La vida es suero

Enfermera Saturada

Fragmento

cap-8

Fauna hospitalaria (y sus clientes habituales)

 

Los pacientes siempre mienten.

DOCTOR HOUSE

 

 

Si de algo está lleno el hospital es de pacientes. Y es que, nos guste o no, las enfermeras vivimos en gran parte de las desgracias ajenas.

Una empieza a acostumbrarse cuando es sustituta.

—Te llamo de la bolsa de empleo. Tengo una baja en reanimación y otra en planta.

—¿Qué baja es más larga? ¿Quién de las dos está más enferma?

Ahí empieza la fase «No te deseo ningún mal, pero ojalá estés mucho tiempo de baja», o lo que es lo mismo: vivir del mal ajeno.

En todos estos años trabajando aquí y allá en varios hospitales españoles, he podido apreciar los diferentes tipos de enfermos que pueblan nuestra red sanitaria española, cada día menos pública.

Un clásico que no falla en ningún servicio de Urgencias es el borracho o el yonqui, o el yonqui borracho, durmiendo en una camilla. Nadie sabe qué hace ahí ni cuántas horas lleva, pero siempre está. Yo creo que entre ellos se la van relevando, para no llegar a perder nunca la zona preferente en pasillo, entre el control y la zona de rayos. A veces te das cuenta de que está ahí cuando empieza a gritar desde la camilla para que le lleven comida, porque, eso sí, en cuanto el reloj marca la una se despierta para comer.

En urgencias no nos podemos olvidar tampoco de la familia gitana. Generalmente ya se les oye venir a lo lejos, y para que consulten a uno de ellos aparecen dieciséis acompañándolo (a los que se les unen los gitanos con bastón que aparcan coches junto al hospital). En una ocasión, cuando estaba de prácticas, conocí a una enfermera que aseguraba haber visto llegar a un gitano solo a urgencias. Ahí lo dejo. Todo un caso para Iker Jiménez.

Otro de los clásicos hospitalarios, para su desgracia, es el que yo denomino la rata de hospital: paciente de mediana edad con patologías varias, todas ellas crónicas, que ha hecho del hospital su segunda casa. Tiene un historial de esos de tres tomos que sólo lee el médico residente, y ha pasado más horas en planta que el carrito de la medicación. Conoce al personal del hospital mejor que la supervisora, y sabe ver el miedo en tus ojos si eres novata. Es el único paciente que sabe que timbrar durante el cambio de turno es una pérdida de tiempo. Consejo: cuando os crucéis con una rata de hospital, pinchadle donde él os diga, no suele equivocarse.

No puedo olvidarme tampoco de el conocido. Este subtipo de enfermo puebla todo el hospital: te lo puedes encontrar en intensivos, en planta, en urgencias o incluso en rayos. Su conversación para romper el hielo es la siguiente:

—Yo conozco a una enfermera que trabaja en este hospital.

—Ah, muy bien.

—Es de mi pueblo. Es bajita, morena y lleva gafas. ¿La conoces? Soy muy amigo de su padre.

—Con esa descripción podría ser yo.

Otro tipo de pacientes que podemos encontrar en cualquier hospital es el pesetas. Lo primero que suelta al verte aparecer es un: «Yo pago tu sueldo». Es el tipo de paciente más odiado por cualquier sanitario.

Un subtipo de el pesetas es el chulito. Su frase bandera es: «¡Tú no sabes quién soy yo!». A la que yo siempre respondo con un «Ni ganas que tengo». Nunca es nadie, aunque él cree que sí porque es presidente de la asociación de vecinos de su barrio.

Hablar de estos dos tipos de pacientes indeseables hace que recuerde a otro tipo menos habitual pero que también existe: el de la privada. Pertenece a una mutualidad que lo ha derivado a la sanidad pública porque su maravilloso hospital privado carece de los recursos suficientes para atenderlo o porque tiene que recibir un tratamiento que no resulta rentable. Este paciente y su familia llegan siempre a la defensiva y dejando claro que son de la privada. Suelen estar muy preocupados por si la habitación es individual y por cosas como la cama de acompañante.

—Nosotros es que somos de Sanitas, nunca hemos estado en la Seguridad Social. ¡Anda, mira! ¡Si hasta tienen tele en las habitaciones!

—Sí, señora, y baño completo. Pero aquí las gasas no son recicladas.

—¡Pero si hay una vieja en la cama de al lado! Esto en la privada no pasa.

—Pues ya sabe… ¡Ah, no!, que allí no la quieren.

No puedo cerrar este capítulo sin dedicar unas líneas a ese otro tipo de fauna hospitalaria que no está enferma pero habita allí: el acompañante del enfermo. Ese que a media mañana se pone a gritar en medio del pasillo porque el médico todavía no ha pasado a ver a su familiar, y cuando por fin llega, le pone su mejor sonrisa y le suelta un «Buenos días, doctor». Ese mismo que te pide un calmante a las cuatro de la madrugada para su padre porque tiene dolor, y cuando llegas, el paciente está roncando. Y esa otra que se pone a ver Sálvame mientras a su marido le da tiempo de arrancarse la vía, la sonda (con globo) y los patucos de protección. Y, cómo no, ese acompañante que te dice:

—Yo ya soy casi enfermera, que a mi padre le miro yo el azúcar en casa.

—Claro, señora, pues vaya y que le convaliden el título.

Pero los mejores acompañantes, los acompañantes pro, son esos que por la noche se ponen pijama, bata y zapatillas para mimetizarse con la planta. Que tú entras en la habitación a poner la medicación de las seis de la madrugada, los ves así ¡y no sabes a quién de los dos ponérsela!

cap-9

La letra de médico (y otras cosas de médicos)

 

Un médico: cura; dos: dudan;

tres: muerte segura.

Refranero español

 

 

«Letra de médico» es una asignatura de último año de medicina. Cuatro créditos y medio. Estoy segurísima. O eso o los médicos pautan los tratamientos escribiendo captchas aleato

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