El cielo de piedra (La Tierra Fragmentada 3)

N.K. Jemisin

Fragmento

Prólogo

Prólogo

Yo, cuando era yo

Nos quedamos sin tiempo, mi amor. Terminemos con el final del mundo, ¿te parece? Sí. Vamos allá.

Aun así, es extraño. Mis recuerdos son como insectos fosilizados en ámbar. Vidas congeladas, antaño olvidadas y que rara vez están intactas. A veces solo soy capaz de ver una pata; otras, un ala membranosa; otras, la parte inferior del abdomen... La imagen al completo es algo que hay que deducir de dichos fragmentos y termina por ser un borrón que se cavila entre hendiduras sucias y aserradas. Cuando entrecierro los ojos y me concentro en los recuerdos, veo caras y acontecimientos que deberían significar algo para mí, y tienen sentido, pero... también es cierto que no lo tienen. La persona que los contempló de primera mano soy yo, pero, al mismo tiempo, no soy yo.

En dichos recuerdos era otra persona, de igual manera que la Quietud era un mundo diferente. Antes y ahora. Tú y tú.

Antes. Este mundo estaba formado por tres masas de tierra, que se encontraban casi en la misma posición que lo que más tarde se conocería como la Quietud. Las continuas Estaciones terminarían por crear más hielo en los polos, reducir el nivel del mar y hacer que lo que llamas «Árticas» y «Antárticas» fuese mayor y más frío. Pero eso fue antes...

... ahora, siento que el ahora es lo que yo recuerdo como antes. A eso me refería cuando te dije que era extraño...

Ahora, en esta época antes de la Quietud, los lejanos norte y sur son buenas tierras de labranza. Lo que llamas las Costeras occidentales son, en su mayor parte, pantanos y bosques pluviales que se marchitarán durante el próximo milenio. Parte de las Normelat aún no existe y se creará con los efluvios volcánicos a lo largo de miles de años de erupciones intermitentes. ¿Y el lugar que se convertirá en Palela, tu hogar? No existe. Tampoco se puede decir que las cosas hayan cambiado mucho, pero es que ese ahora del que hablo es muy reciente a nivel tectónico. Cuando afirmo que «es el fin del mundo» recuerda que suele ser mentira. Al planeta no le pasa nada.

¿Cómo llamamos a ese mundo olvidado, ese ahora, en lugar de la Quietud?

Primero, déjame hablarte de una ciudad.

Es una ciudad mal construida si nos ceñimos a tus patrones. Se extiende de una manera que ninguna comu moderna podría permitirse, ya que requeriría muchos kilómetros de muros. Y las afueras más alejadas de esta ciudad han quedado divididas por ríos y otros accidentes de la orografía para formar urbes adicionales, de igual manera que el moho se divide y se extiende por superficies de tierra fértil. Demasiado hacinados, pensarás. Un territorio demasiado solapado; unas ciudades en expansión con su nociva prole que están demasiado conectadas y que no podrían sobrevivir por su cuenta si perdieran el contacto con el resto.

En ocasiones, esas ciudades inmaduras cuentan con sobrenombres locales, sobre todo en aquellos lugares en los que tienen un tamaño o una antigüedad suficiente como para haber alumbrado por su cuenta otras de esas ciudades inmaduras, pero es algo insustancial. La manera en que percibes la forma en que se conectan es certera: tienen la misma infraestructura, la misma cultura, los mismos anhelos y los mismos temores. Cada ciudad es igual que el resto de ciudades. De hecho, todas las ciudades son la misma ciudad. En este mundo, en este ahora, la ciudad se llama Syl Anagist.

¿Eres capaz de llegar a comprender de lo que es capaz una nación, hija de la Quietud? La Antigua Sanze al completo cuando unió por fin los fragmentos de cientos de civilizaciones que habían vivido y perecido entre el antes y el ahora no sería nada en comparación. Tan solo un grupo de ciudades-estado paranoicas y comunidades que a veces estarían de acuerdo en compartir cosas con la esperanza de sobrevivir. Ay, las Estaciones estaban a punto de reducir el mundo a unas fantasías tan miserables.

Aquí, ahora, esas fantasías no tienen límite. Los habitantes de Syl Anagist dominan las energías de la materia y su composición, han moldeado la propia vida a su antojo, han explorado tanto los misterios del cielo que se han aburrido de él y vuelto a centrarse en el suelo que yace bajo sus pies. Y Syl Anagist está viva, vaya si lo está: el ajetreo de las calles, un comercio interminable y edificios que a tu mente le costaría identificar como tal. Esos edificios cuentan con paredes de celulosa estampada que son difíciles de distinguir debajo de las hojas, el musgo, la hierba y los racimos de frutas o de tubérculos. En algunas azoteas ondean banderolas que en realidad son flores fúngicas inmensas y desplegadas. En las calles pululan cosas que quizá no fueses capaz de reconocer como vehículos hasta que descubrieras que sirven para viajar y como medios de transporte. Algunas de ellas caminan sobre patas como artrópodos gigantescos. Otras son poco más que unas plataformas abiertas que se deslizan sobre un colchón formado por la transferencia de energía... Bueno, eso tampoco lo entenderías. Solo te diré que esos vehículos flotan unos pocos centímetros sobre el suelo. No hay animales que tiren de ellos. Tampoco los alimentan ni el vapor ni ningún otro tipo de combustible. Si algo, ya sea una mascota o un niño, pasa por debajo, deja de existir por un instante y luego aparece al otro lado sin haber reducido la velocidad, ni consciente de lo ocurrido. Nadie considera que aquello se pareciese a la muerte.

Hay algo en el lugar que seguro reconoces, algo que sobresale de su núcleo. Se trata del objeto más alto y brillante en kilómetros a la redonda, y todo camino y vía está conectado a él de una forma u otra. Es tu viejo amigo, el obelisco de amatista. No flota; aún no. Está posado, no del todo inactivo, en la hendidura. De vez en cuando late de una manera que te recordaría a Allia. Es un latido más saludable que aquel, pues el de amatista no está dañado y moribundo como el granate. Aun así, si dicho parecido hace que te estremezcas, es una reacción de lo más normal.

A lo largo y ancho de las tres extensiones de tierra yace un obelisco en el centro de todos los lugares en los que hay un nódulo de Syl Anagist del tamaño suficiente. Salpican la superficie del mundo como doscientas cincuenta y seis arañas posadas en doscientas cincuenta y seis telas de araña, dan energía a cada una de las ciudades y, al mismo tiempo, también reciben energía.

Podrías considerarlas telarañas de vida. Como bien habrás visto, la vida es sagrada en Syl Anagist.

Ahora, imagina que alrededor de la base del de amatista hay un complejo de edificios. No se parecerá en nada a ninguna cosa que seas capaz de imaginar, pero imagina algo bonito y ya está. Ahora céntrate en uno en concreto, ese que se encuentra en el extremo sudoeste del obelisco, el que está sobre un montículo inclinado. En las ventanas de cristal del edificio no hay barrotes, pero figúrate que el material blanquecino está cubierto por una capa algo más oscura de tejido. Son nematoquistes, una manera muy popular de proteger las

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