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La oveja disfrazada - Lo que no es compasión
UN CIEGO NO PUEDE AYUDAR A OTRO CIEGO. Los que están dando tumbos en la oscuridad no pueden ayudar a los demás a encontrar la luz. Los que no conocen la inmortalidad no pueden ayudar a los demás a perder el miedo a la muerte. Los que no viven total e intensamente, aquellos cuya canción aún no sale del corazón, cuya sonrisa solo es una sonrisa pintada en los labios, no pueden ayudar a los demás a ser auténticos y sinceros. Los hipócritas o farsantes no pueden ayudar a los demás a ser honestos.
Los que todavía no son ellos mismos, los que no saben nada de sí mismos, los que no tienen ni idea de su individualidad —y siguen perdidos en su personalidad, que es falsa y creada por la sociedad— no pueden ayudar a nadie a alcanzar la individualidad. Aun con las mejores intenciones, esto no es posible.
Si tu llama de la vida no está ardiendo, ¿cómo puedes encender las llamas apagadas de los demás? Tienes que estar ardiendo para lograr que los demás ardan. Tienes que ser rebelde para extender la rebelión a tu alrededor. Si estás ardiendo, si estás en llamas, puedes originar un gran fuego que se extienda más allá de tu vista. Pero antes tienes que estar en llamas.
El ciego que guía a otro ciego… el místico Kabir dice que ambos caen en el pozo. Sus palabras originales son: Andha andham thelia dono koop padant. «Un ciego guiaba a otro ciego y ambos cayeron al pozo.»
Para llevar a un ciego al médico tienes que tener ojos, no hay otra posibilidad. Solo puedes compartir con los demás lo que tienes. Si eres infeliz, compartirás tu infelicidad. Y cuando dos infelices se juntan, no solo se dobla la infelicidad, sino que se multiplica. Lo mismo ocurre con tu dicha, con tu rebelión y con todas las experiencias.
Solo puedes compartir con los demás lo que tienes. Si eres infeliz, compartirás tu infelicidad. Y cuando dos infelices se juntan, no solo se dobla la infelicidad, sino que se multiplica.
Antes tendrás que ser el modelo de lo que quieres que sea el mundo. Deberás pasar la prueba de fuego para demostrar tu filosofía de la vida con tu ejemplo. No basta con discutir sobre ello. El razonamiento y la discusión no sirven para nada, solo tu experiencia puede dar a los demás una prueba del amor, la meditación, el silencio y la religiosidad.
No intentes ayudar a nadie sin antes experimentarlo tú mismo, porque solo los confundirás aún más. Ya están confundidos. El bagaje de los siglos ha confundido a todo el mundo. Y sería muy amable por tu parte no ayudar, porque puede ser arriesgado; tu ayuda podría poner a la otra persona en un serio peligro.
Antes debes haber hecho el camino y saber perfectamente adónde conduce, solo entonces podrás cogerlos de la mano y enseñarles el camino.
En este mundo es muy difícil comunicarse. Debes aprender a comunicar tus experiencias para que llegue a los demás exactamente lo que quieres decir; de lo contrario, quizá estés pensando que estás compartiendo néctar y, sin embargo, estés introduciendo veneno en las vidas de los demás. ¡Ya están bastante envenenados!
Antes es mejor que te limpies y que tus ojos estén más transparentes para poder ver con más claridad. Quizá —y aun así, solo quizá— seas capaz de ayudar a los demás. La intención es buena, pero el bien no ocurre solo porque haya buenas intenciones.
Hay un antiguo refrán que dice que el camino hacia el infierno está hecho de buenas intenciones. Hay millones de personas que intentan ayudar con muy buena intención, dando consejos a los demás y sin preocuparse de seguir ellos mismos sus propios consejos. Es tan grande la felicidad de dar consejos que ¿a quién le importa que yo los siga?
La felicidad de dar consejos a los demás es una felicidad muy sutil y egoísta. La persona a la que aconsejas se convierte en un ignorante y tú eres quien sabe. El consejo es lo único que todo el mundo da pero nadie sigue; y es mejor que así sea, porque quienes los dan no saben nada, aunque no vayan con malas intenciones.
Recuerda, si quieres cambiar el mundo tienes que cambiarte primero a ti mismo; esta es la naturaleza de las cosas. La revolución empieza por uno mismo. Solo así podrás irradiarla a los corazones de los demás. Primero, debes comenzar el baile y entonces verás el milagro: los demás también empezarán a bailar.
El baile es contagioso, el amor también lo es, y la gratitud, y la religiosidad, y la rebelión; todos son contagiosos. Pero antes tienes que encender la llama que quieres ver en los ojos de los demás.
BONDAD AMOROSA Y OTROS DELIRIOS DE GRANDEZA
La compasión es el florecimiento absoluto de la conciencia. Es la pasión despojada de toda la oscuridad, liberada de todas las ataduras, purificada de todo el veneno. La pasión se convierte en compasión. La pasión es la semilla y la compasión es su florecimiento.
Habrás oído un dicho.
Pero la compasión no es bondad y la bondad no es compasión. La bondad es una actitud que, guiada por el ego, fortalece tu ego. Cuando eres bondadoso con alguien sientes que tienes ventaja. Cuando eres bondadoso con alguien hay oculto un profundo insulto; estás humillando al otro y te sientes feliz con su humillación. Por eso, la bondad no se puede perdonar nunca. De alguna forma y en algún lugar, la persona con la que has sido bondadoso estará enfadada contigo y se tomará inevitablemente la revancha. Esto sucede porque en la superficie, la bondad surge como si fuese compasión, pero en el fondo no tiene nada que ver con la compasión. Tiene otros motivos ulteriores.
La compasión es inmotivada, no tiene ningún motivo en absoluto. Ocurre simplemente porque tienes, porque das, y no porque el otro necesite nada. En la compasión no hay ninguna consideración hacia el otro. Tienes tanto que te desborda. La compasión es como la respiración, espontánea y natural. La bondad es una actitud que hay que cultivar. La bondad es una especie de artimaña, calculada y matemática.
Compórtate con los demás como te gustaría que se compartasen contigo.
Habrás oído uno de los dichos más importantes que está, de una forma u otra, en casi todas las escrituras del mundo: «Compórtate con los demás como te gustaría que se comportasen contigo». Esto es una actitud calculada, pero no es compasión. No tiene nada que ver con la religiosidad, y es un tipo de moralidad muy baja, una moralidad muy mundana. «Compórtate con los demás como te gustaría que se comportasen contigo.» Es una especie de transacción, pero no tiene nada de religioso. Lo estás haciendo sencillamente porque te gustaría recibir lo mismo a cambio. Es egoísta, egocéntrico e interesado. No estás al servicio del otro, no estás amando al otro, sino que, de una manera indirecta estás haciéndote un favor a ti mismo. Estás utilizando al otro. Es un egoísmo iluminado, pero es egoísmo; es un egoísmo muy inteligente, pero es egoísmo. La compasión es un florecimiento no calculado, es algo que emana. Das porque no puedes hacerlo de otra manera.
Es una especie de transacción, pero no tiene nada de religioso.
Recuerda esto: en primer lugar, la compasión no es bondad en este sentido —en el sentido en el que se usa la palabra bondad—, no es bondad. En otro sentido, la compasión es la única verdadera bondad. No estás «siendo bondadoso» con alguien, simplemente eres la otra persona y te desprendes de una energía que recibes de la totalidad. Procede de la totalidad y vuelve a la totalidad; simplemente no te metes en medio como si fueses un obstáculo.
Cuando Alejandro Magno viajó a la India fue a ver al gran místico Diógenes. Diógenes estaba tumbado a la orilla del río, tomando el sol. Alejandro siempre había abrigado el deseo de conocer a Diógenes, porque había oído decir que ese hombre no tenía nada y, sin embargo, no había nadie tan rico como él en la tierra. Tenía algo, era un ser luminoso. La gente decía: «Es un mendigo pero, en realidad, es un emperador». De manera que Alejandro estaba intrigado. Mientras viajaba oyó decir que Diógenes se hallaba cerca y fue a verle.
La bondad es algo que tú puedes hacer pero la compasión la hace la existencia. Tú sencillamente no lo impides, no te colocas en medio.
Al amanecer, Diógenes está desnudo sobre la arena mientras sale el sol, y Alejandro le dice: «Me alegro de verle. Todo lo que he oído decir parece ser verdad, nunca he visto a nadie tan feliz. ¿Puedo hacer algo por usted, señor?». Y Diógenes dijo: «Apártate un poco, me estás tapando el sol, recuerda que no debes obstruir el sol. Eres una persona peligrosa, puedes impedir que el sol le llegue a mucha gente. Apártate un poco».
La compasión no es algo que das a los demás; simplemente es no tapar el sol. Date cuenta de este detalle, se trata sencillamente de no obstruir la divinidad. Es convertirse en un vehículo de la divinidad, permitir que lo divino fluya a través de ti. Te conviertes en un bambú hueco y lo divino fluye a través de ti. Solo un bambú hueco se puede convertir en una flauta, porque solo un bambú hueco es capaz de permitir que la música fluya a través de él.
La compasión no proviene de ti, forma parte de la existencia, de lo divino, pero la bondad proviene de ti; esto es lo primero que debes comprender. La bondad es algo que tú puedes hacer pero la compasión la hace la existencia. Tú sencillamente no lo impides, no te colocas en medio. Permites que dé el sol, que penetre y llegue hasta donde quiera.
La bondad fortalece el ego, pero la compasión solo es posible si el ego ha desaparecido del todo. No dejes que los diccionarios te confundan, en ellos encontrarás que compasión y bondad son sinónimos, pero no es así en el verdadero diccionario de la existencia.
El zen solo tiene un diccionario y es el del universo. El Corán son las escrituras de los musulmanes, los hindúes tienen el Veda, los Sikhs tienen el Gurugranth, los cristianos tienen la Biblia y los judíos tienen el Talmud. Si me preguntases cuál es la escritura del zen, te diría que el zen no tiene escrituras, sus escrituras son el universo. Esa es la belleza del zen. El sermón está en cada piedra, Dios está recitando en el sonido de cada pájaro, la existencia misma está bailando en todo lo que sucede a tu alrededor.
La compasión es cuando permites que esta canción eterna fluya a través de ti, cuando permites que suene a través de ti, cuando cooperas con la divinidad y vas al mismo ritmo. No tiene nada que ver contigo y tú debes desaparecer para que pueda existir. Para que pueda existir la compasión tienes que desaparecer absolutamente, porque solo puede fluir en tu ausencia.
La bondad cultivada te vuelve egoísta. Es evidente que las personas buenas son mucho más egoístas que las personas crueles. Es extraño pero quien es cruel al menos tiene cierto complejo de culpabilidad, pero la persona supuestamente buena se siente perfectamente bien, siempre es más devota que tú y mejor que los demás. Se siente muy segura de lo que hace, y todos los actos de bondad van dándole más energía y poder a su ego. Cada día se vuelve mejor. Todo esto es un engaño del ego.
Lo primero que hay que comprender es que la compasión no es la supuesta bondad. Contiene la parte esencial de la bondad: ser delicado, indulgente, tener empatía, no ser duro, ser creativo y ayudar. Pero por tu parte no hay ninguna acción, todo fluye a través de ti. Procede de la existencia y tú estás feliz y agradecido de que la existencia te haya escogido como vehículo. Te vuelves transparente y la bondad pasa a través de ti. Te vuelves tan transparente como el cristal y permites que el sol pase a través de ti, no lo obstruyes. Es bondad pura sin ego.
Lo segundo es que la compasión tampoco es el supuesto amor. Tiene la calidad esencial del amor, pero no es lo que tú conoces por amor. Tu amor no es más que lujuria disfrazada de amor. Tu amor no tiene nada que ver con el amor; es una especie de explotación del otro pero con un bonito nombre, un gran eslogan.
No haces más que repetir, «te quiero», pero ¿alguna vez has querido a alguien? Simplemente has utilizado a los demás, pero no los has querido. ¿Cómo es posible que utilizar a los demás sea amor? En realidad, utilizar a los demás es el acto más destructivo del mundo, porque utilizar al otro como un medio es un acto criminal.
Immanuel Kant, al describir su concepto de moral, dice que la utilización del otro es inmoral, es el mayor acto inmoral. Nunca utilices al otro como un medio, porque todo el mundo es un fin en sí mismo. Respeta al otro como un fin en sí mismo. Cuando respetas al otro como un fin en sí mismo, lo estás amando. Cuando empiezas a utilizar al otro —el marido que usa a la mujer o la mujer que usa al marido— es porque hay algún motivo. Y esto lo puedes comprobar en cualquier sitio.
La gente no se destruye por odio, la gente se destruye por lo que llaman amor. No pueden analizarlo porque lo llaman amor. Como lo llaman amor, creen que debe de ser bueno, pero no es así. La humanidad sufre por esa enfermedad que llaman amor. Si lo analizas en profundidad no encontrarás más que pura lujuria. La lujuria no es amor. La lujuria quiere poseer, pero el amor quiere dar. La lujuria insiste en «consigue todo lo que puedas dando lo menos posible. Da menos y consigue más. Si tienes que dar, hazlo para que piquen».
La lujuria es un buen negocio. Sí, tienes que dar algo para conseguir algo, pero la idea es conseguir más y dar menos. Esta es una mentalidad comerciante. Si puedes conseguir sin dar, ¡mejor! Si no puedes conseguir sin dar nada, entonces da un poquito; pero finge que estás dando mucho y arrebátale todo al otro.
La lujuria es aprovechamiento. El amor no es aprovechamiento. La compasión no es amor en el sentido habitual y, sin embargo, es amor en el verdadero sentido. La compasión solo da, no piensa en recibir nada a cambio, pero eso no significa que no reciba nada a cambio, no, no se te ocurra pensarlo ni por un instante. Cuando das sin pensar en recibir nada a cambio recibes mil veces más, pero eso es algo que no tiene nada que ver contigo. Cuando quieres recibir demasiado, solo te decepcionas y no recibes nada. Al final solo consigues desilusionarte.
Todas las aventuras amorosas acaban con una desilusión. ¿No te has dado cuenta de que las aventuras amorosas al final te sumen en un pozo de tristeza y depresión, y tienes la sensación de haber sido engañado? En la compasión no hay desilusión porque la compasión no empieza con una ilusión. La compasión nunca pide nada a cambio, no necesita nada. En primer lugar, porque la persona compasiva siente que «no es mi energía lo que estoy dando, sino la energía de la existencia misma. ¿Quién soy yo para pedir algo a cambio? Ni siquiera tiene sentido esperar recibir las gracias».
Esto es lo que le ocurrió a Jesús cuando se le acercó un hombre que se curó cuando lo tocó. El hombre le dio las gracias a Jesús, naturalmente, estaba extraordinariamente agradecido. Padecía desde hacía muchos años una enfermedad que no tenía cura y los médicos le habían dicho «No se puede hacer nada, tienes que aceptarlo». ¡Y luego se curó! Pero Jesús le dijo: «No señor, no me lo agradezcas a mí, agradéceselo a Dios. ¡Es algo que ha ocurrido entre tú y Dios! Yo no tengo nada que ver. Es tu fe la que te ha curado y gracias a ella has podido disfrutar de la energía de Dios. Yo, como mucho, soy un puente, un puente a través del cual la energía de Dios y tu fe se han dado la mano. No tienes que preocuparte por mí ni debes estarme agradecido. Da gracias a lo divino, da gracias a tu propia fe. Entre tú y lo divino ha sucedido algo. Yo no tengo ninguna parte en esto».
Esto es la compasión. La compasión no tiene la sensación de estar dando pero sigue dando, no tiene la sensación de «yo soy quien da». Pero después, la existencia responde de mil maneras. Si doy un poco de amor empieza a fluir el amor por todas partes. El hombre compasivo no está intentando arrebatar nada, no es codicioso. No espera nada a cambio, continúa dando. Y no para de recibir, pero eso no está en su mente.
En segundo lugar, la compasión no es lo que llamamos amor, sino el verdadero amor.
Y en tercer lugar: la compasión es inteligencia pero no intelecto. Cuando la inteligencia se libera de todas las formas, de todas las formas lógicas, cuando la inteligencia se libera del raciocinio, cuando se libera de la supuesta racionalidad —porque la racionalidad es una reclusión—, cuando la inteligencia es libertad, entonces es compasión. Un hombre compasivo es terriblemente inteligente, pero no es un intelectual. Puede ver hasta el trasfondo, tiene una visión absoluta, tiene verdaderos ojos para ver, no hay nada que se le pueda ocultar, pero no se trata de adivinar. No usa la lógica ni la deducción, es porque tiene una visión clara.
El hombre compasivo no es un hombre falto de inteligencia pero no es un intelectual.
Recuérdalo: el hombre compasivo no es un hombre falto de inteligencia pero no es un intelectual. Tiene una extraordinaria inteligencia, es la personificación misma de la inteligencia. Es puro resplandor. Sabe pero no piensa. ¿De qué sirve pensar cuando sabes? Pensar solo es un sustituto. Cuando no sabes, piensas. Pensar es un proceso sustitutivo —y recuerda que es un mero sustituto—. Cuando puedes saber, cuando puedes ver, ¿para qué vas a molestarte en pensar?
Sabe pero no piensa. ¿De qué sirve pensar cuando sabes? Pensar solo es un sustituo. Cuando no sabes, piensas.
El hombre compasivo sabe; el intelectual piensa. El intelectual es un pensador y el hombre compasivo es un no pensador, un no intelectual. Es inteligente, tiene una enorme inteligencia pero su inteligencia no funciona a través del patrón del intelecto. Su inteligencia funciona intuitivamente.
Y en cuarto lugar: la compasión no es un sentimiento, porque un sentimiento tiene dentro de sí muchas cosas que no son compasión en absoluto. El sentimiento tiene sentimentalismo y emotividad, pero estas cosas no existen en la compasión. El hombre compasivo siente, aunque sin emociones. Siente, pero no hay sentimentalismo. Hará lo que sea necesario hacer sin que esto le afecte. Debemos comprender esto a fondo. Cuando comprendes lo que es la compasión, comprendes lo que es un buda.
Si alguien sufre, un hombre de sentimientos empezará a llorar. Llorar no sirve de mucho. A alguien se le está quemando la casa, el hombre de sentimientos empezará a gritar y a llorar, y se dará golpes en el pecho. Eso no servirá de nada. ¡El hombre compasivo empezará a hacer algo! No llorará, porque no tiene sentido; las lágrimas no sirven para nada. Las lágrimas no pueden apagar el fuego, las lágrimas no van a convertirse en medicinas para los que sufren, ni pueden ayudar a un hombre que se está ahogando. Hay un hombre ahogándose en la orilla y tú estás llorando y gritando, llorando y gritando desesperadamente. Eres un hombre de sentimientos, seguro, pero no un hombre compasivo. El hombre compasivo pasa inmediatamente a la acción. Su acción es inmediata, no lo duda ni un instante. Su acción es instantánea; en cuanto surge algo en su visión, inmediatamente lo convierte en acción. No es que él mismo lo convierta sino que se convierte en acción. Su comprensión y su acción son dos aspectos del mismo fenómeno, no son dos cosas independientes. Una parte se llama entendimiento y la otra parte se llama acción.
Por eso digo que un hombre religioso, por su propia naturaleza, está implicado y comprometido con la vida. No llorará o gimoteará. Un hombre de sentimiento aparenta ser a veces un hombre de compasión. Pero no os dejéis confundir, el hombre de sentimientos no sirve para nada. Al contrario, complicará aún más las cosas. No ayudará sino que aumentará la confusión; en vez de ayudar dificultará.
El hombre compasivo es muy perspicaz, simplemente actúa, sin lágrimas, sin emociones. No es frío pero tampoco es caliente. Simplemente es cálido y fresco. Esta es la paradoja del hombre compasivo. Es cálido porque es amoroso, sin embargo se mantiene fresco. Pase lo que pase, nunca deja de estar fresco y actuar desde esta calma. Puede ayudar porque conserva la calma.
Para tener una visión en cuatro dimensiones de qué es la compasión debes comprender estas cuatro cosas. ¿Cómo surge la compasión? La compasión no se puede cultivar, si la cultivas se convierte en bondad. ¿Cómo se puede dar vida a esta compasión? No puedes profundizar en las escrituras, no puedes leer, lo que ha dicho Buda o lo que ha dicho Cristo no te puede ayudar porque eso introduce el intelecto pero no aporta inteligencia. No puedes seguir amando del modo que has amado hasta ahora. Si siempre vas en la misma dirección no alcanzarás la compasión. Tu amor no va en la dirección adecuada. Si sigues yendo por el mismo camino —si escuchas a Buda hablando del amor o a Cristo hablando del amor y piensas: «Bien. Tengo que seguir amando como he amado hasta ahora»— obtendrás más cantidad, pero la calidad seguirá siendo la misma. Seguirás yendo en la misma dirección.
Lo que está básicamente mal es la dirección. No has amado. Cuando esto cale a fondo en tu corazón, que «todavía no he amado»… Sí, es terrible sentir que «todavía no he amado», es muy duro. Podemos pensar que los demás no han amado —eso es lo que pensamos: «nadie me ha amado. Está bien, la gente es difícil»—, pero darte cuenta de que tú no has amado te destroza el ego.
Por eso los seres humanos no quieren darse cuenta del simple hecho de que todavía no han amado. Y como no quieren darse cuenta, no ven. Y como no ven, nunca podrán transformarse. Seguirán girando en el mismo surco; seguirán repitiendo las mismas cosas mecánicamente. Y volverán a desilusionarse una y otra vez.
¿Cómo originar la compasión? Si se hubiese tratado solo de tu amor podrías haber seguido en la misma dirección. Lo adecuado sería ir más rápido, correr más y ser más veloz. Pero no estás yendo en la dirección correcta, de manera que si vas más deprisa, en vez de acercarte, te estarás alejando a más velocidad. La velocidad no va a ayudarte porque, para empezar, estás yendo en la dirección equivocada, que es la dirección de la lujuria y el deseo. Entonces, ¿cómo originar la compasión? Insisto en que tampoco es sentir; puedes llorar amargamente, flagelarte, llorar mil y una lágrimas por los mil y un sufrimientos que hay a tu alrededor, puedes convertirte en un sentimental y que te afecte toda la gente de Vietnam, Pakistán o cualquier otro sitio, puedes dejar que todos los pobres te afecten.
León Tolstoi recuerda a su madre en sus memorias. Dice que era una buena mujer, muy buena; buena en el sentido que he descrito, pero no en el sentido de la compasión. Era muy buena, tan buena que solía llorar siempre en el teatro. Eran muy ricos y pertenecían a la nobleza. Había un sirviente que solía acompañar a la madre de León Tolstoi al teatro cargado de pañuelos, porque le hacían falta durante toda la obra. No paraba de llorar. Tolstoi dice: «Pero me sorprendía ver que en Rusia, incluso cuando era invierno y hacía mucho frío, con temperaturas bajo cero y nevando, ella entraba en el teatro mientras el conductor de la carroza se quedaba esperando de pie, fuera de la carroza, helándose de frío bajo la nieve, incluso llegando a ponerse enfermo, pero ella nunca se acordaba de este hombre que sufría esperándola en la gélida noche, aunque derramara lágrimas por algo que había visto en el teatro».
Son personas sentimentales, emocionales… no les cuesta nada llorar ni sentir. Pero ser compasivo cuesta mucho, ser compasivo te cuesta la vida. Una persona compasiva es una persona muy realista. Una persona de sentimientos simplemente vive un sueño, vagas emociones, fantasías. De manera que la compasión no puede originarse tampoco por los sentimientos. Entonces, ¿cómo originarla? ¿Cuál es la forma zen de originarla? La única forma de hacerlo es la meditación. Se logra a través de la meditación. Por eso tenemos que entender qué es la meditación.
Gautama Buda, el fundador del zen, el fundador de todas las grandes técnicas de meditación del mundo, lo define con un