Dios y el misterio de creer

Josué Moreno
Josué Moreno

Fragmento

Introducción

INTRODUCCIÓN

Ilustración de una puerta abierta

«Tú me haces tus preguntas a mí para que, con mis respuestas, yo te ayude a contestar las tuyas». Esto me dijo mi amigo y artista Ernesto en su episodio de El Cafetal, mi espacio digital de entrevistas y divulgación. A continuación, agregó: «No sé si es muy especial, pero práctico es».

No fue hasta unos meses después cuando descubrí que tenía razón. Sin saberlo, estaba en el Camino correcto. Es difícil encontrarte en uno mejor que el comunitario, el que incluye a otras y a otros en nuestras preguntas con el objetivo de habitar conjuntamente las certezas. Pocas cosas más bellas y transformadoras que descubrirnos en los ojos de otras personas cuando tenemos sed.

El 7 de febrero de 2024 recibía un correo inesperado. Confuso y perplejo, leí: «Estoy convencida de que es el momento de trasladar esas inquietudes y conocimientos que tienes a un formato tan bonito, íntimo y atemporal como es un libro» —preciosas palabras de Ana, mi querida editora—. Me inundó un sentimiento de incapacidad junto con otro de bad timing, «inoportunidad», ensordecedor durante unos minutos. A la mañana siguiente, después de meditar unos minutos mientras paseaba por la playa con mi perro Taco, algo fuera de mí traía a mi recuerdo las palabras de Ernesto como una invitación sutil.

Este libro que lees es un paso más en esa dirección; es un ejercicio de autoconciencia, introspección, crítica y desarrollo de mis creencias, fe y espiritualidad en pos de una vida más plena.

Si eres alguien que cree tener todas las respuestas, que ya encontró El Dorado o Gondolin, probablemente este libro no sea para ti; regálaselo a alguien que esté en el camino de búsqueda, y, quizá, más bien, de hallazgos. Y en este caso, perdóname, pero no soy yo, eres tú. Ahora bien, si en muchos momentos te sientes como alguien más lleno de preguntas que de certezas, bienvenido al club. Si el asombro te recorre los huesos al vislumbrar el atardecer, si ves al ser humano como la puerta del cielo o si intuyes que la paz se halla cerca del que anhela la justicia, quédate. Estás donde tienes que estar.

Aquí encontrarás a otro humano explorando sus grandes preguntas desde el reconocimiento de su falta de respuestas y su imperiosa necesidad de certezas para vivir la vida. Este es mi primer viaje escrito hacia el interior —donde habitan mis dudas, anhelos e intuiciones— con vocación a lo exterior. Ojalá que este libro te ayude a descubrir nuevas ideas, conceptos y experiencias; pero con el fin de que ello te inspire, conmueva y transforme. Y que, con esto, el mundo que habitas florezca contigo.

A lo largo de las próximas páginas iré caminando alrededor de ciertos temas que conciernen a la fe, la espiritualidad, la existencia de Dios, la vida plena y las grandes preguntas de la vida que me han interpelado desde que tengo memoria de mi propia conciencia. Por esta razón, como pinceladas de acotación en diferentes partes, te contaré también algunos detalles de mi propia historia, interrogantes inconclusos, certezas y experiencias de transformación. Porque, como seguro que sabes, nos solemos ver obligados a aprender de nuestros errores, pero es igualmente valioso (y más inocuo) aprender de los errores del prójimo.

Después de mi camino escribiendo este libro, el que queda es el tuyo. Estoy convencido de que hallarás una satisfacción y de que experimentarás una transformación directamente proporcionales a tu disposición a sintonizar contigo, conmigo y con todo; mi ánimo es que te entregues para convertir mis palabras en susurros en tu rincón de lectura particular, y, en especial, para que cobres conciencia de lo divino que ya se encendió en ti, y que lleva tiempo desarrollándose, aun sin tú ser consciente.

Dios me libre de decirte lo que tienes que pensar, sentir o creer. Tu libertad es muchísimo más importante que mis ideas. Eso no significa que no vaya a hacer lo posible para que explores, repienses, encuentres y creas: en ti y en lo que está en ti, y encima de ti.

Tus pasos los creas tú.

Tu vida la ofreces tú.

Tu fe la descubres tú. Y viceversa.

En varios puntos del libro te encontrarás frases intercaladas escritas en cursiva. El objetivo de estas será ayudarte a parar para contemplar, meditar y cobrar conciencia de algunas verdades e ideas en el camino (si no te gusta cómo suena cobrar conciencia o despertar, puedes leerlo como interiorizar o grabar en tu corazón). Caminemos.

Aprender no es sinónimo de despertar o cobrar conciencia.

Cuando encuentres una de estas frases, para. Descansa. Respira. Siente qué y cómo resuena en ti.

Te animo a que no pases al siguiente párrafo hasta que no sientas que estás preparado.

Si tu cuerpo o mente genera resistencia, permanece. No la sueltes. Contémplala y busca la razón que te incomoda. Cuando tengas la convicción de que esa idea, verdad o invitación descansa contigo, continúa. Medita hasta que las palabras se hagan carne.

Voy a confesarte algo. En estos años he vivido en mi propia piel que hay más esperanza y transformación en el diálogo, en el encuentro de dos buscadores de la verdad y la trascendencia, que en la confrontación de estos. En los debates puede que haya ganado seguidores. Pero en afirmar nuestros anhelos y en cobrar conciencia de que no estamos tan lejos he hecho amigos.

¿Sabías que cuando te sientes amenazado por otra persona tu cuerpo se transforma? Pues sí, cuando ves al otro no solo como distinto, sino también como distante, tu fisiología cambia. Estudios en el campo de la neurociencia muestran que el funcionamiento de tu cuerpo muta radicalmente activando tu piloto de alarma o detector de peligro. Como consecuencia, la idea de conectar se vuelve quimérica. En contraposición, cuando no te sientes amenazado, sino que tienes una voluntad de acercamiento y colaboración, tu nervio vago hace acto de presencia y relaja tu cuerpo (reduciendo la frecuencia cardiaca y promoviendo un estado de relajación y calma), se reduce el estrés y la inflamación de tu cuerpo, y se produce una mayor liberación de oxitocina (la famosa «hormona del amor», tan asociada con sentimientos de confianza y bienestar). Tremenda maravilla la del cuerpo humano, ¿no te parece? Por eso es fundamental recordar, cuando me encuentro con una persona, que el otro es distinto, pero no distante; es decir, no es igual a mí ni hay necesidad de que así sea, pero está cerca. De hecho, en este preciso momento te estás encontrando conmigo a través de la lectura de este libro.

Tú no eres yo, pero no estamos tan lejos como pueda llegar a parecerte.

Cuánto necesita el ser humano examinarse a sí mismo y vigilar sus pensamientos e intenciones. Y, sobre todo, ser honesto consigo mismo. Un peligro para el progreso y el Misterio es el prejuicio, la mirada cínica y la hipocresía; los tambores de guerra y las sombras multiformes que tal vez ya empezaron a inundar tu mente.

Por eso, quizá, la tentación de vislumbrar intenciones oscuras en mis palabras estará esperándote agazapada detrás de cada página, esa llamada que te invita a sospechar en lugar de buscar una conexión te acompañará todo el libro; sin embargo, las canciones de victoria e unión jamás dejarán de sonar.

Mi deseo es que este escrito sea una invitación e inspiración para toda persona con ánimo de profundizar y repensar el mundo y su existencia en él, se considere creyente, escéptico o ateo. Comenzaré por «El Principio» (parte I) del viaje, con la intención de explorar dos conceptos esenciales en cualquier acercamiento espiritual: la verdad y la fe. Acto seguido, y con una aproximación algo más racional e intuitiva a lo trascendente y divino, quiero que observemos juntos algunas de las razones que a lo largo de la historia han llevado a tantas personas a creer en «El Misterio» (parte II), ergo, en Dios. Por último, nos moveremos hacia «El Camino» (parte III), algo más trascendentalmente humano y espiritualmente práctico. Con suerte, en esta última parada, indagarás conmigo cómo atender y escuchar lo que parece tan inaccesible a veces, con el ánimo de conectar con lo humano y lo divino, con el principio y con el fin; o, como me gusta llamarlo, con la materialización de la trascendencia.

Ortega y Gasset dijo en una ocasión que la diferencia entre los humanos y los animales es la capacidad de introspección. Y, en efecto, no hay duda de que todos los seres humanos nos hacemos preguntas. Sobre la vida, la muerte, el sufrimiento, el amor, la espiritualidad o Dios. Y, como es esperable, necesitamos respuestas a nuestros grandes interrogantes. Como persona criada en un contexto religioso minoritario, créeme cuando te digo que es absolutamente esencial para el ser humano obtener respuestas y que estas hagan justicia a la complejidad y magnitud del ser humano, en vez de esas que solamente llenan ese espacio de pensamiento acotado posterior a la pregunta. Los seres humanos somos seres espectacularmente complejos, con miles de aristas e historias que dan forma a nuestra manera de percibir la realidad. Por esa razón, estoy convencido de que necesitamos respuestas que no nos deshumanicen. Necesitamos propuestas integrales y holísticas que no silencien ni menosprecien ninguna de nuestras realidades. Los humanos somos mucho más que seres materiales, mucho más que seres con capacidad de mejorar y crecer, y mucho más que seres espirituales. Una vez más, debemos tener cuidado con las herejías: verdades parciales predicadas como completas y absolutas. En este sentido, te animo a que observes bien cualquier tipo de afirmación sobre la realidad que, pretendiendo ser completa y final («así es la realidad»), te proporcione una mirada sesgada y parcial de esta. ¿Cómo es el mundo en el que vivo? ¿Por qué soy como soy?

Necesito respuestas que me hagan más humano; nunca menos.

El materialismo ateo, el estoicismo pop o el fundamentalismo religioso no pueden ayudarme porque me deshumanizan y reducen mi naturaleza completa a una sola parte de ella. Hace de una de mis partes mi totalidad; como todas las herejías. No somos robots. Ni máquinas de productividad. Ni meros átomos colisionando. Ni espíritus encerrados en cárceles de carne. Somos seres humanos. Somos seres sentipensantes. Afirmar que una parte de la realidad es el todo o que una visión parcial es todo lo que existe resulta, en primer lugar, una herejía, y en segundo, un enemigo a mi desarrollo pleno.

Siendo más concreto, si las respuestas o soluciones pasan por afirmar que todo lo que existe es lo que veo y toco, que la realidad se resume solo en átomos y reacciones químicas, no la quiero, porque me lleva a una humanidad desconectada de sí misma; una humanidad que omite su innegable dimensión espiritual. El mayor problema del materialismo ateo es que nos encamina hacia el mismo sitio en el que empieza: la nada. Si, por otro lado, de pronto tengo que evadir e ignorar mis emociones haciendo como si no existieran, tus burpees no me sirven porque me degradan conduciéndome a un humano emocionalmente bloqueado. Esa suerte de estoicismo pop de «no puedes estar triste» o «los hombres no lloran» no solamente es ridícula, sino que resulta enfermiza y antinatural en tanto en cuanto bloquea cualquier tipo de crecimiento. Vivir esa realidad a lo mejor me mantiene «no triste» durante un tiempo prolongado y productivo —que esa es la clave: mi productividad, no mi salud y mi conexión—. Más tarde, cuando esté agotado, me traerán a un coach a la empresa para explicarme cómo cultivar la dimensión espiritual y emocional que rechacé hace tiempo haciendo pilates y cuidando de un bonsái.

Con respecto a esto, pero en otro orden de cosas, si tu religión me dice que apague mi cerebro y crea sin pensar o cuestionar, que ignore mis dudas y silencie mi curiosidad en pro de la fe ciega, lo siento, pero no puedo renunciar a la razón que necesito para amar y conocer la realidad última de la existencia (Dios) con todo lo que humanamente soy. Al final del día, las ideas que dan forma a tu vida tendrían que ayudarte a ser mejor, a progresar, a vivir una vida con propósito. No hablo solo de una vida «feliz», hablo de una vida que, aunque a veces duela, merece la pena ser vivida.

Pero tú ya sabes esto. De sobra sabes, por todo lo que has vivido ya, que es más virtuoso «llorar con los que lloran y reír con los que ríen»;[1] que hay más crecimiento en vivir en una meditación diaria que te hace ser «como árbol plantado a la orilla de un río, dando siempre fruto a su tiempo»,[2] y que, para amar de verdad, hay que hacerlo con todo: «corazón, mente y fuerzas».[3]

¿Por qué Misterio?

Si alguien quiere acercarse a esta dimensión de Dios, que aquí llamo «el Misterio», de manera clara, cerrada y dogmática, este libro quizá le decepcione. Hoy por hoy, honestamente, no estoy ahí. Mi ser me empuja más hacia una exploración desde otro lugar. Me acerco a Dios más como Misterio que como dogma; más como Esencia que como sistema de creencias. Me atrae más contemplarlo como la certeza subyacente de mi propia razón, como a la luz de Eärendil.[4] No es casualidad que haya escogido la palabra «misterio» como carbón desde el que escribir. El Misterio habita más en lo que se sabe inabarcable que no en lo concreto, como deseo de conocer los confines del cosmos, como límite del conocimiento que tiende al infinito, como anhelo indestructible del Bien, como Conciencia que se zarandea en lo oscuro, como susurro de Amor eterno.

Y aun con todo eso, el Misterio de Dios es lo bastante obvio o simple como para que su existencia pueda ser percibida o asumida hasta por un niño, pero al mismo tiempo absolutamente complejo e inabarcable, lo que hace imposible para los seres humanos la tarea de concretización y sistematización de su naturaleza. Esta ha sido una constante en mi vida desde que era niño. La certeza inexplicable de la existencia de lo trascendente y lo divino siempre ha estado presente en mí sin necesidad de mucha investigación o persuasión. A su vez, a lo largo de los años he experimentado otra constante: cuanto más creo conocer a Dios, más siento que se aleja. Esta sensación de lejanía no es más que una percepción subjetiva de mi experiencia; lo que estoy viviendo no es su distancia, sino una mayor comprensión de lo trascendente y asintótico de su existencia.

Cada vez que quiero encapsular a Dios, se evapora.

Pero ¿no sería esto lo que debería esperar si existiera una realidad verdaderamente trascendente, un Dios con la intención de interactuar con los humanos ayudándolos a crecer? Si este es el Misterio que existe, en tanto bueno y real, en efecto, lo esperable sería que su existencia fuera de percepción sencilla; y en tanto Dios, infinito e inabarcable. De ahí que la invitación de acercarse a Dios más como pregunta que como respuesta sea tan atractiva. En sí mismo, hay algo muy valioso en ese acercamiento a Dios. No porque en Dios no habiten respuestas —¡tremenda estupidez sería afirmar eso!—, sino porque en demasiadas ocasiones las respuestas que suelen habitarse son muy pequeñas, y presentadas, más de lo que me gustaría, como batallas dialécticas de las que extraer una suerte de confort o cercanía divina, con el consecuente ostracismo al perdedor de la contienda teológica-filosófica-política. ¿No te parece curiosa esta tendencia? Como si una interpretación tuviera la capacidad de limpiar nuestra insatisfacción, tapar nuestras vergüenzas o conectarnos con lo que nos trasciende. Obviamente, no. Me pregunto si será el ruido interno que tenemos el que parece apaciguarse con el runrún de las batallas. No me extrañaría.

Si Dios es, como parece evidente, el Misterio de los misterios, la Pregunta de las preguntas, la llamada de lo desconocido y de lo conocido a la vez; si lo piensas con frialdad y dejas algo de hueco para la intuición, ¿espera

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos