Preparando el coco
Empezaremos tomándonos la temperatura del coco
Te propongo que antes de empezar la lectura del libro, te «tomes la temperatura» de tu actividad y calidad de pensamiento respondiendo con la máxima sinceridad a las siguientes preguntas. Las respuestas están asociadas a la frecuencia que experimentas en cada situación propuesta en la pregunta: «Nunca», «Raramente», «A veces», «Frecuentemente», «Siempre».
• ¿Te encuentras pensando en el mismo tema una y otra vez?
• ¿Sueles imaginar los peores escenarios posibles para situaciones cotidianas?
• ¿Te resulta difícil tomar decisiones debido a la incertidumbre y el miedo a cometer errores?
• ¿Revisas con frecuencia conversaciones pasadas o acciones, preocupándote por cómo podrían haber sido percibidas o las consecuencias que podrían haber tenido?
• ¿Sientes la necesidad de buscar constantemente la validación de otros sobre tus decisiones o pensamientos?
• ¿Evitas ciertas situaciones o actividades porque temes que puedan desencadenar pensamientos o preocupaciones intrusivas?
• ¿Interfieren tus pensamientos en tu capacidad para trabajar, estudiar o interactuar socialmente?
• ¿Sientes la necesidad de realizar ciertos rituales o comportamientos para «neutralizar» tus pensamientos?
• ¿Te sientes exhausto o angustiado debido a la intensidad y frecuencia de tus pensamientos?
• ¿Inviertes mucho tiempo y energía intentando suprimir o no pensar en ciertos temas?
Solo con que hayas respondido «a veces» en alguna o varias de las anteriores preguntas, puedo decir que ¡este es tu libro! Y, obviamente, si has contestado a una o más de una con un «frecuentemente» o «siempre», me alegro de que este libro haya caído en tus manos.
Tu «temperatura» psíquica también te ha de alertar si tienes tendencia a rebobinar para analizar el pasado, anticiparte para intentar controlar el futuro o si eres de esas personas que se obsesionan con controlar y disfrutar el momento presente, pero lo haces de tal manera que, al intentar pausarlo o amplificarlo para estar más seguro y sentir mayor bienestar, acabas obteniendo el efecto contrario al deseado.
No te comas el coco:
«No te comas el coco», «No te comas el tarro», «No te comas la sesera», «No te comas la olla», «No te comas la chola», «No te comas la cabeza»... ¡Cuántas expresiones comunes hay que asocian adversativamente el exceso de pensamiento a la acción de comer! Y es que en el habla popular se destila la sabiduría de generaciones, y lo hace a través de imágenes poderosas formuladas con gracia. He escogido la sencillez y el impacto de la advertencia «No te comas el coco» como título y leitmotiv de este libro precisamente porque aspiro a que algo tan complejo como es hablar de los problemas, los mecanismos y las soluciones en torno a pensar demasiado pueda resultar diáfano y contundente como esta frase, y que el material que en estas páginas se desarrolla sea accesible y útil para el mayor número de personas posible.
Cuando me propuse escribir un libro sobre los problemas que hoy en día aqueja a una gran parte de la población mundial y que tienen que ver con el pensamiento excesivo, lo hice porque desde la clínica diaria en mi consulta constato que el sufrimiento y el trastorno vital que sufren muchas personas que padecen pensamientos obsesivos es terrible. Además, muchas veces está estigmatizado por ellas mismas o por su entorno y sus juicios morales, lo cual hace que en vez de enfrentarlo lo oculten por vergüenza hasta que el mal crece de tal manera que se deciden a pedir ayuda. Como todo lo que tiene que ver con la mente, el miedo a la palabra «locura» provoca una necesidad de control, y, como veremos a lo largo de este libro, la necesidad obsesiva de control produce justo lo contrario: el descontrol. Esa necesidad de control es el apetito que dispara la voracidad de la mente en una progresión de pensamientos incesante, insaciable, que exige cada vez más combustible. El combustible es la vida, por eso las personas que sufren de pensamientos excesivos se van quedando sin ella, acorralados por pensamientos obsesivos, dudas patológicas o imágenes disruptivas que ocupan el lugar de la realidad.
Las personas con este problema pierden poco a poco el contacto con la realidad y la sustituyen por una serie de circuitos de pensamiento que no les dejan relacionarse con lo que está pasando en el presente. Por eso la persona aquejada de pensamientos intrusivos se desdibuja en las obsesiones, toda su personalidad y su vitalidad se modifican. Si volvemos a la expresión «No te comas el coco», al visualizar la imagen de alguien comiendo su propia mente nos damos cuenta de la seria advertencia que implica. Y es que, si nos comemos continuamente el coco o el tarro, si nos autodevoramos a través de preguntas y pensamientos insaciables que no tienen freno, nos quedamos sin coco, se nos vacía el tarro, es decir, desaparecemos en las obsesiones.
¿Cómo puede ser que la mente y la capacidad de pensar que siempre hemos valorado como la joya de la corona de nuestro sistema evolutivo puedan jugarnos esta mala pasada? ¿Cómo es posible que una función tan relevante se vuelva en nuestra contra? Si a lo largo de generaciones y generaciones nuestros cerebros han adquirido habilidades cognitivas que nos han ayudado a sobrevivir, ¿cómo pueden ser también un poder de doble filo? Y es que, si nos paramos a considerarlo, pensar es el superpoder que hemos desarrollado como especie. En los cómics por encima de superhéroes, a cada uno se le da un don especial que lo distingue de las posibilidades fisiológicas de «lo humano»; sin embargo, los creadores de cómics no están sino reproduciendo una verdad que vivimos todos y cada uno de nosotros diariamente, pero de la que no somos conscientes: nuestra capacidad de pensar es un gran poder, es un superpoder que no nos coloca por encima de lo humano, sino en lo humano. Pensar es uno de nuestros dones como seres humanos y todo poder, todo don, conlleva una gran responsabilidad.
Por eso me decidí a escribir este libro, para acercar de manera lo más sencilla posible un conocimiento que requiere una responsabilidad. Porque si reconocemos cómo funciona nuestra mente podemos actuar sobre ella. Si detectamos las situaciones de emergencia o peligro, podemos actuar sobre ellas. Si somos conscientes del problema seremos capaces de buscarle una solución. Si entendemos que nuestros pensamientos son poder y que podemos estar ejerciendo un mal uso de ese poder sobre nosotros mismos, podemos decidir responsabilizarnos y actuar revertiendo la situación.
Un problema en auge... y viral
Cada vez son más las personas que acuden a mi consulta cuyas vidas están detenidas porque tienden a sobrepensar antes de actuar, lo que las vuelve tremendamente miedosas, tristes y sin capacidad de asumir riesgos. ¿Y cuál es la tragedia? Que no asumir riesgos nos protege porque no nos expone, pero el problema de nunca asumir riesgos nos expone a un peligro mayor: perder nuestra salud mental.
Pero no quiero que creas, lectora, que son unos pocos los que padecen los estragos del exceso de pensar. Aunque todavía pueda ser un tema tabú en tu entorno, lo cierto es que en la actualidad estamos viviendo una pandemia de todos los trastornos psicológicos producidos por sus efectos. Con esto no quiero decir, siguiendo con el lenguaje popular, que «mal de muchos, consuelo de tontos», sino que no te sientas estigmatizada si te sucede. Pensar demasiado en el pasado y el futuro está generando una pandemia de estrés, ansiedad, depresión y es la puerta de entrada para otras psicopatologías más severas.
Quiero compartir contigo una anécdota que ilustra cuán fácil es caer en una manera de pensar patológica, cómo se puede viralizar, además, de manera muy sencilla, cómo puede no ser solo el asunto de uno, sino de un colectivo. Las que somos madres solemos formar parte de grupos de WhatsApp de mamás de distintas actividades de nuestros pequeños. En estos grupos constato que el exceso de proyección de futuro y la necesidad absoluta de control activan el comecocos con gran facilidad, ¡y qué sencillo es llegar al absurdo! A propósito de una excursión escolar, una madre empezó a preguntar:
—¿Vuestros niños irán a la excursión?
—Sí —respondieron todas.
—¿Y no son demasiado pequeños para ir en autocar?
—Si lo ofrecen, es que es seguro —contestó una.
—¿Y si en el autocar no les ponen sillitas? ¿Y si no tienen cinturones de tres puntos de anclaje?
Estas preguntas desataron el descontrol. Cada vez que esta madre explicaba lo que para ella era un autocar superseguro, hacía sentir que las demás madres eran muy irresponsables y se ponían nerviosas.
Pero cuando por fin acordaron pedir a la escuela un tipo concreto de autocar, porque si no, sus hijos no irían a la excursión, la cosa no terminó ahí. Lanzaron otra batería de preguntas:
—¿Y si ese día el conductor no ha descansado bien? ¿Y si viene bebido o drogado? Es que a mí esto me da mucho miedo, la carretera me da mucho miedo...
A pesar de darle todo tipo de respuestas desde la razón y objetivas para tranquilizarla, ya no servía de nada; la duda había empezado a germinar el mal de la ansiedad. Finalmente, unas cuantas madres decidieron lo siguiente:
—Mirad, he decidido que voy a coger mi coche e iré detrás del autocar por si pasa algo o tienen que parar, así yo estaré allí. O si no veo claro cómo conduce... ¿Alguien me acompaña?
Ante esta pregunta, otra mamá aceptó y otras dos dijeron:
—Al final, la voy a llevar yo misma en coche y la voy a recoger, porque me da más seguridad.
Las que confiábamos en el conductor y en el autocar, aunque no podíamos conocerlo previamente, no pudimos evitar que también nos surgieran dudas como «¿Y si tienen un accidente? ¿Y si mi hijo muere en una excursión?»
El runrún de la duda interminable
¿Cuándo una duda es válida y merece responderse, y cuándo es incorrecta, irresoluble y patológica y alimenta la obsesión? Las dudas patológicas suelen situarse en el pasado o en el futuro. Por ejemplo: «¿Y si en el fondo debería haber hecho algo distinto?», «¿y si piensan que no soy una persona válida?», «¿y si no soy capaz de hacer esto?», «¿y si me equivoco?», «¿y si pasa algo?».
Si intentas responder a estas preguntas para encontrar la respuesta correcta y sentirte más tranquila, no lo conseguirás, porque cuanto más respondas, más dudas surgirán. El runrún de la duda enlaza con la siguiente en un bucle interminable. Y sin darte cuenta te sentirás cada vez más perdida e intranquila. Debemos ser capaces de identificar este tipo de dudas y dejarlas pasar como si fueran nubes, porque el pasado es pasado y no lo podemos cambiar, y el futuro es incierto y no lo podemos controlar. Tampoco somos capaces de leer mentes para saber con certeza qué han opinado, opinan u opinarán los demás de nosotros.
Cómo se convierte un aliado en un enemigo
La relación con el tiempo, con lo que ha sido y con lo que será, está en el centro del mecanismo de los pensamientos obsesivos. Nuestra capacidad de proyectarnos mentalmente al pasado y al futuro es una gran aliada, porque nos permite prevenir riesgos, planificar, elucubrar y elaborar hipótesis. Pero ¡ay!, el problema viene cuando abusamos de esta proyección, cuando estamos más enroscados en las preguntas que conciernen al pasado o al futuro, entonces esta capacidad se convierte en nuestra mayor debilidad, generándonos estrés y sufrimiento psicológico. Focalizar nuestra atención demasiado en el pasado o en el futuro hace que el presente se nos escape. Si nos enfocamos en exceso en lo que ya pasó o en lo que está por venir, nuestros pensamientos se tiñen de miedos, inseguridad, incertidumbre, tristeza, melancolía, frustración y otros malestares que arruinan nuestro presente y disminuyen nuestra capacidad de acción y resolución de conflictos en la vida cotidiana.
¿Por qué necesitamos revisar de manera obsesiva el pasado o preguntarnos por el futuro? Porque soportar la incertidumbre es muy difícil para algunas personas. Querrían tener la certeza de que todo fue o irá bien, de que tienen un control absoluto sobre sucesos y personas. Y es esa incapacidad de soportar la incertidumbre la que provoca que se desequilibre la función de pensar. Algunos buscan sin cesar asegurarse de que sus acciones pasadas fueron correctas para evitar sentir que han cometido errores. Otros especulan con las proyecciones del futuro sin decidirse nunca a accionar. Y hay quienes se dedican a racionalizar y analizar minuciosa y continuamente sus sensaciones presentes hasta convertirlas en un material mental cada vez más alejado de la realidad tangible. Es fundamental darse cuenta de que el miedo excesivo, manifestado como ansiedad, te lleva a controlar demasiado el pasado, presente y futuro, y de este modo, los pensamientos y las sensaciones se descontrolan más.
ATENCIÓN
El exceso de controlar
el futuro
anticipando
o
el pasado
rebobinando
o
el presente
ampliándolo (modo lupa)
nos hace perder el control
con más síntomas de ansiedad y es la puerta a
comernos el coco
El oleaje del pensamiento
Imaginemos que la mente es un mar en el que estamos inmersos. El agua —los pensamientos— nos envuelven. Es imposible no pensar, aunque a menudo no somos conscientes de nuestros pensamientos. Es algo que está ahí, que nos acompaña siempre. Cuando pensamos en algo en concreto, maniobramos de manera consciente en el agua, pero si estamos ocupados en otras cosas apenas reparamos en el oleaje. Como en el mar real, el oleaje comienza de manera imperceptible. De repente, podemos sentir el embate de una ola que impacta contra nosotros y a la que prestamos especial atención. Es un pensamiento, una imagen o una duda que nos hace trastabillar, pues nos parece inapropiado. Comienza a debilitarnos socavando nuestra armonía. «¿Por qué he pensado en esto?» es una pregunta que ha originado otra ola, a la que pueden seguir otras más, más preguntas que intentan responder a la primera generando, progresivamente, un fuerte oleaje. Y cuanta más importancia damos a estas preguntas, más fuerte se vuelve el oleaje. Y cuanto más nos resistimos a esa corriente invasora, más nos agota. Es entonces cuando su fuerza nos absorbe, nos arrastra. Y así se acrecenta el oleaje en un bucle realmente peligroso.
De entre todos los pensamientos que lanza la mente, algunos pueden resultarnos útiles, sorprendentes o divertidos, también tonterías sin importancia, pero otros pueden parecernos perversos, catastróficos e inútiles. Cuando nos parecen útiles o tonterías sin importancia no oponemos resistencia, seguimos nadando tan ricamente entre las olas. El problema es cuando su naturaleza nos incomoda, nos extraña por considerarla inadecuada e inútil e intentamos acallarlos. Al resistirnos persisten, nuestro malestar va en aumento, por lo que continuamos oponiéndonos a ese oleaje cada vez más fuerte. Es un esfuerzo titánico que nos debilita y vacía todas nuestras fuerzas, destruyendo lo que habíamos construido. En cambio, si tenemos el coraje de aplicar paradójicamente la estrategia de sumergirnos bajo la ola, no nos sacude la fiereza indómita del oleaje de estos pensamientos y podemos seguir nuestra ruta.
Si te resistes, persistes en el malestar. Resistir no es la solución.
¡Que alguien me lance un salvavidas!
Ante esas embestidas del oleaje de pensamientos intrusivos buscamos un método que nos salve, pero cuando intentamos combatirlos con la razón, la comprensión analítica o el pensamiento positivo, a menudo descubrimos que estos recursos son insuficientes para detener su fuerza. Es más, pueden resultar contraproducentes. Necesitamos un salvavidas realmente eficaz, ya que el peligro es serio y los pensamientos disruptivos e incesantes nos consumen, cambian nuestro ser hasta el punto de hacernos perder el deseo de vivir bajo esa presión.
¿Y por qué digo que la razón, la comprensión analítica o el pensamiento positivo pueden resultar contraproducentes como mecanismos de intervención en los problemas del sobrepensar? A continuación, desmontaremos unos cuantos mitos que te ahorrarán mucho tiempo.
1. ¡CUIDADO!: RACIONARLIZAR O COMPRENDER LA CAUSA NO GARANTIZA LA SOLUCIÓN
Descubrir la causa de tu sufrimiento no siempre lleva a una solución inmediata. La mente humana es un entorno dinámico y complejo, influenciado tanto por factores psicológicos como sociales que afectan profundamente nuestra neurofisiología y neuroanatomía cerebral. Estos pueden alterar el equilibrio mental y atraparnos en un estado patológico que limita nuestra capacidad de actuar con libertad.
Para lograr un cambio duradero hacia un estado de homeostasis mental saludable, donde podemos tomar decisiones y trascender pensamientos, emociones y sensaciones limitantes, es crucial dejar de buscar el porqué del problema. Hay que evitar interpretar las causas que nos arrastran a un sinfín de pensamientos y posibles dinámicas obsesivas. Para poder ser resolutivos y pragmáticos debemos centrarnos en el cómo, concretamente, en cómo funciona el problema.
No el porqué, sino el cómo
Comprender cómo funciona el problema y el modo en que se perpetúa este ciclo vicioso y patológico en la mente es esencial para seleccionar la estrategia y las técnicas adecuadas que modifiquen efectivamente su funcionamiento. Mi propuesta es invitarte a dejar de lado esa inteligencia obsesiva que se fundamenta en la premisa de que «cuanto más conocimiento obtenga, mejor lo haré», pues compruebo cada día en terapia que esa actitud nos raya mucho y hace poco o nada por sacarnos del problema. En cambio, te invito a desarrollar la inteligencia estratégica, que se basa en pensar justo lo necesario. Para lograrlo tendremos muy presente cómo percibimos la situación y seleccionaremos muy bien el conocimiento que adquirimos para focalizarnos en la acción.
2. ¡CUIDADO! EL VACÍO MENTAL ES IMPOSIBLE
El mito de que podemos detener completamente los pensamientos o eliminarlos de nuestra mente es una idea común pero errónea. Este concepto sugiere que, con suficiente esfuerzo o con la ayuda de la técnica correcta, uno podría lograr un estado mental sin pensamientos, lo cual no refleja la verdadera naturaleza de la actividad cerebral humana. Aquí te explico por qué es un mito y qué implica:
• ¡El coco non stop!: el cerebro humano está diseñado para estar constantemente procesando información, incluso cuando no estamos enfocados en tareas específicas. Los pensamientos son una parte esencial de este proceso y permiten que evaluemos el pasado, planifiquemos el futuro y reaccionemos al presente. Ten en cuenta que el equilibrio no es estático nunca, siempre se consigue con pequeños movimientos que ayuden a que los pensamientos fluyan sin interferencias.
• El vacío mental total es imposible: intentar eliminar los pensamientos o detener el proceso de pensamiento es prácticamente imposible. La actividad mental, incluyendo el flujo de pensamientos, es una función cerebral continua que solo cesa en condiciones extremas, como durante ciertos estados de coma o muerte cerebral. Hasta durmiendo nuestro coco está non stop.
No eliminar, sino entrenar
El objetivo más saludable no es eliminar los pensamientos, sino desarrollar habilidades para gestionar y regular su impacto en nuestra vida emocional y conductual. Esto ayuda a evitar la trampa de creer que uno debe tener un control total sobre su mente, lo cual puede generar frustración y más estrés mental.
3. ¡CUIDADO!: EL PENSAMIENTO POSITIVO PUEDE TENER EFECTOS MUY NEGATIVOS
Aunque el pensamiento positivo y las afirmaciones pueden ser útiles en ciertos contextos, en casos de trastornos obsesivos o rumiaciones profundas, es decir, cuando uno ya sufre de ansiedad y depresión, estos métodos no solamente no funcionan como primera maniobra, sino que son contraproducentes. Intentar suplantar pensamientos intrusivos simplemente con positivismo puede llevar a la evitación y a la invalidación de emociones auténticas, lo cual podría agravar el ciclo obsesivo en lugar de resolverlo. Por lo tanto, como primera maniobra, los pensamientos y las afirmaciones positivas no son recomendables, aunque pueden ser útiles para cualquier persona que no sufre por pensar demasiado ni ningún trastorno de ansiedad.
A pesar de su popularidad, este enfoque nos empeora, especialmente en situaciones de angustia emocional. Decirle a alguien que está deprimido que «piense en positivo» puede intensificar su dolor, ya que este tipo de consejos a menudo ignoran la complejidad de las emociones humanas y hacen que las personas se sientan incomprendidas o incapaces de cambiar su estado emocional por sí mismas.
El pensamiento positivo tiende a ser más efectivo cuando las circunstancias ya son favorables. En estos casos, pueden mejorar la situación. Sin embargo, en momentos de crisis o tragedia, insistir en la positividad resulta insensible y tal vez incluso empeore las cosas, ya que no proporciona un camino realista hacia la resolución de problemas.
No suplantar un pensamiento por otro, sino accionar desde las estrategias paradójicas
Desde una perspectiva moral y religiosa, a menudo se nos ha inculcado la creencia de que seremos buenas personas si mantenemos pensamientos y sentimientos positivos y coherentes hacia nosotros mismos, hacia los demás y hacia nuestro entorno. Sin embargo, el problema surge cuando nos culpamos y luchamos en nuestro interior por no poder alinear nuestros pensamientos o sentimientos con nuestro sistema de valores morales. Esta batalla interna contra los pensamientos percibidos como negativos y contrarios a la voluntad, ya sea intentando contrarrestarlos con otros positivos o eliminarlos por completo, solo consigue intensificar el conflicto y agravar la tensión y la ansiedad llevando a una inevitable derrota.
Si volvemos a hacer uso de la analogía del mar, es verdad que un nadador experimentado puede detectar una corriente marina desde la orilla y elegir una ruta que evite pasar por zonas peligrosas. Sin embargo, a menudo estas corrientes no son visibles hasta que nos encontramos en medio de ellas. En tales situaciones, la lógica racional —como intentar alcanzar la orilla— no funciona, en especial cuando se trata de pensamientos obsesivos, que generan un agotamiento total debido a la lucha contra la corriente. En estos casos, es prudente aplicar soluciones paradójicas.
Una solución paradójica, es decir, distinta a la habitual de oponer nuestra fuerza a la del mar, es ir a favor de la corriente. La estrategia podría ser tener la valentía de nadar mar adentro, siguiendo la dirección de la corriente, hasta que se