Bhagavad Gita (edición bilingüe)

Anónimo

Fragmento

intro

INTRODUCCIÓN

La primera traducción de la Bhagavad Gita del sánscrito al inglés fue la realizada por Charles Wilkins en 1785. Más adelante, cuando Alexander Hamilton (1765-1824) regresaba de India en 1802 y se vio obligado a permanecer en París a causa de la guerra, enseñó sánscrito a Friedrich von Schlegel (1772-1829), el gran crítico alemán, quien con romántico entusiasmo difundió el conocimiento del sánscrito por Alemania. August, el hermano de Schlegel, tradujo la Bhagavad Gita al latín.

El estudio del sánscrito condujo al estudio comparativo de las lenguas. Se descubrió que el sánscrito, el persa, el griego y el latín, así como las lenguas celtas, germánicas y eslavas, provenían de una primitiva lengua no escrita llamada ario1. Desde Irlanda hasta India, pasando por Europa y América, se hablan lenguas arias.

Durante más de 3.000 años ha existido una cultura sánscrita ininterrumpida en India, si incluimos el sánscrito de los Vedas. Panini escribió en torno a 300 a.C. una perfecta gramática sánscrita, «la más breve y más completa gramática del mundo».

La literatura sánscrita es una gran literatura. En ella encontramos los grandes himnos de los Vedas, el esplendor de los Upanishads, la gloria de la Bhagavad Gita, la inmensidad del Mahabharata, la ternura y el heroísmo del Ramayana, la sabiduría de las fábulas e historias de India, la filosofía científica del sankhya, la filosofía psicológica del yoga, la filosofía poética del vedanta, las leyes de Manu, la gramática de Panini y otros escritos científicos, así como la poesía lírica y el teatro que culminan en la gran poesía y el teatro de Kalidasa.

Hay, no obstante, dos grandes ramas de la literatura que no se hallan en sánscrito. No hay historia ni tragedia: no hay un Herodoto ni un Tucídides; no hay un Esquilo, un Sófocles o un Eurípides.

A grandes rasgos, la literatura sánscrita es una literatura romántica entretejida de idealismo y sabiduría práctica, así como de un ferviente anhelo de visión espiritual. Existe en los Vedas una oración que durante más de 3.000 años ha estado cada mañana en los labios de millones de hindúes. Es el famoso Gayatri.

Tat Savitur vareniam

Bhargo devasya dhimahi

Dhiyo yo nah pracodayat

«Que nuestra meditación sea acerca de la gloriosa luz de Savitri. Que esa luz ilumine nuestras mentes.» El poeta de los Vedas que entonó estas palabras tuvo visión de futuro: la mente de India nunca se ha cansado de buscar la luz.

Grecia e India nos aportan visiones complementarias del mundo. En el templo griego encontramos la clara perfección de la belleza; en el templo hindú hallamos el sentido sublime de lo infinito. Grecia nos proporciona la dicha de la belleza eterna en el mundo exterior, e India nos ofrece la dicha de lo infinito en el mundo interior.

En estos versos de Keats, de «A una urna griega», nos encontramos con Grecia:

¡Oh ática figura! ¡Oh noble porte

con marmórea estirpe de hombres y doncellas labrada,

con frondas del bosque y la maleza pisoteada;

tú, forma silente, como la eternidad

nuestra razón eludes. ¡Pastoral imperturbable!

Cuando la anciana edad nuestra generación consuma,

tú perdurarás, en medio de otras cuitas

distintas a las nuestras, del hombre amiga, a quien le dices:

«La belleza es verdad, y la verdad belleza, en la tierra

eso es cuanto sabemos, y cuanto hemos de saber.»

Y Wordsworth, en «Tintern Abbey», nos ofrece el espíritu de India:

Y he sentido

Una presencia que me trastorna con la dicha

De los pensamientos elevados; una sublime sensación

De algo mucho más hondamente amalgamado,

Cuya morada es la luz del sol poniente,

Y el redondo océano y el aire viviente,

Y el cielo azul, y en la mente del hombre:

Un impulso y un espíritu, que impele

A todas las cosas pensantes,

A todos los objetos de todo pensamiento,

Y da vueltas por todas las cosas.

En los Vedas, compuestos mucho antes de que se introdujera en India la escritura, y antes de que los gramáticos pudieran analizar el lenguaje, vemos que el hombre observa el mundo exterior con gozo y admiración. Siente la vida y reza para vencer en la vida. Observa la belleza del alba y la gloria del sol, y siente que el fuego y el aire, las aguas y los vientos son poderes vivientes. A ellos ofrece el fuego del sacrificio. Su vida depende de la naturaleza, y él sabe que entre la naturaleza y él mismo no existe un abismo infranqueable. El hombre ama esta hermosa creación y siente que su amor sólo puede verse respondido por otro amor más grande. Y así canta a Varuna, el Dios que ama y perdona:

Estas palabras de gloria al Dios que es luz serán palabras excelsas entre lo grandioso. Glorifico al todopoderoso Varuna, el Dios que se muestra amoroso con quien le adora.

Te alabamos con nuestro pensamiento, oh Dios. Te adoramos tal como el sol te alaba en la mañana: permítenos hallar la dicha siendo tus siervos.

Guárdanos bajo tu protección. Perdónanos nuestras faltas y danos tu amor.

Dios hizo que los ríos fluyeran. Ellos no sienten fatiga, ni cesan de correr. Fluyen ligeros cual pájaros en el aire.

Que la corriente de mi vida desemboque en el río de lo justo. Afloja las correas del pecado que me atan. Que el hilo de mi canción no se corte mientras canto; que mi labor no termine antes de verse culminada.

Elimina de mí todo temor, oh Señor. Recíbeme en la gracia de tu seno, oh Rey. Corta los lazos de aflicción que me atan. No puedo ni abrir los ojos sin tu ayuda.

Que no nos alcancen las horrendas armas que hieren al pecador. No permitas que de la luz entremos en las tinieblas.

Te alabaremos con cánticos, oh Dios todopoderoso. Cantaremos tu alabanza por los siglos de los siglos como ha sido cantada desde antiguo. Pues inmutables son tus leyes, oh Dios: firmes son como las montañas.

Perdónanos las ofensas que hayamos cometido. Son muchas las mañanas que nos quedan por amanecer: guíanos a través de todas ellas, oh Dios.

Rig Veda II, 28, 1-9.

En ocasiones, el profeta visionario de los Vedas tiene conciencia de transgresión de una ley espiritual: ha habido un pecado de ignorancia o debilidad, o incluso un pecado de mala voluntad. Arrepentido, pide perdón y confía en que el amor perdone los pecados:

Él separó cielo y tierra. Él puso en movimiento el sol y las estrellas, y extendió nuestra tierra ante ellos. Su grandeza dio sabiduría a los hijos de los hombres.

Hablo desde mi corazón y pregunto: ¿cómo entraré en comunión con mi Dios? ¿Qué ofrendas mías aceptará sin ira? ¿Cuándo hallará mi corazón alegre su misericordia?

A otros pregunto, pues bien quisiera saber mi pecado; busco a los sabios y les pregunto, y los sabios me dan una respuesta: Dios, Varuna, está enfadado contigo.

¿Cuál ha sido, ¡oh mi Dios!, mi infracción? ¿Por qué deseas matar al amigo que entona tus alabanzas? Dime, ¡oh Dios todopoderoso!, que, limpio de pecado, puedo apresurarme a adorarte.

Desata de nosotros los pecados de nuestros padres. Perdónanos nuestros propios pecados, ¡oh Señor!

No era mi deseo, fue una ilusión. Fue la inconsciencia, o la rabia, o el vino. El más fuerte está cerca para extraviar al más débil: incluso el sueño puede llevar a los hombres al pecado.

Sirva yo a mi Dios, que es todo misericordia. Libre de pecado, sirva yo a mi celoso Dios. Nuestro Dios da sabiduría al sencillo; y conduce al sabio por la senda del bien.

Que mi canto de alabanza llegue a ti, ¡oh Varuna!: que este canto de alabanza habite en tu corazón. Que nos acompañe en nuestro descanso y en nuestro trabajo. Que tu bendición esté con nosotros por siempre.

Rig Veda VII, 86.

En los Vedas tenemos los albores de la visión espiritual y también los albores del pensamiento humano. En su sublime «Canción de la creación» se reflexiona sobre el principio de las cosas:

No había entonces lo que es ni lo que no es. No había cielo, ni firmamento más allá del cielo. ¿Qué poder existía? ¿Dónde? ¿Quién era ese poder? ¿Había un abismo de aguas insondables?

No había muerte ni inmortalidad entonces. No había señales del día o de la noche. El Uno respiraba por su propio poder, en profunda paz. Sólo el Uno era: no había nada más allá.

La oscuridad se ocultaba en la oscuridad. El todo era fluido e informe. Allí, en el vacío, por el fuego del fervor surgió el Uno.

Y en el Uno surgió el amor. El amor fue la primera semilla del alma. La verdad de esto la hallaron los sabios en sus corazones: rastreando en sus corazones con sabiduría, los sabios hallaron ese lazo de unión entre el ser y el no ser.

¿Quién conoce de verdad? ¿Quién puede decirnos de dónde y cómo surgió este universo? Los dioses son posteriores a su comienzo: ¿quién conoce, pues, de dónde viene esta creación?

Sólo ese dios que ve en lo más alto del cielo: sólo él sabe de dónde viene este universo, y si fue hecho o no creado. Sólo él sabe, o quizá él no sepa.

Rig Veda X, 129.

En el último verso de este poema tenemos el principio de una cuestión filosófica: el poeta de los Vedas vio que para el avance de la mente el hombre necesita de la duda y de la fe.

En los Vedas encontramos los albores de la penetración espiritual. En los Upanishads tenemos el esplendor pleno de una visión interior.

Se han impreso unos ciento doce Upanishads en sánscrito, pero los más importantes son unos dieciocho. Los dos más largos, el «Brihad-Aranyaka» y el «Chandogya», comprenden unas cien páginas cada uno. La extensión de la mayor parte de los otros oscila entre tres y treinta páginas, si bien unos pocos son más largos. El «Isa Upanishad», uno de los más importantes, consta sólo de dieciocho versos. Las partes más antiguas de los Upanishads están en prosa, y pueden fecharse en torno a 700 a.C. Los Upanishads que aparecen en verso son generalmente mucho más tardíos. Prácticamente nada se sabe de sus autores: parecen proceder de lo desconocido.

Desde la naturaleza exterior que aparece en los Vedas, el hombre penetra en los Upanishads en su propia naturaleza interior; y de los muchos pasa al Uno. En los Upanishads encontramos los grandes interrogantes del hombre, y su respuesta aparece resumida en dos palabras: brahman y atman. Se trata de dos nombres para una única verdad, y los dos son el Uno y el mismo. La verdad del universo es brahman: nuestra propia verdad interior es atman. El sagrado om es un nombre tanto para brahman como para atman. Éste puede dividirse en tres sonidos, pero los tres se aglutinan en uno: aum. Uno de los sentidos de om es sí. Brahman, atman, om, es la verdad positiva, el sí, de todo.

En torno a esta idea central giran todas las preguntas y respuestas, las historias, los grandes pensamientos y, sobre todo, la maravillosa poesía de los Upanishads.

Al principio del «Kena Upanishad» encontramos estas preguntas y respuestas:

¿Quién pone a divagar la mente? ¿Quién impulsa primero a la vida a iniciar su viaje? ¿Quién nos empuja a pronunciar estas palabras?

Lo que no puede ser dicho con palabras, pero por lo que se dicen las palabras: sábete que eso sólo es brahman, el espíritu; y no lo que la gente adora aquí.

Lo que no puede pensarse con la mente, pero aquello por lo que la mente puede pensar: sábete que eso sólo es brahman, el espíritu, y no lo que la gente adora aquí.

En el «Katha Upanishad» esta pregunta es planteada por el niño Nachiketas cuando se encuentra con el espíritu de la muerte:

«Cuando un hombre muere, surge una duda: algunos dicen "él es" y otros dicen "él no es". Enséñame la verdad.»

La respuesta es la misma que la de la Bhagavad Gita: «El atman, el sí mismo, nunca nace y nunca muere».

La experiencia espiritual de atman aparece expresada en estas palabras del «Chandogya Upanishad».

Existe un espíritu que es mente y vida; luz, verdad y vasto espacio. Él contiene todas las acciones y deseos, así como todos los aromas y todos los sabores. Él envuelve a todo el universo, y en silencio se muestra amoroso con todo.

Ese es el espíritu que habita en mi corazón, más pequeño que un grano de arroz, o un grano de cebada, o un grano de mostaza, o un grano de alpiste, o que la semilla de un grano de alpiste. Ese es el espíritu que habita en mi corazón, más grande que la tierra, más grande que el cielo, más grande que el mismo firmamento, más grande que todos estos mundos. Ese es el espíritu que habita en mi corazón, ese es brahman.

Si preguntamos dónde se halla brahman, el espíritu del universo, la respuesta aparece dada en el «Kena Upanishad»:

A él se le ve en la naturaleza en el prodigio del resplandor de un relámpago. Él llega al alma en el prodigio del resplandor de una visión.

Si la mente pensante no se contenta con bellas palabras como respuesta, los Upanishads tienen algo más concreto que decir. Si preguntamos concretamente «¿Qué es brahman?», la respuesta en términos modernos sería: «Brahman no puede ser definido, porque es infinito. Está por encima del pensamiento y por encima de la imaginación. No es nada que esté dentro de la mente ni nada que esté fuera de la mente; nada pasado, o presente o futuro. Éstos son sólo conceptos en el tiempo y el espacio. El concepto más aproximado que podemos dar es decir que es un estado de conciencia más allá del tiempo, en el cual sat, cit y ananda, el ser, la conciencia y la dicha, son Uno». Así es cómo el «Mandukya Upanishad» explica la paradoja de que brahman es todo y brahman es nada o ninguna cosa:

Om. La palabra eterna es todo: lo que era, lo que es, lo que será, y lo que está más allá en la eternidad. Todo es om. Brahman es todo, y atman es brahman. Atman, el sí mismo, presenta cuatro condiciones.

La primera condición es la vida del despertar de la consciencia que se mueve hacia afuera y disfruta de los siete elementos bastos externos.

La segunda condición es la vida en el sueño, propia de la consciencia que se mueve hacia adentro y disfruta de los siete elementos sutiles internos en su propia luz y soledad.

La tercera condición es la vida en el dormir, propia de la consciencia silenciosa, cuando una persona no abriga deseos ni sueña.

La cuarta condición es atman en su propio estado puro: la vida despierta de la consciencia suprema. No es consciencia externa ni interna, semiconsciencia o consciencia propia del dormir, ni tampoco simple consciencia o inconsciencia. Él es atman, el espíritu mismo, que no puede ser visto o tocado, que está por encima de toda distinción, más allá del pensamiento, e inefable. La prueba suprema de su realidad se halla en la unión con Él. Él es paz y amor.

Este breve Upanishad continúa afirmando que atman es om. «Sus tres sonidos, a, u y m, son los tres estadios de la consciencia. La palabra om como un solo sonido es el cuarto estado de consciencia suprema.» El «Kena Upanishad» afirma que «A Él se le conoce en el éxtasis de un despertar».

Puesto que atman, el sí mismo que hay en cada uno de nosotros y en todo, es brahman, Dios, el Altísimo que hay en nosotros y en todo, se podría afirmar que el problema de la ley moral en los Upanishads se resuelve poniendo en práctica las palabras de Shakespeare en Hamlet. Por «tu ser interior» (self) debemos entender, empero, «tu sí mismo interior» (self):

Esto ante todo: sé fiel y verdadero a tu ser interior;

Y sucederá, como la noche sucede al día,

Que no podrás mostrarte falso con hombre alguno.

Al mismo tiempo, si consideramos que la esencia de nuestro ser, nuestro sí mismo, es gozo, es ananda, podríamos pensar en las palabras de Spinoza acerca de la virtud: «La beatitud no es la recompensa de la virtud: es la virtud misma. No es que encontremos la dicha en la virtud porque controlemos nuestros apetitos, sino que, por el contrario, somos capaces de controlar nuestros apetitos porque encontramos la dicha en la virtud».

La esencia de los Upanishads se halla resumida en las palabras Tat tvam asi, «Tú eres eso». La salvación es

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