El Príncipe Lestat y los reinos de la Atlántida (Crónicas Vampíricas 12)

Anne Rice

Fragmento

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Contenido

Breve historia de los vampiros: la Génesis de la Sangre

La jerga de la Sangre

Proemio

PRIMERA PARTE. Espías en el jardín salvaje

  1. Derek

  2. Lestat

  3. Garekyn

  4. Lestat

  5. Fareed

  6. Lestat

  7. Garekyn

  8. Lestat - Château de Lioncourt

  9. Derek

10. Lestat

11. Fareed

12. Derek

13. Lestat

14. Rhoshamandes

15. Lestat

16. Derek - Aix-en-Provence

17. Rhoshamandes

18. Lestat

SEGUNDA PARTE. Nacidos para la Atlántida

19. La historia de Kapetria

20. Lestat

21. Lestat

22. Rhoshamandes

23. Derek

24. Fareed

TERCERA PARTE. El cordón de plata

25. Lestat

26. Lestat

27. Lestat

28. Lestat

29. Fareed

30. Lestat

31. Lestat

32. Lestat

33. Lestat

Apéndice 1. Personajes y lugares de las Crónicas Vampíricas

Apéndice 2. Guía informal de las Crónicas Vampíricas

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ESTE LIBRO ESTÁ DEDICADO
A

la invicta, y ya retirada,
campeona del mundo de los pesos de embarazadas,

y a

Mitey Joe,
sin el cual este libro tal vez no habría visto la luz,

y a

mis viejos amigos
Shirley Stuart, Bill Seely,

y a

los amigos y colegas escritores
de mi época en California del Norte:
Cleo, Maria, Carole, Dorothy, Jim, Carolyn, Candy y Lee, entre otros,

y,

una vez más,
a
People of the Page,
quienes me dan mucho más de lo que yo jamás podré darles.

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Acuérdate de tu Creador
antes de que se corte el cordón de plata
y se rompa la vasija de oro;
antes de que el cántaro se estrelle contra la fuente
y se haga añicos la polea del pozo;
antes de que el polvo regrese
a la tierra de donde salió,
y el espíritu vuelva a Dios,
quien lo otorgó.

ECLESIASTÉS
Nueva Versión Internacional

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Breve historia de los vampiros:
la Génesis de la Sangre

En el principio eran los espíritus, seres invisibles a los cuales solo podían ver u oír las brujas y los hechiceros más poderosos. A algunos de ellos se los consideraba malévolos, a otros se los ensalzaba por su bondad. Los espíritus podían encontrar objetos perdidos, espiar a los enemigos y, de cuando en cuando, influir en el clima.

Dos poderosas brujas, Mekare y Maharet, vivían en comunión con los espíritus, en un hermoso valle, junto al monte Carmelo. Uno de esos espíritus, el grande y poderoso Amel, entre otras maldades de las que era capaz, podía robarles la sangre a los seres humanos. En pequeñas cantidades, la sangre pasaba a formar parte del misterio alquímico de ese espíritu, aunque nadie sabía bien cómo ocurría.

Pero Amel amaba a Mekare y siempre anhelaba servirle. Ella lo consideraba de un modo en que ninguna otra bruja lo había hecho antes y él la amaba por ello.

Un día, llegaron tropas enemigas, los ejércitos de la poderosa reina Akasha de Egipto. Akasha iba en busca de las brujas porque codiciaba sus conocimientos, sus secretos. La malvada monarca destruyó el valle y las aldeas de Mekare y Maharet, tras lo cual se llevó a las hermanas, por la fuerza, a su reino.

Amel, el furioso espíritu familiar de la bruja Mekare, se propuso castigar a la Reina. Cuando Akasha agonizaba, apuñalada una y otra vez por conspiradores pertenecientes a su propia corte, Amel entró en su cuerpo y, fundiéndose con él y con su sangre, le otorgó una potente vitalidad aterradora. Esa unión produjo el nacimiento de una nueva entidad en el mundo: el vampiro, el bebedor de sangre. A lo largo de los milenios, los vampiros del mundo entero han nacido de la sangre de Akasha, la gran reina vampira. La forma en que se producía la procreación era el intercambio de sangre.

Para castigar a las gemelas, que se oponían a la Reina y a su nuevo poder, Akasha cegó a Maharet y arrancó la lengua a Mekare, pero antes de que pudiera ejecutarlas, el mayordomo de la Reina, Khayman, que acababa de ser transformado en vampiro, transfirió a las hermanas la poderosa Sangre.

Khayman y las gemelas encabezaron una rebelión contra Akasha, pero no consiguieron acabar con su culto de dioses bebedores de sangre. Finalmente, las gemelas fueron capturadas, separadas y exiliadas. Maharet fue desterrada en el mar Rojo y Mekare en el gran océano del oeste. Maharet pronto alcanzó costas conocidas y consiguió rehacerse, pero Mekare, llevada por el océano hacia tierras aún sin descubrir y carentes de nombre, desapareció de la historia. Esto sucedió hace seis mil años.

La gran reina Akasha y su esposo, el rey Enkil, enmudecieron durante dos mil años. Fueron conservados en forma de estatuas en un santuario custodiado por ancianos y sacerdotes que creían que Akasha tenía el Germen Sagrado y que, si era destruida, todos los bebedores de sangre del mundo morirían con ella.

Para cuando llegó la Era Común, la historia de la Génesis de la Sangre había caído totalmente en el olvido. Solo unos pocos inmortales antiguos transmitían la historia, aunque no creían en ella ni siquiera mientras la contaban. Con todo, los dioses de sangre, los vampiros devotos de la religión antigua, aún reinaban en los altares del mundo entero. Apresados en árboles huecos o en celdas de ladrillo, esos dioses aguardaban, sedientos de sangre, el momento de las celebraciones sagradas, cuando les llevaban ofrendas: malhechores a los cuales juzgar y condenar, y con los cuales darse un festín.

En los albores de la Era Común, un anciano, uno de los guardianes de los Padres Divinos, llevó a Akasha y a Enkil al desierto y los abandonó ahí para que el sol los destruyera. En todas partes del mundo murieron jóvenes bebedores de sangre calcinados en sus ataúdes, en sus santuarios o donde estuvieran en el momento en que el sol brilló sobre Madre y Padre. Pero Madre y Padre eran demasiado poderosos para morir. Y con ellos sobrevivieron muchos de los bebedores de sangre más antiguos, aunque con graves quemaduras y grandes padecimientos.

Un bebedor de sangre de reciente conversión, un sabio y erudito ro

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