Sin ti pero conmigo
Cada cierto tiempo aparece frente a nosotros una especie de ser gélido e insensible que viene a recordarnos que el desamor es una nimiedad al lado de, por ejemplo, seguir preparando la última receta culinaria que han visto en su programa matutino favorito. Escuchan tu lacrimógena llamada de consuelo, ponen cara de vaca mirando al tren y siguen removiendo su fascinante pudin de boniato y cataccia. Alguno, incluso, tiene el detalle de añadir unas palabras: «Hay más peces en el mar». Ea.
Si eres tan cabezota como yo, puede que además caigas en la tentación de hacerles ver la crudeza del asunto a base de datos que leíste en alguna parte:
—¿Sabías que un corazón roto presenta los mismos síntomas de estrés que una persona sometida a tortura? ¿Sabías que la pérdida de amor es la principal causa de ansiedad, tristeza y depresión? ¿Sabías que el desamor está directamente conectado a emociones y sentimientos como la rabia, la culpa o el miedo?
Como es natural, y ante semejante aluvión de información, no tarda en llegar una respuesta:
—Oye, ¿tú crees que debería gratinarlo?
Definitivamente hay días malos. A veces, hasta puede coincidir que sea en ese mismo día cuando decides buscar algo de empatía en otro lado y que, por alguna razón, no escuches más que historias de personas a quienes les resultó extremadamente agradable desvincularse de su pareja:
—¿Nosotros? Amigos no, amiguísimos. ¡Hasta cuidamos juntos al gato!
—¿Dolor? ¿Por qué? Cómo sufrir cuando alguien te ha dado tanto. Solo gratitud. ¡Sooooolo gratitud!
—¿Rencor? En absoluto. Uy, mira, suena el timbre. Debe de ser él con su nueva novia, hoy vienen a comer. Creo que van a anunciarme que están embarazados.
Te duele el corazón y, de camino a casa, piensas: «¿Estaré exagerando? ¿Se habrá roto algo dentro de mí? ¿Será que soy mala persona? ¿Habrá quedado algo de pudin?». Todo mal.
TU RUPTURA ES UN ASUNTO SERIO
Es posible que hayas visto a personas que parecen no sufrir tras un adiós y que eso te haga sentir un verdadero desastre emocional. Es posible también que, debido a ello, no le estés dando la importancia y el espacio que merece a un trance vital capaz de arrollar nuestro mundo emocional como un tsunami, y al que tarde o temprano todos estamos abocados. Todavía hoy, manifestar dolor ante los demás puede llegar a ser motivo de vergüenza, más aún cuando se trata de una separación, algo a lo que con frecuencia se adhieren connotaciones de debilidad personal o fracaso social. Esto último es, sin duda alguna, un problema considerable, pues el desarrollo del pleno potencial humano necesita de la expresión y el reconocimiento de todas y cada una de sus aristas: el dolor es una de ellas.
Sufrir por un amor que te importaba no es síntoma de debilidad, sino de humanidad.
No es de extrañar que en las últimas décadas hayan proliferado innumerables centros donde realizar terapias específicas de recuperación tras una ruptura amorosa o donde, simplemente, reunirse para charlar sobre un tema que a todos nos afecta,[1] pero que no sienta bien compartir en cualquier lado. Necesitamos ponerlo sobre la mesa. Necesitamos naturalizar que el desamor es una parte de la vida valiente; el reverso de la moneda con la que antes pagamos algunos de nuestros sueños y apuestas por la felicidad; la consecuencia inevitable de haber dirigido el corazón hacia algo que nos importaba. ¿Te cuento un secreto? Solo los cautos y los cobardes acaban saliendo ilesos.
La ruptura amorosa es un tema que debemos tomarnos muy en serio, y los estudios científicos llevan décadas demostrándolo: la pérdida de un compañero vital tiene consecuencias sobre nuestra calidad de vida. No solo afecta a nuestro apetito, a nuestro sueño o a nuestro sistema nervioso. También a nuestra autoestima, a nuestra interacción social y a la forma en que miramos al presente y al futuro.
—Sí, sí, pero el otro día conocí a un hombre que aseguraba no estar afectado tras terminar con su pareja.
Y realmente puede ocurrir. Aquí van cinco razones:
a) Hizo el duelo dentro de la propia relación
b) Se engaña (o reprime sus sentimientos)
c) Te engaña
d) No amaba (o había dejado de hacerlo)
e) En realidad, conociste a Buda y olvidaste tomarte una foto con él
Puedes también considerar que yo no esté en lo cierto y que, en efecto, existan personas con algún tipo de habilidad especial para esquivar una y otra vez las curvas de la vida, pero eso no cambia el centro del problema: tu propio sufrimiento. Sea cual sea el motivo por el que algunos dan saltos de alegría en sus redes sociales mientras a ti (tal vez) te cuesta salir de la cama está fuera de todo interés. El sufrimiento de cada persona es particular, y no puede ser invalidado por el hecho de que a otros no les suceda de la misma manera. Tu dolor es tu dolor. Tus circunstancias son tus circunstancias. Y está bien. Regla número uno: prohibido compararse.
No sería ingenuo que tuvieras esta preocupación. Hoy en día es muy sencillo encontrar en las estanterías mil y una teorías que aseguran que podemos eliminar por completo cualquier sufrimiento con tan solo cambiar el pensamiento. Y es genial, los anunciantes de infusiones de polvo de meteorito estarán encantados de conocer a sus adeptos. Pero la realidad es mucho más compleja: somos seres nacidos para el amor y la vida en comunidad. O, para ser más exactos, somos seres que han sobrevivido gracias al amor y la vida en comunidad. El amor refuerza nuestro sistema inmunológico y prolonga nuestra esperanza de vida. El amor nos hace fuertes y valientes; nos da seguridad y confianza. Y, lo que llena realmente nuestros corazones: el amor nos ofrece un motivo para vivir. Su ausencia o su pérdida, irremediablemente, genera importantes consecuencias. «Quien lo probó —decía Lope de Vega—, lo sabe».
Ciertamente, el sistema de valores y creencias que adoptamos tiene un impacto directo sobre el sufrimiento que llevamos con nosotros (trabajaremos sobre ello). Tener una cabeza bien amueblada y un pensamiento sano alivia, pero no elimina por completo una parte de sufrimiento inevitable vinculada a nuestra naturaleza. El rechazo hiere. Abandonar a quien ha sido parte de nuestra vida o nuestros sueños duele. Y el síndrome de abstinencia derivado de la interrupción en la generación de ciertas hormonas provoca padecimiento. Hoy, ayer y siempre. Poco importa si tu historia duró tres meses o siete años. O si te parece un tanto estúpido sufrir por alguien que sabes que no te hacía bien. No tiene que ver con el qué, sino con el cómo. Cuando amas con todo tu corazón porque crees que es la forma de vivir correcta, cuando te desnudas por completo para alcanzar las conexiones más profundas, en fin, cuando apuntas al más alto vuelo y se cortan tus alas, no puedes esperar que no duela la caída. Es el pago justo para quien se implica de verdad y aspira a los puntos dorados de la vida.
No existe posición más arriesgada que la de vivir siempre a seguro.
Por supuesto, hay un sistema de creencias capaz de protegernos de cualquier herida: aquel que te anima a que nunca saltes, a que nunca arriesgues, a que nunca ames. Una forma de posicionarse ante el mundo moderada y bajo armadura que cobra el alto precio de, para evitar la flecha, renunciar también a la caricia.
Si algo puedo desearle a alguien a quien aprecio es que nunca la elija.
EL VIAJE: DESAPEGO + SANACIÓN + TRANSFORMACIÓN
Querido amigo o amiga, desconozco las circunstancias concretas que han acompañado a la ruptura de tu corazón. No sé si te dejaron o dejaste. Si fue una historia de años, de meses o si tan solo ocurrió dentro de ti. Si hubo un final tranquilo o si acabaron saltando los recuerdos por los aires. Pero sí sé lo importante: hoy sufres porque amaste. Y solo por eso este libro está escrito para ti.
Desconozco también qué esperas encontrar en Sin ti pero conmigo. Tal vez estés buscando un poco de consuelo, rebajar el dolor o compartirlo con alguien. O puede que solo quieras sacarte a tu ex de la cabeza, desapegarte y seguir adelante. O, a saber, quizá ni siquiera deseabas estar aquí, pero alguien que te quiere se ha cansado de verte llorar y regalarte este libro es su forma de ayudarte a recuperar el equilibrio. Si alguno de estos es tu caso, estupendo, porque vas a lograrlo.
Pero déjame advertirte con cariño que perseguir cualquiera de estos fines es apuntar un tanto bajo. Algo así como saber que existen millones de estrellas y no mirar más que a una.
Y es que estás a punto de comenzar un viaje de desapego y sanación, sí, pero también de transformación. Un viaje alucinante en el que no solo curar tus heridas o desvincularte de tu expareja de una manera sana y definitiva, sino en el que asentar los cimientos de una vida más bonita, satisfactoria y significativa.
¿El único requisito? Que te comprometas a no pasar de puntillas por un proceso tan complejo como hermoso, tan reconfortante como frágil y tan natural como importante. Sé bien que, por desgracia, poca gente acepta el reto.
Tengo una mala noticia: Tu relación ha terminado.
Tengo una buena noticia: Tu relación ha terminado.
No espero que me creas todavía. Y reconozco el valor de que no lo hagas, pues imaginar tu escepticismo ha sido el motor de este libro y mi desafío a lo largo de los últimos dos años. Gracias a ello, no ha habido un solo día en que no me sentara frente al teclado con la pasión de un niño, pensando la manera de hacerte llegar lo que varias veces viví en carne propia y decenas de estudios se han encargado de corroborar:
— Que las personas que, tras una caída, eligen implicarse en su recuperación no solo sanan sus heridas mejor y más rápido, sino que se convierten en personas más fuertes, más seguras de sí mismas y, en consecuencia, mucho más felices.
— Que las personas que deciden ser los protagonistas de su proceso de transformación son también las que acaban construyendo un futuro mucho más luminoso, rico y repleto de oportunidades. Son las que demuestran amarse más, quienes aprenden más y quienes crean en el futuro las mejores conexiones.
¡¿Por qué les sucede todo esto? Porque saben que los periodos de adversidad son duros, claro —por eso se llama «adversidad»—, pero también que suponen la ocasión idónea para transformar su vida, revisar sus viejos valores y promover una verdadera revolución.
De todo ello hablaremos en los dos libros que componen Sin ti pero conmigo. Pero vayamos paso a paso.
—Un momento, ¿has dicho dos libros?
Así es, dos libros. Ambos están incluidos en el ejemplar que tienes en las manos: el primero es Sin ti; el segundo, Conmigo.
SIN TI Y CONMIGO: DOS LIBROS PARA UN PROCESO
El primer libro, Sin ti, representa el periodo donde, aunque la persona amada ya no está, la vida sigue girando de algún modo alrededor de ella. En él entenderemos por qué el desamor puede llegar a doler tanto, y abordaremos las etapas iniciales del proceso de duelo, desde el día de la ruptura hasta el momento de completo desapego.
Juntos, veremos las herramientas necesarias para recuperar el control de la situación, hacer frente a los fantasmas del pasado y combatir las fuerzas que con frecuencia nos empujan a volver atrás. De igual forma, repasaremos las estrategias más adecuadas para abandonar los pensamientos obsesivos y mirar la realidad con objetividad. Todo ello, desde los pilares del respeto y el amor, tanto a uno mismo como a los demás.
Sin ti es el viaje hacia el desapego.
Conmigo es el viaje hacia la sanación y la transformación.
En Conmigo, el segundo libro, empieza el camino a solas. La vida ya no orbita en torno a tu expareja, sino que te reconoces como un ser independiente y responsable de tu destino. Es el momento de sanar heridas, revisar viejas conductas y recoger aprendizajes que contribuyan a un futuro mejor.
A lo largo de sus diferentes capítulos repasaremos algunas claves del amor hacia uno mismo y veremos cómo encontrar alegría en la soledad. Igualmente, empezaremos a diseñar la mejor vida que jamás hayas imaginado.
Finalmente, aprenderemos a reconciliarnos con el pasado, abrazarlo e integrarlo en una historia de crecimiento a través del perdón y la gratitud.
Ambos libros —Sin ti y Conmigo— están escritos teniendo en cuenta los más recientes descubrimientos de la ciencia, aunque debo confesarte que he tratado de omitir explicaciones complejas a fin de ofrecer una obra amena y cercana. La imaginación, la metáfora y el humor —si así me permites llamarlo— serán nuestros mejores aliados.
Te invito a viajar conmigo despacio, dedicando a cada etapa del proceso el tiempo y la atención que requiere un momento tan importante. Desde la reflexión y la honestidad, desde la humildad y la ilusión, aguantando la mirada al dolor cuando sea preciso y soñando con fuerza cuando se presente la ocasión. No puedo prometerte que sea un viaje sencillo, pero sí recordarte que vale la pena.
TÚ COMPLETAS EL LIBRO
Sin ti pero conmigo aborda un proceso de duelo completo. Aun así, soy consciente de que es un libro incompleto. No existe un solo manual que pueda captar todos los detalles y matices de cada historia. Tampoco de la tuya. Habrá capítulos que te ayudarán más y otros que lo harán menos, así como ideas que debas integrar (o recordar) y otras que ya traigas aprendidas. Todo depende del punto del proceso en el que estés. Siéntete libre de leer el libro en el orden y el tiempo que necesites, ajustándolo siempre al ritmo que exija tu propia experiencia.
Igualmente, es probable que haya temas que para ti sean importantes y que, por despiste o desconocimiento, yo no haya abordado; como también, que quieras aportar con tu experiencia o profundizar en algunos aspectos.
Para ello he creado un espacio donde encontrarnos y completar juntos este libro.
Lo haremos a través del siguiente código QR, donde podrás:
— Compartir tu historia para así ayudar a otros.
— Ver contenido adicional (en formato visual) que amplíe los temas pendientes o los que requieran mayor atención.
— Proponer temas sobre los que crear contenido adicional.
— Organizar encuentros grupales (a través de plataformas digitales) donde hablar a corazón abierto.
— Concertar sesiones individuales conmigo en formato llamada o videollamada en las que compartir tu experiencia concreta.
Estoy a tu disposición también en mi cuenta de Instagram:
@pabloarribas
¡Nos vemos!
LIBRO I
SIN TI
EL CAMINO DEL DESAPEGO
De la ruptura a la liberación
Comprendiendo el desamor
Comprender es aliviar.
MARIAN ROJAS ESTAPÉ
Antes de comenzar el viaje hacia la recuperación es importante echar un rápido vistazo a nuestro interior para ver qué es lo que realmente sucede cuando el corazón se rompe. Por qué nos entristecemos o nos enfadamos, por qué no comemos ni dormimos, por qué no dejamos de mirar las fotos de aquel viaje a Italia o por qué, aunque sabemos que alejarnos es lo mejor, todavía esperamos una llamada.
La ciencia lleva muchos años buscando y ofreciendo respuestas. Desde la antropología hasta la psicología, pasando por los más modernos avances en neurociencia, encontrar una explicación a un dolor tan universal ha sido uno de los mayores desafíos para el pensamiento humano. Existe una vasta documentación al respecto capaz de mantenernos entretenidos —o aburridos— durante largas horas. A fin de evitarlo y empezar a progresar, quiero invitarte a abrir la imaginación y abrazar conmigo la siguiente historia como punto de partida.
VIDA S.A.: EL ORIGEN DE TODO
Imagina que eres un reconocido biólogo y que una mañana, al llegar a casa, encuentras un sobre en el porche de tu casa. No esperas recibir correspondencia, y menos en el recóndito condado de Tanzania donde, desde hace dos años, convives con tribus masáis para poder estar más cerca de los animales de la sabana africana, así que te muestras intrigado. Al abrir el sobre descubres que se trata del testamento de una pariente lejana: «¡Ay, sí, la tía Alicia! ¡Pobre!». Al parecer no tenía a quién dejar parte de su legado y decidió que tú eras la mejor persona para liderar su empresa de leotardos.
Como no puede ser de otra manera, te sientes confuso: «¿Leotardos? ¡Ay, tía Alicia, te dije leopardos! ¡Leopardos! Siempre tan despistada». Pero la herencia es la que es, y aunque te encantaría rechazarla, piensas que puede suponer un buen ingreso para contribuir con la comunidad masái y, ya de paso, reparar tu viejo y caro microscopio. Decidido, viajas a España para atender el negocio.
La llegada es desconcertante. Tanto tiempo alejado de la ciudad te ha pasado factura, y no puedes evitar pensar que estos primates urbanos hacen cosas muy extrañas. Te encantaría tomarles unas muestras, pero no hay tiempo que perder, así que buscas un taxi que te lleve directo a tu nueva empresa de leotardos. Una vez allí, y después de saludar uno a uno a los empleados, te diriges a tu nuevo despacho, donde, tras jugar un rato con la trituradora de documentos, comienzas a realizar un análisis profundo de la compañía.
No es que sepas mucho de economía y gestión, pero has de fingir que haces algo, así que pasas unas cuantas horas leyendo viejos archivos y observando a los trabajadores, llegando a la conclusión de que, en realidad, tu única función va a consistir en que las cosas sigan yendo igual.
Transcurridas un par de semanas como jefe de la empresa, descubres que el mayor problema que puede ocurrir es que los trabajadores se amotinen en una gran huelga y decidan irse todos a la vez. «¡Oh, Dios mío, sería el fin de los leotardos! ¿Quién querría ahora dedicarse a algo así?». Así pues, optas por anticiparte y preparar un plan en el que los trabajadores:
a) Se sientan enormemente satisfechos y felices (de tal modo que quieran quedarse).
b) Tengan fuertes penalizaciones si deciden abandonar la empresa (de tal forma que no puedan irse).
La estrategia resulta un éxito. No hay atisbo de revuelta alguna a largo plazo y los empleados se muestran más felices que nunca, lo que incrementa la producción. Los allegados de tía Alicia te envían sus felicitaciones y, lo que es mejor, habrá leotardos para las siguientes generaciones.
Ya con todo en orden, regresas a Tanzania, donde realizas las mejoras que querías en el poblado y reparas tu apreciado microscopio. Pasados dos años, uno de los primos segundos de tía Alicia te envía una carta donde, curioso, te lanza una pregunta:
¿Cómo es posible que tú, un reputado biólogo sin experiencia en los negocios, consiguieras mantener y fortalecer la empresa? Quisiera saber el secreto.
Con una sonrisa, respondes a su misiva:
Ay, querido primo segundo de tía Alicia. Cierto es que no sé de negocios, como tampoco de leotardos, pero sí de biología. Si algún mérito me corresponde no es otro que el de recrear la estrategia de otra gran empresa que conozco bien, Vida S.A., la cual, y también para seguir existiendo, tuvo que encontrar su propia manera. En su caso, la llamó «enamoramiento».
Verás, al igual que hicimos con la empresa de tía Alicia, Vida S.A. creó hace miles y miles de años un sistema de motivaciones y recompensas muy sofisticado. En lugar de recurrir a subidas de salario, poner una cafetera en la cocina o regalar una cesta de Navidad a final de año —como hicimos nosotros—, optó por facilitar una serie de combinaciones químicas en el cerebro de los empleados (nosotros, los humanos) que nos hicieran sentir igualmente bien. Ya sabes, todas esas cosas de las que hablamos los científicos acabadas en -ina: dopamina, oxitocina, serotonina, norepinefrina, vasopresina, endorfina… Y siempre con una finalidad clara: asegurar su continuidad (supervivencia y propagación). Del mismo modo, y para que no abandonáramos la empresa (extinguirnos), creó una serie nueva de combinaciones con esas mismas -inas que nos hicieran sentir especialmente mal si obrábamos en contra de sus intereses de continuidad. Es lo que llamamos «dolor por desamor».
Vida S.A., como habrás adivinado, es la naturaleza, y creó la mejor estrategia que jamás se haya conocido para perdurar en el tiempo. Tal vez, toda la eternidad. No te resulte extraño que también funcionara en la empresa de tía Alicia.
Atentamente, desde Tanzania,
El Dr. _______________
SI ENTIENDES EL AMOR, ENTIENDES EL DESAMOR
Para comprender el desamor y todo su sufrimiento necesitamos comprender primero el amor y su función en la naturaleza. Empecemos por aquí: ¿Has pensado alguna vez por qué lo que te produce placer, te produce placer? De acuerdo, ahora cambia la pregunta y, en lugar de «por qué», piensa en «para qué». Así es como funciona: todo aquello que nos provoca bienestar de manera natural, lo hace para que lo sigamos llevando a cabo. Y al contrario: todo lo que nos provoca malestar genera una señal para que no lo repitamos. Por ejemplo, si comer nos produjera asco, no comeríamos; si el sexo nos resultara molesto, no lo tendríamos. Pero ambas cosas nos encantan. Y nos encantan para que las hagamos. En el caso de la comida, para sobrevivir; en el caso del sexo, para reproducirnos. Dicho de otro modo: no lo hacemos simplemente porque queremos, lo hacemos porque la naturaleza nos empuja a ello. Y nos empuja para seguir existiendo. Es la base de Vida S.A.
La antropóloga Helen Fisher, posiblemente la mayor eminencia en el estudio del amor, explica esta idea de la siguiente manera:
Existen tres redes cerebrales primigenias que evolucionaron para dirigir el apareamiento y la reproducción. El deseo (el ansia de satisfacción sexual) nació para motivar a nuestros antepasados a encontrar la unión sexual con casi cualquier pareja. El amor romántico (la euforia y la obsesión de «estar enamorado») les permitía concentrar sus esfuerzos en el cortejo de un solo individuo cada vez, ahorrando así un tiempo y una energía de inestimable valor para el apareamiento. El cariño (el sentimiento de calma, paz y seguridad que sentimos a menudo hacia una pareja duradera) evolucionó para motivar a nuestros antepasados a amar a su pareja el tiempo suficiente para criar juntos a sus hijos.
En Vida S.A. está todo perfectamente calculado: el deseo y el placer, para que consumemos el acto sexual; el amor romántico (enamoramiento), para que insistamos hasta que se produzcan la gestación y el parto; y el cariño (amor o apego), para que nos quedemos a cuidar de las futuras y diabólicas criaturas. Cada uno, con su propia y compleja combinación de químicos cerebrales (hormonas y neurotransmisores). Algunos de ellos, como el caso de la dopamina, altamente adictivos.
—¿Y qué hay de las canciones de Ed Sheeran, la poesía, la teoría del hilo rojo o las almas gemelas? Me gustó Notting Hill.
—Son formas poéticas y creativas de contar la misma historia.
—¿Y qué pasa con el sexo sin reproducción? Yo no quiero tener hijos y me gusta el chipi-chipi.
—Bueno, en todas las empresas hay empleados que tratan de escabullirse sin dejar por ello de cobrar su retribución. Y bien hecho está. ¡Malditos capitalistas!
Aquí está lo interesante. El enamoramiento no es un juego, tampoco un simple sentimiento. Es un poderoso impulso natural y salvaje con el claro propósito de asegurar la descendencia (decidamos tenerla o no). Es algo necesario para nuestra existencia, donde el premio por obedecerle puede elevarnos al cielo si damos con la persona adecuada, y cuyo castigo por llevarle la contraria puede presentarse con violencia: unas veces con tristeza, otras con rabia, celos o desesperación, y otras obligándonos a ver El diario de Bridget Jones con un paquete de pañuelos y un gran bol de helado.
La separación es todo lo que necesitamos saber del infierno.
EMILY DICKINSON
Soy consciente de que plantear el encuentro entre dos personas de este modo puede resultar un tanto frío (a mí tampoco me gusta), pero es la razón que subyace al dolor de las rupturas. Por supuesto, también a la tuya: no solo estás luchando por olvidar a una persona o superar tu relación, estás luchando contra toda la fuerza de la naturaleza y su astuto plan de supervivencia. Eres David contra Goliat. El piquete de Vida S.A.: todo un hereje del sistema (si se entera tu jefe, este año no habrá cesta).
—Entonces, si la naturaleza quiere que estemos juntos, ¿por qué no sucumbir a ella y tratar de volver?
—Porque la naturaleza no quiere que seas feliz, sino que sobrevivas o te propagues. La felicidad es un extra por el que trabaja cada uno. Si quiere, claro.
El dolor por desamor es proporcional a la importancia que tiene el amor para la vida.
Por si fuera poco, todo lo que he descrito hasta ahora corresponde únicamente a la parte biológica. Es decir, aquella para la que estamos programados. Pero hay más. El ser humano, a diferencia de otras especies, es particularmente complejo, y junto a nuestra parte biológica (determinada por la genética) hay otra biográfica aún por determinar, que es la parte que escribimos nosotros. Y es en este último escenario donde nace el sufrimiento psicológico: ¿Qué historia nos estamos contando acerca de nuestra ruptura? ¿Qué lectura le damos al hecho de que la relación terminara? ¿Desde qué posición estamos analizando lo ocurrido?
Hoy sabemos que perder a la pareja es mucho más que perder a la persona con quien hemos compartido etapa. Por supuesto, más que un posible compañero con el que tener «la oportunidad de transmitir nuestro ADN a la eternidad», como nos recuerda la doctora Fisher. Perder a la pareja es también perder sueños, hábitos, entornos, amistades, recursos, identidad, sentido de existencia y autoestima. En fin, todo un conjunto de contextos complicados que aprender a gestionar desde nuestras escasas herramientas y nuestras abundantes heridas.
Y es aquí donde tiene lugar el margen de dolor sobre el que sí podemos influir. Saber cómo lidiar con el diálogo interior, generar un sistema de valores que nos marquen el camino y construir una autoestima a prueba de balas no es solo el modo de forjar una personalidad fuerte, es la manera de reducir el sufrimiento de la pérdida a su parte natural e inevitable. Esto último será uno de los objetivos capitales del libro.
Dolor inevitable |
Dolor evitable |
• Condicionamientos evolutivos y genéticos. • Circunstancias previas a la ruptura: (duración, implicación, contexto de la separación, estilo afectivo…). |
• Mal diálogo interior. • Creencias irracionales. • Valores superficiales. • Actitudes contrarias a la recuperación. |
Como ves, todo son buenas noticias. La naturaleza está en tu contra, eres un yonqui de unas sustancias químicas que apenas comprendes y a buen seguro tienes algún trauma que pulir.
Estupendo. Esto sería todo. Gracias por su compra.
Pero hay otra opción. Dejar de retirar la mirada ante la adversidad, asumir que la realidad es la mejor fuente de información que podemos abrazar y celebrar que, por fin, tenemos las pistas suficientes para empezar a avanzar.
¿HASTA CUÁNDO SE SUPONE QUE VA A DURAR ESTE «INFIERNO»?
¿Cuánto dura un duelo normal? ¿Existe un tiempo normal de duelo? Los libros dicen que sí y los pacientes dicen que no. Y yo he aprendido a creerles a los pacientes.
JORGE BUCAY
Cuando experimentamos una sensación desagradable, una reacción natural es preguntarnos cuánto va a durar. Se trata de un interrogante que nos acompaña durante toda la vida. De niños, cuando viajamos en coche: «¿Falta mucho? Tengo hambre». De adolescentes, cuando entramos en época de exámenes o no llega el autobús. De adultos, con prácticamente todo: los semáforos, la cola del súper, el dentista, la bronca del jefe… En este sentido, cada uno tiene sus propias neuras. A mí, por ejemplo, me ocurre con especial intensidad cuando alguien se empeña en que vea el último vídeo que le ha llegado a su grupo de WhatsApp. Lo primero que hago es mirar la barrita de la duración para saber si será mucho tiempo o puedo seguir tranquilamente con mi existencia. Lo llevo realmente mal, sobre todo en algunos casos. Aquí va una descripción «tipo» de este fenómeno paranormal:
Lo que el viento se llevó hace rato que terminó y el vídeo del WhatsApp aún sigue reproduciéndose. «¿Cómo es esto posible?», pienso. La persona que lo muestra ni se inmuta: «¡Espera, espera, que ahora viene lo mejor!», avisa. Pero nada, lo mejor no parece existir. Finalmente, empiezo a dudar de mí mismo: «¿Le mencionaría alguna vez que me interesan las vasijas persas del periodo aqueménida?».
No me siento orgulloso, pero es lo que hay. La ansiedad por que llegue el final del dolor o la incomodidad es un impulso innato, y el desamor no es una excepción, al contrario. Junto al deseo de que concluya el padecimiento convive la desesperanza: «¿Se alargará mucho más este dolor?». «¿Voy a estar siempre mal?». «¿Tiene sentido que el duelo dure más que la propia relación?».
Desafortunadamente, no existe consenso a la hora de determinar la duración del proceso de recuperación. Hay estudios que afirman que oscila entre los tres y los seis meses, y otros que puede llegar al año y medio o incluso más en los casos mal gestionados. Algunos profesionales, como el doctor Eduardo Calixto, se animan a hacer una predicción más exacta: «Por cada año de enamoramiento, las mujeres necesitan en promedio tres meses para recuperarse; los hombres, aproximadamente, veintiocho días». ¿La razón? «El tiempo que necesitan las hormonas del amor (oxitocina) para volver a sus niveles normales».
Una propuesta de lo más interesante es la enunciada por Jorge Bucay, para quien no hay tiempos máximos pero sí mínimos: un año. Su explicación es la siguiente:
Pensar que alguien puede terminar de elaborar el duelo de un ser querido en menos de un año es difícil, si no mentiroso. ¿Y por qué digo menos de un año caprichosamente? Porque en un año suceden la mayoría de las primeras veces. Y las primeras veces son siempre dolorosas, y porque, aunque suene estúpido, cada primera vez es la primera vez sin él o sin ella. El primer año suele ser, aunque nos pese, un doloroso catálogo de estrenos de nuevos duelos. Y cada uno de esos estrenos opera como un pequeño túnel del tiempo… por él uno vuelve una y otra vez a la vivencia pasada. Aunque, por suerte, cada vez sabe más del camino de retorno. Casi siempre la segunda Navidad es menos dolorosa que la primera.
¿Un mes? ¿Tres meses? ¿Un año? Cada experiencia es diferente, pues cada persona cuenta con unos condicionantes únicos que influyen en el proceso y con una actitud distinta que afecta directamente al tiempo de recuperación final. Todo ello, sobre una base genética que nos programa desde nuestro nacimiento para el encuentro y el amor.
Desde mi punto de vista, el tiempo del duelo (TD) podría ser representado en la siguiente fórmula:
O, resumiendo: