Gozar, amar y vivir (OSHO habla de tú a tú)

Osho

Fragmento

1

Ríete de ti mismo

Osho:

Creo que realmente eres el primer hombre que entiende a las mujeres y las acepta. ¿Podrías hablar acerca de esto?

Yo os he enseñado que a la mujer hay que quererla, y no tratar de entenderla. Esto es lo primero que hay que saber.

La vida es tan misteriosa que no somos capaces de abarcar toda su extensión con las manos, y no podemos investigar sus misterios más profundos con la vista. Comprender todas las expresiones de la creación —ya sean mujeres, árboles, pájaros u otros animales— es algo que corresponde a la ciencia, no a un místico. Yo no soy un científico. La ciencia, para mí, es un misterio. Ahora los científicos han empezado a reconocerlo y están dejando a un lado su empeño y esa actitud supersticiosa por la que consideran que un día llegarán a saber todo lo que puede saberse.

A partir de Albert Einstein la historia de la ciencia ha tomado otro derrotero; a medida que fue profundizando en la materia, su perplejidad también fue en aumento. La lógica y el pensamiento racional se quedaron anticuados. A la existencia no puedes imponerle nada, porque no funciona según tu lógica. La lógica es algo inventado por el hombre. Albert Einstein recuerda que en un momento de su vida dudó si seguir siendo racional; pero eso no tendría sentido. Aunque hacerlo sea humano, sin embargo, no es inteligente. Aunque quieras seguir siendo lógico y racional, la existencia no va a cambiar para ajustarse a tu lógica; es tu lógica la que debe cambiar para ajustarse a la existencia. Y cuanto más profundizas, más misteriosa se vuelve la existencia.

Llega un punto en el que tienes que hacer a un lado la lógica y el pensamiento racional, y escuchar a la naturaleza. Es lo que yo llamo «comprensión absoluta», si bien no es una comprensión en el sentido habitual. Lo sabes, lo sientes, pero no tienes palabras para expresarlo.

El hombre es un misterio, la mujer es un misterio, todo lo que existe es un misterio; y todos tus intentos de comprenderlo serán un fracaso.

Esto me recuerda a un hombre que fue a comprar un regalo de Navidad para su hijo en una juguetería. Se trataba de un conocido matemático, de forma que el dependiente le enseñó un puzle. Era un puzle maravilloso, y el matemático intentó hacerlo. De hecho, lo intentó varias veces, hasta que empezó a sudar. Se encontraba molesto: los clientes, los empleados y el dueño de la tienda lo estaban mirando, y él no era capaz de resolver el puzle. Finalmente, desistió diciéndole al dependiente: «Si siendo matemático no soy capaz de hacer este puzle, ¿cómo se imaginan que pueda hacerlo un niño?».

El dependiente dijo: «No lo entiende. Está hecho de manera que nadie puede hacerlo, aunque sea un matemático».

«Y ¿por qué lo han hecho así?», preguntó el matemático.

«Lo han hecho así —aclaró el dependiente— para que desde el primer momento el niño sepa que la vida no tiene solución, que no se puede comprender.»

Puedes vivirla, puedes disfrutarla, puedes volverte uno con el misterio, pero es imposible tratar de entenderla desde el punto de vista de un observador.

¡Yo mismo no me entiendo! Yo soy el mayor misterio para mí. Pero os puedo dar algunas pistas:

Un psiquiatra es alguien que te hace un montón de preguntas carísimas, cuando tu mujer te hace esas mismas preguntas gratis.

La llave de la felicidad: aunque hables de amor, ternura y pasión, el verdadero éxtasis es descubrir finalmente que no has perdido las llaves.

Las mujeres empiezan por resistirse al avance del hombre y acaban impidiendo su retirada.

Si quieres cambiar la forma de pensar de una mujer, debes estar de acuerdo con ella.

Si realmente quieres saber lo que piensa una mujer, mírala y no la escuches.

Una mujer se acercó a un policía y le dijo: «Agente, el hombre que está en esa esquina me está importunando».

«Llevo observándolo un rato —respondió el poli— y ese hombre ni siquiera la ha mirado.»

«Efectivamente —añadió la mujer—, ¿y acaso eso no molesta?»

Un joven romántico se volvió hacia la joven que estaba en su cama y le preguntó: «¿Soy el primer hombre con el que haces el amor?».

«Es posible —dijo ella tras pensarlo—. Tengo una memoria fatal para las caras.»

Una joven le dijo a un anciano: «¡Debes de haberte perdido muchas cosas por no haberte casado!».

«¡Solo me he perdido la ceremonia!», respondió el anciano.

En el jardín del Edén, Eva estaba riñendo a Adán como de costumbre. «Anoche te vi tonteando con otra mujer bajo el árbol del conocimiento», gritó ella.

«Pero Eva —exclamó Adán—, ¡si sabes que en el Edén solo estamos tú y yo!»

«¡No me mientas! ¡Sé que me estás mintiendo!», clamó Eva.

«¡Escúchame, Eva! Es una alucinación provocada por la menopausia.»

«¡No me vengas con cuentos psicológicos! ¡Yo sé lo que he visto!», aulló Eva.

«De acuerdo, de acuerdo; si no me crees, cuéntame las costillas.»

Un hombre fue de safari con su mujer y su suegra. Un día estaba tumbado lánguidamente en su tienda cuando oyó gritar a su mujer. Se incorporó de un salto y salió de inmediato de la tienda. En el claro, vio a su suegra amenazando con el puño a un gigantesco león que estaba a punto de saltar a un metro y medio de ella.

«¡Haz algo!», le imploró su mujer, presa del pánico.

«¿Por qué? —respondió el cazador—. El león se ha metido en este lío él solo, ¡que él mismo se las arregle!»

Todo es un misterio. Y en lugar de intentar entenderlo, hay que disfrutarlo. Al fin y al cabo, alguien que trata de entender la vida acaba siendo un idiota, pero alguien que disfruta de la vida se convierte en un sabio, y sigue disfrutando de la vida porque cada vez es más consciente del misterio que nos rodea.

La mayor inteligencia es saber que no se puede saber nada, que todo es un misterio y un milagro. Para mí, este es el comienzo de la religión en tu vida.

Osho:

Me gusta practicar taichi y se ha convertido en mi meditación diaria, pero tiendo a tomármelo demasiado en serio. ¿Podrías desengancharme de ese mal hábito?

Es imposible que nadie te desenganche de tu mal hábito; en tu caso no existe; tu seriedad lo está creando. Y nadie puede cambiar tu seriedad tampoco. Lo que te hace ser serio es tu actitud vital.

¿Qué te hace estar serio? La existencia es una celebración constante, una fiesta sin descanso. Tú eres serio porque la gente lleva miles de años diciendo que un hombre serio es mejor, superior y más evolucionado que el que no es serio. Nunca han considerado a los que no son serios. Pero, para mí, el caso es precisamente lo contrario. El que no es serio es el que llegará a conocer la vida y todas sus experiencias. La seriedad te aísla, te endurece, te entristece. La seriedad es consecuencia de las ambiciones y de los deseos que no logras hacer realidad.

Pero las religiones siempre han rendido homenaje a la seriedad. En ninguna religión he encontrado un texto sagrado —y en el mundo hay trescientas religiones— que rinda homenaje a la falta de seriedad, a la diversión, al sentido del humor. Te atontan.

Me contaron que un día el obispo entró en una iglesia de Nueva York y no podía dar crédito a lo que estaba viendo: Jesús estaba allí de pie.

«¡Dios mío! —exclamó—. Nunca pensé que alguien escuchara las plegarias. Jamás he creído que existiera Dios ni el hijo de Dios; ¿y qué hago con este individuo? Si no es un hippy, debe de tratarse de Jesucristo. Ahora tengo un problema.»

Se acercó al hombre y le dijo: «¿Puedo preguntarte quién eres?».

«¿Has estado a mi servicio, divulgando mi palabra, y no me reconoces?», lo interpeló el hombre.

Al obispo se le cayó el alma a los pies: «¡Ay, Dios mío! ¡Es Jesucristo! Esto va a ser una fuente de preocupaciones».

Llamó al Papa de Roma: «¿Qué tengo que hacer? En los seminarios no se menciona ni una sola vez que “un día Jesús aparecerá en tu iglesia”. ¿Qué debo hacer, qué camino debo tomar? ¿Cómo debo comportarme?».

El Papa dijo: «¡No me compliques la vida! Menos mal que ha aparecido en Nueva York. Haz dos cosas: lo primero y más importante es que aparentes seriedad y que finjas estar muy atareado. Quién sabe, quizá... Lo segundo es que avises a la policía».

Las religiones han enseñado a la gente a ser seria, porque la seriedad provoca en tu conciencia cierta languidez. La seriedad no te ayuda. Es un veneno; nadie puede quitártela mientras no lo entiendas..., y entonces desaparecerá sola.

Un psiquiatra y un amigo van caminando por la calle, cuando un desconocido, al pasar, propina una patada en la espinilla al psiquiatra. El terapeuta sigue caminando como si tal cosa, y su amigo exclama, asombrado: «¿No piensas decirle nada?».

«¿Por qué? —respondió el psiquiatra—. Es su problema.»

Si el mal hábito está dentro de ti, ¡es su problema! Debe de estar harto de tu seriedad y de tu taichi. No te preocupes. Él mismo tratará de buscar la forma de salir de ese lío.

A una persona alegre no le interesan cosas como el taichi. Hay tantas cosas de las que disfrutar, ¿y tú haces taichi como un idiota? ¡Es normal que estés serio! Pasa una mujer atractiva, ¿y tú sigues haciendo taichi? ¿No puedes hacer algo divertido, entretenido, agradable? Es normal que estés serio porque estás perdiendo el contacto con la vida.

En el mundo hay toda clase de idiotas. Unos hacen taichi, otros hacen aikido, algunos hacen jujitsu, y otros hacen yoga o hacen el pino patas arriba. Pero no creo que una mujer sienta interés por ti: ¡ese tipo de gente que hace el pino está muerta! Y si nadie se interesa por ti, te pones serio. Eres tú quien lo está provocando, pero me pides a mí que te desenganche de tu mal hábito, ¡yo no soy culpable de eso! ¿Quién te ha sugerido que hagas taichi?

Me contaron que el jefe de los caníbales preguntó al primer misionero: «Te damos a elegir, ¿prefieres “chi-chi” o prefieres morir?».

El hombre pensó: «No sé qué será chi-chi, pero no puede ser peor que la muerte». Y dijo: «Quiero chi-chi».

Y le aplicaron el tratamiento que denominaban chi-chi. Abusaron sexualmente de él, lo azotaron y cuando empezó el chi-chi, él pensó: «Habría preferido escoger la muerte. Estos tipos me van a matar con el chi-chi, y me están humillando innecesariamente».

Los otros dos misioneros estaban presenciando lo que ocurría. Entonces llegó el turno del segundo: «¿Tú qué quieres?».

«La muerte es demasiado peligrosa», pensó. Podría sobrevivir al chi-chi, pero no a la muerte. De manera que dijo: «Chi-chi».

Y de nuevo empezó el espectáculo. Los caníbales lo azotaron y practicaron con él todo tipo de estúpidas perversiones sexuales... ¡Y pensar que el pobre misionero había ido a salvarlos!

Entonces llegó el turno del tercero, que era el jefe de los misioneros. El líder de los caníbales le preguntó: «¿Y tú qué prefieres, chi-chi o morir?».

«Sería muy misericordioso si me permitieseis morir. Ya he comprobado en qué consiste el chi-chi», respondió.

«Hay un problema —dijo el jefe—. Aquí no matamos a nadie sin antes darle chi-chi, pero ¡nadie sobrevive al chi-chi!»

¿Por qué te interesa el taichi? Es normal que estés serio. Te olvidarás de reír, te olvidarás del sentido del humor; un hombre que practica taichi tiene que ser serio. Y tú me pides que elimine tu seriedad... y que te desenganche de tu mal hábito... ¡Van en el mismo lote! Si te pones serio, aparece el mono.

Y en cuanto a este último, es su problema, no te preocupes. Solo tienes que deshacerte del chi-chi.

¡Pero para confundirte lo han llamado taichi!

Osho:

Hay un hecho psicológico que he leído en tus libros y que te he oído mencionar en varias ocasiones, y es que cada tres minutos el hombre piensa en una mujer, mientras que la mujer solo piensa en un hombre cada siete minutos. ¿Esa diferencia es solo psicológica o hay algo más profundo? Para ser más concreto, ¿podrías explicarnos las dos (o las cuatro) caras del gran problema de alcoba «me duele la cabeza»?

Antes que nada, un par de cosas. El dato psicológico de que el hombre piensa en una mujer cada tres minutos solo es estadístico, porque la ciencia siempre se expresa con estadísticas. No creas que eres una persona media porque la persona media no existe. ¡Es posible que haya gente que piensa en las mujeres todo el tiempo!

Un psicólogo estaba evaluando a un paciente. Dibujó una línea recta sobre un papel y le preguntó: «¿Qué le sugiere esto?».

«Me recuerda a las mujeres», dijo el paciente.

«¡Qué raro! —dijo el psicólogo—. ¿Una línea recta?» Y siguió dibujando líneas. Hizo un triángulo y le preguntó al paciente: «¿Y esto qué le sugiere?».

«Usted es un poco extraño —exclamó el paciente—. ¡Me recuerda a las mujeres!»

El psicólogo dibujó una circunferencia. El hombre se enfadó muchísimo y dijo: «Está dándome justo donde me duele. Tengo un problema con las mujeres y usted no hace más que recordármelas. ¿Es usted un obseso sexual o algo parecido?».

El psicólogo dijo: «Su caso es muy raro y peculiar. ¿Por qué le recuerdan todas estas cosas a las mujeres?».

El hombre respondió: «¡Todo me recuerda a las mujeres! Asómese a la ventana...». En ese momento pasaba por delante un camello. «Ese camello también me recuerda a las mujeres. ¡Usted también me recuerda a las mujeres! De hecho, es en lo único que pienso, es lo único que hago en mi vida.»

Esos tres minutos se aplican a la media de las personas, pero esa persona media no existe. Solo es un cálculo matemático en el que también se incluye a los niños, que no piensan en mujeres, y a las personas maduras y realmente evolucionadas. Y asimismo se incluye a los obsesos sexuales, que no piensan en otra cosa... No te atengas a la media; obsérvate a ti mismo y calcula cuántos minutos puedes pasar sin pensar en una mujer.

Según los cálculos que he hecho con miles de hombres, ese lapso de tiempo no llega a un minuto. Puedes ponerte frente a un reloj y comprobar si en un minuto surge en tu mente la idea de una mujer o no. Y te sorprenderás: «¡Dios mío! Pienso en una mujer cada minuto».

Con las mujeres se da un caso completamente distinto. Siete minutos también es una media, pero por lo general las mujeres no piensan en un hombre cada siete minutos. Esa media existe porque también hay mujeres que son obsesas sexuales. Y hay mujeres que no piensan en los hombres en absoluto —pueden pasar horas así—, y sienten una gran liberación.

Pero tú me preguntas sobre el gran problema de alcoba «me duele la cabeza». Es algo muy femenino; no es masculino. Es una excusa femenina. A menos que tu química sea muy parecida a la de las mujeres, no dirás: «Me duele la cabeza».

El hombre usa a la mujer como si fuese un somnífero. El sexo le proporciona un buen descanso. Él descarga toda su energía y luego no le queda más que quedarse dormido, esperando que, a la mañana siguiente, pueda levantarse.

La mente del hombre no es como la de la mujer. Funcionan en sentidos distintos.

Los médicos, que en su mayor parte son hombres, han realizado numerosos estudios y han llegado a la conclusión de que nunca ha muerto un hombre haciendo el amor. Y es verdad. En toda la historia de millones de seres humanos nunca ha habido nadie que se muriera haciendo el amor por hacer el amor. A nadie le ha dado un infarto por hacer el amor.

Eso quiere decir que para el hombre la mujer es un medio para dormir bien, para no tener infartos, para evitar la muerte en todo lo posible.

Pero la mujer ha estado padeciendo prácticamente una tortura. En primer lugar, ha perdido su capacidad de disfrutar del orgasmo porque el hombre acaba demasiado pronto, antes de que la mujer haya podido empezar. La diferencia entre la capacidad orgásmica de una mujer y la de un hombre es enorme. Este es un descubrimiento reciente, de este mismo siglo; hasta ahora la humanidad había vivido en la ignorancia al respecto de ello.

La sexualidad del hombre está más localizada, es genital. La sexualidad de la mujer se extiende a todo su cuerpo. Y naturalmente, para tener una experiencia orgásmica, todo su cuerpo tiene que latir de alegría, todo su cuerpo tiene que vibrar de éxtasis... Y eso lleva un tiempo. Cuando su cuerpo está listo, temblando de felicidad y sintiendo una danza de energía dentro de su ser, el hombre ya se ha quedado dormido. Ha acabado y se ha dormido.

En muchos aspectos el hombre ha sido cruel, primitivo y bárbaro con la mujer. Nunca le ha importado lo que ella siente; solo se preocupa de sí mismo. Ha utilizado a las mujeres, y eso es una de las cosas más humillantes que pueda haber, porque hace que pierdas tu dignidad convirtiéndote en un objeto.

Los objetos son para utilizarlos. Pero no se debería utilizar a los seres humanos, aunque las mujeres hayan sido utilizadas desde hace miles de años. De hecho, se han olvidado incluso de su capacidad orgásmica. Es natural que intenten evitar a toda costa una escena tan desagradable, y de ahí surge la estrategia femenina de «me duele la cabeza».

Hay un gran malentendido. ¡Tienes que encauzar las cosas! Si quieres que a tu mujer no le duela la cabeza, sé jovial con ella: canta, baila, crea en tu habitación una atmósfera de templo, enciende incienso, date un buen baño después de un largo día de trabajo..., y el clímax de todo ello debería ser tu amor.

Pero ¡presta atención! Cuando la mujer esté palpitando, vibrando y extática, en ese momento si haces el amor con ella tendrás una experiencia orgásmica y ella también. Y si las dos experiencias orgásmicas ocurren al mismo tiempo, se produce un fenómeno extraordinario. Es extraordinario en el aspecto religioso porque, por primera vez, tienes un atisbo de lo que es la meditación.

Yo he llegado a la conclusión de que esa es la forma en la que el ser humano ha conocido la meditación, porque es la única fuente que tenemos al alcance. ¿Cómo se le ocurrió al hombre pensar, por primera vez, en la meditación? La mente está ahí de forma natural, pero la meditación es algo que hay que alcanzar. Por alguna razón, debe de haber tenido un atisbo de que hay algo más allá de la mente. Una experiencia orgásmica provoca un estado en el que el tiempo y la mente se detienen, y eres felicidad pura.

Según mi forma de ver, este es el origen del pensamiento de que la mente puede ser trascendida. Y si es posible conseguirlo mediante un orgasmo sexual, y hay aventureros y pioneros que lo han intentado... ¿por qué no es posible lograrlo solo? Han entendido dos cosas perfectamente: que el tiempo se detiene y que la mente se detiene.

Es obvio que no se puede detener el tiempo, de manera que la conclusión es que hay que detener la mente. Y en cuanto acallas y detienes la mente, el tiempo se detiene, y de repente te encuentras a ti mismo sin sexualidad, en una felicidad orgásmica que es mucho más profunda que la sexual. En el sexo dependes del otro; pero meditando eres completamente libre.

Hay gente como Gautama Buda o Mahavira que se hicieron célibes, pero no se convirtieron en Gautama Buda o en Mahavira por esa causa. La razón es, justamente, la contraria: se convirtieron en Gautama Buda y en Mahavira por medio de la meditación, y descubrieron una libertad y una felicidad orgásmica mucho más grandes. El sexo desapareció de su vida.

Sin embargo, la gente lo ha entendido mal. Desde fuera no puedes conocer su felicidad orgásmica; solo ves que esa persona se ha vuelto célibe, y piensas que si lo haces quizá puedas obtener la felicidad orgásmica. Pero no funciona así.

Primero hay que detener la mente, y luego se detiene el tiempo. Cuando se detienen ambos se produce un éxtasis tan inmenso... Entre el orgasmo sexual y el orgasmo espiritual no hay simplemente una diferencia de grado; hay una diferencia cualitativa: el segundo contiene una belleza particular, una dicha particular, una satisfacción particular.

Pero la humanidad entera se ha descarriado por culpa de una falacia lógica. Cuando la gente vio que Bodhidharma, Sanai o Ta Hui se habían vuelto célibes, pensó que podría alcanzarse la iluminación de ese modo. Pero c

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