Prólogo
Jesús Sánchez Martos es el «doctorcito». Pero no un doctorcito cualquiera, sino el nuestro, el de millones de españoles. Apareció en nuestras vidas en plena pandemia, con su sempiterno traje azul y esas gafas de pasta que le dan un aire profesoral. Y desde el primer momento supimos que este doctorcito era el que necesitábamos. Ustedes y nosotros. Porque la memoria nos ayuda a mitigar los recuerdos dolorosos, pero venimos de una época no dura, sino durísima.
No le tuvimos que dar ninguna indicación. Jesús supo conectar con los millones de personas que veían Sálvame durante la pandemia para evadirse de una realidad lúgubre y poco esperanzadora. Con un tono didáctico y tendente al optimismo, nos enseñó a hacer frente a un virus que tanto dolor ha causado a todos. Hablar con él a diario nos hacía ser más conscientes de lo que estaba pasando y nos enseñó a no dejarnos llevar por esos bulos que cada vez son más frecuentes en cualquier tipo de información. Jesús desmontaba teorías conspiratorias, nos quitaba miedos, reñía a algunos fabricantes por intentar cobrarnos como artículos de lujo elementos que eran de primera necesidad y empujaba a los políticos a tomar medidas dictadas por el sentido común. En definitiva: nos inspiraba confianza.
Jesús, nuestro doctorcito, también nos infundió paz durante la pandemia y sigue haciéndolo semanalmente en Sálvame. Es de lo mejor que le ha ocurrido al programa porque siempre que viene aprendemos cosas nuevas. Se ha convertido en habitual que cada uno de los que allí trabajamos le cojamos por banda cuando creemos que nos pasa algo, por leve que sea. Él, como tiene mucha paciencia y le gusta su oficio, nos atiende con cariño y siempre tiene la solución acertada. Ama su trabajo con pasión y eso se nota, de ahí que este libro sea también una joya. Un auténtico lujo al que podremos acudir siempre que tengamos alguna duda sobre nuestra salud. Así, con Mejor prevenir que curar, Jesús Sánchez Martos se convertirá en nuestro médico de cabecera y luego, cuando tengamos que ir a un especialista, ojalá topemos con otro profesional como él: un ser humano cálido y comprensivo.
Por mi parte, Jesús, solo puedo añadir mi deseo de que podamos disfrutarte muchos años en nuestro programa. Es una maravilla que alguien con tu sabiduría acepte compartir sus conocimientos con todo ese público de Sálvame que te adora. Al igual que lo hacemos todos los que tenemos la suerte de trabajar contigo.
JORGE JAVIER VÁZQUEZ
Introducción
Dale a un hombre un pez y comerá un día, enséñale a pescar y comerá todos los días.
PROVERBIO CHINO
¿Cuántas veces hemos escuchado o leído que es «mejor prevenir que curar»? Es, sin duda, la expresión a la que más recurrimos todos los que nos dedicamos a la prevención de las enfermedades y a la educación para la salud de la población, pero también se utiliza en todos los ámbitos de la vida, y no solo en relación con la salud y la enfermedad; mejor evitar que algo malo pueda suceder, y por eso tomamos las medidas necesarias, sobre todo cuando conocemos las causas o los «riesgos» para que pueda ocurrir. El popular refrán «más vale prevenir que curar» también fue utilizado en la literatura y en el teatro, como en la obra de Miguel Delibes Cinco horas con Mario.
Siempre es mejor utilizar los «cortafuegos» para evitar un incendio que los «apagafuegos» cuando las llamas ya se han extendido, aunque son imprescindibles cuando esto sucede.
Se le atribuye esta expresión a Erasmo de Róterdam, filósofo y humanista holandés de los siglos XV y XVI, uno de los más grandes eruditos del pensamiento renacentista, que la incluyó en su obra Adagios, en la que recogía ochocientos proverbios haciendo alusión también al ámbito político, laboral y social; no en vano, el incremento de muertes por accidentes laborales y enfermedades profesionales, por accidentes de tráfico y por enfermedades infecciosas, nos obliga a recordar que siempre es «mejor prevenir que curar».
La Organización Mundial de la Salud defiende desde hace muchos años que «tratar» las enfermedades ya no es suficiente, porque es mucho más costoso en todos los sentidos, y por ello aboga por prevenir los accidentes y las enfermedades, porque la salud depende de una combinación de factores biológicos y ambientales, de los diferentes sistemas sociosanitarios, de nuestros personales «estilos de vida» y de los cada vez más frecuentes avances de la tecnología y de la ciencia médica que, gracias al conocimiento de nuestro genoma, nos ofrece un tratamiento personalizado, siempre fundamentado en la más rigurosa evidencia científica.
La salud es responsabilidad de los gobiernos y sus autoridades sanitarias, pero también de nuestra actitud ante la vida y de nuestra aptitud en cuanto a los hábitos saludables que debemos practicar. Pero, para conseguirlo, es fundamental que el conocimiento de la ciencia médica esté al alcance de todos, con el rigor necesario, pero también con la facilidad de entendimiento que cada persona necesita.
No cabe duda de que una persona bien informada es mucho más difícil que enferme, y que un enfermo bien informado es mucho más fácil que pueda controlar su enfermedad y, en muchos casos, llegar a curarse. Y la verdad es que hoy vivimos en un mundo globalizado que nos facilita a todos el acceso a toda la información, pero «más no siempre es mejor»; es decir, que tener más información no siempre implica que se esté mejor informado. No todo lo que nos dice el «Dr. Google» es cierto y en muchas ocasiones sus datos pueden llegar a ser peligrosos para la salud.
Es cierto que hoy no nos podemos quejar de la falta de información, pero, como digo, no siempre más es mejor; lo estamos comprobando ahora con la gran cantidad de información que recibimos en torno al SARS-CoV-2, el cruel virus que protagoniza la pandemia de la COVID-19 a la que nos enfrentamos. Cuando la información carece del rigor necesario, contribuye a aumentar el miedo y la incertidumbre, que aprovechan los «negacionistas» de la enfermedad y de las vacunas que tantas vidas han salvado y seguirán salvando, a pesar de las posibles complicaciones que puedan conllevar, porque, como sabemos, en ciencia y en medicina «no existe el riesgo cero».
Este es el objetivo principal del libro que tiene en sus manos: contribuir a mejorar la información de la población para ayudar a prevenir todas aquellas situaciones que pueden llegar a poner en jaque nuestra salud, y que no tengamos que utilizar el popular refrán que nos recuerda que «solo nos acordamos de santa Bárbara cuando truena», haciendo alusión a que solo pensamos en la salud cuando nos falta.
En este sentido quisiera agradecer a los dos grandes profesionales de la comunicación que abren y cierran esta modesta obra, porque ambos me han ayudado a conseguir este objetivo a lo largo de mi vida profesional, como médico y como divulgador de la salud.
Gracias, querido Jorge Javier Vázquez, porque desde el principio de la triste pandemia de coronavirus me has facilitado, junto a los directivos de la productora La Fábrica de la Tele y del programa Sálvame, acercarme cada día a más de dos millones y medio de ciudadanos con mis consejos de salud. Gracias a todos por vuestro respeto y vuestro cariño. Y a ti, Jorge Javier, por abrir este libro con el prólogo.
Y gracias, cómo no, al «gran maestro de la comunicación en salud», Ramón Sánchez-Ocaña, pues desde mis inicios fuiste para mí el gran referente de cómo se debe hacer la divulgación sanitaria con criterios científicos y de la forma más cercana a la población general. Nos has enseñado a todos que, si queremos hacer educación para la salud, hemos de saber hacer fácil a los demás lo que para nosotros fue difícil de aprender. Tarea nada sencilla, pero que tú siempre has hecho con una gran maestría. Gracias, Ramón, por cerrar este libro con tu epílogo, que sin duda constituye un broche de oro.
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Doctor, me duele mucho la cabeza.
¿Qué puedo hacer?
¿Quién no ha padecido alguna vez un dolor de cabeza y ha tomado algún analgésico por su cuenta o porque algún familiar o amigo se lo haya recomendado? ¿O quizá porque recuerda que en otra ocasión su médico le recetó un medicamento para ese molesto dolor de cabeza con el que mejoró notablemente?
¿Qué puede y debe hacer si sufre un dolor de cabeza? En principio le diré lo que no debería hacer; desde luego no debería preocuparse en exceso, porque el dolor de cabeza o cefalea es el síntoma por el que con más frecuencia las personas asisten a las consultas de atención primaria y también a los servicios de urgencia de los hospitales, y afortunadamente la mayoría de los casos, más del 90 %, se deben a problemas benignos que no suponen un riesgo vital.
Tampoco le recomiendo fiarse de los consejos que le puede ofrecer el «Dr. Google» a través de internet, ni automedicarse como solución, sobre todo porque el dolor de cabeza es un síntoma «de alerta» que muchas veces es la verdadera punta del iceberg de distintas enfermedades que necesitan de un diagnóstico y tratamiento específico e individualizado. Además, el abuso continuado de medicamentos analgésicos para el dolor de cabeza puede desencadenar una situación de cefalea crónica y permanente.
¿Cuáles son los dolores de cabeza o cefaleas más frecuentes?
Normalmente los médicos diferenciamos las cefaleas primarias, que son las que no se asocian con ninguna enfermedad que justifique su desarrollo, y las cefaleas secundarias, que son las que forman parte del cortejo sintomático de diversas enfermedades.
En cuanto a las cefaleas primarias, las más frecuentes son las cefaleas tensionales, que cursan un dolor de cabeza general como en «casco» y que se asocian con la falta de sueño reparador, el estrés, la ansiedad y el consumo de tabaco y alcohol; las jaquecas o migrañas, que por su importancia y frecuencia trataremos en detalle, y las cefaleas «en racimos», que se caracterizan por un dolor muy profundo detrás de los ojos y que se irradia a la frente, las sienes o las fosas nasales.
Entre las cefaleas secundarias, las más frecuentes se asocian a los procesos febriles en general, pero también lo son las que acompañan a enfermedades respiratorias y metabólicas, a los traumatismos craneoencefálicos, a las enfermedades cerebrovasculares, a los tumores cerebrales y a las provocadas por el consumo de alcohol, tabaco y otras drogas.
Tipos de cefaleas o dolores de cabeza
Cefaleas primarias
• No se corresponden con ninguna enfermedad de base, pero pueden ser la punta del iceberg de alguna de ellas
• Jaquecas y migrañas
• Cefaleas tensionales
• Cefaleas en racimos
Cefaleas secundarias
• Procesos febriles
• Enfermedades respiratorias
• Hipoglucemias
• Alteraciones visuales
• Enfermedades cerebrovasculares
• Traumatismos craneoencefálicos
• Tumores cerebrales
• Consumo de alcohol, tabaco y otras drogas
¿En qué se diferencian las migrañas del resto de los dolores de cabeza?
Cefalea es un término griego que significa «dolor de cabeza», mientras que jaqueca y migraña son términos que significan lo mismo y son los dolores de cabeza más frecuentes, pues afectan a más de 136 millones de personas en Europa. Muchas veces las padecen en silencio, siendo incomprendidas por sus familiares, sus amigos y su entorno laboral, ya que es una enfermedad que podemos considerar como «sin papeles», pues no se puede demostrar por un análisis de sangre ni por una resonancia magnética nuclear o un tac.
Precisamente por su gran frecuencia y su implicación directa en la calidad de vida de los pacientes, a pesar de ser un síntoma, la Organización Mundial de la Salud, en la actualidad, la considera la octava enfermedad más discapacitante. En ocasiones, puede tener características hereditarias, aunque todavía no se han podido identificar los genes responsables, y es tres veces más frecuente en las mujeres, con una mayor incidencia entre los 25 y los 55 años.
Se trata de un dolor de cabeza episódico y recurrente que se localiza en una de las mitades de la cabeza (migraña significa «hemicránea»), con una duración de entre 4 y 72 horas; los pacientes notan dolores pulsátiles e intermitentes, como los latidos del corazón en la cabeza, o como un martilleo rítmico y continuado, de una duración que varía entre las 2 o 3 horas hasta, a veces, los 2 o 3 días, y que con frecuencia se acompañan de náuseas, vómitos, molestias oculares ante los reflejos luminosos o fotofobia y molestias ante los ruidos y diferentes sonidos, que conocemos como sonofobia o fonofobia.
¿En qué consiste el «aura de las migrañas» y para qué sirve?
En algunas ocasiones, aproximadamente entre 20 y 25 de cada 100 pacientes tienen la sensación de que la migraña o jaqueca aparecerá en breve. Es lo que denominamos «aura»: notan luces brillantes, manchas negras o puntos de luz que se encienden y apagan, unos 15-20 minutos o incluso una hora antes de que comience realmente el dolor, como si de una verdadera premonición se tratara. Los pacientes consideran estas alteraciones sensoriales como un signo de alerta de que en breves minutos aparecerá su dolor de cabeza, razón de más para que, como veremos luego, siempre sea aconsejable llevar un diario personal del dolor de cabeza, que tanto nos ayudará a los médicos para orientarnos sobre un diagnóstico más preciso.
¿Cómo se puede llegar a un diagnóstico definitivo del dolor de cabeza?
Primero, por una adecuada anamnesis en la consulta del médico, es decir, mediante el conjunto de datos que nos cuenta el paciente y que son fundamentales en una completa historia clínica, acompañada de la exploración y pruebas complementarias necesarias, además de la ayuda del diario del dolor de cabeza.
El paciente acude a la consulta por su dolor y precisamente esa característica personal es la que nos puede ayudar a realizar un correcto diagnóstico. Es fundamental que tengamos presente que el dolor es un síntoma subjetivo, que no podemos medir con ningún análisis de sangre o cualquier otra prueba complementaria, por lo que siempre debemos creer lo que nos cuenta el paciente, y que podemos trasladar al «dolorímetro», que consiste en una escala visual analógica que nos ayudará a cuantificar ese dolor subjetivo: el paciente puntuará su dolor en esa escala de 0 a 10, con lo que el médico tendrá el primer punto de partida para valorar la situación clínica. Como siempre, todos los profesionales sanitarios debemos estar adecuadamente entrenados en habilidades de comunicación para escuchar de forma activa a los pacientes, pues es importante lo que cuentan y cómo lo cuentan.
El dolor puede localizarse en una mitad de la cabeza (hemicraneal), en