Prólogo
Érase una vez un príncipe azul. O una princesa azul. Alguien que un buen día encontró un amor verdadero, formó una familia y pensó que serían felices y comerían perdices para siempre.
Nosotras… llegamos después.
Somos lo que se suele llamar «la madrastra malvada». Esa que embauca al príncipe o a la princesa con sueños rotos, arrincona a los niños y trata de convertirse en la nueva reina del lugar. La usurpadora que arrasa con todo, pone a los hijastros de criados y se dedica a vivir la vida padre a costa de la fama y fortuna del reino.
Vale que en los cuentos la madrastra siempre termina mal, pero por lo menos tiene unos años de gloria, ¿no?
Entonces ¿por qué esta no es la realidad de las madrastras actuales? ¿En cuál se basaron los hermanos Grimm para vendernos semejante montaña de humo?
Este libro cuenta un cuento muy distinto. Aquí los personajes son de carne y hueso, con sus miedos, sus sueños y algunas emociones complicadas. Algo como lo que debió de sentir la madrastra de Blancanieves al tener que aceptar a la hija de su marido, que para colmo era la más bella y bondadosa del reino.
El cuento de las madrastras modernas está lleno de altibajos, dudas e inseguridad; no incluye animalitos entrando por la ventana para poner a punto la cocina mientras cantas.
El único parecido con los cuentos de hadas es el amor verdadero que, como en todas las buenas historias, empieza con un romance de pareja y termina con la búsqueda del amor hacia una misma.
Pero volvamos al presente.
Érase una vez dos madrastras que nunca soñaron con serlo. Dos jóvenes lozanas que encontraron el amor a sus veintitantos y, de pronto, se toparon con una realidad para la que nadie las había preparado: «Te quiero mucho y tengo un hijo».
Este es el principio del verdadero cuento de las madrastras. Una historia construida con la experiencia de muchas mujeres, un relato que guardamos en silencio, que a duras penas se comparte y que escondemos con miedo a que nos vean como brujas.
Esta es la historia que vamos a revelar.
Introducción
Ser madrastra es una de las experiencias más abrumadoras que puedes tener en tu vida. Saber que tu pareja tiene hijos pone tu mundo patas arriba y, sin embargo, nadie habla de ello. Te embargan emociones que no conocías y tienes miedo de compartirlas para que no te juzguen como «malvada». No reconocerás que no es tan fácil querer a los hijos de tu pareja o aceptar a su ex bajo pena de ser quemada en la hoguera. Sabes que, si expresas el malestar que sientes, tu entorno responderá: «Ya sabías lo que había» o «Tú eres la adulta y debes adaptarte».
Pues bien, es hora de cambiar el cuento y reconocer que la «madrastridad» es una experiencia complejísima. Plantea retos para los que ninguna mujer está preparada y es inevitable que nos despierte sentimientos desagradables. La clave está en ponerles nombre en vez de envolverlos en un tabú, en comprender su mensaje en vez de envenenarlos con estereotipos y en compartirlos para dejar de sentir que eres la única «loca» que se siente así.
¿Últimamente has sentido...?
• Inestabilidad emocional: pasas de la alegría al llanto y a la ira explosiva con mucha facilidad.
• Tristeza a pesar de que todos están felices o desánimo a pesar de que todo «está bien».
• Síntomas físicos como insomnio, indigestión, dolor de cabeza, falta de energía o sensación de estar enferma.
• Ansiedad ante una llamada, un mail o cualquier cambio inesperado.
• Como si hubieras perdido el control de tu vida y cualquiera pudiera manejarla a su antojo.
• Inseguridad con respecto a tu relación de pareja: desconfías del compromiso de tu pareja, sientes celos de sus hijos o te comparas a todas horas con su ex.
• Enfado con tu pareja hasta el punto del resentimiento, tanto que no sabrías ni por dónde empezar a hablar.
• Que estás extremadamente susceptible ante cualquier cosa que hacen los hijos de tu pareja, hasta el punto de sentir rechazo.
• Que a veces eres como una extraña en tu propia casa, que no logras sentirte parte de la familia por mucho que hagas.
• Pensamientos homicidas: «¿Y si desapareciesen todos?».
• Que has perdido la alegría que te caracterizaba.
• Que no te reconoces.
¡ENHORABUENA! SI SIENTES ALGUNA DE ESTAS COSAS, ERES UNA MADRASTRA NORMAL.
Las cinco fases de la madrastridad:
una auténtica metamorfosis
La investigadora Patricia L. Papernow mostró que las familias enlazadas tardan de cuatro a siete años en alcanzar una cierta estabilidad. Las experiencias que nosotras mismas hemos vivido hasta el momento confirman este dato y nos hemos dado cuenta de que, durante ese tiempo de ajuste, las madrastras atravesamos un proceso personal para construir nuestro rol en la familia y encontrar un lugar propio dentro de ella.
Por sorprendente que pueda parecer, este proceso es parecido en miles de mujeres de diferentes continentes y consta de cinco fases donde la transformación familiar está vinculada a la personal: la nueva situación moldea a la madrastra, pero el proceso de esta también tiene el poder de marcar el presente y el futuro de la familia.
Quizás no hayas vivido todas las fases y situaciones que iremos viendo a lo largo del libro, pero seguro que te sientes identificada con muchas de ellas. Lo importante es que sepas que no estás sola.
La madrastridad nos sumerge en una profunda revolución interna: nos enfrenta a nuestras emociones más desagradables y pone en jaque la idea que teníamos sobre las relaciones y sobre nosotras mismas. Hablamos de «la metamorfosis de la madrastra» porque ninguna mujer se convierte en madrastra sin pasar por un proceso de cambio personal.
Esta transformación no es lineal. Las fases nos ayudan a identificar en qué punto estamos, pero podemos recorrerlas de forma salteada, sentir que hemos pasado por varias de ellas en un mismo día o ver que hay aspectos de la vida familiar en los que nos encontramos en una fase y otros en los que nos encontramos en otra diferente. Nuestro objetivo es que no vuelvas a sentir que estás perdiendo la cabeza, sino que siempre puedas comprender lo que está pasando y tengas mapas fiables para navegar por la situación. Todo ello está basado en nuestra experiencia personal y profesional, así como en la de cientos de madrastras con las que hemos trabajado a lo largo de los años.
Es parte del proceso de crecimiento sentir que vas hacia adelante y que, de pronto, te estancas o vuelves atrás. Eso no significa que hayas hecho nada mal. Nadie recorre la vida al mismo ritmo ni por el mismo camino. Es el momento de conocer cuál es el tuyo.
En este libro encontrarás una descripción de las cinco fases de la metamorfosis de las madrastras, incluyendo los principales retos que afrontamos en cada una de ellas, así como varios recursos que te ayudarán a superarlos. Además, encontrarás un montón de anécdotas de nuestras propias experiencias, mientras íbamos atravesando esta metamorfosis, que te contamos en primera persona.
Una cuestión de términos
El porqué de la palabra «madrastra»
Quizás te suena raro que nos llamemos madrastras, así que te queremos contar por qué hemos elegido esta palabra.
Cuando iniciamos la convivencia con nuestros hijastros, no sabíamos cómo contar al mundo quiénes éramos y a menudo decíamos: «Soy la pareja de» o «Son los hijos de mi pareja». Esa fórmula nos valió durante un tiempo, pero definirnos a través de nuestras parejas nos hacía sentir desplazadas y pronto quisimos tomar un lugar propio en la familia. Así fue como decidimos autodenominarnos madrastras y hablar de los niños como nuestros hijastros.
No solo eso, quisimos romper con el estigma y empezar a usar esas palabras sin complejos, porque estábamos hartas de que la única definición fuese la de los cuentos. Queríamos que el término se convirtiese en un paraguas bajo el que cualquier mujer en este rol pudiera cobijarse