Queremos agradecer a docentes, bibliotecarias, mediadoras, madres, familias y alumnas que nos ayudan y facilitan nuestro trabajo y el encuentro con los niños y las niñas. Gracias a ellas nos seguimos haciendo preguntas y se nos muestran tantas posibilidades. Pero, sobre todo, queremos agradecer a los niños y las niñas que desde hace años crean con nosotros y nos hacen entender que toda la belleza y el asombro del mundo caben en las manos más chiquitas. Son tantos nombres que no cabrían en este libro. Y, por supuesto, a los pequeños autores y autoras de los textos poéticos que compartimos en estas páginas.
A Pilar Sánchez, bibliotecaria de Aldaia, y al grupo de niños y niñas del campamento poético Caripélido, que consiguió lo imposible: juntar a 25 niños y niñas de ocho a catorce años, en los primeros días de las vacaciones estivales, para pasar una semana con nosotros, leyendo y jugando a crear poesía.
A Mariliana y Anaya y a Joaquín y Noah, que estaban en Estados Unidos cuando conocieron El Sitio de las Palabras y que ahora ya forman parte de nuestra familia. Ojalá algún día podamos escribir como Anaya lo hacía con solo cuatro años.
A las niñas y los niños del colegio La Navata, de Galapagar, y a su maestra Blanca Villarán.
A Irene, bibliotecaria y docente del Colegio Estudio, y a los niños y niñas de V, de III, de XIII, de XI…, de todas las secciones que vamos conociendo cada curso. Cada año es una nueva aventura creativa.
Por supuesto, a Yago Benegas, que fue el motor inicial, hace veintidós años, de todo este proceso.
Y a tantos otros, miles, que también están aquí.
LA PARADOJA DE
LAS PANTALLAS
Qué difícil hablar de pantallas y de creatividad en estos tiempos de avances tecnológicos y nuevas formas de relaciones, unos tiempos en los que el sufrimiento psíquico en la infancia y la juventud ha crecido más de un 45 por ciento desde la pandemia. En este libro abordaremos y ahondaremos en un problema que, pensamos, es acuciante: la relación entre el uso abusivo de las pantallas y la falta de creatividad. Lo intentaremos hacer desde un punto de vista esperanzador, puesto que, si algo queremos transmitir en estas páginas, es esperanza y confianza en las personas. Por eso, a pesar de lo alarmante de los datos y de nuestro trabajo con la infancia y los jóvenes, lo analizaremos desde una visión positiva, ya que, en nuestra experiencia, hay tiempo para todo y la creatividad y la mirada afectiva ofrecen algo que ninguna pantalla puede reemplazar.
Nuestra voz formulará soluciones posibles, si bien creemos firmemente que estas están en la mano de todos. Presentaremos situaciones, reflexiones y, sobre todo, un contraste real que nos facilite herramientas y prácticas para alejarnos de esa realidad menos amable que hemos incorporado, consciente o inconscientemente, en nuestra vida.
Qué difícil, sí, hablar de pantallas cuando son el buque insignia de la era digital en la que vivimos inmersos, que cada día avanza y sigue en su gran escalada, que abre nuevos y vastos territorios, como el reto que ahora supone la IA. No obstante, al mismo tiempo vemos que aquellos lugares que fueron pioneros en introducir las pantallas en la educación (países como Suecia o algunas escuelas de España) han evaluado los beneficios y peligros, y, en muchos casos, han decidido volver a los libros en papel, incluso a la escritura a mano. Los beneficios cognitivos de la lectura y la escritura a mano, y los mapas neuronales que se crean y se ponen a funcionar a partir de estos procesos, ya han cosechado el apoyo de la neurociencia y de numerosos estudios que los avalan.
Sabemos también que, en la cuna del mundo digital, Silicon Valley, los hijos e hijas de los gurús de la tecnología no usan las pantallas en las escuelas hasta los doce años, y en casa no antes de los ocho.[1] También hemos presenciado cómo una escuela pública de Seattle demandó a las grandes plataformas de internet, sus responsables adujeron que estas utilizan las mentes todavía inmaduras de la infancia para lucrarse. Son muchos los psiquiatras que afirman que la salud mental de nuestros niños y jóvenes está en juego, y han hecho sonar la alarma por el alto grado de sufrimiento psíquico que provocan las pantallas y todo lo que hay al otro lado de ellas: aislamiento, adicción, baja autoestima, menor rendimiento escolar, abusos, etcétera.
En 2023, y tras la pandemia, el índice de comprensión lectora global, según el Estudio Internacional de Progreso en Comprensión Lectora (PIRLS, Progress in International Reading Literacy Study), bajó siete puntos en España.
Ahora bien, hay que ser conscientes de que el problema es global y nadie se salva. Es fácil ver a bebés de dos años frente a adultos que intentan, desesperados, que los miren, que les sonrían y que despeguen la mirada de las pantallas; pero no es un problema que afecte únicamente a la infancia, todos somos esclavos de la luz brillante y de la música pegadiza y repetitiva. Además, no podemos olvidar que, muchas veces, las pantallas nos salvan y nos ayudan. Las pantallas también pueden ser una herramienta de crecimiento, de conexión y, por qué no, una manera de fomentar la creatividad. Por eso este libro, como la mayoría de las cosas humanas, nace de una contradicción. No pretende ni quiere ser un alegato contra las pantallas, sino un cartel luminoso para alertarnos de los peligros de dejar en manos de la tecnología, en exclusiva, lo que ha de ser mirada, cuerpo, afecto y juego, y, al mismo tiempo, proponer alternativas que fomenten la creatividad y la no necesidad del uso automático de los dispositivos.
ESTE LIBRO
Llevamos muchos años compartiendo tiempo con personas de todas las edades, analizando y poniendo en marcha proyectos, talleres y propuestas que incentivan la creatividad, el acto creador, la escritura, el pensamiento crítico, el juego, el arte, el debate, la reflexión y el análisis mediante cu