El toque de Midas

Robert T. Kiyosaki

Fragmento

El toque de Midas

Prefacio

¿SOÑADOR… O

EMPRESARIO?

Un empresario, un hombre cuya mente se inclinaba hacia la mecánica desde que era niño, vio la oportunidad de cambiar el mundo. Encontró la manera de hacerlo mejor para toda la gente, y por eso, se dispuso a construir, no su fortuna, sino el sueño de un nuevo tipo de vida para todas las personas.

El hombre lidió con los desafíos de perfeccionar su idea, fabricar las incontables versiones de prototipos de su producto —cada una de ellas mejor que la anterior—, y construir su compañía. Sin embargo, su mayor batalla fue contra la gente que no podía apreciar su visión, expandir su enfoque y ver las cosas como podrían llegar a ser, en lugar de como eran en ese momento. La lucha fue muy intensa pero él se mantuvo firme. En el camino llegó a dudar de sí mismo, hizo muchísimos sacrificios y se alejó de su objetivo en varias ocasiones. También fracasó con frecuencia, pero como siempre le gustaron los dichos, prefirió pensar que el fracaso era “una oportunidad para comenzar de nuevo… con más inteligencia”.

No era muy buen estudiante y, para colmo, aprendió muy poco en la escuela. Sin embargo, le encantaba desarmar aparatos para ver cómo funcionaban. Su pasatiempo favorito era “descuartizar” relojes. No tenía título profesional, pero asistió a una escuela nocturna para fortalecer sus destrezas y, como también era muy inteligente, con el tiempo se convirtió en un maestro muy querido del oficio que practicaba. A él se acercaron estudiantes que igualaban su entusiasmo y que, ya muy tarde por la noche, se prestaban como voluntarios para trabajar en sus proyectos y aprender del proceso. Su habilidad para atraer el talento y el trabajo de otros era envidiable, y lo aprovechó para rodearse en su negocio de gente que entendía de asuntos con los que no estaba familiarizado.

Tuvo mucho éxito cuando trató de reunir recursos por medio de inversionistas que creyeran en su producto. El problema fue que, en lo que no siempre tenían fe, era en su visión, y al hombre le descorazonó descubrir que la gente sólo se enfocaba en el dinero. Llegó un momento en que lo despidieron de su propia compañía, que llevaba su nombre. Un hombre de menos valía habría abandonado la lucha y buscado otro empleo.

Curiosamente, unos años antes, él mismo había renunciado al empleo que tenía en una compañía muy importante. Como su actividad empresarial no le redituaba lo suficiente, tuvo que mudarse varias veces con su familia a lugares más modestos. Cuando todavía trabajaba para otros durante el día, recibió inspiración del icónico individuo que dirigía la empresa donde laboraba. Era un hombre al que había idolatrado desde la infancia, y con quien tuvo la oportunidad de convivir brevemente un día. Con una explicación muy somera, le describió su invento. El hombre dio un puñetazo en la mesa y le dijo: “Joven amigo, eso es: lo consiguió. No se dé por vencido”.

“Aquel puñetazo en la mesa significó muchísimo para mí”, le dijo el empresario a su paciente esposa. “El año que viene no me vas a ver mucho.” Para ser honestos, alcanzar el éxito le tomó más de un año. Fueron décadas.

Las respuestas rara vez nos llegan en uno de esos momentos que nos hacen gritar “¡Eureka!”, y lo que sucedió con Henry Ford, no fue diferente. Él observó el mundo que lo rodeaba y, con mucha lentitud, logró llegar al momento oportuno y alcanzar su objetivo. Ford demostró que un empresario no tiene que inventar una nueva tecnología. Su enorme éxito fue el resultado de algo más valioso: una marca. Los automóviles fabricados a la medida era lo que estaba de moda en aquel tiempo, pero formaban parte de un concepto que no era compatible con la visión que Ford tenía. Él quería que toda la gente pudiera disfrutar del lujo que, entonces, sólo los ricos podían pagar.

Ford quería cambiar el mundo y creía que el secreto radicaba en un automóvil con motor de combustión interna —en este caso, generada por gasolina— que se ensamblara en una fábrica en la que todos los automóviles fueran iguales. Su héroe, el hombre para quien trabajaba, también creía en esa idea, y por eso, dio un puñetazo en la mesa y motivó a Ford a continuar trabajando a pesar de los fracasos y el paso de los años.

Henry Ford se atrevió a soñar en grande. Un domingo escuchó al ministro de su iglesia decir: “Enganchen su carrito a una estrella”, y entonces le dijo a su hermana, “eso es lo que voy a hacer”. Fue en 1893. Diez años después, el 23 de julio de 1903, el dentista Ernst Pfenning, de Chicago, compró el primer Modelo A de la Ford Motor Company.

Henry Ford lo había logrado. Había dejado de ser un soñador, para convertirse en empresario.

El toque de Midas

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El toque de Midas
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INTRODUCCIÓN

LOS EMPRESARIOS

SON DISTINTOS

Este libro trata acerca de los empresarios y de lo que los hace distintos a los demás. Está dirigido tanto a quienes ya lo son, como a quienes les gustaría llegar a serlo.

No se trata de un libro de texto escrito por profesores de una escuela de negocios. Aquí no se ofrece una visión color de rosa, ni se muestra paso a paso el camino para alcanzar el éxito, porque ambos enfoques son poco realistas. No, este libro, al contrario, es muy realista. Por eso lo escribieron empresarios que han ganado, fracasado y vuelto a levantarse para volver a ganar una y otra vez. En él narramos nuestras historias.

A menudo, a esa capacidad que tiene el empresario de soñar, ganar, perder y volver a ganar, una y otra vez, se le llama espíritu empresarial. Es lo que separa al empresario de todos los demás en el mundo de los negocios. También es lo que marca la diferencia entre quienes desean ser empresarios y quienes de verdad pueden llegar a serlo.

Hemos estado escribiendo este libro durante tres años. Nos empeñamos en hacerlo porque ambos creemos que sólo los empresarios pueden crear empleos reales. Y ahora que el mundo atraviesa niveles sin precedente de desempleo, lo que más se necesita es subsanar el problema.

El desempleo crónico provoca malestar social, y eso puede conducir a una revolución. Los disturbios que se produjeron durante 2011 en Medio Oriente, son buenos ejemplos de ello. Estas revueltas las avivaron personas dispuestas, capaces y ansiosas por trabajar, que no tienen la oportunidad de hacerlo porque viven en sociedades con un alto nivel de desempleo. China, por ejemplo, tiembla sólo de pensar que sus exportaciones pudieran disminuir porque, la mera idea de millones de trabajadores desempleados, es aterradora. El gobierno de Estados Unidos tiene preocupaciones similares y gasta miles de millones de dólares con el objetivo de crear empleos a través de la legislación y los programas gubernamentales.

El problema es que ningún gobierno, ni el nuestro ni el chino, puede crear empleos reales. Los únicos que pueden hacerlo son los empresarios. Porque sólo ellos ven al futuro y le inyectan vida, una y otra vez, por medio de sus riesgos, pérdidas y ganancias. Y por si fuera poco, en ese proceso logran crear industrias nuevas y oportunidades para la gente de todo el mundo.

Otro problema importante es que las escuelas no crean empresarios, sólo están diseñadas para producir empleados. Por eso la gente con frecuencia dice: “Ve a la escuela para que puedas obtener un buen empleo”. La mayoría de los estudiantes, incluso los graduados de programas de maestría, terminan siendo empleados, no empresarios. Debido a los préstamos estudiantiles, millones de jóvenes se gradúan año con año, cargando una enorme deuda, y, para colmo, luego salen y descubren que no hay empleos para ellos. En la actualidad hay demasiada gente, joven y mayor, en busca de empleo. Y quienes ya tienen uno, viven con el temor de perderlo. Por eso necesitamos más empresarios que puedan generar negocios y fuentes de trabajo.

A la caída del mercado, que comenzó en 2007, se le considera el mayor descalabro económico desde la Gran Depresión. Mucha gente sigue esperando que la economía se recupere y, aunque eso sí llegará a suceder, estoy seguro de que no se volverán a presentar las mismas condiciones. La vieja economía de la

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