La hechicera indómita (La Era de los Cinco Dioses 2)

Trudi Canavan

Fragmento

cap-1

Prólogo

Reivan detectó el cambio antes que los demás. Al principio, fue algo instintivo, más una intuición que una certeza; luego percibió un olor apagado y terroso en el aire. Al fijarse en las paredes del túnel, advirtió que el polvo se había acumulado solo en un lado de las protuberancias y hendiduras, como si hubiera llegado hasta allí desde el fondo del pasadizo, impulsado por el viento.

Un escalofrío le bajó por la espalda cuando pensó lo que eso podía significar, pero permaneció en silencio. Podía estar equivocada, y los demás seguían demasiado conmocionados por la derrota. Pugnaban por asimilar la muerte de amigos, familiares y camaradas, cuyos cuerpos habían quedado atrás, sepultados en la fértil tierra enemiga. No necesitaban otro motivo de preocupación.

Aunque no hubieran estado en plena retirada hacia su país con la moral por los suelos, ella no habría hablado. Los hombres de su equipo se ofendían con facilidad. Al igual que ella, albergaban un resentimiento secreto por no haber nacido con dones suficientes para convertirse en Servidores de los Dioses, por lo que se aferraban a las únicas cualidades que los hacían superiores.

Eran más inteligentes que la gente común. Eran Pensadores. Se distinguían de quienes simplemente eran cultos por su capacidad para calcular, inventar, filosofar y razonar. Esto había engendrado en ellos una competitividad extrema. Mucho tiempo atrás, habían establecido una jerarquía interna. Los mayores tenían precedencia sobre los jóvenes; y los hombres, sobre las mujeres.

Resultaba ridículo, por supuesto. Reivan había observado que las mentes tendían a tornarse tan inflexibles y lentas con la edad como los cuerpos en que se alojaban. El mero hecho de que hubiera más hombres que mujeres entre los Pensadores no significaba que los varones fueran más listos. A Reivan le entusiasmaba demostrar esto último..., pero aquel no era el momento más oportuno para ello.

«Además, podría estar equivocada.»

El olor a polvo era ahora más intenso.

«Dioses, espero estar equivocada.»

De pronto, recordó que las Voces poseían la facultad de leer la mente. Volvió la vista atrás y se quedó desorientada por unos instantes. Esperaba ver a Kuar, pero, en cambio, sus ojos se posaron en una mujer alta y elegante que caminaba detrás de los Pensadores. Era Imenja, Voz Segunda de los Dioses. Reivan sintió una punzada de tristeza al recordar por qué aquella mujer dirigía ahora el ejército.

Kuar había muerto a manos de los paganos circulianos.

Imenja miró a Reivan y le hizo una seña para que se acercara. A Reivan le dio un vuelco el corazón. Nunca había hablado con una de las Voces, pese a que pertenecía al equipo de Pensadores que había planeado la ruta a través de las montañas. Grauer, líder del equipo, había asumido la tarea de informar a las Voces sobre sus progresos.

Ella se paró en seco. Un vistazo a los hombres que tenía delante bastó para comprobar que ninguno de ellos había reparado en la llamada o en que ella se estaba rezagando, y menos aún Grauer, que tenía toda su atención puesta en los mapas. Cuando Imenja la alcanzó, Reivan echó a andar de nuevo, manteniéndose un paso por detrás de la Voz.

—¿En qué puedo serviros, reverencia?

Imenja, con el ceño fruncido, no apartaba la mirada de los Pensadores.

—¿Qué es lo que temes? —preguntó por lo bajo.

Reivan se mordió el labio.

—Seguramente todo es producto de la enajenación subterránea, de la oscuridad que me ofusca la mente —se apresuró a decir—, pero... me parece que en el trayecto de ida no había tanto polvo en el aire, ni en las paredes. La forma en que se ha asentado parece indicar un movimiento rápido de aire procedente de más adelante. Se me ocurren algunas causas...

—Tienes miedo de que se haya producido un derrumbe —aseveró Imenja.

Reivan asintió.

—Sí. Y de que se genere más inestabilidad.

—¿Natural o artificial?

La pregunta de Imenja y sus implicaciones hicieron que Reivan se detuviera, presa de la impresión y el miedo.

—No lo sé. ¿Quién haría algo así? ¿Y por qué?

Imenja arrugó el entrecejo.

—He recibido informes de que los sennenses están hostigando a nuestro pueblo ahora que la noticia de nuestra derrota ha llegado a sus oídos. O tal vez se trate de lugareños que intentan vengarse.

Reivan apartó la vista. Le vinieron a la memoria imágenes de voranes chorreando sangre por la boca tras la última «excursión de caza» la noche antes de que entraran en las minas. Ganarse la voluntad de los aldeanos no había sido una prioridad para el ejército, y menos aún cuando estaba convencido de la victoria.

«Por otro lado, no estaba previsto que regresáramos por aquí. Se suponía que expulsaríamos a los paganos de Ithania del Norte, conquistaríamos el territorio en nombre de los dioses y volveríamos a nuestros hogares a través del paso.»

—Vuelve con tu equipo, pero no comentes nada. —Imenja suspiró—. Ya nos ocuparemos de los obstáculos cuando topemos con ellos.

Reivan obedeció y ocupó de nuevo su lugar detrás de los otros Pensadores. Consciente de que Imenja podía leerle la mente, permaneció alerta por si aparecían nuevos indicios de problemas. No tardó en encontrarlos.

Observó divertida que sus compañeros Pensadores caían poco a poco en la cuenta de lo que significaba la cantidad creciente de cascotes en el túnel. La primera barrera que encontraron fue una pequeña parte del techo que se había venido abajo. No obstruía el pasadizo por completo, por lo que les bastó con trepar por encima del montón de escombros para seguir adelante.

Luego, los obstáculos se volvieron más frecuentes y difíciles de salvar. Por medio de la magia, Imenja desplazaba una roca aquí y un montículo de tierra allá. Nadie aventuró una causa posible de aquellas anomalías. Todos guardaban un silencio prudente.

El túnel los condujo a una de las grandes cavernas naturales que abundaban en las minas. Reivan escudriñó el vacío. Donde no debía haber más que oscuridad se alzaban unas formas pálidas tenuemente iluminadas por los faroles de los Pensadores.

Imenja dio unos pasos al frente. Cuando se adentró en la caverna, su luz mágica se elevó y brilló con más fuerza, hasta alumbrar una pared de roca. Los Pensadores alzaron la vista hacia ella, descorazonados. También allí se había hundido el techo, pero esta vez no había manera de pasar por encima de la obstrucción. Los escombros llenaban la caverna por completo.

Reivan contempló el montón de piedras. Algunas de las rocas eran enormes. Si se produjera un derrumbe así sobre sus cabezas..., ella dudaba que tuvieran tiempo de entender qué estaba ocurriendo. Apenas alcanzarían a oír un crujido antes de morir aplastados.

«Es mejor que una cuchillada en las tripas y una agonía larga y dolorosa —pensó—. Pero no puedo evitar la sensación de que una muerte repentina nos despojaría de algo importante. La muerte es una experiencia de la vida. Solo la experimentamos una vez. Cuando llegue mi hora, me gustaría ser consciente de ello, aunque eso traiga consigo dolor y miedo.»

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