignorancia de la cultura judía. Demasiado pequeña para guardar memoria del pogromo de octubre de 1905, su primer recuerdo es del carnaval de Niza en 1906. Todos los inviernos, hasta la guerra, pasa seis meses con sus padres en la Riviera francesa o en la costa vasca.

Su progenitor, Leonid, intrépido en los negocios, sabe cerrar los ojos ante los descarríos de su mujer. Por el contrario, Irène no le perdona absolutamente nada a su madre, Anna, desde el despido de «Zézelle», su adorada institutriz francesa. Cuando estalla la guerra, Leonid se ha convertido en un banquero próximo a los círculos del poder. En febrero del año 1917, en San Petersburgo, Irène presencia las «protestas del pan».

En enero de 1918, la revolución bolchevique obliga a los Némirovsky a huir en trineo hacia unas vacaciones en Finlandia. Durante ese período, Irène escribe sus primeros versos y devora literatura francesa. A finales de la primavera de 1919, la familia parte al fin de Estocolmo con destino a Francia, «el país más hermoso del mundo», donde Leonid logra rehacer su fortuna.

En la Sorbona, donde estudia literatura rusa y comparada, Irène entabla amistad con René Avot, hijo de un empresario del Paso de Calais, y con su hermana Madeleine, apodada «Mad». En verano toma las aguas y se trata el asma en Vichy, Plombières o Vittel en compañía de una institutriz inglesa. En París lleva una vida independiente: boîtes de jazz, flirteos, excursiones en coche... Frecuenta el ambiente de los exiliados rusos y publica sus primeros textos en francés en diversas revistas, con su nombre o bajo seudónimo.

1 Irène Némirovsky a la señora Sprecher[3]

[Vichy, 11 de agosto de 1913]

Le mando el manantial de Chomel, en el que bebo todas las mañanas. Mamá le agradece su carta, pero creo que iremos a Biarritz. Hasta pronto.

Irène Némirovsky

2 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

Avenue Président-Wilson, 18, París[4]

París, 23 de septiembre [1921]

Mi querida amiga:

Ya estoy de nuevo en París, después de un viaje estupendo, aunque pasado por agua. Así es, por el camino nos cogió una lluvia torrencial. Llegué a París empapada y, como recuerdo de esa fantástica aventura, me ha quedado una rinitis nada divertida. Llegada a las dos de la mañana, para la estupefacción del portero, encontramos la casa vacía, las camas sin hacer y las sábanas confinadas en un baúl que hubo que romper con las tenazas del carbón porque mi padre no daba con las llaves, que al final llevaba en un bolsillo, como pudimos comprobar a la mañana siguiente. ¡Ay, los hombres!

En fin, ahora ya estoy bien instalada.[5] El piso es bonito, y espero poder invitaros pronto, ¿no, mi pequeña Madeleine? ¿Verdad que no tardarás en venir a París?

Ayer vi al «hermanito»,[6] que está bien y estudia mucho.

Presenta mis respetos a tus queridos padres y recibe mis besos más cariñosos. Dale recuerdos a tu prima, ¡y escríbeme!

Tu sincera amiga,

Irène

3 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

[octubre de 1921]

Mi querida amiga:

Gracias por tu amable carta y por la foto, que recibí ayer y que ocupa el lugar de honor en mi habitación. ¿Estás totalmente recuperada de tu indisposición? Para acabar de curarte de tus preocupaciones sobre tu viaje a París, te doy una buena noticia, que me puso muy contenta. Ayer vi a René, que vuelve a Lumbres[7] para Todos los Santos y estará encantado de traerte.

Así que vuelvo a invitarte a vivir conmigo en mi piso de solterona. ¿Verdad que esta vez conseguiré convencerte?

Yo estoy muy bien. He ido varias veces al teatro, pero, aparte de eso, no me divierto demasiado.

Escríbeme, me alegrará mucho.

Esperando verte y abrazarte pronto, recibe muchos besos de tu sincera amiga,

Irène Némirovsky

4 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

París, 11 de noviembre de 1921

¡Mi pequeña Mad!:

Gracias por tu amable carta, que me ha alegrado mucho y me ha tranquilizado, porque temía que no hubieras encontrado a nadie en Boulogne.

No te puedes imaginar el vacío que sentí al volver de la estación. La casa parecía triste, huraña, y me sentía muy sola.

¿Cómo agradeceros, a tus padres y a ti, vuestra amable invitación? Por supuesto, mamá me ha dado permiso y, en cuanto a mí, ya puedes ver la alegría con que te lo digo: ¡Sí, en Navidades, o sea, dentro de seis semanas, Miss[8] se va a Inglaterra de vacaciones y me dejará en Boulogne, y nos las arreglaremos para salir de París al mismo tiempo que René. ¡Y hablando de René! Ayer estuvo aquí. Estaba un poco triste, sólo un poquito, pero no demasiado.

¿Y tú, mi querida amiga? ¿Cómo te encuentras? ¿Cómo pasas el tiempo?

Escríbeme a menudo hasta que tenga la alegría de volver a verte.

Mamá y Miss te mandan recuerdos. Los criados me piden que te dé las gracias. Cumplidos esos encargos, no me queda más que presentar mis respetos y mi gratitud a tus padres y mandarte los besos más cariñosos de tu sincera amiga,

Irène

5 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

París, viernes [9 de diciembre de 1921]

Mi querida Mad:

Menos de dos semanas, y volveremos a vernos. Aprovechando tu amable permiso, desembarcaré el jueves 22 a las 6.40 h de la tarde en la estación de Boulogne-Maritime.

¡No quepo en mí de contenta! Sí, claro que te ayudaré a adornar las habitaciones con muérdago, acebo y todo lo que te apetezca. En serio, querida, no te imaginas cuánto me alegra volver a verte y reanudar nuestras buenas charlas.

Sigo asistiendo con asiduidad a la Sorbona, como puedes imaginarte. Voy al teatro. A bailar, no muy a menudo. ¿Puedes hacerte una idea de mi vida desde Lumbres?

El domingo, Jules y René vinieron a casa. Tomamos el té, charlamos, ensayamos pasos de shimmy y de tango, y hablamos de ti y de las Navidades. Pero imagino que tu hermano te lo habrá contado por carta...

¡Bueno, amiga mía, hasta pronto! Saludos respetuosos a tus queridos padres, y para ti mil besos cariñosos de tu Irène.

P. D.: Mamá y Miss te mandan recuerdos.

6

Irène Némirovsky a Madeleine Avot

París, martes

[13 o 20 de diciembre de 1921]

Mi querida amiga:

Gracias por tu amable carta. Me alegra saber que estás bien. Pienso en ti muy a menudo y espero la Navidad con más impaciencia que nunca. Y es que este año Papá Noel pondrá un regalo maravilloso en mi zapato: volver a ver a una muy querida amiga.

Entretanto, mi vida es la de siempre. Lo has adivinado: paseo, té, Sorbona, etc.

Veo con bastante frecuencia a nuestro querido René, que es... juicioso. Me gustaría mucho poder arreglármelas para partir con él. Mi querida Mad, dales las gracias a tus padres por la gentileza de invitarme. No puedes imaginarte la ilusión que me hace.

No me olvides, a pesar de tu estupenda habitación nueva.

Escríbeme. Dime, ¿siguen París y sus habitantes —todos ellos— ocupando tu imaginación?

Te mando un beso muy grande, querida mía. Mis respetos a tus padres. Mamá y Miss te envían recuerdos.

Con todo mi cariño.

Tu amiga,

Irène

7 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

París, martes

[3 de enero de 1922]

Mi querida Madeleine:

¡Ya estoy de vuelta en el infierno parisino!

En primer lugar, querida mía, deja que vuelva a daros las gracias a ti y a tus padres por todas vuestras bondades y por los maravillosos días que he pasado a vuestro lado. Te aseguro que nunca olvidaré que ha sido en Lumbres donde he podido conocer y amar la vida en familia. Me acordaré durante mucho tiempo con cariño de todos vosotros, ¡no te quepa duda!

¿Cómo estáis todos por allí? ¿Y las neuralgias del señor Avot?[9] Y tú, mi querida amiga, ¿te sientes bien sola? ¿No te aburres demasiado? Dame noticias tuyas pronto, sin olvidarte de «la turbina», de Miette y de Priquette, ¿de acuerdo?

En cuanto a mí, tuve muy buen viaje. René estuvo encantador y muy atento con la «jovencita». Eso sí, al llegar a la estación aparentemente no había nadie esperándome ¡y tuvo que acompañarme hasta casa, el pobre! Luego, al llegar a casa, encontré a mamá muerta de angustia: había ido a la estación, ¡pero no me había visto porque había muchísima gente! Temía que me hubiera perdido por el camino. ¿Y sabes qué? Mis presentimientos eran acertados: papá no volverá hasta el final de la semana. Me puse furiosa. ¡Otra desgracia! Parece que, durante mi ausencia, mi pobre Chouchoute se puso enferma y la despidieron. En fin, que he encontrado París deprimente, frío, lluvioso, y la casa triste, así que estoy terriblemente decaída.

No me olvides, mi querida Madeleine. Escríbeme. Presenta mis respetos a tus queridos padres y quédate para ti los besos más cariñosos de tu amiga

Irène

8 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

[París, enero de 1922]

[...][10] vuelto (lo habría apostado). Miss no llegará hasta mañana. La casa parece espantosamente vacía. Ahora ya he retomado mis costumbres, pero si supieras lo sola que me sentía los primeros días... ¡¡¡Y también es culpa tuya!!! ¡En Lumbres me mimasteis demasiado! Ya te decía en mi última carta que mi pobre Chouchoute ya no está. Ésas son todas las novedades. Apasionantes, como puedes ver.

Y tú, ¿qué haces? ¿Cómo estás? Y pensar que seguramente me envidias porque vivo en París, cuando en estos momentos todo lo que sé del maravilloso París es que llueve, que no he salido, que he corrido las cortinas a las dos de la tarde para no ver la lluvia y que voy a acostarme —¡son las nueve!— porque me duele la cabeza y estoy un poco resfriada... Querida, da mis mejores y más afectuosos recuerdos al señor y la señora Avot. En cuanto a ti, te mando besos muy cariñosos. ¡¡¡Una carta, pronto!!!

Tu amiga que tanto te quiere.

9 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

París, lunes [16 de enero de 1922]

Mi querida amiga:

Gracias por tus dos amables cartas. Me alegra (ya ves lo mala que soy) que me eches de menos. De todas formas, confío en que se te pase pronto. En cuanto a mí, he retomado mi vida de antes de Navidades. Aunque realmente voy con más regularidad y más en serio a la Sorbona. Esta semana he salido casi todas las noches; entre otras cosas, Mr [Widden] tuvo la bondad de enviarme dos entradas para Hedda Gabler, en el Théâtre de l’Œuvre. Como había prometido, fui con Miss. Pasé una buena velada. Veo a René bastante a menudo. Ayer tomamos el té en mi casa. Parece que está muy ocupado con su próxima mudanza. La semana pasada vino a buscarme a la Sorbona una mañana. Volvimos juntos, como dos estudiantes que hacen novillos.

El sábado por la noche lo pasé muy bien. Era el 1 de enero ruso y había un baile en el Círculo Ruso. Me encontré con todos mis novietes, pero, ¿sabes?, al principio de la velada me sentí totalmente fuera de lugar, casi una extraña en medio de ellos. Al final no paré de bailar —tenía a siete caballeros para mí sola— hasta las dos y media. Luego no hubo manera de encontrar taxi. Tuve que volver a casa andando, ¡¡¡cómo me dolían los pies!!!

Todo eso, mi querida amiga, no hace que me olvide de ti ni de Lumbres. En tu casa, todo bien, espero... Escríbeme pronto, y una carta larga.

Dales mis respetuosos recuerdos a tus queridos padres. Cuando la veas, saluda de mi parte a Madeleine Martel, y tú, mi querida Madeleine, recibe mis besos más cariñosos.

Tu amiga que tanto te quiere,

Irène

10 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

París, miércoles [principios de 1922]

Mi querida Madeleine:

Tu amable carta me ha hecho muy feliz. Me alegra saber que estáis todos bien. Por desgracia, no puedo decir lo mismo de nosotros. Mi padre está enfermo —¡la maldita gripe!—, aunque va mejorando, ¡y Miss también se las ha apañado para cogerla! Está en cama, con fiebre. Vaya, que la casa parece un hospital. Huele a una mezcla de yodo y eucaliptus, y se oye a los pobres enfermos toser primero en una habitación y luego en la otra, ¡de lo más divertido! Pero ya está bien de hablar de cosas tristes.

Oye, querida, dice René que seguramente el señor Avot vendrá a París dentro de unos quince días. Espero que lo acompañes y que me des la gran alegría de quedarte en nuestra casa, como casi decidimos en Lumbres. Me harías muy feliz. Dime que sí muy pronto y escríbeme diciendo cuándo puedo contar contigo. Estaría bien reanudar nuestra vida en común durante unos días, ¿verdad, querida Madeleine? Espero que para entonces todos nuestros enfermos se hayan curado.

Tiene gracia que me agradezcas «mis amabilidades» con René... Es justo que intente devolver al «hermanito» las atenciones que tuvo conmigo en Lumbres. Bromas aparte, si gracias a mí se siente un poco menos solo en este gran París, me alegro mucho.

Mi pequeña Mad, esperando tu respuesta favorable, te dejo. Transmite mis respetuosos saludos a tus queridos padres y recibe un beso muy cariñoso de tu sincera amiga,

Irène

11 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

París, miércoles [principios de 1922]

Mi querida Madeleine:

¡Un beso muy muy fuerte por tu amable carta! No te imaginas lo contenta que estoy cuando pienso que pronto volveremos a vernos y a pasar unos días juntas.

Bueno, dicho queda. Te espero para primeros de marzo. Procuraremos divertirnos mucho.

Entretanto, escríbeme, cuéntame qué haces, qué es de ti, a qué dedicas el tiempo.

En casa, todos estamos bien, incluida yo.

Saluda de mi parte a tus queridos padres y dales las gracias por dejarte venir.

Y tú, recibe mis besos más cariñosos y un hasta pronto.

Tu amiga,

Irène

12 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

París, martes [principios de 1922]

Mi querida Madeleine:

No puedes imaginarte lo triste que me puse al leer tu carta.

En realidad, no hacía más que confirmar las malas noticias sobre tu salud que me había dado tu hermano el día anterior.

¡Pobrecita Mad! Con lo contenta que estaba yo pensando que te tendría en casa unos días...

Escucha: ponte bien cuanto antes y ven con vuestra madre. Como no creo que la señora Avot quiera quedarse mucho tiempo en París, te dejará con nosotros. ¿Qué te parece?

Pero primero tienes que cuidarte y ponerte bien rápidamente.

¡Cómo debes de aburrirte, pobrecita mía!

En casa, todos los enfermos están en pie, gracias a Dios. La gripe ha sido más bien leve.

Yo estoy bien y llevo la misma vida de siempre. Probablemente René te habrá escrito que la otra noche fuimos juntos a bailar.

Bueno, querida, cuídate mucho, ¿de acuerdo? Sobre todo, no cometas imprudencias. Y escríbeme, si no te cansa demasiado.

Confío en que tu próxima carta me traiga buenas noticias.

Transmite mis respetuosos saludos a tus queridos padres, por favor. Te mando un beso muy fuerte.

Tu sincera amiga,

Irène

13 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

Niza, jueves [finales de marzo de 1922]

Mi querida Madeleine:

Perdóname por no escribirte antes, pero en esta bendita tierra los días pasan tan deprisa que no da tiempo a nada.

¿Cómo estás? ¿Qué tal fue el viaje? ¿Os encontráis todos bien? ¿No os parece Lumbres demasiado tranquilo, después de París?

En cuanto a mí, no paro quieta, ¡qué vergüenza! Bailo mañana y tarde. Todos los días hay galas muy elegantes en distintos hoteles, y, como mi buena estrella me ha adjudicado varios pretendientes, me divierto de lo lindo. ¡Qué pena que no estés aquí! ¡Nos lo pasaríamos mejor que en París, créeme!

Pero hace un tiempo espantoso. Visión de Niza: te escribo desde la cama, ¡¡¡arrebujada en el albornoz, la colcha y una manta escocesa!!! Esto está lleno de gente, por la Semana de la Aviación: se organizan muchas fiestas. Hoy tenía que haber habido una batalla de flores, pero la han aplazado por el mal tiempo.

Por desgracia, volveremos a París a lo largo de la próxima semana. Confío en encontrar buenas noticias tuyas al llegar allí.

Entretanto, recuerdos a todos los tuyos y, para ti, mis besos más cariñosos.

Tu amiga,

Irène

14 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

Hotel Negresco

Promenade des Anglais, 37

Niza, viernes [principios de abril de 1922]

Mi pequeña Mad:

Como ves, sigo en Niza. Nos vamos el domingo, me temo, y esta vez es definitivo. Me alegra mucho que te gustaran las flores. Temía que se marchitaran antes de llegar.

Siento mucho que prepares las fiestas de Pascua de una forma tan triste, pero de todas formas no habría podido ir a Lumbres porque regresaremos a París demasiado tarde y mis padres no me dejarían irme otra vez de inmediato. Confío en volver a verte en París en mayo, mi querida amiga.

Aquí he pasado tres semanas maravillosas y he conocido a varios chicos ingleses que bailan bien y son muy simpáticos. ¡Por desgracia, no irán a París! Así que aprovecho su compañía todo lo que puedo.

Ayer noche fui con ellos al Círculo, lo que me recordó los buenos tiempos del Bar de Paris-Plage,[11] porque llegué a casa al amanecer. Durante el día había hecho una excursión, escalado las rocas y demás. Imagínate lo cansada que estoy. Y esta noche, iré otra vez a bailar. Escríbeme a París, querida, y recibe mis besos más cariñosos.

Tu Irène

15 Irène Némirovsky a René Avot

París, martes

[mediados de abril de 1922]

Querido René:

Hace dos días que llegué de Niza. Te escribo desde la cama: el brusco cambio de clima ha hecho que me haya enfriado. Qué tontería, ¿no?

Espero que tú estés bien. Supongo que irás a Lumbres para pasar estos días. Recuerdos afectuosos a toda tu familia.

Un saludo cariñoso.

Tu amiga,

Irène

16 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

París, jueves

[finales de abril de 1922]

Mi querida Madeleine:

Disculpa que no haya respondido antes a tu amable carta, pero, si supieras lo atontada que he estado estos días, me perdonarías.

¿Sabes que he estado gravemente enferma y que hoy es el segundo día que salgo de casa? En Niza fui una insensata, para variar. El día anterior a nuestra partida había un baile en nuestro hotel, el Negresco. Bailé como una loca hasta las dos de la mañana y luego estuve flirteando y bebiendo champán helado en plena corriente de aire glacial. Resultado: bronquitis, otra vez resfriada durante el viaje —¡una pesadilla de viaje!— y el pecho un poco cargado. ¡Qué miedo pasé! ¡Creí que no lo contaba!

Como ves, mis fiestas de Pascua han sido bastante lamentables, y, visto desde la cama, el mundo me ha parecido muy triste.

Espero que tú te hayas divertido más que yo, querida. Eres un amor al proponerme que vaya a Lumbres para recuperarme; no sé cómo agradecerte tu amable invitación ni tu encantadora forma de hacerla. Por desgracia, no me es posible aceptarla porque mis padres opinan que ya he zascandileado bastante y que ha llegado el momento de que pare. Así que lo mejor que puedes hacer es venir tú a París cuanto antes. Añoro Niza a más no poder, te lo aseguro; como dicen los ingleses, tengo los «diablos azules». Ya sabes que significa «estar deprimido».

Saludos respetuosos a toda tu familia. Shake-hands a René y para ti, querida, mis besos más cariñosos.

Tu amiga,

Irène

17 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

París, 15 de mayo de 1922

Querida Madeleine:

¡No eres nada amable, la verdad! Te has olvidado de mí por completo. ¡Ni una palabra desde que volviste a Lumbres! No sé qué es de tu vida, si estás bien, etc. Ya no quieres a tu malísima amiga.

En cuanto a mí, trabajo como una esclava. Quiero aprobar los exámenes en junio y Dios sabe lo agotador que es estudiar en serio.

Bailo un poco, para no perder la costumbre. Ayer recibí a amigos, rusos entre otros, la pequeña Tania y algunos chicos. Fue divertido, y me habría gustado tenerte aquí, sólo para escandalizarte un poco. Los «juegos inocentes» fueron tan bien que a las 9 de la noche mis amigos seguían aquí (habían llegado a las 4).

Y tú, mi pequeña Mad, ¿qué haces? ¿Portarte bien, como siempre, en esa casa de la que tan buenos recuerdos guardo? Espero que estéis todos bien de salud... No sé nada de vosotros porque no veo a René. Estoy muy ocupada y, además, no me atrevo a invitarlo cuando vienen rusos, por miedo a escandalizarlo y pervertirlo. ¡Así es!

¡Venga, no seas vaga, y escríbeme!

Mis respetos a tus queridos padres y, para ti, un beso muy grande de tu amiga que tanto te quiere,

Irène

18 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

París, lunes [5 de junio de 1922]

Mi querida Madeleine:

¡Ahora eres tú la que puede llamarme perezosa! Efectivamente, es imperdonable que haya tardado tanto en escribirte. Mi excusa, si tengo alguna, es muy aburrida. Se llama la Sorbona. Podría cantar: «Ma seule joie, mon seul bonheur, c’est la Sorbonne!» con la música de Mon homme.

Trabajamos mucho y no nos aburrimos demasiado: somos una pandilla simpática, chicos y chicas jóvenes, todos rusos. Los amoríos surgen a la sombra de los diccionarios, si se me permite la expresión. ¿Te haces una idea desde ahí?

Pasamos Pentecostés fuera de París. En Honfleur, Normandía, un pueblecito encantador donde había aire puro, mucho verde y vacas. Cosas que tú quizá ya no valores, pero que a los pobres parisinos les encantan.

Volví de un humor excelente, con un hambre de lobo y la nariz quemada por el sol. Guapa, lo que se dice guapa, no estaba, pero bueno...

Últimamente he ido a bailar varias veces al Château-Madrid, en el Bois de Boulogne. Es muy elegante. El otro día vino a verme René. Te habrá contado que una tarde nos lo llevamos en coche a la orilla del Sena, o del Marne, ¡ya no me acuerdo!

Mi pequeña Mad, te dejo porque tengo una barbaridad de trabajo.

Te envío un beso muy fuerte y te ruego que presentes mis respetos a tus padres.

Tu amiga,

Irène

P. D.: ¡¡¡No me castigues por mi incalificable pereza y escríbeme pronto!!!

19 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

París, jueves

[principios de julio de 1922]

Mi querida Madeleine:

Te pido mil disculpas por no responder antes a tu amable carta, pero ¡si supieras lo ocupada que he estado! Estas dos últimas semanas he purgado todos mis pecados, sobre todo la pereza, trabajando como una esclava. Te aseguro que he echado lo que se dice el resto. Hasta ayer no terminé los exámenes. He aprobado con un «bien» y he quedado la primera en literatura (mi redacción obtuvo diecinueve puntos sobre veinte), lo que me ha alegrado, pero también me ha aturdido bastante.

No me creas si no quieres, pero siento que todo eso haya acabado: éramos una simpática pandilla que repartía su tiempo entre la Sorbona, el baile y las salidas al campo. Había algunos chicos muy majos. En fin, será hasta el año que viene. El 20 de este mes salgo hacia Plombières. ¿Y tú? ¿Te quedarás aún mucho tiempo en Lumbres? Después de Plombières, planeo pasar un mes en San Juan de Luz. Figúrate, mi pequeña Madeleine, que me he reencontrado con un pretendiente, del que creo que te hablé: un bailarín profesional de Niza, un chico muy guapo del estilo de Maurice, ¿te acuerdas de él? Se ha encaprichado de mí, y baila conmigo casi todo el rato. Cuando quise pagarle, se enfadó mucho, y se limita a apretarme con fuerza contra él mientras bailamos y a decirme piropos. ¡Yo no lo encuentro caro! Pero lo mejor de todo es que, al enterarse de que iría a San Juan, se las arregló para conseguir un puesto de bailarín en la Réserve de Ciboure, ¡y estoy encantada! ¡Tengo bailarín, señorita, y de los buenos, eh! El año que viene, en París, habrá que aprovecharlo. ¡Es muy práctico! ¡No te imaginas lo guapo que es! ¡¡¡Te aseguro que, si fuera de mi entorno, me enamoraría de él!!!

No quiero escandalizarte más, querida. Escríbeme enseguida. Mis respetos a tus padres, shake-hands a René y, para ti, miles de besos de tu amiga,

Irène

20 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

Grand Hôtel de la Paix

Plombières-les-Bains (Vosgos)

Sábado, 29 de julio [1922]

Mi querida Madeleine:

Estos últimos días he estado tan ocupada con nuestro viaje aquí (dos días en coche) e instalándome en este bendito pueblo que no he tenido tiempo ni para escribirte.

¿Cómo estás? ¿Qué tal te lo pasas? ¿Bailas mucho? ¿Qué fiestas se ven este año en P.-P.?[12] ¿Quién es el bailarín del Casino? ¿Está Édouard en el Régina?[13] ¿Se baila en el Régina? ¿Ya has ido al Bar? Espero una rápida respuesta a todas esas preguntas, ¿me oyes, Mad? Estas cosas me apasionan.

En cuanto a mí, me las voy apañando. Juzga tú. El pueblo es precioso, con paseos encantadores. Toda la mañana estás ocupada con la cura, los baños, las duchas, los masajes, etc. El casino es infecto; los bailarines, penosos. He decidido no volver a poner los pies allí: estropearía mi baile, y prefiero economizar para ofrecerme una buena «farra» en San Juan (si no sabes lo que significa eso, pregúntale a tu hermanito).

Todo eso no es muy alegre, dirás tú. No, ¡pero hete aquí! Dios, que tiene remedios para todos los males, ha enviado a nuestro hotel a una familia de empresarios de los Vosgos. La madre, la hija pequeña[14] y dos chicos [de] 25 y 18 años. Ellos son muy simpáticos, tienen un coche estupendo en el que me pasean todo el día y flirtean conmigo a cuál más. Tengo debilidad por el más joven. Ya sabes que tengo un gusto por los chicos muy por encima de mi edad, y además ¡es tan guapo! Como para pintarlo: una carita de paje y muy desvergonzado.

Por la noche se me ha ocurrido juntar a los niños del hotel en una gran sala y entretenerlos. Enternecimiento de los padres, alegría de los pequeños, ¡el pack completo! En realidad, los chavales arman un follón tremendo, sin preocuparse de nosotros. El escándalo ahuyenta a los padres, y «mi pajecito» y yo flirteamos todo lo que podemos. Hay que saber ingeniárselas.

Tengo pensado quedarme hasta el 15 de agosto y, luego, marcharme a San Juan. No tardes en escribirme, mi querida amiga. Te mando un beso muy fuerte. Mis respetos a tus padres. Le envío una carta a René.

Tu amiga Irène

21 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

Pavillon de Cérès, Vittel

Sábado [mediados de agosto de 1922]

Mi querida Mad:

Te sorprenderá saber que estoy aquí y no en San Juan de Luz, como tenía previsto. Pero el médico me ha prohibido terminantemente el mar. Así que he venido a Vittel a acabar el verano. ¡Qué sitio tan encantador! Aquí la gente se arregla y baila, baila y se arregla. En Plombières pasé tres semanas estupendas porque éramos toda una pandilla, que incluía a la troupe del Casino. ¿Te haces una idea? Por el día dábamos paseos todos juntos, y por la noche siempre estaba metida entre los bastidores. ¡Miss dice que me he convertido en una auténtica sinvergüenza! Aquí vuelvo a ser buena. Me paso la vida en el Casino. Bailo mucho. He conocido a un estadounidense que es un bailarín asombroso.

Y tú, ¿qué haces, mi pequeña Mad? ¿Te diviertes?

Cuéntamelo cuando tengas tiempo.

Saludos y recuerdos a toda tu familia y, para ti, mil besos de tu amiga

Irène

22 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

París, lunes

[finales de agosto de 1922]

Querida Madeleine:

He recibido tu amable carta, que me reexpidieron desde Vittel. Llegué hace unos días y, naturalmente, acabo las vacaciones como en Pascua, o sea, en cama. Pero esta vez ha sido bastante grave. En Vittel cogí frío en el estómago, y el sábado —anteayer— estaba lo bastante mal para que el médico avisara a mis padres, que se encuentran en Vichy. Imagínate el susto. Gracias a Dios, estoy mucho mejor, y espero restablecerme por completo muy pronto.

Supongo que, después de las imprudencias que cometí en Vittel, lo tenía merecido. Pero te aseguro que no me arrepiento de ellas. No me lo he pasado tan bien como en esa maravillosa tierra en toda mi vida. Si Paris-Plage te aburre, vente allí el próximo verano; yo, desde luego, pienso volver.

Para empezar, todas las tardes puedes bailar hasta la una de la mañana y, dos veces por semana, la noche entera. Por el día, yo no bailaba. Éramos una pandilla de seis: tres chicos de 21, 20 y 18 años que respondían a los bonitos nombres de Fink, un rubio alto, el cabeza de turco, apodado la Esfinge, sabe Dios por qué; Victor Aumont, alias Totoche, gracioso como él solo; y mi ligue (el de 20 años), Henry La Rochelle. Y en cuanto a las chicas, la hermana de Henry, 22 años; una muchacha encantadora de mi edad, Loulou de Vignoles; y yo. ¡Todos un poco locos! ¡Si supieras las tonterías que hicimos! Te contaré la última, eso me ayudará a olvidar que estoy pachucha. El día anterior a mi partida fuimos a merendar a una granja. Cuando llegamos, descubrimos un granero lleno de heno. De inmediato decidimos que nos llevaran el chocolate al heno. ¡Imagínate la cara de la criada! Trepamos todos por escaleras de mano hasta el heno, que olía maravillosamente a menta, y la merienda, que también nos suben por una escalera, llega allí arriba: chocolate en rebanadas de pan y mantequilla, en el heno. Nunca he comido con tanto apetito. Luego, los chicos construyeron toboganes con pacas de paja, y nosotras bajamos de allá arriba rodando por ellos como criaturas. ¡Fue muy divertido!

Para acabar la tarde, las tres parejas nos repartimos por distintos rincones y nos quedamos en el heno... tonteando, tan a gusto que, al salir de allí, vimos que había oscurecido hacía rato. Eso no nos impidió ir al Casino esa misma noche. Allí es donde hice tonterías. Hacía una noche maravillosa y fuimos a dar una vuelta por el parque Totoche y Loulou, que flirteaban de lo lindo, y Henry y yo, que hacíamos otro tanto. Nunca he visto una noche tan bonita, ni tan fría. Moraleja: ¡si vas a tontear al jardín, abrígate! Yo olvidé hacerlo, y ya me ves. Al día siguiente partí acompañada por una impresionante escolta de cinco bailarines.

Desgraciadamente, ahora no tengo más remedio que portarme bien, pero espero poder ir a Biarritz dentro de quince días.

¿Y tú? ¿Te quedarás mucho tiempo en P.-P.? He telefoneado a casa de René. Al parecer, no volverá hasta final de mes. Escríbeme, mi pequeña Mad.

Besos muy cariñosos.

Tu Irène

23 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

Hotel Régina Ferras

Le Touquet-Paris-Plage

Paris-Plage, viernes [septiembre de 1922]

Querida Madeleine:

Justo iba a escribirte, cuando he recibido tu amable carta. ¡Por un momento me he echado a temblar! He temido que no pudieras venir el jueves, pero, gracias a Dios, no es así. La idea de volver a verte me hace muy feliz, querida. Seguro que estarás muy guapa de María Antonieta. A mí, Miss me está haciendo un traje de zíngara. De hecho, quería pedirte algo. Si por casualidad tienes joyas baratas, cuentas de colores, brazaletes, ya sabes, cosas vistosas, serías un encanto si quisieras traértelas.

Dices que estás mustia, pobrecita mía... Pues ¿sabes qué? ¡Yo también! El miércoles me lo pasé entero en la cama, y desde entonces lucho contra una negra melancolía. ¿El motivo? Yo qué sé. Penas de amor o empacho de bogavante, no lo tengo claro.

Paris-Plage se ha vaciado un poco, pero creo que el baile de disfraces será muy lucido.

Aguardando el gran placer de verte, te ruego que transmitas mis respetuosos saludos a tus padres y vuelvas a agradecerles que me hayan dado la alegría de dejarte venir.

En cuanto a ti, mi pequeña Mad, recibe un beso muy grande de

Tu Irène

24 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

París, lunes [septiembre de 1922]

Mi querida Mad:

Heme aquí de nuevo en este gran París lleno de ruido y polvo, y muy triste por haberos dejado a todos.

Permíteme que vuelva a agradeceros a ti y a tus queridos padres vuestra encantadora acogida y las maravillosas vacaciones que me habéis hecho pasar.

Choura[15] y yo hemos hecho un buen viaje, no muy fatigoso.

Hoy ya he tenido visita de Mila,[16] del joven pintor y de otra chica, ¡y aún no son más que las cinco de la tarde!

Todo el mundo me pregunta si Choura no se casó en Lumbres, y se llevan una gran decepción al saber que no.

Por supuesto que pienso en ti, mi querida amiga. ¿Cómo estás? ¿Qué haces? ¿Te aburres?

Espero volver a verte pronto.

Te mando un beso muy fuerte, querida. Presenta, por favor, todos mis respetos a tus queridos padres y reitérales mi sincero agradecimiento.

Espero recibir carta tuya muy pronto.

Con todo mi afecto.

Tu amiga,

Irène

25 Irène Némirovsky a Madeleine Avot

París, jueves

[septiembre de 1922]

Querida Madeleine:

René, que acaba de irse, me ha hablado de la gran pena a la que aludías en tu última carta.

¿Es posible, querida? Tú, tan tranquila, tan reservada, ¿enamorada como una loca de un desconocido? Pero ¡qué barbaridad! Quiero creer que ese gran amor ya no es más que un recuerdo que te hace sonreír. ¿Todavía no? Bueno, todo llegará, créeme. Ya ves, mi larga experiencia

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