La promesa del Sucesor (La Ley del Milenio 3)

Trudi Canavan

Fragmento

cap-2

1

Más que oír el sonido, lo sintieron: un estremecimiento profundo que producía un temblor a través de los pies y una vibración en el pecho. Todos a una, los torneros alzaron la vista; luego, cuando la sensación pasó, se volvieron hacia Tyen.

Desplazó la mirada por sus preocupados rostros, en los que se reflejaba un temor creciente e impreciso. Como todos estaban muy quietos, un pequeño movimiento cerca de la puerta principal del taller captó la atención de Tyen al instante. Una sombra con forma humana había aparecido y se tornaba más definida y oscura por momentos. Era una mujer, con los labios apretados en un gesto adusto.

—Arcillarca Fursa —dijo él, y cuando los demás se volvieron hacia la hechicera, adoptaron una expresión respetuosa y se llevaron dos dedos al corazón para saludar a su líder. Tyen siguió su ejemplo.

—Tyen Tornero —dijo la mujer mientras emergía al mundo—. Han atacado el Gran Mercado. Necesitamos ayuda. —Miró alrededor—. De todos vosotros.

Tyen asintió.

—¿Y los atacantes?

—Se han ido. —Inspiró profundamente y exhaló, con un brillo de angustia en sus negros ojos—. Se ha hundido medio tejado. Muchos han quedado sepultados.

Los fabricantes de tornos intercambiaron miradas de espanto. Tyen recogió un trapo para limpiarse la grasa de las manos.

—Iremos para allá de inmediato.

Ella movió la cabeza afirmativamente antes de desvanecerse.

—Yo os llevo —se ofreció Tyen. Los otros torneros se apartaron de las máquinas con las que estaban trabajando y se unieron a él en el único espacio despejado de la habitación, la zona situada frente a la puerta principal. Cada artesano tocó al que tenía más cerca; hombres y mujeres unidos por el contacto—. ¿Listos?

Se oyó un murmullo de asentimiento, y todos respiraron hondo. Tyen absorbió la magia que había a gran altura, dejando la que envolvía la ciudad a disposición de los hechiceros más débiles con un alcance menor. Aunque Doum era un mundo rico en magia, y el hueco que él iba a dejar no tardaría en rellenarse cuando la energía que lo rodeaba fluyera para ocupar el vacío, Tyen no quería ser el culpable de que otros hechiceros no pudieran prestar ayuda en el lugar del desastre.

Cuando se impulsó para alejarse del mundo, el taller pareció palidecer hasta perder todo rastro de color, y todos los sonidos cesaron. Tyen percibió una hendidura reciente en la sustancia del espacio entre mundos que conducía a la sede del Consejo, con toda seguridad creada por la arcillarca Fursa cuando se había abierto paso hasta ellos. Consciente de que sus empleados y él solo sobrevivirían en el espacio intermedio durante el rato que fueran capaces de aguantar sin aire, los impulsó con rapidez hacia arriba, a través del techo y la primera planta, hacia un cielo azul apagado. Una vez en lo alto, oteó Alba, la ciudad de alfareros más grande y célebre de Doum, buscando la conocida silueta arqueada del Gran Mercado.

Cuando la avistó, se quedó paralizado por la impresión. O Fursa había minimizado la magnitud de los daños, o se habían producido más desde que ella se había marchado. Solo quedaba en pie una cuarta parte del extraordinario tejado ondulado, formado por varias capas de azulejos unidas entre sí con cemento.

Se propulsó hacia allí.

El Gran Mercado había sido un edificio hermoso. Albergaba puestos donde se vendían los mejores artículos de la ciudad, de día y de noche. «¿Por qué iba alguien a intentar destruirlo?», se preguntó. ¿Procedía el ataque de una ciudad rival o del exterior del mundo? Un ataque contra el Gran Mercado constituía un ataque contra la principal fuente de ingresos de Alba. Y también contra el lugar que él se había esforzado en convertir en su nuevo hogar desde hacía cinco ciclos, un lugar que amaba más que su mundo natal. La rabia empezó a apoderarse de él.

Sin duda los arcillarcas, elegidos por los maestros artesanos de las ciudades de Doum, conocían más detalles de lo sucedido. Tyen podía leerles el pensamiento en busca de información, pero ellos, al igual que muchos pueblos de los mundos, prohibían la lectura mental sin permiso. Él se había habituado a obedecer dicha ley, entre otras cosas porque, si la transgredía, bastaría un desliz por su parte para delatarse y perder toda la aceptación que había conseguido granjearse. Quizá gozaba de cierto respeto como hechicero poderoso y como inventor de los primeros tornos que funcionaban con magia, pero como forastero aún despertaba recelos.

La ciudad se tornó borrosa al desplazarse a toda velocidad a sus pies. El edificio ruinoso se agrandó y cobró nitidez con la proximidad. Conforme se acercaban a las paredes derruidas e irregulares, un gran montón de escombros apareció en las sombras que se extendían en medio. Fragmentos de cristal relucían entre los cascotes. Unos pocos restos de los puestos sobresalían de aquel amasijo, pero tanto la mercancía como los ocupantes habían quedado totalmente sepultados. Había gente recogiendo y llevándose trozos. Otros yacían en el suelo entre los puestos que quedaban, con la ropa ensangrentada. Unos se movían, otros no.

Esta escena trajo consigo el recuerdo de una elevada construcción que se venía abajo y un profundo sentimiento de culpa. Tyen ahuyentó ambas cosas de su mente. Habían transcurrido diez ciclos desde el trágico derrumbamiento del Castillo de la Torre —los ciclos eran una medida de tiempo equivalente a los años utilizada por hechiceros y mercaderes intermundiales, pues no había dos mundos cuyos años coincidieran de forma exacta—, pero él aún lo recordaba con claridad. Su determinación de prestar auxilio se tornó más férrea. «Esta vez puedo hacer algo por estas personas —se dijo—. Si me dejan.»

Hizo descender a sus artesanos, buscando un lugar seguro donde materializarse. Decidió no devolverlos al mundo en el interior del edificio, por temor a que la parte del tejado que quedaba se desplomara. «Fursa ha dicho que éramos los hechiceros más próximos, así que es posible que aún no hayan llegado muchos. Será mejor que proteja a todo el mundo con un escudo por si las paredes se derrumban hacia fuera.» La plaza situada frente al edificio estaba repleta de curiosos. Los voluntarios salían corriendo del edificio y arrojaban escombros en montones que crecían con rapidez antes de volver a entrar a toda prisa. Como no había cerca un espacio despejado al que emerger, Tyen eligió una zona que se encontraba a veinte pasos de distancia y aguardó a que los que estaban allí de pie se dieran cuenta y se apartaran de su camino.

No tardaron mucho. Al vislumbrar a aquel grupo semitransparente, los mirones se apresuraron a hacerse a un lado. Una vez desalojado aquel espacio, Tyen devolvió a sus artesanos al mundo. Todos tomaron grandes bocanadas de aquel aire polvoriento y rompieron a toser. Algunos se llevaron las manos a la cara cuando recobraron de golpe la capacidad de manifestar físicamente las emociones, algo imposible entre los mundos. Sin embargo, tras respirar hondo para recuperarse del viaje, enderezaron la espalda, y las manos con que cada uno se aferraba a su vecino para que Tyen los transportara a todos pasaron a dar palmaditas y apretones de aliento.

—Veamos qué podemos hacer —dijo Tyen, y echó a andar hacia el edificio.

Cuando entraron, alzó la vista hacia lo que quedaba del techo. Solo se mantenía en pie una de las cinco altas columnas centrales. Absorbió magia e inmovilizó el aire por encima de sus artesanos para formar un escudo, tal vez con una fuerza excesiva, a juzgar por el helor que nubló el aire de inmediato.

—Eso no es necesario, Tyen Tornero —dijo una voz masculina desde algún lugar a su derecha—. Nosotros estamos sosteniendo el techo.

Tyen buscó con la mirada a la persona que había hablado. La figura conocida de un anciano apareció, serpenteando entre los artesanos.

—Maese vidriero Rayf —exhaló Tyen—. ¿Cómo podemos ayudar?

—¿Posee alguno de vosotros poderes de sanación? —preguntó Rayf.

Los artesanos se miraron entre sí, casi todos sacudiendo la cabeza.

—Yo tengo algunas nociones —respondió un joven—. No de sanar con magia; solo de hacer vendajes y suturas.

—Estuve formándome durante un tiempo en Faurio —dijo Tyen. «Hasta que un exrebelde me reconoció», añadió para sí. «Y tuve que elegir entre matarlo o marcharme»—. Allí adquirí algunos rudimentos.

Rayf posó la vista en Tyen y arqueó una ceja.

—¿Sabes sanar con magia?

Tyen negó con un gesto.

—Solo los inmarcesibles son capaces de hacer eso.

El anciano clavó en él unos ojos penetrantes al oír esta información. Sin duda se preguntaba si aquel poderoso hechicero de otro mundo podía envejecer... o, más bien, qué supondría para Doum que no pudiera. Lanzó una mirada fugaz por encima del hombro de Tyen y frunció el ceño. Se le acercó ligeramente.

—Explora mi mente —lo invitó en voz baja.

Tyen así lo hizo y, junto con una honda inquietud, percibió una imagen de los puestos que tenía detrás. Tras una fila de personas ocupadas en las labores de desescombro, entre las vasijas apiladas en una caseta intacta, había una sombra más profunda. En su interior resplandecían un par de ojos fijos en el gran montón de cascotes.

Rayf dirigió de nuevo la vista hacia el rostro de Tyen.

—No puedo leerle la mente. ¿Quién es? —susurró.

Tyen proyectó sus sentidos hacia atrás en busca del que estaba escondido. Puso mala cara cuando localizó su mente.

«Esto llevará horas —pensó el desconocido—. Cuanto más tiempo permanezca aquí, mayor será el riesgo de que alguien me descubra. ¿Por qué he de exponerme a que me apresen, si no fui yo quien ordenó el ataque contra este lugar? Si de verdad ha muerto un arcillarca, el emperador no negociará mi liberación. Me abandonará a mi suerte.»

—Se llama Axavar —murmuró Tyen—. Es de Murai. Un mago de la Escuela de Hechicería.

—¿Es uno de los responsables de esto?

Tyen asintió.

—Lo han apostado aquí para que se asegure de que los atacantes no hayan matado a algún arcillarca. El emperador solo tomará medidas contra los que han ordenado el ataque si uno de nuestros líderes ha muerto.

Rayf entornó los párpados.

—¿Quiénes lo han ordenado?

—Él sospecha que los mercaderes muraianos.

Al viejo se le escapó un siseo.

—Pretenden castigarnos por fijar precios mínimos, sin duda. ¿Qué mercaderes?

—No está pensando en ninguno en particular. Es un subalterno. Demasiado joven para haber alcanzado una posición de autoridad.

Además, no parecía muy afligido por lo que su gente y él habían hecho allí. Tyen sacudió la cabeza. Era de una crueldad increíble matar a tantas personas por negarse a vender su mercancía a precios demasiado bajos. Si los pensamientos de Axavar eran correctos, los comerciantes de Murai habían concluido que su propia supervivencia dependía de su capacidad para vender el género de Doum con un margen de beneficios razonable..., aunque Tyen sospechaba que para ellos «supervivencia» no significaba evitar el hambre, sino solo la disminución de su inmensa fortuna.

—¿Qué queréis que haga yo? —preguntó Tyen.

Rayf vaciló, con las facciones tensas a causa de la indecisión; cuando alguien lo llamó, el semblante se le iluminó un poco. Al volverse, ambos vieron a varios hombres y mujeres con túnicas rojas que entraban en el edificio con andar resuelto. Uno de ellos se dirigió hacia Rayf mientras los demás se dispersaban para atender a los heridos.

—Ah, bien. Los sanadores de Payr han llegado. —El anciano se volvió de nuevo hacia Tyen—. Síguelo cuando se vaya. Averigua quién más es responsable, y si el emperador está detrás de esto.

Tyen hizo un gesto afirmativo. Tras respirar hondo, se impulsó para apartarse del mundo hasta que apenas era capaz de determinar su posición respecto al edificio. Solo alguien que se fijara muy bien habría detectado que él no había desaparecido. Describiendo una curva amplia, se acercó al muraiano por detrás.

En el último momento, este se dio la vuelta y vio a Tyen. Saltó al espacio intermedio como una centella y huyó a toda velocidad.

Tyen se lanzó en su persecución.

Las ruinas del Gran Mercado se desvanecieron de su vista. La sustancia del espacio intermedio se agitaba a los lados del camino que estaba abriendo Axavar. Cuando Tyen empezó a ganarle terreno, el hombre aceleró. Tyen habría podido alcanzarlo, pero se contuvo y dejó que aumentara la distancia entre ellos. Más valía que Axavar creyera que había conseguido burlarlo para que lo guiara directamente hasta su destino.

Allí, con toda seguridad, se hallaría el resto de los hechiceros que habían atacado el mercado. Tyen tendría que aproximarse con sigilo, asegurándose de que no lo vieran. Aunque era poco probable que un solo hechicero muraiano fuera lo bastante poderoso para representar una amenaza frente a él, no podía saber lo fuertes que serían juntos. Por otro lado, debía evitar darles la impresión de que era la vanguardia de un contraataque por parte de Doum, pues algunos de ellos podrían regresar a Alba para lanzar otra ofensiva.

Una vez rebasado el punto medio entre los mundos, donde nada resultaba visible, unas sombras emergieron lentamente de la blancura. Una ciudad se extendía debajo de ellos, tornándose más definida por momentos. Se asentaba al pie de un acantilado desde el que se precipitaba un gran salto de agua que envolvía la población en una nube de rocío. El río que discurría por la base dividía la ciudad en dos mitades cosidas entre sí por una serie de elegantes puentes.

Se trataba de Glaemar, la capital del país más poderoso de Murai y residencia del emperador, cuyos dominios lo abarcaban todo excepto un puñado de territorios lejanos demasiado pobres para que sintiera la tentación de conquistarlos. Tyen la había visitado en la época en que se había establecido en Doum, llevado por la curiosidad de conocer al vecino rico y poderoso, además de ser el principal comprador de los productos de los alfareros. Aunque el clima de Glaemar era mucho más fresco que el de Alba, poseía una cultura más refinada... y menos acogedora. La riqueza y el poder se transmitían por línea hereditaria, y los pobres vivían sometidos a un estado de servidumbre perpetuo. Las habilidades mágicas solo conferían una libertad limitada respecto a las rígidas normas que establecían las clases sociales.

A Tyen todo aquello le recordaba mucho a su lugar de origen, el gran Imperio leraciano que había sojuzgado y colonizado casi todo su mundo, aunque la ciudad de Beltonia, con su avanzado sistema de alcantarillado, era bastante menos apestosa que las cunetas cubiertas de Glaemar, por las que fluían con lentitud las aguas negras.

Axavar se lanzó en picado hacia su mundo y se frenó en el último momento para modificar su posición. Tyen lo siguió a cierta distancia, consciente de que su objetivo, debido a sus inferiores dotes mágicas, tenía menos facilidad para detectar otras presencias en el espacio intermedio. Por fin, Axavar descendió de golpe hacia un edificio grande con un patio interior cuadrado.

Tyen permaneció a tal altura por encima de la ciudad que sus habitantes apenas lo habrían distinguido de una mota en el cielo. Aun así, creó una esfera de aire inmóvil en torno a sí cuando emergió al mundo, tanto para mantenerse suspendido como para protegerse. Aguardó poco rato, hasta que la mente de Axavar se tornó legible.

Se había materializado en la Escuela de Hechicería. Se oyeron pisadas procedentes de todas direcciones cuando otros magos acudieron a su llamada. Imágenes de rostros de hombres y mujeres que se asomaban a los balcones afloraron a su mente. Otros salían a paso veloz de los pasajes abovedados que tenían debajo. Todos fijaron la vista en Axavar mientras este balbucía una explicación y una advertencia.

Era posible que un hechicero lo hubiera visto, les dijo. Tal vez lo había seguido. Podía aparecer allí de un momento a otro.

Axavar percibió que unas líneas radiales de oscuridad brotaban alrededor de los hechiceros mientras absorbían magia, preparándose para lidiar con un posible intruso. Pero Tyen no tenía la menor intención de enfrentarse a ellos. En vez de eso, les inspeccionó la mente. Descubrió que maese Rayf estaba en lo cierto. Cuando los arcillarcas de Doum habían establecido precios mínimos, los mercaderes muraianos habían decidido tomar represalias contratando a cinco graduados de la Escuela de Hechicería de Glaemar para que viajaran a Alba y destruyeran el Gran Mercado.

Sabían que el emperador los castigaría si moría algún líder de Doum. Los muraianos no concedían importancia a las muertes de los hombres, mujeres y niños que atendían los puestos, pues en su cultura los tenderos ocupaban un peldaño muy bajo en la escala social. Solo las personas con cierta autoridad importaban. En Doum, en cambio, el comercio estaba controlado por las familias de los alfareros, ladrilleros, azulejeros y otros productores, entre ellos varios parientes de los arcillarcas. Los familiares que carecían de talento artístico pero poseían habilidad para los números y la negociación eran tan valiosos como los creadores, pues los liberaban de estas tareas y les permitían concentrarse en su trabajo.

Los colegas de Axavar se encontraban frente a la directora de la Escuela de Hechicería, una mujer llamada Oerith, que no creía que un hechicero doumiano se atreviera a asaltar la escuela por su cuenta. Aun así, buscarían información y, en cuanto se enteraran de por qué habían atacado el Gran Mercado, quizá volvieran para vengarse de los mercaderes, o incluso arremeterían contra el mismo emperador. Culparían a Axavar por haber dejado que lo descubrieran. A menos que ella actuara con suficiente celeridad para advertir a todo el mundo. Los nombres de los mercaderes que estaban detrás del ataque no habían sido revelados a la escuela, pues se habían comunicado con ella a través de un intermediario, pero el emperador seguramente los conocía, o averiguaría quiénes eran cuando la noticia llegara a sus oídos. Tras ordenar a la escuela que apostara un guardia y se preparara para defenderse, Oerith se impulsó para apartarse del mundo y su mente quedó en silencio.

«¿Qué debo hacer?», se preguntó Tyen. Por un momento, esperó que la voz de Vella le respondiera, pero la había dejado oculta y a buen recaudo en su casa.

Rayf quería los nombres de los mercaderes. Tyen podía buscar sus mentes por la ciudad que se extendía a sus pies, pero dar con ellos le llevaría demasiado tiempo. Oerith creía que el emperador poseía esa información.

Tyen dirigió su atención hacia un edificio grande e irregular en la base del acantilado. Lo habían construido junto a la cascada, de modo que sus ocupantes disponían de acceso al agua más pura. Examinó las mentes de quienes se hallaban dentro. No tardó mucho en localizar a Oerith. Como había tantas personas desviviéndose por complacer al emperador, no le costó encontrarla. Ella ya estaba en la sala de audiencias. Después de informar de que un hechicero había seguido a Axavar, se volvió hacia los cinco hombres que se encontraban cerca, postrados de rodillas.

Los mercaderes, supuso ella. Tyen penetró en sus mentes y así lo confirmó. Había averiguado cómo se llamaban. Podía marcharse.

Pero entonces, a través de los oídos de los comerciantes, oyó que el emperador rompía a reír.

Cuando se centró en la mente del soberano, a Tyen se le heló la sangre. El hombre estaba encantado. No tenía la menor intención de disciplinar a los mercaderes. En vez de ello, estaba ponderando cuán complicado resultaría invadir Doum en toda regla.

La sensación de frío cedió el paso al acaloramiento cuando la ira se reavivó en el interior de Tyen, pero se obligó a permanecer inmóvil.

«Si interfiero, podría empeorar las cosas.»

Por otro lado, si se quedaba de brazos cruzados, el lugar que se había esforzado en convertir en su hogar y que había llegado a amar más que a su propio mundo podía ser destruido.

Sin embargo, no sabía lo poderosos que eran los hechiceros que permanecían cerca del emperador para protegerlo. Sin duda componían una fuerza sustancial.

Explorando las mentes de los hombres y mujeres más próximos al líder, Tyen contó cuántos eran hechiceros. Ya se había enfrentado a un número similar en ocasiones anteriores y había sobrevivido. ¿Y su poder? Muchos estaban sopesando las probabilidades de que Murai venciera a Doum si aquello desembocaba en un conflicto, pero aunque se consideraban una fuerza superior, ninguno tenía experiencia en batallas intermundiales, y más de uno parecía tener un concepto inflado de su propia valía.

Hacer frente al emperador entrañaría riesgos, pero Tyen estaba dispuesto a asumirlos por su nuevo país. Respirando hondo, se impulsó hasta el espacio entre mundos y se deslizó hacia abajo.

Sin embargo, no irrumpió en la sala de audiencias atravesando el tejado. Eso habría resultado demasiado amenazador. Quería que el emperador se lo pensara dos veces antes de enemistarse con Doum, no que sacara la conclusión precipitada de que el mundo vecino estaba tomando represalias. Así que se materializó a cierta distancia de la sala y se acercó a un guardia.

El hombre —un capitán— se sobresaltó, pues no lo había visto llegar.

—Quisiera hablar con el emperador en nombre del pueblo de Doum.

El capitán lo miró con los ojos entornados, dudando que alguien hubiera enviado a un emisario tan desaliñado.

—¿Y usted es...?

—Tyen Tornero, de Alba —resopló—. Y me habría tomado la molestia de vestirme para la ocasión si no hubiera tenido prisa por evitar una guerra entre nuestros mundos. —Se apartó del mundo, pasó deslizándose al otro lado del guardia antes de emerger y lanzarle una mirada altiva por encima del hombro—. ¿Preferiría que encontrara al emperador por mí mismo?

El capitán se enderezó.

—No. Ya le llevo yo hasta él. —Le indicó con un gesto que lo siguiera y echó a andar por el palacio.

Durante la visita anterior de Tyen a Glaemar había observado el palacio por fuera, pero, al carecer de una razón oficial para entrar, no había tenido la oportunidad de ver el interior. No era como esperaba. En vez de la abundancia habitual de objetos valiosos combinada con una decoración lujosa en un abigarrado despliegue de riqueza, el espacio estaba despejado y diáfano. No había paredes sólidas que dividieran el edificio en habitaciones; solo hileras de columnas. Pasajes abovedados se abrían a unos atrios que dejaban entrar el sol y la humedad, adornados con plantas arregladas artísticamente en tiestos gigantescos. En los atrios más grandes se alzaban pérgolas. Esto producía el efecto de desdibujar el límite entre el interior y el exterior. Por otra parte, el agua nebulizada de la cascada, extendida por la suave brisa, mantenía el aire húmedo y fresco.

No obstante, el palacio no estaba del todo desprovisto de obras de arte. Aquí y allá se erguían esculturas elegantes entre las columnas, los tiestos procedían de una de las mejores alfarerías de Domra, y en los suelos podían apreciarse mosaicos tan impresionantes como los que Tyen recordaba que bordeaban el paseo de acceso al palacio. Si los mosaicos cubrían la totalidad del complejo que había oteado desde lo alto, debían de ocupar un espacio similar al de una aldea grande, o tal vez incluso una ciudad pequeña.

Sin duda muchas de las familias más acaudaladas de Glaemar y de otras urbes muraianas decoraban de manera similar sus residencias. Todo lo que se consideraba lo bastante bueno para los gobernantes de un país o un mundo era deseable para quienes tenían ambición y la necesidad de ofrecer una imagen próspera y poderosa. Al estudiar las teselas con mayor detenimiento, Tyen advirtió que estaban vidriadas. Eran de cerámica, no de piedra.

«No me extraña que los mercaderes estén algo molestos por el control de precios por parte de los arcillarcas. Debe de haber una gran demanda de este producto en el mercado, por encima de la cerámica y las pipas que le compran a Doum.»

Se cruzó con diplomáticos y cortesanos, burócratas y sirvientes. Advirtió que estos últimos eran todos jóvenes y atractivos, aunque llevaban una ropa sencilla y sin adornos confeccionada con la misma tela. «Supongo que en un espacio tan abierto no es posible ocultar a los criados, así que el emperador se asegura de que no resulten ofensivos a la vista.»

Un par de personas con un uniforme diferente y más vistoso interrumpieron su conversación para mirarlo fijamente. Algunos empezaron a seguirlo; otros se alejaron a toda prisa. Eran hechiceros, según leyó en sus pensamientos, apostados allí para inspeccionar a todos los visitantes que recibiera el emperador. No les gustaba lo que veían en él: un habitante de otro mundo con atuendo doumiano y cuya mente era impenetrable.

A pesar de todo, nadie le cerró el paso, y al explorar sus mentes confirmó que, en efecto, se aproximaba a la sala de audiencias. Finalmente, llegaron ante unas paredes divisorias. Un par de puertas descomunales se interponían entre él y el soberano. Uno de los seis guardias que las custodiaban abrió una con un fuerte tirón. El capitán frenó sus pasos, sorprendido, y encogiéndose de hombros entró en la estancia, con Tyen a la zaga. Se hizo a un lado y le indicó que avanzara en cabeza.

En cuanto Tyen lo adelantó, se quedó de una pieza al ver lo oscura que estaba la sala. Era un espacio cerrado por los cuatro costados, a diferencia de gran parte del palacio, y la única iluminación procedía de las llamas que ardían en unas lámparas en forma de cuenco colocadas en nichos.

Un hombre maduro se hallaba de pie en el centro de la habitación. Llevaba una túnica sencilla de tela de oro y, encima, un jubón sin mangas de cuentas vidriadas. Su aspecto humilde sorprendió en un principio a Tyen, hasta que recordó que el mundo de Murai disponía de pocos yacimientos de arcilla. «Uno codicia aquello que no tiene —reflexionó—. Y eso ha supuesto una ventaja para Doum..., hasta ahora.»

Lo flanqueaban dos de los hechiceros que los habían seguido, y Tyen descubrió a través de ellos que los hombres y mujeres que formaban una hilera a lo largo de la pared del fondo también eran magos. El emperador había sido informado de que no habían podido leerle la mente a Tyen. Desoyendo sus consejos, había decidido quedarse y recibir al mensajero de Doum.

Un movimiento atrajo la atención de Tyen hacia cinco hombres que estaban cerca, en cuclillas, con la mirada fija en el suelo. Iban bien vestidos; los más jóvenes tenían unos pocos ciclos de edad menos que el rey, y los mayores, cerca del doble. Eran los mercaderes. La directora de la Escuela de Hechicería se encontraba de pie detrás de ellos.

Cuando Tyen se volvió de nuevo hacia el emperador, este alzó las cejas y la barbilla ante aquella afrentosa falta de respeto por parte del mensajero. Consciente de que no quería que el encuentro acarreara más violencia, Tyen se postró en la misma posición que habían adoptado los mercaderes.

—¿Quién es? —preguntó el emperador en muraiano, y sus palabras retumbaron en la sala.

—Tyen Tornero —respondió el capitán detrás de Tyen.

—¿Los arcillarcas han enviado a un sirviente a negociar en su nombre? —La voz del emperador llenó la sala de escepticismo.

—No, emperador Izetala-Moraza —contestó Tyen. Acto seguido, puesto que había leído en la mente del soberano que este conocía el idioma de los viajeros, prosiguió en esta lengua—: Los arcillarcas me han enviado a descubrir quién ha atacado el Gran Mercado de Alba hace unos momentos y por qué. He seguido a un hechicero a quien han dejado atrás para que averiguara si había algún arcillarca entre los muertos...

—¿Y lo había? —inquirió el soberano, pasándose también a la lengua de los viajeros.

—Lo ignoro, emperador.

—Pues aquí tienes a los culpables. Puedes preguntarles cuáles eran sus intenciones.

—Ya he obtenido esa información, emperador.

—Entonces ¿por qué estás aquí?

Tyen le sostuvo la mirada.

—Estos mercaderes han atacado Doum, emperador —afirmó, y dejó que cierta dureza se filtrara en su voz—. Eso podría interpretarse como una declaración de guerra. —Hizo una pausa y se irguió de nuevo—. Lo que quiero saber es qué pensáis hacer vos, emperador Izetala-Moraza. ¿Condenáis sus actos?

El soberano alzó de nuevo el mentón, pero guardó silencio mientras meditaba su respuesta. Cuando Tyen le leyó el pensamiento, el estómago le dio un vuelco.

—No los apruebo —dijo el emperador—. Se han expuesto a un grave peligro, y deberían haberme pedido autorización. —Lanzó una mirada severa a los mercaderes, que se encogieron y empezaron a preguntarse si lo habían juzgado mal—. Pero tienen derecho a actuar ante la negativa de los arcillarcas a negociar.

—Así pues, ¿no los castigaréis?

El emperador clavó la vista en él.

—Solo si algún arcillarca ha resultado herido. —«Supongo que tendré que montar un número», refunfuñó para sus adentros. «Esos arcillarcas desempeñan una labor deleznable como gobernantes, un título que no merecen. No son más que unos criados de los artesanos a los que se ha concedido una autoridad temporal sobre el populacho revoltoso y arrogante al que llaman “ciudadanos”»—. Recuérdales que ellos se lo han buscado —continuó el emperador—, al negarse a respetar los acuerdos alcanzados y vender productos encargados por los muraianos a otros mundos. Eso no puede tolerarse.

Tyen arrugó el entrecejo.

—Si no estáis dispuestos a pagarles precios dignos de su tiempo y su pericia, ¿por qué no habrían de buscarse otros clientes que sí lo estén?

—Siempre han sido nuestros proveedores —aseveró el emperador—, en virtud de un acuerdo muy antiguo, suscrito por el Raen...

—El Raen ha muerto.

El emperador asumió una expresión pétrea, con los labios apretados en un gesto de desagrado. Se impuso un silencio incómodo y cargado de ira. Tyen había roto un tabú al expresar la verdad en voz alta. «Un tabú bastante reciente, desde una perspectiva histórica.»

«¿Quién será este advenedizo? —pensaba el emperador—. Alguien poderoso, sin duda, lo bastante fuerte para no tener miedo de mí ni de mis hechiceros. Sin embargo, su acento no me resulta familiar, y aunque tiene un aspecto parecido a los habitantes de Alba, percibo algo extraño en él. ¿Podría provenir de otro mundo? Sí, creo que es posible.»

—¿Qué importancia tiene eso para ti? —preguntó—. No perteneces a su mundo.

Tyen cruzó los brazos.

—Doum es mi hogar, y su gente es mi familia. Haré cuanto sea necesario para defenderlos.

—Pues defiéndelos. Convence a los arcillarcas de que abandonen su insensata política de precios abusivos.

—Jamás cometería la soberbia de decirles cómo deben vivir su vida o dirigir sus negocios —replicó Tyen—. Pero veo que no me será fácil convenceros a vos de que sigáis su ejemplo. A menos que despoje a este mundo de magia por completo para que os quedéis aislados durante unos cientos de ciclos. Imagino que eso no sería bueno para el comercio.

El emperador lo observó con fijeza. Oerith dio un pequeño paso hacia el soberano, que le indicó con un ademán que se quedara donde estaba.

—Solo el Raen poseía tanto poder —dijo él.

—No, no era el único.

—Te habría matado si te hubiera encontrado.

Tyen se encogió de hombros.

—Pero no me encontró. Sin duda sabéis que este es un mundo pequeño. Sé de por lo menos dos personas con el alcance suficiente para arrebatarle toda su magia, y no me sorprendería que hubiera más. Incluso si absorber toda la magia de una vez estuviera más allá de mis capacidades, podría asegurarme de que Glaemar quedara rodeada de un vacío tan grande que tardara ciclos en desvanecerse. Puesto que quizá dudéis de la veracidad de mis palabras... —Tyen proyectó la mente, expandiendo sus sentidos hasta que calculó que abarcaban la ciudad entera, y atrajo hacia sí la mitad de la magia, en franjas radiales. La que quedaba no tardaría en expandirse hasta llenar los huecos, por lo que ningún hechicero que estuviera enfrascado en una tarea importante, como levantar un objeto pesado, se vería privado por completo de energía.

Una oleada de gritos ahogados recorrió la sala cuando los magos presentes percibieron lo que Tyen había hecho. Antes de que alguno de ellos entrara en pánico y lo atacara, él liberó la magia acumulada. Esta fluyó hacia fuera, ocasionando que, durante un rato, el palacio fuera rico en energía. La conmoción cedió el paso al asombro, y el miedo al alivio.

—Os dejo para que recapacitéis sobre vuestra postura, y sobre si estos hombres —Tyen dirigió la vista hacia los mercaderes— merecen castigo por matar a familiares de artesanos y arcillarcas de Doum. —Le complació comprobar que eso era justo lo que el gobernante estaba haciendo, de mala gana, pese a la rabia que le producían estas amenazas—. Gracias por escucharme, emperador. Os deseo que gocéis de salud y fortuna.

Sin esperar respuesta o permiso para retirarse, Tyen se adueñó de parte de la magia que sobraba en el palacio antes de apartarse del mundo.

Una vez en lo más profundo del espacio intermedio, la cálida satisfacción que lo embargaba se enfrió y la preocupación ocupó su lugar. ¿Cómo reaccionarían los arcillarcas cuando se enteraran de que había amenazado al emperador muraiano en nombre de ellos, sin consultárselo antes?

«¿Se mostrarán enfadados o agradecidos? ¿He mejorado o empeorado la situación?»

Deseó poder hablar de ello con Vella. Cuando pensó en ella, escondida en su casa, cayó en la cuenta de que, al desafiar al emperador de Murai, tal vez se había convertido en un objetivo. Aunque tenía una confianza razonable en su capacidad para defenderse, el emperador podía buscar una venganza menor que no provocara una reacción implacable por parte de los arcillarcas, como echar abajo la casa de Tyen. Decidió que, a partir de ese día, volvería a llevar siempre a Vella consigo.

Encontró el camino que había seguido de Doum a Murai en pos de Axavar, y lo recorrió en sentido inverso. El puesto que se alzaba entre los escombros del Gran Mercado empezó a materializarse alrededor de él.

Y entonces percibió una sombra. Alguien lo seguía.

Alarmado, se deslizó por el mundo para alejar a sus perseguidores de las ruinas. Comprobó aliviado que continuaban detrás de él, sin desviarse. Los atrajo hacia el exterior de la ciudad y buscó un lugar despoblado donde pudiera enfrentarse a ellos sin arriesgarse a hacer daño a otros. Emergió al mundo en un lago seco, jadeando, pues su cuerpo, privado de aire, acusaba los efectos de viajar durante tanto rato en un medio en el que no podía respirar.

Una figura borrosa empezó a cobrar forma a pocos pasos de distancia. Una silueta femenina con un vestido suelto largo. ¿Oerith? ¿Una hechicera enviada por el emperador para desafiarlo? ¿O quizá para comunicarle un mensaje? ¿Una amenaza en respuesta a la que había lanzado él, tal vez?

Sin embargo, su rostro no parecía muraiano. Tenía la piel más morena, y el cabello negro y lacio. De pronto, estremeciéndose como si lo hubiera alcanzado un rayo, la reconoció. Cuando la mujer se materializó, tomó aliento para hablar, pero sin respirar afanosamente, señal inequívoca de que se trataba de una hechicera inmarcesible.

—Tyen, ¿verdad? —dijo la mujer que se había negado a resucitar al Raen—. ¿Te acuerdas de mí? O tal vez nunca te dije mi nombre. Me llamo Rielle.

cap-3

2

—Me he enterado por los sirvientes de palacio de que algo no iba bien —explicó Rielle—, y poco después te he visto a través de los ojos de otros.

Tyen la notó cambiada. Mayor, aunque eso era de esperar. Más alta de lo que la recordaba, pero eso tal vez se debiese a que la primera impresión que se llevó de ella fue la de una joven desesperada y vulnerable. Estaba tan hermosa como la última vez, y cuando sonrió, él tuvo que bajar la vista para no quedarse mirándola.

—Y me has seguido —señaló, en parte como una observación y en parte como pregunta.

—Creía que te gustaría saber que el emperador ha empezado a planear tu asesinato en cuanto te has marchado.

—Ah —suspiró—. Como no podía ser de otra manera.

—Sus hechiceros han intentado disuadirlo, más por instinto de supervivencia que por discrepancia.

Él alzó la mirada.

—¿Crees que lo conseguirán?

Rielle frunció los labios.

—Las posibilidades están igualadas, en mi opinión. Al emperador no le gusta que lo amenacen, pero no ha podido evitar fijarse en tu poder. Tal vez intente castigarte de otro modo. Deberías asegurarte de que tus seres queridos y tú estaréis bien protegidos.

Él asintió, y pensó de inmediato en sus artesanos. Aunque los consideraba amigos además de empleados y detestaría que les ocurriera algo malo, se sentiría culpable si algún ciudadano de Doum sufriera por su causa. Y luego estaba Vella. Pero era imposible que el emperador supiera de su existencia.

Y, no obstante, allí estaba Rielle, ocultándole su mente, lo que significaba que era más poderosa que él y podía leerle el pensamiento si así lo deseaba. Resultaba desconcertante. Tyen solo había conocido a otra persona con poderes superiores a los suyos, el Raen, y había presupuesto que este era mucho más poderoso. Aunque no solía explorar la mente de los habitantes de Doum, siempre examinaba la del resto de la gente, y hacía mucho tiempo que no se topaba con alguien con quien no le fuera posible.

No pudo evitar preguntarse qué hacía Rielle en el palacio muraiano. Ya era mala suerte que, para una vez que él se había valido de su fuerza para impresionar a alguien, este resultara tener a su disposición a una hechicera más poderosa. Por otra parte, si ella estuviera trabajando para el emperador no habría ido allí para advertirle de las intenciones del soberano de asesinarlo.

«La gente que te desea algún mal no te avisa de una amenaza contra tu vida. En nuestro último encuentro, yo la ayudé. Por lo que sé, no tiene motivos para odiarme.»

A diferencia de la mayoría de los habitantes de los mundos. O, al menos, tendrían motivos si supieran la verdad sobre él.

Apartó ese tema de su cabeza antes de revelar más detalles de la cuenta, y le escudriñó el rostro a Rielle. Esta sonrió, cosa que difícilmente habría hecho si hubiera descubierto su secreto, a menos que fuera muy hábil para disimular. Él lamentó no poder asegurarse.

—Creo que no te he dado las gracias por ayudarme a huir de Dahli —dijo ella.

—No tienes por qué. —Se encogió de hombros—. Solo te eché una mano para que hicieras lo correcto. ¿Se recuperó el muchacho?

—En cierto modo, sí. —Frunció el ceño—. Recuperó la cordura, pero casi no conserva recuerdos de su época anterior.

—¿Está...? Espero que esté bien oculto. —Tal vez fuese mejor que Tyen desconociera el paradero del chico cuyo cuerpo el Raen pretendía habitar tras su resurrección. El silencio en la mente de Rielle parecía incrementar la posibilidad de que Tyen tropezara con otro hechicero más fuerte que él.

Ella le dirigió una mirada socarrona y llena de gratitud.

—Sí. Vive en un lugar seguro, en compañía de buena gente, muy lejos de mí. —Suspiró—. Temía que, si lo mantenía a mi lado, acabase arrastrándolo a nuevos conflictos, pero he conseguido no meterme en dificultades durante cinco ciclos, así que tal vez mis preocupaciones eran infundadas.

—Y durante todo ese tiempo hemos vivido en mundos vecinos.

Rielle alzó la mano con un gesto elegante y negativo.

—Oh, solo llevo unos meses en Murai. —Tendió la vista hacia las afueras de Alba—. Trabajo para una cuadrilla de mosaiquistas. El emperador les encargó un trabajo. Como les gusta el clima de Glamear, aceptaron su invitación a alojarse en palacio hasta que concluyan la tarea.

—Así que trabajas para el emperador. —Tyen arqueó una ceja. ¿Los convertía eso en enemigos?

Rielle se volvió de nuevo hacia él.

—Trabajo para personas que están a su servicio. Aunque los mosaiquistas son gente decente, en el fondo no me consideran una más. Solo soy una forastera con un talento útil.

Tyen asintió.

—Sé lo que se siente. Aunque me he esforzado mucho por hacer de Doum mi hogar, a veces siguen tratándome como a un natural de otro mundo.

—¿Incluso después de cinco ciclos?

—Incluso después de cinco ciclos.

Rielle pareció entristecerse.

—No dejo de preguntarme cuánto tiempo tardaré en asimilarme. No puedo volver a mi mundo de origen. No quiero ser una forastera toda la vida.

—Para mí también es imposible regresar a mi mundo. —Arrugó el entrecejo—. ¿Te has enterado de por qué he visitado el palacio?

—Los mercaderes han atacado un mercado de aquí. Están molestos por los precios que los arcillarcas han fijado para sus artículos. —Hizo una pausa—. Y sin duda habrás leído en sus mentes lo que planean hacer si no se salen con la suya.

—No permitiré que invadan Doum —advirtió él. Acto seguido, torció el gesto—. Siempre y cuando los arcillarcas me dejen impedírselo. No ven con buenos ojos que me implique en nada que no sea la fabricación de tornos de alfarero, y no puedo dejar de preguntarme si preferirían que Murai los conquistara a que yo los defendiera.

Ella se mordisqueó el labio.

—Ser de otro mundo supone ciertas ventajas, a pesar de todo. Sospecho que el emperador estaría más dispuesto a ceder si no tuviera que hacerlo ante ellos. ¿Negociarías en nombre de los arcillarcas, si te autorizaran para ello?

Tyen reflexionó.

—Sí. Sí, lo haría. Pero si al emperador no le gusta que lo amenacen, ¿no se negará a escucharme después de lo que le he dicho?

—No, al contrario. Tal vez te odie por haberlo desafiado, pero te respetará por haber tenido la fuerza y el valor para hacerlo.

Tyen contrajo el rostro.

—No sé si me gusta la idea de negociar directamente con él. Quizá Murai necesite un delegado también. Aunque no conozco a ningún muraiano con quien preferiría tratar. —El corazón le dio un vuelco cuando cayó en la cuenta de a qué persona le gustaría tener como interlocutora—. ¿Podrías convencer al emperador de que te dejara negociar en su nombre?

Ella juntó las cejas.

—No lo sé —respondió con evidente renuencia—. No es que no quiera ayudarte, pero no tengo experiencia ni formación en esta clase de trabajo.

—Yo tampoco —dijo Tyen—. Pero si nos quedamos de brazos cruzados...

—... es posible que los dos mundos se declaren la guerra —concluyó ella—. Está bien. Consideraré la posibilidad de proponérselo.

Él sonrió.

—Gracias. Tengo que regresar a Alba para contarles lo que he averiguado y ayudar en lo que pueda en el Gran Mercado.

—Y yo debería regresar junto a los mosaiquistas. Los he dejado en medio de una reunión sobre diseños. ¿Te busco en Alba?

—Sí. Pregunta por Tyen Tornero. Cualquier vecino sabrá indicarte cómo llegar a mi taller.

Ella inclinó la cabeza.

—Hasta entonces, Tyen Tornero, espero que todo te vaya bien.

Él aguardó hasta que Rielle se desvaneciera del todo, pues no deseaba apartarse del mundo pisándole los talones, aunque después tomaran direcciones distintas. En cuanto ella desapareció, Tyen se trasladó al espacio intermedio y comenzó a deslizarse hacia la ciudad. Cuando emergió al Gran Mercado, se le aceleró el pulso, pero no por miedo o aprensión.

«¡Rielle! ¡Habiendo tanta gente en el mundo vecino, y me encuentro justo con ella!»

Su entusiasmo se apagó enseguida. Si Dahli descubría dónde estaba ella, se pondría aún más contento. En el peor de los casos, sin embargo, el que había sido el sirviente más leal del Raen querría castigarla por negarse a resucitar a Valhan. Y, en el mejor, intentaría obligarla a revelarle el paradero del muchacho para completar la resurrección de su señor.

A Baluka, líder de los rebeldes —o restauradores, como se les conocía ahora—, le gustaría enterarse de que su antigua prometida estaba sana y salva. No obstante, tal vez prefiriese no conocer su ubicación, pues no era un hechicero poderoso y si alguien leía esa información en su mente podría llegar a conocimiento de Dahli.

El secreto de Rielle estaría a salvo con Tyen, que además lo guardaría de buen grado. Siempre había sentido curiosidad por ella. Sabía que había vivido en el palacio del Raen antes de que este muriera, y que Dahli le había enseñado a usar la magia y a alcanzar la inmarcesibilidad. La primera vez que Tyen la había visto, ella estaba a punto de resucitar al Raen, pero al descubrir que para ello era necesario sacrificar la mente de un joven inocente, lo había rescatado, exponiendo su propia vida a un riesgo considerable. Él la había seguido y la había ayudado a escapar de Dahli.

Esta decisión había despertado la admiración de Tyen. Era sin duda indicativa de unos principios firmes y de su valentía para aferrarse a ellos, aunque eso la convirtiera en una traidora. Quizá ella comprendía las decisiones que Tyen había tomado en la vida. En ocasiones, él fantaseaba con que volvían a encontrarse y se hacían aliados, amigos y —cuando daba rienda suelta a la imaginación— algo más.

«Lo primero acababa de suceder de verdad.»

Esbozó una sonrisa, pero cuando salió del puesto del Gran Mercado su buen humor se esfumó. Se habían realizado pocos progresos desde que él se había marchado, aunque, por otro lado, no hacía tanto rato de eso. Unos hechiceros estaban retirando escombros del enorme montón, levantando los fragmentos uno a uno por medio de la magia para no hacer daño a quienes estuvieran sepultados debajo. Se enteró por ellos de que no habían detectado mente alguna bajo los cascotes, pero esperaban que algunos de los trabajadores del mercado que seguían enterrados estuvieran inconscientes. Se habían llevado a los heridos y los cadáveres que habían recuperado hasta el momento. Tyen buscó a maese Rayf y lo encontró junto a la puerta, hablando con la arcillarca Fursa.

El anciano fue el primero en ver que Tyen se acercaba y, cuando movió los labios, Fursa se volvió hacia él con el ceño fruncido.

—Tyen Tornero —dijo Rayf—. ¿Has conseguido seguir al muraiano?

—Sí. —Tyen relató todo lo sucedido. La arruga en el entrecejo de la arcillarca Fursa se hizo más profunda al oírlo describir su amenaza de despojar el mundo de magia.

—Es un farol peligroso.

—No era un farol —replicó Tyen, sosteniéndole la mirada. Fursa entornó los ojos, y a él no le hizo falta leerle la mente para captar su incredulidad.

—Solo el Raen sería capaz de algo así —dijo ella con desdén.

—Eso era lo que quería que creyeran los mundos —repuso Tyen.

—Me han contado que mataba a todo aquel que se cruzaba en su camino cuyas fuerzas fuesen casi equiparables a las suyas, antes de que pudiese adquirir la experiencia y la habilidad suficientes para suponer una amenaza —dijo Rayf. Devolvió su atención a Tyen, evaluándolo con la mirada.

—A menos que los reclutara y los adiestrara para convertirlos en sus sirvientes —añadió Fursa, achicando los ojos.

—Muchos hechiceros poderosos nacieron durante los veinte ciclos de ausencia del Raen —le explicó Tyen—. No soy el único al que él no tuvo oportunidad de eliminar. —Se encogió de hombros—. Además, Murai es un mundo más pequeño de lo habitual. No hace falta que un hechicero sea capaz de absorber toda la magia para tener un enorme impacto sobre el nivel de energía de un mundo. Yo podría hacerle la vida imposible al emperador, si quisiera.

Fursa desvió la vista, apretando los labios.

—Aun así —alegó, sin mirarlo en ningún momento—, no deberías haberlo amenazado sin nuestro consentimiento.

Tyen asintió.

—Solo lo hice porque él estaba planteándose hacer algo aún peor que esto. —Señaló su entorno con un gesto—. Pero te aseguro que no volveré a actuar sin consultaros antes. —Les habló de la visita, el consejo y la oferta de Rielle, a quien solo se refirió como una hechicera de otro mundo a quien ya conocía y que trabajaba como diseñadora de mosaicos—. Es una persona íntegra.

—Ha puesto el dedo en la llaga —convino Rayf—. Es poco probable que el emperador transija en algo si habla directamente con nosotros, pues los muraianos lo considerarían una muestra de debilidad. Por otro lado, si tanto él como nosotros nombramos a intermediarios que negocien en nuestro nombre, podrá distanciarse de la decisión. —Le sonrió a Fursa—. Al igual que el Consejo.

Fursa cruzó los brazos.

—Sí, pero es el Consejo el que tiene que decidir quién debe representarnos. Es posible que haya candidatos más indicados para la misión.

Conteniendo un suspiro, Tyen volvió la vista hacia los hechiceros que escarbaban entre los escombros.

—Ahora mismo no puedo hacer más que ofrecer mi ayuda. Cuando toméis una decisión, comunicádmelo de un modo u otro. Ya sabéis dónde encontrarme. —Miró a Rayf—. Estoy seguro de que aquí puedo hacer cosas más útiles.

El anciano desplazó la vista por el edificio.

—No, ya nos estamos haciendo cargo nosotros.

Aunque no era la respuesta que Tyen esperaba, cuando se fijó mejor en lo que ocurría en el edificio se percató de que había llegado otro grupo numeroso de hechiceros mientras ellos hablaban, y la superficie entera del gran montón de ruinas bullía de actividad a la vez que retiraban los ladrillos con sumo cuidado. Había sanadores alrededor, esperando por si descubrían a una víctima viva, pero con la lúgubre certeza de que sus servicios no serían necesarios.

Tyen asintió.

—Ya lo veo. En ese caso, será mejor que me haga a un lado para no estorbar.

Tras volverse hacia Fursa llevándose dos dedos al corazón e inclinar la cabeza en señal de respeto hacia Rayf, tomó impulso para apartarse del mundo y se deslizó hacia arriba, a través de lo que quedaba de la cubierta del Gran Mercado. En cuanto localizó desde el cielo la forma familiar del tejado de su casa, se dirigió hacia ella. Atravesó el techo pero se detuvo en la planta superior, en lo alto de las escaleras, en vez de regresar al taller con sus tornos inacabados. En cuanto se vio rodeado de aire otra vez, exploró las mentes cercanas. El taller estaba vacío, pues sus artesanos continuaban echando una mano en el Gran Mercado. Los vecinos estaban concentrados en su trabajo, tareas domésticas y transacciones comerciales, o intercambiando información sobre el ataque. No había espías observándolo. Nadie le prestaba la menor atención.

«La única persona que podría estar vigilándome sin que la detectara es Rielle.»

Desechó la idea, pero enseguida recapacitó y se obligó a replantearse esa posibilidad. A ella no le resultaría difícil encontrar su casa. Tyen era bastante conocido por sus tornos de alfarería, que funcionaban con magia, y bastaría con hacer un par de preguntas en la calle para dar con él.

Pero ¿por qué habría de vigilarlo?

¿Le había advertido que el emperador muraiano albergaba la intención de ordenar su asesinato para ganarse su confianza? Cuando le aconsejó que tuviera en cuenta la seguridad de sus seres queridos, ¿lo había hecho con el propósito de leer en su mente quiénes eran? Se le cayó el alma a los pies al recordar en quién había pensado en ese momento.

«En Vella.»

Sin embargo, no había pensado en el lugar donde ella estaba escondida. Aun así, fue a toda prisa a la letrina, abrió la puerta de un empujón y entró. Constaba de una caja de madera con un agujero en la parte superior, en cuyo interior pendía un embudo grande. Este vertía sus aguas en una de las cañerías de cerámica que, hasta hacía poco, los mercaderes muraianos compraban para venderlas en otros mundos. Tras levantar la caja, separando el embudo de la cañería, Tyen introdujo la mano bajo la base. El hedor a orina y heces que persistía pese a la limpieza frecuente se intensificó un poco, y él puso especial cuidado en evitar tocar el fondo del embudo. No había encontrado en ninguna parte retretes con un sistema de desagüe ni una ventilación tan buenos como los de su mundo y ciudad de origen.

Buscó a tientas por dentro de la base de madera. Cuando sus dedos toparon con un bulto que le resultaba familiar, exhaló un suspiro de alivio. Lo desenganchó, se lo puso bajo el brazo y colocó el asiento en su sitio. Acto seguido, se sentó en él. Al retirar el envoltorio, dejó a la vista una bolsa que contenía un objeto firme pero ligeramente flexible. A través de unos agujeros en la tela, Tyen entrevió la piel de la cubierta de Vella.

Nada más establecerse en Doum hablaba con ella por lo menos una vez al día, indeciso entre mantenerla oculta en un lugar seguro y la necesidad de conversar con alguien a quien conocía bien. Además, no quería abandonarla en el estado de inconsciencia en el que se sumía cuando no la tocaba un ser humano.

Pero desde que él había adoptado la indumentaria local para integrarse mejor, llevar a Vella consigo se había convertido en un problema. Como el clima era cálido, en Doum se estilaban las telas finas, en las que se marcaban las formas de los objetos que cubrían. Cuando la gente había empezado a preguntarle qué llevaba debajo de la camisa, él había tenido que encontrar otro escondrijo para Vella.

Cuanto más atareado estaba con su nueva iniciativa, menos tiempo le quedaba para charlar con ella. Pasaron a mantener sus diálogos cada dos días, luego cada tres, y poco a poco los intervalos se alargaron. Sin embargo, cuando dejaba pasar demasiado tiempo, se quedaba despierto toda la noche, temeroso de que ella tal vez ya no estuviese allí. De modo que sus conversaciones se convirtieron en irregulares, y tenían lugar en plena noche.

Ella estaba tibia, como de costumbre, cuando Tyen la sacó de la bolsa. Lo invadió una sensación de afecto matizada de culpa. Aunque consideraba amigos a sus empleados, no mantenía con ninguno de ellos una relación tan estrecha como la que lo unía a Vella. Lamentaba no haber dedicado más tiempo a hablar con ella. Reflexionó sobre su promesa de encontrar la manera de devolverle su forma humana, una empresa en la que no había tenido mucho éxito puesto que gran parte de las fuentes de información se encontraban en manos de personas que lo consideraban un espía y un traidor.

Como Vella le leería la mente al primer contacto de su piel, él no tendría que explicarle todo lo sucedido desde la última vez que había conversado con ella. Abrió las tapas y bajó la vista hacia aquellas páginas en blanco que tan bien conocía.

—Hola, Tyen. Veo que hoy ha sido un día de malas noticias.

«Sí, aunque creo que no todas han sido malas.»

—No. Y sin embargo dudas de si debes confiar en Rielle.

«No tengo un motivo concreto para sospechar, pero no logro quitarme de encima la sensación de que no debo dar nada por sentado. Solo la había visto una vez con anterioridad. Todo lo que sé sobre Rielle se basa en lo que me contaron Dahli y Baluka, y en las ocasiones en que pensaron en ella. Además, si voy a negociar en nombre de Doum y el emperador la envía a ella como representante, debo tratarla como a cualquier otra persona que desempeñara esa función.»

—Es una medida prudente.

«Se negó a destruir la mente de un joven para que resucitara el Raen, lo que demuestra su integridad, pero antes de eso había decidido unirse al Raen. No me cabe en la cabeza que alguien pueda hacer esto último sin aceptar ciertas renuncias morales.»

—Dahli no podía leerle la mente. Tal vez ella solo fingía servirlo de forma voluntaria.

«De ser así, el Raen lo habría descubierto en sus pensamientos.»

—¿Estás seguro? Leíste en la mente de Dahli que Valhan le había confesado que no siempre podía penetrar en la cabeza de Rielle.

Tyen inspiró con brusquedad ante este recordatorio. No era de extrañar, entonces, que ella pudiera leerle la mente a él. «Sin embargo, eso significa que el Raen podía leérsela en ocasiones. Cuesta creer que ella consiguiera ocultarle su deslealtad, teniendo en cuenta lo complicado que resulta apartar el pensamiento de lo que no quieres que otros vean.»

—Tal vez le era leal y cambió de opinión respecto a él más tarde.

«O al Raen le daba igual, siempre y cuando ella hiciera lo que él quería. —Se mordió el interior de la mejilla—. Me pregunto qué me diría ella si se lo preguntara. —Frunció el ceño—. Aunque sería una indiscreción por mi parte. No quiero hacerla enfadar, tanto si acabamos negociando en nombre de nuestros respectivos mundos como si no.»

—Si quieres informarte mejor, quizá Baluka pueda ofrecerte más detalles sobre su carácter.

«Eso implicaría revelarle que la he visto hace poco, y tal vez eso no le guste a ella.»

—No tienes por qué decirle a Baluka que la has visto. Basta con que lo incites a hablar de Rielle.

Tyen asintió. «Eso no será difícil. La verdad es que le gusta rememorar detalles sobre ella. —Tamborileó con los dedos sobre la cubierta de Vella—. Bien, le haré una visita a Baluka.» Alzó la vista, y un plan empezó a cobrar forma mientras dirigía su atención más allá de la puerta de la letrina. Para concertar un encuentro con Baluka debía dejar un mensaje en uno de los emplazamientos prefijados en otros mundos. Tendría que ponerse un atuendo menos típico de Doum para que nadie adivinara que estaba viviendo allí. Bajó de nuevo los ojos hacia la página. Más valía que se llevara a Vella consigo, por si el emperador o los mercaderes de Murai enviaban a alguien a saquear, revolver o destruir su casa.

Cerró el libro, lo guardó en la bolsa y se colocó la correa en torno al cuello. Tras salir de la letrina, entró en su dormitorio y abrió el baúl de ropa. Debajo de las camisas y pantalones de diario estaban las prendas que usaba siempre que viajaba entre los mundos. Las había seleccionado de forma meticulosa para que no llamaran la atención y le permitiesen confundirse entre la multitud... de plebeyos, claro está. Era imposible prever qué vestimentas estarían de moda entre los ricos y poderosos.

Eligió una camisa de manga larga, un pantalón de tela basta, calcetines gruesos, botas de piel y una chaqueta larga de lana. Una vez vestido, se hurgó en los bolsillos ocultos de la chaqueta. En uno de ellos encontró unas piedras preciosas, que continuaban siendo la moneda más utilizada en las transacciones entre los mundos, sobre todo desde que las alianzas y la paz forjadas por el Raen se habían desmoronado.

Se dirigió hacia la puerta y, tras titubear unos instantes, volvió la vista de nuevo hacia su escritorio.

—Bicho.

Oyó un zumbido amortiguado procedente del cajón superior, que se abrió como por voluntad propia y dejó escapar del interior un par de antenas. El insectoide mecánico asomó parte del cuerpo por la abertura.

—Sal de ahí. Cierra el cajón. Acércate.

El escarabajo trepó a la superficie del escritorio, se inclinó hacia abajo y dio un empujoncito al cajón para cerrarlo. Los protectores del lomo se abrieron como impulsados por un resorte y unas alas finas, agitándose tan deprisa que se volvieron borrosas, transportaron el pequeño artilugio hasta la mano extendida de Tyen. Este lo cogió y se lo guardó en un bolsillo interior del abrigo. Notó una vibración tenue a través de las capas de tela.

—Estate quieto —le indicó. La vibración cesó.

La principal función de Bicho consistía últimamente en custodiar los ahorros de su dueño. Tyen no lo había puesto a vigilar a Vella porque mucha gente sabía que lo utilizaba para proteger sus objetos de valor, por lo que deducirían que el libro era valioso para él. Ahora que existía la posibilidad de que alguien invadiera o destrozara su hogar, prefería garantizar la seguridad de Bicho llevándoselo consigo que sacrificarlo por un puñado de joyas y monedas.

Después de bajar las escaleras, dejó un mensaje por si regresaba alguno de los artesanos, indicándoles que se tomaran el resto del día libre. Desplazó la mirada por el taller y, al no ver nada que requiriese su atención inmediata, se apartó del mundo.

En vez de abrir un camino en el espacio intermedio que arrancara directamente desde el taller, se deslizó por la ciudad varias veces antes de atravesar la campiña hacia otra población. Tras regresar al mundo en un mercado concurrido para tomar unas bocanadas profundas de aire, se retiró de nuevo y se impulsó hacia abajo.

Una oscuridad grisácea lo envolvió. Pocos hechiceros se deslizarían bajo tierra por iniciativa propia. «Pocos hechiceros que no sean inmarcesibles», se corrigió. Para conseguirlo, tendría que moverse con la rapidez suficiente para emerger al otro lado del mundo antes de asfixiarse.

Esto no habría representado el menor peligro para un hechicero inmarcesible. El mismo conocimiento que aplicaban para dejar de envejecer podía emplearse para sanar, lo que les permitía recuperarse de los daños causados por la falta de aire cuando llegaban a un mundo. Sin embargo, incluso a los inmarcesibles se les rebelaba el instinto cuando se adentraban en las entrañas de la tierra. La sensación de peligro era demasiado intensa.

Tyen se propulsó cada vez más deprisa. Cuando llegó al extremo opuesto del mundo había alcanzado tal velocidad que salió despedido del suelo hacia el cielo nocturno antes de poder reaccionar y frenarse. Descendió recorriendo la trayectoria en sentido inverso casi hasta la superficie.

Como se encontraba encima de un océano, tuvo que crear una plataforma de aire inmóvil bajo sus pies cuando se materializó en el mundo para respirar. Una vez el mareo desapareció y la necesidad acuciante de aire remitió, respiró hondo unas cuantas veces más a fin de prepararse para el próximo trecho del viaje y, tras orientarse por las estrellas, regresó al espacio intermedio.

Había tierra firme no muy lejos: una península bordeada de aldeas de pescadores. En un templo construido en lo alto de un promontorio encontró lo que buscaba: un lugar de llegada oficial para viajeros intermundiales. Existían en casi todos los mundos como formas de localizar caminos seguros a través del espacio intermedio. La mayoría de los sacerdotes del templo dormía en aquel momento. Tyen se deslizó hasta el punto de partida, un sencillo círculo de piedra, y se impulsó para alejarse del mundo por una ruta conocida y bien establecida. La escena oscurecida por la noche se aclaró hasta fundirse en un blanco puro, luego cobró forma y aparecieron sombras cuando pasó el punto medio entre los mundos y se aproximó al siguiente.

Se materializó en otro templo, que estaba en ruinas y rodeado de montañas nevadas. Sus pulmones se llenaron de un aire frío. Se impulsó hacia otro mundo, llegó a una gruta pequeña con un altar y varios devotos, y se deslizó por la superficie hasta una enorme cueva vacía de una de cuyas paredes sobresalía una estatua desfigurada. Unas marcas en el suelo señalaban las rutas hacia cuatro mundos contiguos. Eligió una y se lanzó por ella hasta un mundo brumoso.

A partir de allí fue saltando de un mundo a otro, de un lugar de llegada a otro. De vez en cuando se cruzaba con algún viajero en el espacio intermedio. Todos lo rehuían. Los hechiceros aún se ponían algo nerviosos cuando se encontraban en el blancor, pese a que habían transcurrido más de cinco ciclos desde que el Raen había impuesto restricciones sobre los viajes entre los mundos. Para algunos era imposible abandonar el hábito de espantarse cada vez que vislumbraban una sombra en la blancura, de temer una posible pena de muerte por infringir la ley del soberano de los mundos. Otros eran presa de un miedo más reciente, el de toparse con personas contra las que habían cometido alguna injusticia ahora que no contaban con la protección del Raen, o con hechiceros ladrones y bandas que asaltaban a los viajeros para robarles o algo peor.

Como solía decir Baluka, la abolición de las leyes del Raen había liberado no solo a los oprimidos, sino también a los poco escrupulosos. En muchas partes de los mundos, nuevos tiranos habían ocupado el lugar de los aliados del Raen. Mantenían ocupados a los restauradores administrando justicia e imponiendo nuevas leyes. La revolución no había traído consigo prosperidad o libertad para todos, e incluso quienes simplemente no se habían beneficiado tanto como esperaban de la muerte del Raen estaban descontentos o decepcionados. Exigían a los restauradores más de lo que estos podían ofrecer, y Tyen no envidiaba la responsabilidad de Baluka de mantener a todo el mundo si no satisfecho, al menos en calma.

Hizo una escala para recuperar el aliento en un jardín cubierto por el manto de la noche. «Baluka se alegraría mucho de saber que Rielle está sana y salva. Creo que sería injusto no decírselo. Podría preguntarle a ella si le importaría que se lo comunicara, pero tal vez sea mejor que él no se entere de que estoy en contacto con ella.» Baluka era un hechicero de fuerza media, lo bastante poderoso para viajar entre mundos, pero no para volverse inmarcesible. Esto significaba que muchos hechiceros podían leerle la mente.

Tyen sabía que sus dudas derivaban de su costumbre de no revelar más que lo estrictamente necesario. Era un hábito nacido de su labor de espionaje. Aunque en ocasiones no estaba muy seguro de haberse ganado el sobrenombre de «Espía» que le pusieron cuando los aliados del Raen difundieron rumores sobre él para debilitar a los rebeldes. Él no recababa activamente información para nadie; Dahli y Baluka simplemente contaban con que los avisara cuando llegara a su conocimiento algo que pudiera concernirles. Y eso había hecho para ambos durante los últimos cinco ciclos. También proporcionaba a uno datos sobre el otro, a fin de que los dos creyeran que lo tenían de su parte.

«¿De parte de quién estoy? —Ya no lo sabía con certeza. Tal vez de nadie. Tal vez solo de sí mismo—. No, si fuera tan egoísta, ¿por qué me importaría la gente de Doum, o que haya violencia e injusticias en los mundos, o que Vella esté atrapada en un libro en contra de su voluntad?»

Si alguien se lo hubiera preguntado, le habría dicho que permanecía en contacto con Dahli para estar al corriente de qué se traía entre manos, y con Baluka a fin de tener una excusa para mantenerse en comunicación con Dahli. Pero había una razón más profunda.

Si Dahli encontraba la manera de resucitar a Valhan, todos los hechiceros tendrían que elegir entre aliarse con él o huir y esconderse..., si es que quedaba algún lugar libre de la influencia del Raen. Tyen sería uno de los primeros en enterarse. Podría poner sobre aviso a otros.

Fuera cual fuese el método que encontrara Dahli para devolver la vida a Valhan, quizá sirviera también para proporcionarle un cuerpo a Vella. Aunque Tyen no tenía la menor intención de sacrificar a otra persona por ella, tal vez Dahli descubriera un sistema en el que esto no fuera necesario. Dahli sabía que Tyen quería ayudar a Vella, pero este le había dejado claro que se negaba en redondo a participar en el asesinato de alguien para conseguirlo. De modo que, con el fin de tener otro pretexto para reunirse con Dahli, había reconocido que seguía en contacto con Baluka y que estaba dispuesto a transmitir información.

Baluka creía que Tyen fisgoneaba en los asuntos de Dahli por encargo de los restauradores. Aunque este no tenía reparo en espiar a Dahli, le incomodaba trabajar contra Baluka, lo más parecido a un amigo que tenía, aparte de Vella. Extremaba precauciones para no desvelar datos que pudieran perjudicarlo.

«Cuando Rielle lea todo esto en mi mente, lo comprenderá», se dijo.

Pasó por tres mundos más antes de detenerse en una habitación en penumbra. Por medio de la magia hizo vibrar una mota de polvo hasta que empezó a brillar. Se encontraba en un sótano que le resultaba conocido. La estantería de madera podrida estaba inclinada en un ángulo aún más precario que la última vez que él había visitado el lugar. Se agachó para pasar por debajo, subió por una escalera chirriante y abrió la puerta que había al final. Un ruido ensordecedor le castigó los oídos cuando se mezcló con el tráfico de una calle estrecha y concurrida. Los olores penetrantes de una ciudad bulliciosa invadieron su nariz. Aunque no tenía manera de saber la hora, su instinto le decía que era temprano por la mañana. Tampoco importaba mucho. Había estado allí a muchas horas distintas y nunca había visto que variara la cantidad de gente que iba y venía.

Dejó que aquella marea humana lo alejara de su lugar de llegada y, cuando se hallaba cerca de su destino, se abrió paso a empujones hacia las calles laterales, cruzó una pequeña plaza de mercado y enfiló una callejuela tan angosta que los viandantes tenían que caminar de lado para dejar pasar a quienes iban en sentido contrario. El flujo era tan incesante que le resultó más fácil llegar hasta el extremo de la callejuela y luego incorporarse a la fila que avanzaba en el sentido opuesto para llegar a la taberna a la que se dirigía, que intentar abrirse camino entre quienes venían de frente.

En el interior reinaba el silencio, pues solo había unos pocos parroquianos de pie ante las mesas. Les exploró la mente mientras se acercaba a la barra... y se quedó paralizado con la mano suspendida encima de la campanilla.

«¡Es él! —pensó uno, con el corazón latiéndole a toda prisa por el miedo y la sensación de triunfo—. Es el Espía. ¡Nuestro contacto estaba en lo cierto!»

Cuando el hombre se volvió para hacerle una seña a su amigo, que observaba desde el otro extremo de la sala, Tyen se apartó del mundo.

Tres sombras oscurecieron de inmediato el espacio intermedio. Tyen se deslizó hasta la ruta transitada más próxima que se alejaba del mundo, con sus perseguidores a poca distancia. Una vez en el camino, se propulsó con toda su potencia hasta el mundo contiguo, se desplazó al siguiente y continuó adelante.

Cuando llegó al segundo mundo, las sombras habían desaparecido. Aun así, Tyen no aminoró la velocidad. Aunque solo avanzaba por los caminos más utilizados, ellos podían recuperar su rastro si adivinaban la dirección que había tomado. Diez mundos más adelante, se detuvo y bajó de la plataforma de llegada adoquinada a un denso bosque. Se adentró con dificultad en la vegetación unos cien pasos. La época que había pasado eludiendo a los aliados le había enseñado que la mejor manera de burlar a un perseguidor era desplazarse por medios no mágicos. Pero en aquella espesura no llegaría muy lejos. Necesitaría una estratagema distinta.

Tras apartarse ligeramente del mundo, se detuvo y proyectó la conciencia alrededor. Absorbió un poco de sustancia del espacio intermedio y la usó para alisar el surco que había abierto al pasar. Se internó aún más en el espacio intermedio y volvió a cubrir su rastro. El resultado era una textura como la de la arena recién rastrillada, pero pronto se allanaría. Solo un hechicero que supiera que esto era posible se fijaría bien y descubriría los vestigios de un camino oculto.

Solo había conocido a un hechicero capaz de hacer esto: el Raen. Vella no conocía el truco. A Tyen le había llevado un ciclo entero de experimentos dominar la técnica, y aun así no era más que un aprendiz al lado del difunto soberano.

«Él dispuso de mucho más tiempo para practicar —se recordó Tyen—. Después de mil ciclos, a mí también se me daría bastante bien.»

Hizo dos paradas más para tapar su rastro y se dirigió al mundo siguiente, donde llegó jadeando. Cuando se recuperó, reflexionó sobre la reacción del hechicero que lo había reconocido. Parecía sorprendido, pero solo porque Tyen había aparecido, tal como les habían avisado. Acto seguido, había experimentado una mezcla de miedo, odio y codicia. Este último sentimiento intrigaba a Tyen. Lo esperaban, no tanto para vengarse de él por haber espiado a los rebeldes como por la perspectiva de obtener algún provecho de él. Quizá pretendían hacerlo prisionero, tal vez solo como un trofeo. A lo mejor se habían enterado de que poseía un libro que contenía el secreto de la inmarcesibilidad y planeaban arrebatárselo.

Juntos, tal vez los emboscados fueran lo bastante fuertes para conseguir su objetivo.

Sin embargo, Tyen lo dudaba. No se los habría quitado de encima tan fácilmente si hubieran sido tan poderosos. Debería preocuparle más que alguien les hubiera informado del lugar donde era posible que él se presentara. Esa persona solo podía haber obtenido ese dato de Baluka. O le habían leído la mente al líder rebelde, o él mismo se lo había revelado.

Si conocían la ubicación de uno de los sitios donde Tyen dejaba mensajes, no era descartable que conocieran otras. Se planteó pasarse por dichos lugares para comprobar si había alguien vigilando, pero el mero hecho de acercarse podía resultar peligroso. Averiguar más cosas sobre Rielle le habría sido útil, pero no era imprescindible para ayudar a Doum. No valía la pena arriesgarse por ello.

No obstante, tarde o temprano tendría que llegar al fondo del asunto. En el futuro, tal vez se vería en la necesidad de comunicarle algo a Baluka. Debía encontrar otro medio de ponerse en contacto con su amigo. Frustrado y preocupado, Tyen se impulsó para apartarse del mundo y emprendió el largo y tortuoso viaje de regreso a Doum.

cap-4

3

La arcilla estaba fresca y pegajosa. Olía a limpio, cosa insólita en algo que había sido desenterrado del suelo, aunque, por otro lado, había pasado por un minucioso proceso de refinado antes de llegar al taller de Tyen. La habían dejado limpia de piedras y de materia orgánica, así como de burbujas. Lo único que quedaba por hacer antes de trabajarla era amasarla ligeramente. Él la llevó hasta una robusta mesa y comenzó a hacerla rodar y a apretarla bajo la base de las manos.

Mientras amasaba, su mente se llenaba de preocupaciones sobre los acontecimientos recientes y las posibilidades futuras. Ya habían transcurrido tres días desde el ataque al Gran Mercado y aún no había tenido noticias del Consejo. Tres días. ¿Se habían tomado en serio la amenaza de Murai? En su imaginación, los pensamientos de los mercaderes muraianos rebosaban de avaricia y querían dar una lección a los artesanos de Doum, y además el emperador ardía en deseos de conquista.

Si el Consejo se había tomado en serio la amenaza, ¿era posible que no hubieran informado a Tyen porque no confiaban en que él, un forastero, negociara en su nombre? Si elegían a un representante doumiano, ¿se negaría a colaborar el emperador, tal como le había advertido Rielle?

Bajó la vista. La arcilla había adquirido una consistencia flexible pero firme. Tras despegarla de la mesa, se puso a hacerla rodar y a presionarla entre las palmas.

«¿Por qué no ha venido Rielle a verme?»

Quizá el emperador era tan reacio como el Consejo a permitir que una persona de otro mundo hablara en representación suya. Rielle había vacilado ante la idea y tal vez había decidido no proponérsela al soberano. En cualquier caso, Tyen esperaba que ella le diera la noticia en persona, fuera cual fuese. Quería verla de nuevo, aunque debía reconocer para sus adentros que esta perspectiva lo llenaba tanto de ansiedad como de ilusión.

«Hasta donde yo sé, es la hechicera más poderosa de los mundos. Más poderosa que yo. Lo que la convierte en un peligro potencial, entre otras cosas porque yo no puedo leerle la mente pese a que ella puede leérmela a mí. Debería evitarla. Guardo demasiados secretos. Sin duda acabará por descubrir que los rumores sobre mí son ciertos. En su mayor parte.»

Por otro lado, si lo averiguaba explorándole la mente, también descubriría los motivos que lo habían llevado a obrar así. Comprendería que había actuado de ese modo porque no tenía alternativa, o movido por buenas intenciones.

Ella era la única persona que había conocido en los mundos que era como él. No solo porque ambos eran hechiceros poderosos, capaces de leerle el pensamiento a casi todo aquel que se cruzara en su camino. Tyen sabía que, al igual que él, Rielle procedía de un mundo tan débil que apenas contenía magia para que un hechicero pudiera salir de él. El Raen había despojado su mundo de la energía que le quedaba, y Tyen sospechaba que, entre Kilraker y él, habían agotado la única fuente de magia de su propio mundo cuando él se marchó y el Castillo de la Torre se vino abajo.

Al igual que él, ella era una fugitiva. A ambos los consideraban traidores fuera de sus mundos de origen. Los dos eran jóvenes e inexpertos en comparación con la mayoría de los hechiceros inmarcesibles de los mundos.

«Si los líderes de Murai y Doum se enteraran de todo esto, ni por asomo nos elegirían como negociadores.»

Suspiró. ¿Qué harían en ese caso? ¿Tendría en cuenta el emperador la advertencia de Tyen, o la desoiría? ¿Le prohibiría el Consejo que cumpliera su amenaza de vaciar Murai de magia si el emperador lanzaba una invasión? ¿Preferirían la guerra a

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