Saltonautas

Fragmento

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NOTA DE KEN LIU A LA TRADUCCIÓN AL INGLÉS

 

 

En esta novela me alejo de las prácticas habituales que se usan en la traducción de ficción china contemporánea (algunas de las cuales he seguido yo mismo en el pasado), por lo que me gustaría compartir una breve nota para explicarlo.

 

 

NOMBRES

 

Los nombres chinos siempre van con el apellido delante del nombre (por ejemplo: en un nombre como Jiang Liu, «Jiang» es el apellido y «Liu» es el nombre, que, por cierto, no tiene nada que ver con mi apellido «Liu»). En este texto, sigo ese orden para todos los nombres chinos. (Por otra parte, los nombres estadounidenses como «Chris Zhao» están escritos con el orden «Nombre, apellido», que les resultará más familiar a los lectores de este texto).

La práctica de dirigirse o referirse a alguien solo con su nombre de pila, tan común en contextos angloestadounidenses, es muy poco habitual en la cultura china y prácticamente imposible de encontrar cuando se trata de nombres monosílabos. Las traducciones suelen actuar al margen de este hecho y referirse a los personajes chinos usando solo el nombre de pila, lo que resulta extraño. Por ello, en este texto encontraréis nombres completos como Jiang Liu, Qi Fei, Yun Fan y así, en lugar de Liu, Fei o Fan.

La cultura china contemporánea cuenta con un complejo sistema de honoríficos, títulos, apodos y diminutivos cuando el hablante se dirige a otra persona (en vez de usar solo el nombre de pila o el nombre completo). Esto ayuda a los hablantes a expresar una gran variedad de información social, como el estado relativo entre emisor y receptor, el respeto o la intimidad, burla, empatía, exclusión o inclusión y muchas cosas más. Los matices del sistema son imposibles de traducir directamente, ya que la sociedad estadounidense contemporánea (por poner un ejemplo) no usa un sistema análogo. He intentado expresar la información social codificada de esta manera de otras formas. No obstante, algunos aspectos del sistema han sobrevivido en la traducción, como la duplicación para expresar una relación más íntima o cariñosa (Fanfan y Huhu), los diminutivos que se forman añadiendo varios prefijos al apellido o al nombre de pila: «Ah», «Da» (que significa «grande»), «Xiao» (que significa «pequeño» o «joven»), «Lao» (que significa «viejo»), etcétera. El contexto suele ser suficiente para que los lectores sepan qué sucede y, si no, un poco de confusión tampoco viene mal.

Podrían decirse muchas cosas más sobre el uso de nombres. (Por ejemplo, podría escribirse todo un tratado sobre la insistencia absurda de Tong Yueying de llamar a su hijo, Jiang Liu, por su nombre inglés «Eric», que no usa nadie más en la novela. Va muy en consonancia con el personaje, eso sí). Pero, como todos estamos muy impacientes por empezar a leer, voy a dejarlo aquí.

 

 

PALABRAS IMPORTADAS

 

También me gustaría comentar mi decisión de dejar sin traducir muchos conceptos específicos del idioma chino como long, fenghuang, qilin, shixiong, ren, yuanfen y otros. Cuando una palabra no tiene un significado equivalente en otro idioma, la mejor manera de traducirla suele consistir en usar esa misma palabra en lugar de inventarse una perífrasis torpe y aproximada. (Traducir las palabras long como «dragón chino» y fenghuang como «fénix chino» siempre me ha resultado insultante para los hablantes de otros idiomas; aunque necesitemos nacionalizar y enmarcar las criaturas mitológicas de otras culturas en nuestro contexto, tampoco viene mal que nos molestemos en aprender palabras nuevas e interesantes). Los idiomas como el inglés siempre han sido muy hospitalarios a la hora de recibir nuevas palabras, y yo siempre he querido añadir algunas como shixiong o shijie a su vocabulario. Tras años de pruebas, los lectores anglófonos contemporáneos han conseguido perfeccionar la habilidad de deducir los significados de las palabras extranjeras solo por el contexto y, en caso de ser insuficiente, tienen todo un motor de búsqueda esperándolos en esos dispositivos de seguimiento que todos hemos aceptado llevar encima las veinticuatro horas. En la era de Google y de la Wikipedia, no hay razón alguna para evitar que se importen nuevas palabras.

Una traducción que se lea como si hubiese sido escrita originalmente en el idioma meta es una mala traducción, ya que no intenta desafiar al lector, mostrarle que hay cosas que no se pueden decir con el vocabulario, las expresiones, las formas gramaticales y los clichés de ese idioma. Las buenas traducciones tienen que tratar de ampliar y hacer creer el idioma meta para abarcar una experiencia humana más vasta.

No obstante, no he insistido a la hora de importar palabras chinas a este texto siempre que he tenido ocasión. Por ejemplo, he usado la traducción (con defectos) del concepto propio del moísmo jianai: «amor universal». Asimismo, en lugar de usar un término más preciso como «ruísmo», he usado «confucianismo». Hay otros ejemplos en los que me adapto a traducciones no del todo perfectas pero que ya son comunes. Los traductores tenemos que saber cuándo dejar de presionar para no cansar a los lectores, al igual que los guías turísticos saben cuándo no alejarse demasiado de los caminos más transitados. Espero que los traductores venideros que se nutran de mi trabajo sean capaces de importar más palabras y hagan crecer nuestro idioma para convertirlo en un instrumento más amplio y bonito.

 

 

NOTAS A PIE DE PÁGINA

 

A algunos lectores no les gustan las notas a pie de página en la ficción. No voy a intentar hacerlos cambiar de opinión, pero sí que me gustaría decirles que es muy sencillo obviarlas: basta con no mirar la parte inferior de la hoja.

Tengo la norma de añadir notas al pie solo en los lugares en los que creo que el lector va a tener dificultades para usar un motor de búsqueda que le dé una respuesta adecuada (o donde creo que las respuestas que estos ofrecen son inadecuadas o están equivocadas). Por lo tanto, no he usado notas al pie para la mayoría de los términos chinos importantes, ni para los nombres propios de la mitología y de la historia: taotie, ding, Yu el Grande, Nezha, los ocho grandes maestros de las dinastías Tang y Song, y ese tipo de cosas. Disfrutad buscándolos para entreteneros (o no os molestéis y dejaos llevar por el contexto, cosa que también se puede hacer sin problema).

Por otra parte, la mayoría de los lectores de este texto no van a reconocer las referencias ni las citas de los textos clásicos chinos que forman una parte muy importante de la novela. Buscarlas en Google tampoco sirve de nada, porque (1) puede que el lector ni siquiera reconozca que se trata de una referencia o una cita, y (2) porque muchos de esos textos no tienen traducciones que me gusten, lo que me ha obligado a escribir mis traducciones originales, que no están en internet. En lugar de dejar a los lectores desconcertados, he decidido escribir notas al pie en esos casos para ayudarlos (y para que luego sigan buscando en Google ahora que cuentan con más información, si quieren). Los clásicos chinos no forman parte de la educación de los lectores occidentales, pero eso no significa que no puedan o no deban disfrutar de esta novela.

 

 

Prólogo

 

 

Los proyectiles explosivos agitaron las luces del bar.

El vaso que había sobre la barra se estremeció, y el líquido que había dentro se zarandeó sin que se derramase ni una sola gota por el borde. Al otro lado de las ventanas se apreciaba el resplandor de los estallidos distantes, que recortaban las casas angulares que se apiñaban en la ladera de la montaña. A lo largo de la costa, una luna creciente de agua de mar resplandecía de un naranja reluciente, una pizca de color donde la arena se encontraba con las olas.

El océano que se extendía hacia el horizonte seguía sumido en la oscuridad, como si del interior de una bestia monstruosa se tratara. El joven que se encontraba sentado a la barra estuvo a punto de coger el vaso que tenía delante, pero logró contenerse. Era el tercer ataque de la noche.

El muchacho se llamaba Jiang Liu: de unos veintiséis o veintisiete años, elegante y pálido, de mandíbula esbelta, un cabello bien cuidado que se rizaba en las puntas, una camisa hawaiana con tres botones abiertos, un par de pendientes con forma de estrella en las orejas y una sonrisa que parecía jugar al escondite con las comisuras de la boca; la imagen misma de una juventud capaz de romper muchos corazones.

De no haberse visto obligado a coger la holollamada, se habría bebido de un trago el contenido del vaso. Pero logró contenerse. La nuez se le estrechó y luego se relajó.

Un brillo azulado le rodeaba el brazo derecho. Un vistazo atento revelaba que venía de los tatuajes con forma de enredadera que le rodeaban la muñeca, como si llevase puesto un brazalete grueso. El resplandor azul proyectó una imagen tridimensional sobre la superficie de la barra: una imponente mujer de mediana edad, con el pelo bien recogido y las cejas un poco alzadas. Sin duda se trataba de una persona acostumbrada a que la obedecieran.

A Jiang Liu le costaba entender las palabras de su madre. En parte era por el ruido; el bombardeo a lo lejos, así como la música y la multitud en el bar. Pero también se debía a que había desarrollado la costumbre de no prestarle atención cuando hablaban, como si llevase vasos de cristal en las orejas para ser capaz de cruzar a nado el riachuelo que era el idioma de su madre sin permitir que le entrase una gota en los oídos. Al escucharla sentía una paz propia de estar en el vacío.

Se ajustó el auricular. Desde lejos parecía muy ostentoso, como un broche de oreja que acabase en un pendiente. Pero, a pesar de que realzaba el perfil de su voz, aún le resultaba insoportable oírla.

«La vida es muy corta. ¿Cuánto tiempo hemos malgastado con intentos infructuosos de comunicarnos los unos con los otros?».

Otra explosión. Las ventanas oscuras, que iban desde el suelo hasta el techo, se iluminaron de un naranja reluciente.

—Muy bien —dijo Jiang Liu—. Entendido.

—Esta vez tienes que hacerlo como te he dicho —prosiguió su madre—. Te vas a subir a ese avión a las seis de la mañana. No lo digo en broma. He tenido que pedir muchos favores para que tu tío segundo consiga el vuelo de Bruselas que cruza la zona restringida. ¡Todo por ti! Esta vez no puedes escabullirte, de ninguna manera. ¿Entendido?

—Sí, sí.

—El objetivo del siguiente bombardeo está muy cerca de ti. Morirás si no sales de ahí. —Su madre lo taladró con la mirada—. No es broma.

—Claro. No es broma.

—Además, tu padre está muy enfadado contigo. Sabes que no le gusta que te veas implicado en situaciones vergonzosas. Ten cuidado.

—Entendido.

Hablar con sus padres lo convertía en una especie de contestador automático que se activaba con la voz. Hablaba pero sin decir nada. Era incapaz de recordar cuándo había empezado a actuar así. ¿Cuando tenía doce años? ¿Diez? ¿Antes incluso? Tal vez se debiera a que su hermano y su hermana mayores siempre se mostraban muy ansiosos por responder a las preguntas de sus padres durante el desayuno.

«¿Cómo evitamos pérdidas cuando cambia el mercado de divisas?».

«Requilibrando. Hay que comprar activos que no se vean afectados, que sean seguros».

«Yo creo que sería mejor modelarlos y optimizarlos usando macrodatos».

«Jiang Liu, tu turno. ¿Qué opinas?».

«¿Eh? Ah… Lo mismo que ellos».

Siempre era así. Cuando tenía lugar alguno de esos «exámenes familiares», nunca quería decir nada. En lugar de eso, se limitaba a jugar con el teléfono. Su hermano y su hermana mayor daban las respuestas correctas, así que para qué.

Sus réplicas mecánicas sonaban como si fuesen producto de una IA. A Jiang Liu le dieron ganas de volver a coger el vaso. Solo un sorbo. Un bourbon bien frío.

—Una cosa más. —Los ojos negros de su madre se centraron en él, como si pudiese ver a través de su cuerpo, con la misma mirada que dedicaba a los directores rebeldes en las reuniones del consejo—. No creas ni por un instante que no sé qué has estado tramando. Aléjate de esa gentuza. Si te pillo con la gente equivocada, vas a lamentar el día en el que…

—Sí, madre. Deja de divagar.

Jiang Liu desconectó la holollamada.

 

 

El camarero se acercó al reparar en que Jiang Liu había terminado con la llamada. De ascendencia hapa, tendría unos cincuenta y tantos años y rebosaba una amabilidad capaz de tranquilizar a los parroquianos.

—¿Otro?

El camarero le puso delante la quinta copa de la noche.

—Déjalo. —Jiang Liu apartó el vaso, pero un intenso arrepentimiento se apoderó de él cuando vio desaparecer el whisky. Volvió a llamar al camarero—. Una copa más no hace daño, ¿verdad?

«¿Quién sabe cuántas más podré disfrutar en lo que me queda de vida?».

Jiang Liu creía lo que le había dicho su madre. Sus padres tenían una red de contactos por toda Europa, Estados Unidos y el Sudeste Asiático, personas que les proporcionaban información reciente para proteger los negocios y las riquezas de la familia de las guerras más sangrientas. El ataque inminente del que le había hablado su madre tal vez fuera el resultado de una maniobra política llevaba a cabo por la Alianza Atlántica. Jiang Liu estaba seguro de que la multitud que lo rodeaba, esos que intentaban abandonarse al alcohol y que buscaban una noche de placer, no tenían ni idea de la existencia de una información tan secreta. Aun así, no podía dejar de pensar en que esas personas también sabían, en cierta medida, que un destino aciago se cernía sobre ellas. Al elegir quedarse en esas islas, la unión de tres fronteras diferentes, sin duda tenían claro que era cuestión de tiempo que les pasase algo.

Jiang Liu llevaba treinta y dos meses en Hawái. Había visitado las islas durante su infancia, en unas vacaciones con la familia. Lo único que recordaba eran las piscinas de los hoteles de cinco estrellas y las playas fotogénicas. De niño no tenía ni idea del valor estratégico que escondían, que eran como un jugoso filete para la mayor parte de las grandes alianzas.

—David —le dijo Jiang Liu al camarero—, ¿podrías hacerme un favor? Envía un mensaje a la blockchain de Tianshang. Di que el conflicto del Pacífico está a punto de empeorar y que todo el mundo debería centrarse en proteger a sus familias y a sus amigos, en hacer todo lo posible por mudarse bajo tierra.

—Claro. ¿A quién quieres que ponga como origen de la información?

—No des mi nombre. —Jiang Liu titubeó—. Di que viene del Consejo General de la Organización Mundial del Co­mercio.

El camarero asintió. Después preguntó con toda naturalidad:

—¿Por qué no quieres volver a casa?

Jiang Liu se dio cuenta de que David había oído la conversación con su madre.

—No tengo casa. ¿Qué es un hogar, ya que estamos? La casa de mis padres no es mi casa. —Puso gesto pensativo—. Pero ¿dón­de podría estar mi hogar en este mundo en el que vivimos? Durante un tiempo, pensé en asentarme en algún lugar, pero ahora no creo que llegue a encontrar el sitio adecuado. Podría decirse que hasta este saco de carne y huesos no es más que un refugio temporal. Al final, no somos más que vagabundos que continúan su viaje tras la muerte, ¿no crees?

David le quitó el vaso de la mano a Jiang Liu.

—Ya has bebido suficiente —dijo con voz amable—. Ve a bailar para que se te pase.

Jiang Liu extendió el brazo hacia la bebida, pero David le puso el brazo delante para que no llegase.

—A bailar.

La mano de Jiang Liu se quedó quieta en mitad del aire durante tres segundos, y al final claudicó.

«Pues a bailar. Si solo quedan unas pocas horas de diversión en estas islas, será mejor que las disfrute en la medida de lo posible».

 

 

La sala de baile que el bar tenía aparte contaba con unas paredes gruesas que absorbían el sonido, por lo que la música quedaba en el interior y ningún ruido externo podía molestar a los juerguistas. Una vez dentro, uno se zambullía de lleno en esa música ensordecedora y los bailarines quedaban ajenos a todo lo demás, aunque empezasen a bombardear el lugar al otro lado de esas paredes.

Unas corrientes intensas de música de baile electrónica surcaban el lugar como tornados, como nubes de tormenta. La música envolvía cuerpos que no dejaban de retorcerse, se mezclaba con las escenas de realidad mixta y con las proyecciones, perjudicando aún más la consciencia y cambiando por completo la realidad. Durante un tiempo, el fondo virtual proyectado se convirtió en el vacío infinito del espacio, y todos los bailarines experimentaron la ilusión de la ingravidez. Jiang Liu se sintió como si acabara de llegar a los confines del universo, y por eso no reparó en el nuevo mensaje que le parpadeaba desde hacía un rato en el cuello de la camisa.

Cuando el intenso resplandor azul terminó por llamarle la atención, le costaba mantenerse en pie. Abrió el mensaje sin dejar de moverse al ritmo de la música. No consiguió leer bien las palabras debido a lo borroso de su visión, pero sí que alcanzó a ver la fecha: 24 de agosto de 2080, 21.38.

No le prestó atención y siguió bailando.

Al rato, salió dando tumbos de la estancia, con el brazo sobre el hombro de una pelirroja, como si fuese uno de los colegas con los que veía los partidos de fútbol. Llevaba tacones y medía casi lo mismo que él, con las piernas desnudas debajo de unos pantalones cortos. Se tambalearon mientras salían de allí y ella le dio un beso. Jiang Liu rio sin dejar de sostener otra botella en la mano.

Se le volvió a iluminar el resplandor azul del cuello. En esta ocasión, Jiang Liu decidió aceptar la llamada. Era el mayordomo jefe de su familia, Du Yibo. Jiang Liu siempre lo había llamado tío Bo.

—Tío Bo.

—Zopenco, podrías haberte puesto a ligar antes, ¿no?

—¡Tío Bo! —Jiang Liu le dedicó una sonrisa amable—. Estoy con una chica. No me dejes en evidencia.

—¿De verdad eres tan tonto? ¡Estás a punto de morir! —El tío Bo se enfadó aún más—. Estoy en el avión y vamos a aterrizar en Hawái dentro de dos horas. Será mejor que hayas hecho las maletas y estés listo cuando llegue.

—¿Dos horas? —Jiang Liu le sonrió a la pelirroja—. No es tiempo suficiente. ¿Por qué tanta prisa? Dijimos que a las seis de la mañana.

—Hemos recibido nueva información. El bombardeo se ha adelantado al amanecer. ¡Tienes que salir de ahí ya! —El tío Bo se había puesto a gritar—. Además, ¿recuerdas que me habías comentado que vigilase los datos astronómicos? Pues ha habido una señal durante los últimos días, y es muy poco habitual. Deberías echarle un ojo.

—Un momento, un momento. —Jiang Liu intentó recuperar la compostura mientras la emoción se apoderaba de todos los poros de su cuerpo—. Repítelo, por favor.

—Me habías pedido que estuviera pendiente de esa Fan no sé qué, ¿recuerdas? Y que revisara los datos que me habías enviado. Pues, de repente, ha llegado otra señal. Una especie de objeto volador…

—Entendido. —Jiang Liu se apartó con cuidado de la mujer—. Necesito que entres y descargues los últimos informes, del sistema solar y de las enanas blancas. Y no te centres en los datos de nuestra familia, descarga también los de la NASA. Ah, y no te olvides de… Da igual, no puedo esperar tanto. Tengo que volver y comprobarlo por mi cuenta. ¿Podrías enviármelo todo?

Jiang Liu desconectó la llamada. La mujer se lo había quedado mirando con incredulidad.

—Lo siento mucho. Han llegado… nuevos datos científicos que tengo que revisar. Te pediré un taxi, ¿vale? Tendremos que posponer la cita para la próxima vez que venga a Hawái. Supongo que no te creerás que sea astrónomo, pero es lo que soy.

Al llegar a su apartamento, las paredes inteligentes ya estaban llenas de las emisiones de radio de frecuencia muy baja que había detectado la red de satélites.

«Está aquí de verdad».

El corazón le latía con fuerza y notó una sed muy pronunciada de repente.

Agitó las manos en el aire para mover los números y los cálculos por las paredes. Hacía mucho tiempo que los datos no lo emocionaban tanto. Al verlo, un desconocido bien podría haber pensado que practicaba algún tipo de arte marcial exótica. Después de movilizar todas las fuentes de datos que tenía distribuidas por el mundo, consiguió autorización para poner en práctica las habilidades de filtrado que tanto tiempo llevaba sin usar y alcanzó el resultado que esperaba. Después, se dejó caer sobre el sofá con un largo suspiro.

No dejaba de pensar en Yun Fan: pelo largo, poco maquillaje, nariz bonita, ojos que le daban ganas de besar en los párpados y esa expresión sosegada pero cargada de determinación, fría y serena, como una gota de rocío en el amanecer. La primera vez que la había visto no tenía ni idea de que fuese a preguntarle algo relacionado con la astronomía, y mucho menos sabía que en el futuro estaría tan emocionado por encontrar una respuesta a su pregunta.

«Tiene que ser el destino».

Dos horas después, el hoverjet de la familia Jiang descendió junto a la ventana, justo a tiempo. Una pasarela pequeña y desplegable se extendió desde la aeronave y se ancló a la terraza cubierta del apartamento. Jiang Liu lo miró solo una vez y llegó a la conclusión inmediata de que su madre había elegido un vehículo tan anticuado para recogerlo porque, si usaba otro más moderno, él sería capaz de hacerse con el control y escapar.

Sonrió para sí.

«¿De verdad crees que algo así podrá detenerme?».

Subió al vehículo con el bolso de viaje. El interior tenía la decoración a la que estaba acostumbrado: mamparos en los que se proyectaban imágenes de bosques vírgenes y playas prístinas, un bar automatizado y un cajón de tentempiés lleno de trufas y fuagrás. El tío Bo le cogió el bolso y le reprochó que llamase a casa con tan poca frecuencia.

Jiang Liu hizo un ademán con el brazo y ajustó las emisiones del interior del compartimento para que resonasen con las ondas alfa. También cambió la música a una línea de bajo muy repetitiva. Tanto Luka, el piloto, como el tío Bo no tardaron en quedarse dormidos. Jiang Liu rio para sí e hizo que el piloto automático cambiase el destino del vuelo: de Zúrich a Xi’an.

Era la dirección que le había dado Yun Fan cuatro meses antes.

1

 

Señal

 

 

Jiang Liu intentó salir del avión de puntillas y sin despertar al tío Bo, pero el plan fracasó miserablemente. Tan pronto como abrió la puerta de la cabina, una ráfaga de aire helado se coló hacia el interior y despertó al mayordomo. El aire también le hizo comprender que, sin duda, su cuerpo no estaba listo para el cambio repentino del clima de una isla tropical del Pacífico a una ciudad invernal del norte de China.

Du Yibo se frotó los ojos, se incorporó con la mitad de los músculos aún dormidos y comprendió que se encontraba en el aeropuerto equivocado. Se enfadó mucho al ver cómo Jiang Liu trataba de escabullirse hacia la pista. Se levantó del asiento en apenas unos segundos y persiguió a Jiang Liu, quien dejó a un lado el sigilo y empezó a correr como una gacela.

—¡Si no te llevo a casa, tu padre va a despellejarme vivo! ¡Vuelve aquí!

—¡Lo siento, tío Bo! Me temo que tendrás que volver a enfrentarte por mí a la rabia de mi padre. Eso es lo que hacen los buenos amigos, ¿no?

—¿Quién ha dicho que sea tu amigo? ¿Quién? ¿Qué habré hecho en mi vida anterior para merecer algo así? ¡Vuelve aquí! No pienso dar la cara por ti nunca más.

—¡Te aseguro que la próxima vez te lo compensaré!

Du Yibo persiguió a Jiang Liu por medio aeropuerto. No obstante, a pesar del estorbo que suponía el bolso, Jiang Liu se las arregló para desaparecer entre la multitud. Lo sentía por el tío Bo. A su padre se le daba muy bien hacer sentir como unos inútiles a quienes le fallaban. Pero ¿qué iba a hacer? Tenía claro que lo último que le apetecía era enfrentarse al anciano. Su madre ya había insinuado que no era del todo ajeno a las últimas actividades de Jiang Liu. Normal, ya que no había manera de ocultarlo todo, pues la blockchain era transparente y había cámaras por todas partes. Se estremeció al pensar en lo que le haría su padre si volvía a casa. Por suerte, ya había desconectado todos los canales de comunicación antes de subir al avión. Eso tendría que darle unos días de paz.

El taxi autónomo lo llevó por los kilómetros de tierras de labranza abandonadas que había en las afueras de Xi’an, de camino al mausoleo del primer emperador de la dinastía Qin. El paisaje le resultó bastante estremecedor, como una tierra de fantasía y desolación olvidada de la mano del tiempo. Se imaginó que el paisaje que veía fuera del coche conservaba el mismo aspecto durante miles de años: una cuadrícula rectilínea de sembradíos, casas bajas hechas de ladrillos rojos y algunas arboledas por aquí y por allá. Por los campos, que llevaban años sin cultivos, proliferaban las malas hierbas. No sabía si los habitantes anteriores habían abandonado el lugar a causa de la guerra o si los habían reubicado a la fuerza en las fortalezas mecanizadas cercanas.

El taxi lo dejó cerca de un complejo de edificios que había en mitad de la nada. La puerta del lugar era de estilo chino clásico y, junto a la verja, se encontraban los restos de unos torniquetes y equipamiento antiguo que antaño había guiado a las multitudes. Cruzó la verja y vio la silueta elegante del museo. Una de las esquinas del edificio había quedado destruida por la guerra, pero la mayoría seguía intacto, digno e inmaculado. Unos pocos hanzi enormes que había a un lado del complejo rezaban: «Museo del mausoleo de Qin Shi Huang».

Una joven salió del museo y se dirigió hacia Jiang Liu.

Era Yun Fan. Estaba tal y como la recordaba, grácil y enérgica, con un hoyuelo en las mejillas alegres, sonrisa similar a la sensación del resplandor del sol después de darse una ducha. Llevaba un traje blanco y clásico, con volantes en el cuello, los hombros descubiertos y la clavícula a la vista.

—Bienvenido, doctor Jiang.

—Siempre es un placer visitar a una mujer tan guapa.

Yun Fan fingió no haberlo oído.

—Supongo que has traído los datos, ¿no? Ven a mi despacho, por favor.

—¿Por qué está todo tan vacío? ¿Estás sola por aquí?

—Así es. El museo está cerrado al público a causa de la guerra.

—No tiene que ser muy agradable estar sola en un lugar tan desolador. Menos mal que estoy aquí para protegerte.

Yun Fan no cambió el tono de voz.

—Aquí estamos a salvo.

Empezó a caminar y lo obligó a seguirle el ritmo. Jiang Liu se dio cuenta de que, con cada paso, cambiaba la imagen que se proyectaba bajo sus pies. A veces parecía tierra compacta, en ocasiones adoquines y otras el suelo estaba incluso marcado con los nombres de ubicaciones diferentes. Intrigado, empezó a saltar de un lado a otro para ver cómo mudaba.

—Caminas sobre un modelo de la antigua Xianyang, la capital de Qin Shi Huang —explicó Yun Fan—. Se diseñó como una exhibición del todo holográfica, pero hemos apagado la mayoría de las proyecciones porque no tenemos visitantes. El suelo interactivo es lo único que sigue encendido. Si te interesa, podría encenderlo por completo más tarde cuando se haga de noche.

Siguieron avanzando hasta que entraron en el museo propiamente dicho. Todo el suelo de la exhibición principal estaba hecho de cristal y, debajo de este, se veía una réplica del palacio subterráneo del mausoleo. Cuando Jiang Liu bajó la mirada, atisbó modelos de montañas y ríos que conformaban el territorio de la dinastía Qin, con estrellas reflejadas en los meandros de los arroyos. Solo había unos pocos edificios por aquí y por allá, similares a observatorios en las montañas y entre dichos astros.

Yun Fan dio una palmada y se encendieron unas luces brillantes que iluminaron el palacio subterráneo. Ese mercurio que fluía por el curso del río reflejó las luces, como si la Vía Láctea hubiese caído en la esfera terrestre. Imaginar que ingenieros y constructores de hacía más de dos milenios habían sido capaces de crear algo tan complejo y magnífico, un modelo del imperio completo para acompañar a Qin Shi Huang al más allá, resultaba asombroso.

—Solo es una réplica a escala 1:100. —Yun Fan parecía saber qué era lo que estaba pensando—. El auténtico palacio subterráneo mide ciento sesenta y ocho metros por ciento cuarenta y uno. Si se añaden los túmulos que hay sobre el mausoleo, el complejo al completo tiene un tamaño setenta y ocho veces mayor que la Ciudad Prohibida de Pekín. Además, nadie sabe qué aspecto tiene el templo en realidad porque no se ha excavado. Hemos creado este modelo basándonos en los mejores datos disponibles.

—Crear algo así hace más de dos mil años…

Jiang Liu se quedó sin palabras.

—Por eso estoy segura de que no lo construyó el propio Qin Shi Huang.

—¿A qué te refieres?

El comentario había dejado muy confuso a Jiang Liu.

Yun Fan siguió caminando hacia una de las paredes de la exhibición. De repente, el suelo se abrió frente a ella y se formó un agujero rectangular. Jiang Liu se sorprendió y corrió hacia la mujer antes de reparar en que se trataba de la entrada a un ascensor subterráneo. Siguió a Yun Fan hacia este y la cabina empezó a descender en silencio. Después de lo que a Jiang Liu le parecieron tres o cuatro pisos, el ascensor se detuvo y se abrió la puerta para revelar un estudio amueblado con esmero. Una de las paredes estaba llena de estanterías, y había un escritorio de estilo chino clásico colocado cerca de la pared opuesta. Detrás del escritorio había un cuadro exquisito de flores de ciruelo.

—Qué despacho tan elegante —exclamó Jiang Liu—. Pero ¿por qué está en una ubicación tan secreta?

—Adivina.

—Para… protegerlo de las personas que no quieres que lo vean. —Jiang Liu arqueó una ceja—. O para… ¡proteger un tesoro!

—Ambas son correctas. ¿Té? ¿Verde o Pu’er?

—Lo que tengas. Me gusta más el whisky.

Yun Fan asintió.

—Lo sé. Mira, seré franca. Aquí tengo un pequeño templo que no es adecuado para poderosos bodhisattvas como tú. Me gustaría ir al grano y dejarte tiempo para que vuelvas con tu whisky.

—¡No hay prisa! —rio Jiang Liu entre dientes—. Tu compañía es todo el estupefaciente que necesito.

El rostro de Yun Fan no mostró expresión alguna mientras preparaba el té verde. Usó las dos primeras infusiones para enjuagar las tazas y para echárselas por encima a la mascota del té[1] sin esmaltar. Lo sirvió con la tercera infusión, ya que era la que tenía el aroma más moderado y el sabor más refinado, y se la entregó a Jiang Liu.

—Adelante —dijo—. Me has contactado a horas intempestivas de la noche. ¿Qué has descubierto?

—Está relacionado con la pregunta que le hiciste a mi mentor la última vez. —Jiang Liu le dio un sorbo al té. Estaba más caliente de lo que esperaba y tuvo que humedecerse los labios para enfriarlos—. ¿No te emociona ni un poco que me importe tanto lo mismo que a ti?

—¿Qué has descubierto? —repitió Yun Fan, que lo miró a los ojos.

 

 

Había visto a Yun Fan por primera vez hacía unos cuatro meses.

Fue en una conferencia académica internacional en Hawái, en la que el doctor Johnson, el mentor de Jiang Liu y un astrónomo de renombre que daba clase en la Universidad de Hawái, era uno de los ponentes principales. Después de graduarse en Harvard, Jiang Liu había cogido un año sabático antes de matricularse en el posgrado de Astronomía de dicha universidad, que dependía casi por completo de la reputación de su mentor como investigador jefe en las fronteras del conocimiento humano.

Yun Fan había llegado antes a la charla del doctor Johnson y luego se había acercado a él de inmediato al terminar. Jiang Liu se había fijado en ella porque parecía un unicornio reluciente en mitad del bosque que era la multitud. Yun Fan se había recogido el pelo en una colega alta y llevaba un vestido negro de cuello también alto. Fue la primera en acercarse al ponente, pero no en hacerle una pregunta. Su mentor estaba rodeado de estudiantes, investigadores y periodistas científicos, que no dejaban de acribillar a preguntas a la estrella académica.

Por fin le llegó el turno a Yun Fan.

—Doctor Johnson, me he percatado de que, durante el último año, varios púlsares que tenemos cerca han sufrido cambios regulares en sus patrones de emisión. A mi entender, un fenómeno como este podría ser el resultado de una manipulación pro­pia de una inteligencia extraterrestre.

Johnson titubeó antes de responder.

—Mi investigación se basa en acontecimientos electromagnéticos extremadamente energéticos, como ráfagas rápidas de radio y brotes de rayos gamma. No me considero experto en púlsares.

Sin embargo, Yun Fan no se dio por vencida.

—Pero, en una ocasión, sugirió que algunos de esos acontecimientos electromagnéticos de altas energías podrían ser obra de civilizaciones extraterrestres.

Johnson estuvo a punto de continuar su justificación, pero lo interrumpió alguien que le indicó que tenía una cita muy importante a la que acudir. No obstante, antes de marcharse le pidió a Jiang Liu que siguiese atendiendo a Yun Fan.

Por eso Jiang Liu tuvo la excusa perfecta para pedirle salir a cenar. Eso sí, se convirtió en la cita más aburrida que recordaba. Yun Fan no dejó de hablar de astronomía. FSR, técnicas de análisis de última generación, radiación del fondo cósmico de microondas, materia oscura… No dejaba de hacerle preguntas. A Jiang Liu le sorprendió lo mucho que sabía. Carecía por completo de los detalles técnicos propios de un especialista, eso sí, pero las preguntas indicaban que había dedicado una cantidad considerable de esfuerzo a comprender la materia. Jiang Liu trató de redirigir la conversación una y otra vez para hablar de su vida personal, pero ella no cedió lo más mínimo, o evitaba con maestría sus intentos de coquetear o hasta llegaba a burlarse de él cuando la hacía enfadar.

No recordaba la última vez que había fracasado de una manera tan estrepitosa con una mujer.

 

 

Jiang Liu salió de la ensoñación y se centró en el presente, dispuesto a descubrir qué quería Yun Fan.

—La última vez, me dijiste que usabas datos en bruto del OAEZA, ¿me equivoco?

—Correcto —respondió ella—. Usé el software integrado para el filtrado básico y el suavizado, pero no llevé a cabo un análisis a fondo.

—Debo confesar que tengo mucha curiosidad. ¿Cómo ha llegado una arqueóloga a sentirse tan cómoda entre datos y programas astronómicos?

—Doctor Jiang…, hay un comportamiento humano llamado «aprendizaje» o «adquisición de habilidades». ¿Has oído hablar de él?

—Vale. Entonces ¿qué te ha hecho estudiar astronomía?

Yun Fan sonrió.

—No entiendo cómo un hombre con un doctorado en astronomía puede encontrar curioso el que alguien se interese en la materia. Seguro que puedes responder a esa pregunta mucho mejor que yo.

Jiang Liu comprendió que la conversación no iría a ninguna parte si seguía por ahí. Llegó a la conclusión de que estaba listo para tomar el camino largo en pos de su objetivo y decidió mostrarle a Yun Fan los datos que había llevado.

El Observatorio de Altas Energías en Zonas Amplias (OAEZA) era el último satélite astronómico que había lanzado la Agen­cia Espacial Europea antes de la guerra, con intención de observar los objetos astronómicos de altas energías. El satélite, que era la culminación de años de esfuerzo de algunos de los mejores astrofísicos e ingenieros aeroespaciales del mundo, representaba todo un salto cuántico con respecto a los instrumentos de la generación anterior. Podía decirse que era literalmente imposible que hubiese error alguno en sus datos.

Después de la visita de Yun Fan a Hawái, Jiang Liu había empezado a prestar atención a los púlsares cercanos. No tardó en descubrir que la mujer tenía razón. Había cinco púlsares que mostraban cambios de más de un diez por ciento de magnitud en sus emisiones. El fluctuar del espectro se veía sin lugar a dudas y los cinco seguían el mismo patrón. Era imposible considerarlo un error o una mera coincidencia.

Yun Fan había propuesto una teoría en Hawái que afirmaba que los púlsares hacían las veces de balizas para los pilotos extraterrestres. Pero Jiang Liu no tenía muy claro por qué eran necesarias unas alteraciones de tanta magnitud en las emisiones para usar los púlsares de una forma similar a la de un faro. Él suponía que las naves alienígenas se valían de ellos para conseguir energía y no para guiarse. Pero una posibilidad como aquella hacía que se le erizara el vello del cuerpo. La energía de un púlsar era un millón de veces superior a la del Sol y, si la energía emitida por uno durante un único segundo pudiese convertirse en electricidad, alcanzaría para satisfacer la demanda actual de la Tierra durante varios miles de millones de años. Si una única nave alienígena era capaz de reducir en un diez por ciento la magnitud de la radiación de un púlsar, la cantidad de energía sería equivalente a absorber cien mil veces la energía que emite el Sol. Aunque la eficiencia de la absorción fuese solo del cero coma cero uno por ciento, seguiría siendo diez veces superior a la energía que emite nuestra estrella. Una civilización capaz de llevar a cabo una hazaña como esa estaría inimaginablemente más avanzada que la humanidad a nivel tecnológico.

Pero era otra cosa la que había hecho que le entrasen aún más escalofríos. Al intentar calcular la trayectoria de la nave alienígena basándose en los cambios de los púlsares, había reparado en que el primero de ellos se encontraba a trescientos años luz de la Tierra, el segundo a doscientos veinte, el tercero a ciento sesenta, el cuarto a ciento veinte y el quinto a ochenta y nueve; y todos los cambios habían tenido lugar durante los últimos meses. Eso significaba que la nave se acercaba a la Tierra casi a la velocidad de la luz, algo propio de la ciencia ficción.

Si los alienígenas eran hostiles, la Tierra no podría sobrevivir a un conflicto así. Jiang Liu no se atrevió a calcular todas las implicaciones. No llegó a creerse del todo sus conclusiones; aun así, se valió de las redes de satélites a las que podía acceder su familia y se centró en los datos de púlsares que se encontrasen a menos de cincuenta años luz. Además, hizo que las sondas privadas de su familia se acercasen a Júpiter y a Saturno para rastrear la presencia de objetos voladores no identificados en el sistema solar.

—He cruzado los datos de varios satélites astronómicos, estaciones espaciales y telescopios para confirmar mis conclusiones. —Jiang Liu usó el brazalete para proyectar los resultados en la pared del despacho de Yun Fan y resaltó los puntos más importantes de la densa nube de datos—. Mira aquí. Este púlsar está a unos veinticinco años luz de distancia y tiene la misma trayectoria prevista que los anteriores; es posible que formen un arco elíptico. Hace dos meses y medio, este púlsar sufrió el mismo cambio en sus emisiones que el resto. Después de eso, hace ya dos meses, una sonda que orbitaba Saturno detectó un objeto que acababa de entrar en el sistema solar. Este cuerpo ha de­sacelerado desde entonces y, hace más o menos un mes y medio, cruzó por fin la órbita de Saturno y ha empezado a acercarse a la Tierra. Los satélites de mi familia solo llegan hasta Saturno, por lo que he tenido que sacar los demás datos de las redes internacionales. Lo que intento explicarte es la razón por la que he tardado tanto en reunir los datos y venirte a ver. Fue por la falta de datos, no porque tu pregunta no me importase.

Yun Fan se mordió el labio inferior con gesto reflexivo. No parecía nada sorprendida.

—¿Cuánto falta para que la nave llegue a la Tierra?

—No puedo afirmarlo con exactitud. La desaceleración no parece constante y es difícil de calcular. Lo más probable es que sean dos semanas.

Yun Fan asintió. La intrincada expresión facial de la mujer no le dejó nada claro a Jiang Liu en qué estaba pensando.

—¿Puedes localizar la nave?

—No es fácil. El objeto solo aparece en los datos de ondas de radio de frecuencia muy baja. No hay nada en el resto de las bandas, ni siquiera en la luz visible. Por eso ha sido capaz de evitar las sondas de muchos países que hay cerca de Júpiter y de Saturno. Pero, al depender de dichas ondas de frecuencia muy baja, es muy complicado precisar su ubicación. Ni siquiera tuve claro que se trataba de una nave hasta que hice los cálculos por mi cuenta… ¿Ves ese círculo rojo? Es todo lo que he conseguido calcular en términos de trayectoria.

—¿Podrías darme autorización para acceder a los datos que estás usando?

—¡Claro! Son de la red de satélites de mi familia. No creo que haya muchas redes en el mundo capaces de darte datos mejores. Puedo abrirte una cuenta. Sin problema.

—Muchas gracias. Te agradezco muchísimo los datos. No voy a quitarte más tiempo. Después de que me abras la cuenta, es posible que se me ocurran más preguntas. Me aseguraré de ponerme en contacto contigo.

—¡Venga ya! —Jiang Liu puso gesto afligido—. ¿Te entrego unos datos buenísimos y ni siquiera me invitas a cenar? Qué frialdad. Mira, mi avión ya ha despegado y no tengo dónde quedarme. ¿De verdad vas a dejarme tirado en la calle, hambriento y agotado?

—Me encantaría alimentarte, pero no tengo los medios. Este lugar se halla junto a una zona militar restringida, por lo que los servicios de reparto de comida no aceptan pedidos. Yo me la traigo de casa. Mei, la asistenta de mi familia, me la envía usando un dron. Pero solo es comida para una persona y muy básica, nada apetecible para un principito como el doctor Jiang.

—Como muy poco y me encanta la comida básica. Es perfecto.

—Hummm… —El gesto de Yun Fan era el de alguien a punto de estallar en carcajadas—. Eso no casa con los datos que tengo sobre ti. Según tengo entendido, nunca comes en ningún lugar que no tenga una estrella Michelin.

—Ah, ¿sí? —Jiang Liu parecía muy contento—. Supongo que eso significa que has buscado información interesante sobre mí, ¿no?

—No creerás que eres el único que sabe cómo usar internet, ¿verdad? —La mujer le dedicó una sonrisa sarcástica—. Por favor, creo que lo mejor es que te vayas a casa. Estoy segura de que solo tardarás unos pocos minutos en llamar a un hoverjet que venga a recogerte. De verdad que te agradezco muchísimo la ayuda que me has prestado. Tan pronto como termine mi proyecto, me aseguraré de hacerte una visita y agradecértelo como es debido.

—No te preocupes. No importa si no tienes comida aquí, podemos ir a cenar fuera —insistió Jiang Liu.

—No, no podemos. Como ya te he dicho, este lugar se encuentra junto a una zona militar restringida. No hay transporte al que llamar. Por lo general, suelo pedir a Mei que me venga a buscar si necesito hacer algún recado. Pero, por desgracia, ahora mismo está visitando a su hija en Yunnan.

—Eso no es problema. —Jiang Liu sonrió—. Déjamelo a mí. Si puedo conseguirnos un medio de transporte, vendrás a cenar conmigo. ¿Aceptas el trato?

Yun Fan terminó por reír desesperada.

—Nunca he conocido a nadie tan desvergonzado. Lo que en realidad quería decir es que no tengo interés ninguno en ce

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