Reflexiones diez años más tarde
Al ser este un libro acerca de cómo superar obstáculos, probablemente no quede demasiado bien reconocer lo duros que han sido para mí los diez años transcurridos desde su primera publicación. Pero sí, han sido bastante duros.
Hemos vivido desastres naturales, inundaciones e incendios, así como una helada que estropeó nuestra red eléctrica y nos rompió casi todas las tuberías. Hubo una larga sequía que perjudicó mucho las tierras y el ganado. Se declaró durante varios años una pandemia devastadora y trágica que destruyó muchos planes (acabando casi con la librería independiente que abrimos a pesar del virus). Tuvimos discrepancias con socios de negocio y pillamos a un empleado malversando. Hubo funerales y llamadas a media noche con noticias nefastas. La empresa que me lo dio todo se fue a la bancarrota llevándose por delante no solo mi currículum, sino también acciones por valor de varios años de sueldo.
«Ojalá vivas tiempos interesantes», dice la antigua maldición.
Pues sí, ha sido interesante.
Hubo una crisis logística en la cadena de suministro mundial. Escasez de papel para imprimir en el sector del libro. Riñas familiares. Cientos de miles de kilómetros en la carretera. Una bajada importante en las listas de libros más vendidos, diferencias creativas, la lucha diaria con la procrastinación. La deriva sin pausa hacia el fascismo, la agitación en las calles, la decadencia de las instituciones.
También han ocurrido cosas mucho más positivas. Diez años de matrimonio. Hijos. Negocios en marcha. Atardeceres y amaneceres, vistas preciosas y nuevos descubrimientos. Amistades revitalizadas, avances en terapias. Noticias de que este libro encontró un hueco en las taquillas de equipos deportivos profesionales y en el despacho de jefes de Estado. Señales de que tanto esta obra como mis demás libros se han empezado a vender pero que muy bien. Ha habido corrientes de atención y ofertas, recompensas financieras, fama, una plataforma para llegar a más gente y las expectativas subsiguientes…
Al escuchar ahora el audiolibro (que he vuelto a grabar para esta nueva edición), apenas reconozco la voz de esa persona más joven que había pasado por muchas menos cosas y que sabía mucho menos.
Porque todo lo que ha ocurrido en esta década es vida. La vida moderna, sí, pero también la vida como ha sido siempre, una vida que no sería del todo irreconocible para alguien que acudiera a la stoa de Zenón en el siglo III a. C. o que paseara casi quinientos años más tarde por la Roma de Marco Aurelio.
La idea más básica en torno a la que gira este libro es que existen ventajas ocultas en todas las situaciones, que las empresas, los equipos y la gente pueden abordar situaciones que parecen no tener solución y superarlas. Séneca escribe en un ensayo: «Si se puede aplicar la presión adecuada, es posible suavizar los tiempos difíciles, aflojar las restricciones y aligerar las cargas».
Aunque eso es cierto, y más esencial que nunca en épocas de crisis, al experimentar durante estos años la vida en todas sus interesantes vicisitudes, he llegado a comprender aún más aquello a lo que apuntaban los estoicos. El sufrimiento y la lucha de siglos de existencia les enseñó algo más profundo que el hecho de que todo revés tiene su ventaja.
Qué superficial resulta hablarle de lados positivos a alguien a quien le hayan diagnosticado un cáncer, acabe de enterrar a un hijo de corta edad, sufra en las garras de la adicción, haya sufrido un bombardeo o perdido su sustento.
Lo que entiendo a día de hoy es que cuando los estoicos decían que había una oportunidad en cada obstáculo, a lo que se referían era a «la oportunidad de practicar la virtud». Ser buena persona a pesar de lo malo que te ha ocurrido. Hacer el bien en el mundo a pesar de la mala situación por la que estás pasando. Estaban hablando de la idea de areté, es decir, la excelencia en todas sus formas.
¿Se referían también a encontrar una ventaja profesional? Posiblemente, pero esa no era su preocupación principal. A lo que se referían cuando decían que el obstáculo es el camino era que es posible transformar los momentos más duros y dolorosos de la vida a través de la resiliencia, el altruismo, el coraje, la bondad y la rectitud.
Y tenían en mente algo más aparte de la adversidad. Los éxitos son también una oportunidad de practicar la virtud. De hecho, el éxito así lo exige. Porque llega acompañado de tentaciones, distracciones, estrés, responsabilidad, obligaciones y obstáculos. Qué importante es, pues, que ante la abundancia seamos humildes, disciplinados, rectos, generosos y fieles a nuestros valores.
Importante, y difícil.
Una de las grandes bendiciones de mi vida ha sido descubrir el estoicismo. Me topé con esta disciplina por pura casualidad al final de mi adolescencia. Necesitaba desesperadamente una orientación, algún tipo de brújula en mi vida. Alrededor de la misma época comencé a notar las primeras señales de mi vocación de escritor, y con el tiempo pude combinar estas dos pasiones en mi carrera.
Cuando en el verano de 2012 me acerqué a la editorial que hoy forma parte del grupo Penguin Random House con la idea de publicar El obstáculo es el camino, no puedo decir que dieran saltos de entusiasmo. Me ofendí un poco, pero, en retrospectiva, tengo que decir que fue un acto extremo de confianza y apertura de miras que se interesaran por un libro sobre una escuela no muy conocida de filosofía antigua (¡yo era un chaval de veinticinco años que había abandonado la universidad sin terminar la carrera!). Esta apertura de miras tenía sus límites, naturalmente, y me ofrecieron la mitad de lo que había recibido por mi primer libro, que en ese momento estaba en las listas de los más vendidos y tenía bastante cobertura en los medios.
Mucho después de que el libro encontrara su público, la editora me dijo que su esperanza era que yo me sacara del cuerpo todo aquello de la filosofía y volviera a los libros de marketing y negocios. Probablemente tenía razón; la idea era una locura, y le agradezco que me dejara intentarlo. En aquel momento alguien a quien yo consideraba amigo y mecenas estaba diciéndole en secreto a la gente que el libro no llegaría a vender más de cinco mil ejemplares.
Que lo subestimen a uno suele ser una ventaja, por muy frustrante que resulte en un primer momento. Todo el mundo tenía unas expectativas muy bajas. El concepto era tan absurdo para un libro de negocios que al final atrajo a gente de otros segmentos y generó un poco de atención. El obstáculo es el camino funcionó bien la primera semana, y luego las ventas bajaron de repente…, aunque nunca llegaron a cero. Amazon usó el gancho de rebajar el precio del libro electrónico, y el algoritmo me favoreció. Al cabo de un año y medio más o menos, tras saberse que los New England Patriots habían leído el libro mientras se preparaban para la Super Bowl XLIX (y que también lo habían leído los Seahawks tras su fracaso estrepitoso), de repente, se agotaron las existencias. Y aquí estamos diez años después. El obstáculo es el camino se ha publicado en cuarenta idiomas y ha vendido más de dos millones de ejemplares solo en inglés.
Las ventas son fantásticas, pero lo que a mí me parece más emocionante es que esa escuela de filosofía antigua poco conocida ya no lo es. En 2012 había unos pocos miles de personas dispersas por internet, interesadas en Epicteto, Séneca o Marco Aurelio. Hoy, el boletín de noticias Daily Stoic, que fundé en 2016, llega a un millón de personas todos los días antes de las nueve de la mañana. ¡Nunca había habido tantos estoicos paseando por el mundo!
Habrás notado que en el texto de este libro y en los correos de Daily Stoic no hablo nunca de mí. En la primera edición de El obstáculo es el camino solo lo hice en dos ocasiones, y fue por accidente (se ha corregido en la versión que estás a punto de leer). Sin embargo, eso no quiere decir que mis propias experiencias no hayan influido en mi entendimiento del estoicismo y lo que he escrito sobre él. Por supuesto que sí.
De hecho, eso en sí mismo es otra confirmación de que el obstáculo siempre puede ser el camino.
«Un escritor —y creo que todas las personas en general— debe pensar que lo que le sucede es un instrumento», dijo el gran Jorge Luis Borges. «Todas las cosas nos han sido dadas para un fin, y un artista debe sentir esto más intensamente. Todo lo que nos sucede, incluidas nuestras humillaciones, nuestras desgracias, nuestras vergüenzas, todo nos es dado como materia prima, como arcilla, para que podamos dar forma a nuestro arte».
Nuestras experiencias alimentan lo que creamos; el crisol de la experiencia nos conforma y nos instruye. No importa lo terrible, lo injusta o lo costosa que resulte una vivencia. He llegado a entender que tengo el mejor trabajo del mundo en el sentido de que puedo tomar lo que me sucede, incluso aunque sea una aflicción, y convertirlo en material. De este modo, nada es nunca un desperdicio; nada es total e irremediablemente malo. Siempre hay algún tipo de consuelo en cada experiencia, alguna manera de usarla de forma productiva y de que nos propulse hacia delante.
Y esto no solo me sirve a mí. Lo pueden aplicar desde los líderes hasta los cómicos, pasando por los atletas, los militares o los padres. Nos ocurra lo que nos ocurra, puede convertirse en algo positivo si lo usamos para mejorarnos a nosotros mismos y a los demás.
De modo que las páginas que tienes ante ti, enraizadas como están en la historia y en la filosofía, son también fruto de mi propia historia: éxitos y fracasos, altos y bajos, errores y avances.
¿Escribiría el libro de manera distinta si estuviera empezando? Por supuesto (y, desde luego, hay cambios y correcciones en esta edición de aniversario). Me gusta pensar que dentro de diez años tendré un conocimiento más profundo de la filosofía y sabré más, así que, si volviera a actualizarlo, seguramente volvería a hacer cambios.
Pero todo lo que está aquí era algo que necesitaba oír cuando lo escribí, una lección que yo era el primero que necesitaba aprender. Que haya servido de algo a lectores de todo el mundo es, como diría Marco Aurelio, una especie de «modificación accesoria de las cosas naturales», un hermoso producto derivado de un proceso atemporal.
Porque el estoicismo consiste en eso: una conversación extraordinaria que se extiende a lo largo de miles de años. Hombres y mujeres que hablan consigo mismos mientras superan obstáculos y aprovechan oportunidades, pasan por grandes y pequeños momentos, se recuerdan que deben ser excelentes y virtuosos y hacer lo que se espera de ellos.
Es un honor para mí invitarte a esta conversación.
RYAN HOLIDAY
The Painted Porch
Bastrop (Texas), 2024
Prefacio
En el año 170, el emperador romano Marco Aurelio se sentó a escribir una noche dentro de su tienda de campaña en el frente, en Germania. O quizá lo hizo antes del amanecer en su palacio de Roma, o bien se tomó un momento durante los juegos, ignorando la carnicería que tenía lugar en el Coliseo, a sus pies. El lugar exacto no importa. Lo relevante es que este hombre, hoy conocido como el último de los cinco grandes emperadores, se sentó a escribir.
No lo hizo para una audiencia ni para que fuera publicado, sino para él. Y lo que escribió es sin duda una de las fórmulas más efectivas de la historia para superar todas las situaciones negativas que encontramos en la vida. Una fórmula para prosperar no pese a lo que suceda, sino gracias a ello.
En aquel momento escribió solo un párrafo, y poco en él era original. Casi todos aquellos pensamientos podían hallarse, de una forma u otra, en los textos de sus ídolos y mentores. Pero en apenas ochenta y cinco palabras, Marco Aurelio definió y articuló una idea tan atemporal que terminó por eclipsar los grandes nombres de sus antecesores: Crisipo, Zenón, Cleantes, Aristón, Junio Rústico, Epicteto, Séneca, Musonio Rufo.
Esas pocas palabras son más que suficientes para nosotros.
Se pueden impedir los actos […] pero no las intenciones o inclinaciones, porque somos capaces de adecuarnos y adaptarnos. La mente adapta y transforma para sus propios fines aquello que obstaculiza nuestro actuar.
Concluyó con una máxima formidable:
Lo que estorba a la acción promueve la acción.
Lo que se interpone en el camino se convierte en el camino.
En estas palabras reside el secreto del arte de revertir obstáculos, de actuar con la llamada «cláusula de reserva» a fin de que siempre haya una salida u otra ruta para llegar adonde necesitas y que los reveses o los problemas sean siempre previsibles, pero nunca permanentes. Dar por supuesto que habrá obstáculos puede hacernos más fuertes.
Viniendo de quien vienen, estas palabras no son vanas. Durante su reinado, que se prolongó diecinueve años, Marco Aurelio afrontó guerras casi constantes, una peste terrible, posiblemente infidelidad, un intento de derrocamiento por parte de uno de sus aliados más cercanos, repetidos y arduos viajes por el imperio —de Asia Menor a Siria, Egipto, Grecia y Austria—, una veloz merma de los recursos públicos, un hermanastro incompetente y codicioso como emperador asociado y muchas más cosas.
Por lo que sabemos, vio todos y cada uno de esos obstáculos como una oportunidad para practicar alguna virtud: paciencia, valor, humildad, ingenio, razón, justicia y creatividad. Jamás se le subió a la cabeza el poder ni se dejó abrumar por las cargas y el estrés. Rara vez sucumbió a los excesos o la cólera, y nunca al odio ni la amargura. Como apuntó el ensayista Matthew Arnold en 1863, en Marco Aurelio hallamos a un hombre que alcanzó la posición más elevada de poder en el mundo, y el veredicto unánime de quienes lo rodeaban fue que demostró ser digno de ello.
La sabiduría de este breve pasaje de Marco Aurelio puede observarse también en otros hombres y mujeres que la aplicaron cómo él. De hecho, es una constante extraordinaria a lo largo del tiempo.
Es posible detectar un hilo conductor desde los días de la decadencia y caída del Imperio romano hasta la efusión creativa del Renacimiento y los avances de la Ilustración. Ese mismo hilo se advierte con igual claridad en el espíritu de los pioneros que llegaron al Oeste de Estados Unidos, en la perseverancia de la causa de la Unión durante la guerra civil estadounidense y en el ímpetu de la Revolución Industrial. Apareció de nuevo en el coraje de los líderes del movimiento por los derechos civiles y se manifestó en los campos de prisioneros de Vietnam. Hoy emerge en los equipos ganadores de las grandes ligas deportivas y los medallistas olímpicos, así como en muchos directivos de empresas de vanguardia, hospitales y organizaciones que dejan huella a nivel mundial. También acuden a ella los operativos de fuerzas especiales y activistas de todo tipo.
Este enfoque filosófico es la fuerza impulsora de quienes se forjan a sí mismos, y el baluarte de aquellos que ocupan puestos de gran responsabilidad o deben afrontar grandes dificultades. En el campo de batalla o en la sala de juntas, a través de los mares y de los siglos, miembros de cada grupo, género, clase, causa u ocupación han tenido que afrontar obstáculos y luchar para vencerlos, aprendiendo a usarlos en su beneficio.
Esa lucha es una constante en la vida de todos ellos. Cada una de esas personas, lo supiera o no, formaba parte de una tradición antigua, a la que acudía para transitar por el eterno terreno de las oportunidades y las dificultades, la prueba y el triunfo. Nosotros somos los legítimos herederos de esa tradición. Es nuestro derecho de nacimiento. Sea lo que sea lo que afrontemos, podemos optar entre permitir que los obstáculos nos paralicen o progresar a pesar de ellos.
Aunque no seamos emperadores, el mundo nos pone en la encrucijada constantemente. Nos exhorta: «¿Tienes el valor necesario para superar los obstáculos que se interpondrán inevitablemente en tu camino? ¿Te alzarás y demostrarás de qué estás hecho?».
Muchas personas han respondido de manera afirmativa a estas preguntas. Y algunas han demostrado que no solo pueden superar los obstáculos, sino que además son capaces de recuperarse y de prosperar en cada reto: el desafío las hace mejores que si no hubieran encarado la adversidad en modo alguno.
Ha llegado la hora de comprobar si tú eres una de esas personas, si te unirás a ellas.
Este libro te enseñará el camino.
Introducción
Eso que tienes ante ti. Esa complicación. Ese obstáculo. Ese problema frustrante, desafortunado, embrollado e imprevisto que te impide hacer lo que deseas. Esa situación a la que temes, o que esperas en secreto que no suceda nunca. ¿Y si no fuera tan mala como parece?
¿Qué ocurriría si, incorporados o inherentes a ella, hubiera ciertos beneficios exclusivamente para ti? ¿Qué harías en esa situación? ¿Qué crees que haría la mayoría de las personas?
Quizá lo que siempre han hecho y lo que tú haces ahora: nada.
Seamos sinceros: la mayoría nos paralizamos. Tengamos las metas que tengamos, solemos inmovilizarnos ante los numerosos obstáculos que se nos presentan.
Quisiéramos que no fuera cierto, pero lo es.
Está claro qué es lo que nos bloquea. Desde un punto de vista sistémico: las instituciones en decadencia, el desempleo creciente, el coste exorbitante de la educación o los desajustes generados por la irrupción de la tecnología. Desde un punto de vista individual: somos demasiado bajos o demasiado mayores, tenemos miedo, somos demasiado pobres, estamos demasiado estresados, no tenemos acceso a ciertas cosas, nadie nos apoya o nos falta confianza. ¡Somos expertos en catalogar lo que nos detiene!
Cada obstáculo es único para cada uno de nosotros. Pero las respuestas que suscita son las mismas: miedo, frustración, angustia, confusión, resentimiento, depresión, enfado, desesperación.
Sabes lo que quieres hacer, pero sientes como si un enemigo invisible te hubiera encajonado y te oprimiera para retenerte allí. Intentas llegar a algún lugar, pero invariablemente algo te bloquea el camino, te sigue, y estorba cada uno de tus pasos. Y tienes libertad suficiente para sentir que sí puedes avanzar, para sentir que es culpa tuya que no puedas continuar o cobrar impulso.
Estamos insatisfechos con nuestro trabajo, nuestras relaciones, nuestro lugar en el mundo. Queremos ir a alguna parte, pero algo se interpone en nuestro camino.
Así que no hacemos nada.
Culpamos al jefe, a la economía, a los políticos o a los demás, nos consideramos unos fracasados o asumimos que nuestras metas son imposibles de alcanzar, cuando lo cierto es que lo que falla son dos cosas: nuestra actitud y nuestro enfoque.
Se han dado ya incontables lecciones (y escrito incontables libros) acerca de cómo alcanzar el éxito, pero nadie nos ha enseñado nunca a superar el fracaso, a cómo entender los obstáculos, cómo tratarlos y triunfar sobre ellos. Así que nos estancamos. Asediados por todos los frentes, muchos nos sentimos desorientados, inquietos y confusos. No tenemos ni idea de qué hacer.
Sin embargo, no todo el mundo se paraliza. Vemos con asombro que algunos parecen convertir en trampolines los mismos obstáculos que a nosotros nos intimidan. ¿Cómo lo consiguen? ¿Cuál es el secreto?
Más pasmoso aún es constatar el hecho de que las generaciones que nos han precedido fueran capaces de afrontar problemas peores con menos redes de protección y menos herramientas. Se vieron no solo ante los mismos obstáculos que tenemos hoy en día, sino también ante otros que eliminaron con gran esfuerzo en beneficio de sus hijos y de otras personas. Sin embargo, nosotros seguimos estancados.
¿Qué tienen esas figuras que no tenemos nosotros? ¿Qué nos falta? Muy simple: un método y una estrategia que nos permitan comprender y valorar los obstáculos que nos pone la vida, y actuar sobre ellos.
John D. Rockefeller los tenía; en su caso, fue la sangre fría y la autodisciplina. Demóstenes, el gran orador ateniense, los tenía; en su caso, fue un afán incansable de mejorar por medio de la acción y la práctica. Abraham Lincoln los tenía; para él fue la humildad, la resiliencia y una voluntad compasiva.
Hay otros nombres que saldrán una y otra vez en este libro: Ulysses S. Grant, Thomas Edison, Isabel II de Inglaterra, Samuel Zemurray, Amelia Earhart, Dwight D. Eisenhower, Richard Wright, Jack Johnson, Theodore Roosevelt, Steve Jobs, James Stockdale o Laura Ingalls Wilder.
Algunos de estos hombres y mujeres experimentaron horrores inimaginables, desde la cárcel hasta enfermedades debilitantes, además de frustraciones cotidianas que no eran diferentes de las nuestras. Afrontaron las mismas rivalidades, agitación política, dramas, resistencias, formas de conservadurismo, rupturas, tensiones y calamidades económicas que nosotros. O peores.
Bajo tales presiones, estas personas se transformaron, y lo hicieron en el mismo sentido en que Andy Grove, ex director general de Intel, ha descrito lo que les ocurre a las empresas en tiempos tumultuosos: «Las malas empresas se hunden en las crisis. Las buenas sobreviven a ellas. Las excelentes mejoran gracias a ellas».
Al igual que las empresas excelentes, las personas excelentes encuentran la manera de transformar la debilidad en fortaleza. Es una proeza que nos asombra y hasta nos puede emocionar. Toman lo que amenaza con detenerlos —como quizá a ti en este momento— y lo utilizan para progresar.
Resulta que esta capacidad es algo que han tenido en común todos los grandes hombres y mujeres de la historia. Como el oxígeno para el fuego, los obstáculos se convertían en combustible para la hoguera de su ambición. Nada podía detenerlos; eran (y siguen siendo) imposibles de desalentar o de contener. Cada impedimento no servía más que para hacer arder su fuego interior con mayor fiereza.
Estas personas usaban los obstáculos en su beneficio. Ponían en práctica las palabras de Marco Aurelio y actuaban como si fueran seguidores de aquellos a los que Cicerón llamó «verdaderos filósofos» —los antiguos estoicos—, aunque nunca los hubieran leído. Poseían la capacidad de ver los obstáculos como lo que eran, y contaban con ingenio para abordarlos y la voluntad de ganar el pulso a un mun