24 minutos en el otro lado. Vivir sin miedo a la muerte

Tessa Romero
Tessa Romero

Fragmento

Introducción

Introducción

Soy afortunada, lo sé. Hay muchos que no tendrán una segunda oportunidad como la que yo tuve. Pero también sé que en todo hay un porqué, aunque aún no estemos preparados para entenderlo completamente. Quizá algún día encontremos todas las respuestas. O quizá no. Tal vez no conocer todos los misterios forma parte del propio misterio de la vida.

Han pasado seis años desde que publiqué la primera versión de este libro. Durante todo ese tiempo he crecido, he sanado y he encontrado más claridad en mi historia. Por eso, en esta nueva edición he incluido más detalles y más episodios. Entre ellos, está uno muy especial: mi segundo encuentro con el ser de luz que me guio durante mi experiencia cercana a la muerte, ya que sucedió poco después de la publicación del libro.

Hoy ya no siento el miedo abrumador que me invadió cuando publiqué la primera versión de 24 minutos en el otro lado, aquel temor a ser juzgada por la sociedad o a que la gente pensara que estaba loca, y que me hizo dudar y casi desistir. He llegado a entender que compartir mi historia es más que un derecho: es mi deber moral.

Siempre han existido las experiencias cercanas a la muerte (ECM) y, aunque siguen siendo un tema tabú para muchos, cada vez más personas se atreven a contarlas, a llevar un mensaje de esperanza a quienes temen a la muerte. Y es que todos poseemos un espíritu, una esencia que va más allá de lo físico. Aunque no podamos verlo, lo percibimos en esos momentos de profunda conexión con nosotros mismos, con la Madre Tierra y el universo, en esos instantes de calma donde percibimos lo sagrado.

A lo largo de mi vida no había comprendido lo que significaba esa eternidad de la que tantas veces había oído hablar. Pero tras experimentar la separación de mi cuerpo y viajar al otro lado, entendí que nuestra existencia no se reduce a lo que vivimos aquí, en este mundo físico. Cuando el cuerpo se apaga, el espíritu se libera.

El espíritu es el soplo de la vida, la energía que continúa cuando el corazón deja de latir. Es lo que nos conecta con algo mayor, algo que no podemos definir por completo, pero que sentimos como una presencia constante, sosteniéndonos en medio de la inmensidad del universo. Morir no es el final; es una transición, una vuelta a esa energía pura de la que todos provenimos. Somos eternos más allá de nuestras formas terrenales, más allá de nuestros miedos. En ese viaje hacia lo desconocido nunca estamos solos. Llevamos con nosotros la chispa divina que nos hace formar parte de algo inmenso e infinito. Es nuestro espíritu el que nos da la fuerza para seguir, para evolucionar, para trascender.

¿Sabías que antes que tú han vivido aproximadamente 117.000 millones de seres humanos en la Tierra? Hoy esas personas ya no se encuentran en este plano físico, pero existen en un plano de luz en el que la eternidad se convierte en algo real y tangible. Somos seres eternos en cuerpos temporales, viajeros en un ciclo infinito. Y aunque el cuerpo se convierta en cenizas, el alma, la conciencia espiritual, trasciende, sobrevive a la muerte.

Si tienes este libro en tus manos, no es por casualidad. Este libro te ha elegido a ti porque en sus páginas hay un mensaje que necesitas escuchar. La muerte, lejos de ser el final oscuro y temido, nos enseña a vivir. Nos recuerda que no podemos huir de ella porque es parte integral de nuestra existencia. Vivir con miedo a la muerte es, en realidad, vivir con miedo a la vida.

Debemos aprender a aceptarla, a entender que es inevitable. Todos los días morimos un poco: dejamos atrás versiones de nosotros mismos y cerramos ciclos. Pero con cada amanecer, renacemos. La muerte no es más que una puerta hacia otro estado del ser.

A través de estas páginas te invito a viajar conmigo más allá de lo que conoces, a descubrir que la muerte no es el final, sino un tránsito hacia otra existencia. Te aseguro que es posible vivir sin miedo a la muerte, y también es posible morir en paz, rodeado de amor, con dignidad. Este libro no solo te mostrará cómo acompañar a un ser querido en su último viaje, aliviando su sufrimiento, sino también cómo aceptar el duelo de una manera más consciente.

La muerte está mucho más cerca del nacimiento de lo que solemos pensar. Ambas son transiciones hacia una nueva vida. Y, si lo piensas, la verdadera muerte ocurre cuando nos olvidan, cuando nuestra esencia se desvanece en la memoria de aquellos a quienes dejamos atrás. Para mí, esa es la verdadera muerte.

Este libro está aquí también para ayudarte a llegar a la muerte sin arrepentimientos. Para que, en ese momento, puedas mirar atrás y decir con satisfacción: he vivido de verdad. Norman Cousins, periodista y escritor, dijo una vez que «la muerte no es la mayor pérdida en la vida; la mayor pérdida es lo que muere dentro de nosotros mientras aún vivimos». ¿Cuántas personas viven cargando con sueños que nunca se atrevieron a cumplir, palabras que nunca se atrevieron a decir y amores que nunca se permitieron vivir? No dejes que ese sea tu destino. Tienes el poder de cambiar el rumbo ahora mismo. No permitas que las oportunidades desaparezcan en el tiempo.

No se trata de cambiar quién eres, sino de convertirte en tu versión más auténtica. El dolor y la pérdida son inevitables, pero también son motores de transformación. No estamos aquí para simplemente sobrevivir, sino para florecer, para ser todo lo que podemos ser.

Vivimos en un mundo maravilloso, lleno de magia, pero muchos no lo ven. Caminan por la vida con los ojos cerrados, ajenos a los milagros que ocurren a su alrededor. Este libro está escrito para ti que sufres, para ti a quien le han diagnosticado una enfermedad mortal, o que acompañas a alguien en su camino final. Pero también es para ti que temes a la muerte o vives con miedo constante a lo que pueda suceder. Es para ti que buscas respuestas, que, creas o no en lo imposible, te atreves a mirar más allá de lo visible.

He conocido a bastantes personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte, personas que han visto lo que yo vi, que han sentido lo que yo sentí. Pero muchas temen contarlo por miedo a que no les crean. Afortunadamente, la ciencia está comenzando a prestar atención, y poco a poco estamos comprendiendo que la muerte no es lo que creíamos, que hay algo más, algo hermoso al otro lado.

Antes de morir, yo también era escéptica. No creía en nada que no pudiera ver o tocar. Pero en 2007 mi vida cambió. Contraje una enfermedad mortal y desconocida que no tenía un diagnóstico claro y afectaba a todo mi organismo. Los médicos me desahuciaron, no había cura para mí. Cansada y derrotada, me rendí. Sin embargo, mi espíritu estaba muerto mucho antes de que mi corazón dejase de latir. Vivía en una prisión que yo misma había construido: una cárcel espiritual, emocional y física.

Tuve que enfrentarme a la persona que más temía: mi verdadero yo. Durante 24 minutos experimenté la muerte clínica. Estuve en el otro lado y elegí regresar. Volví para salvar la vida de alguien, y la vida me fue concedida una vez más. Desde ese momento, dejé de actuar como querían de mí los demás. Volví a ser yo.

A lo largo de los años he acompañado a personas en su lecho de muerte, he aprendido que la muerte puede ser un momento de paz, de amor, de trascendencia. Ahora mi propósito de vida es compartir lo que sé para que no temas a la muerte, para que la aceptes como parte de la vida. Porque la muerte es solo el comienzo de otra existencia.

A través de mi historia no solo quiero ayudarte a perder el miedo a la muerte, sino, más importante aún, a que no temas vivir plenamente. Cuando llegue tu hora, quiero que mires atrás sin arrepentimientos, sabiendo que has vivido con amor y sentido.

Este libro no es únicamente un compañero de viaje, es el comienzo de algo más profundo. Antes de continuar te invito a detenerte un instante y reflexionar: no tienes ante ti solo un libro, sino una puerta. Al cruzarla, te adentrarás en lo más profundo de tu ser, en los misterios de la muerte y la vida misma. Aquí no encontrarás respuestas fáciles, pero sí preguntas que transforman, que te empujan a cambiar y a vivir con mayor plenitud.

Estás a punto de embarcarte en un viaje que quizá hayas postergado, pero que es crucial para descubrir el mayor poder que poseemos: vivir sin miedo. Este es tu momento, tu oportunidad de asumir quién eres realmente, de mirar de frente a tus temores y transformar tu manera de ver el mundo. ¿Estás preparado para comenzar? Porque una vez que cruces este umbral, ya no habrá marcha atrás. Lo que está por revelarse aquí no solo tiene el poder de cambiar tu visión, sino de transformarte por completo.

PRIMERA PARTE

Nos enseñaron desde niños cómo se forma un cuerpo, sus órganos, sus huesos, sus funciones, sus sitios, pero nunca supimos de qué estaba hecha el alma.

MARIO BENEDETTI

1

El lamento de los narcisos

Las personas más bellas con las que me he encontrado son aquellas que han conocido la derrota, el sufrimiento, la lucha, la pérdida, y han encontrado su forma de salir de las profundidades. Estas personas tienen una apreciación, una sensibilidad y una comprensión de la vida que los llena de compasión, humildad y una profunda inquietud amorosa. La gente bella no surge de la nada.

ELISABETH KÜBLER-ROSS

—¿Quién cuidará de mis narcisos a partir de mañana? —preguntó la anciana. Su voz era apenas un susurro que rebotó contra las paredes vacías de la habitación.

—Carmen, estoy aquí —respondí, entrando con suavidad en la estancia—. No te preocupes, encontraré a alguien que cuide de tus flores.

Me senté a su lado en la cama; su delicada figura apenas abultaba bajo las sábanas. Giró la cabeza lentamente hacia mí, con una expresión en la que se mezclaban la gratitud y la resignación.

—Gracias por venir. —Le tembló ligeramente la voz—. ¿Puedo cogerte la mano?

—Por supuesto —dije tomando sus manos entre las mías, notando la fragilidad de sus huesos bajo la fina piel—. Pero prométeme que cenarás esta noche. No has comido nada, y las enfermeras y yo estamos preocupadas.

—¿Comer para qué? —respondió con una sonrisa que contrastaba con la gravedad de la situación—. ¡Es una tontería!

La calidez de sus manos irradiaba una serenidad reconfortante, una paz que solo quienes han hecho las paces con la vida pueden experimentar. Me miraba con aquella sonrisa tranquila como si estuviera a punto de embarcarse en un viaje largamente esperado. Ambas sabíamos que esa noche su corazón, que había latido durante noventa y dos años, se detendría. Su marido fallecido se lo había dicho la noche anterior.

Me envolvió la tristeza al imaginar sus narcisos marchitándose lentamente en el jardín de la que había sido su casa, testigo silencioso de tantas vidas que florecieron y murieron en su presencia.

—Por fin estaré con él para siempre —dijo con lágrimas en los ojos, que brillaban de la emoción—. Y también me reuniré con mi hija y mis nietos. No sientas pena por mí. Sé que estaré bien.

Clavó sus ojos en los míos con una intensidad que contenía una eternidad. Yo había pasado incontables horas escuchando los relatos de su vida, cada uno más fascinante que el anterior. Carmen era una mujer que había vivido con una pasión y una fuerza que rara vez se encuentran. Supo transformar el dolor en amor, encontrar sentido en las tragedias y dotar de propósito a cada uno de sus días.

¿Cuántos pueden decir que han encontrado el verdadero sentido de su vida? Carmen lo había hecho. Era una de esas personas que tocan el alma de quienes los rodean, dejando una huella imborrable. Su espíritu era como sus narcisos: regalaba su belleza al mundo, irradiaba luz y vida a su alrededor, florecía con una fuerza capaz de transformar hasta los rincones más oscuros.

En los dos últimos meses yo la había visitado con regularidad. Carmen estaba sola, sin nadie en el mundo. La neumonía había debilitado su cuerpo y, con la muerte de su último familiar seis meses antes, su voluntad de vivir había desaparecido.

Aún recuerdo el día en que le conté lo que viví en el otro lado. Me escuchó con una atención que pocas veces había visto en ella. Sus ojos brillaban de una manera especial y de vez en cuando los cerraba, sumida en sus pensamientos, como si tratara de imaginar cómo sería estar en ese lugar del que yo había regresado.

De repente cayó sobre el hospital un silencio absoluto. Cesaron los quejidos de los otros pacientes y el tiempo pareció detenerse. El eco de unos pasos lentos y pesados resonó en el pasillo, acercándose a la habitación.

—Es la Muerte —suspiró Carmen aliviada—. Al fin ha venido a por mí.

Eran las dos de la madrugada y en el rostro se le dibujó una paz inefable. Con manos temblorosas, abrió un cajón de la mesita de noche y sacó una fotografía desgastada. La estrechó contra su pecho como si fuera su tesoro más preciado.

—¿Puedo verla? —pregunté suavemente.

Con cuidado me entregó la foto.

—¿Es… su hija? ¿Y esos, sus nietos? —pregunté con voz entrecortada, casi incapaz de respirar.

Asintió con orgullo en los ojos.

—¡Los reconozco! Su hija me ayudó cuando estuve al borde de la muerte. Son la mujer y los niños de los que le hablé…

En ese instante vi en sus lágrimas un destello que parecía contener los misterios del universo y la esencia misma de la eternidad. Fue como si, en ese último vistazo antes de que cerrara los ojos para siempre, se revelaran los secretos de la vida y la muerte y, por un breve momento, pude vislumbrar la inmortalidad en su forma

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