Neimhaim. Los Hijos de la Nieve y la Tormenta (Neimhaim 1)

Aranzazu Serrano Lorenzo

Fragmento

cap-1

Imagen  Antes de iniciar el viaje...

Una noche tuve un sueño, uno muy especial. Al día siguiente, embargada aún por su intensidad, me lancé a volcarlo en el papel. Entonces no tenía ordenador, era el año 1993, así que cogí un lápiz y unos folios. Inicié sin saberlo un largo viaje que duraría más de quince años, porque los folios se convirtieron en cuadernos, y los cuadernos en documentos de Word. En realidad fue como un paseo: lo hice degustando cada momento, cada olor y cada detalle del paisaje. Nunca pensé en publicar lo que escribía. Para mí era una diversión, un pasatiempo inútil, según mi madre, al ver la cantidad de horas que empleaba en ello. Lo que ella no sabía es que yo traspasaba las puertas de otro mundo siempre que escribía, tal y como hacía Bastian cuando abría el libro con el Auryn grabado en su portada. Amplié las fronteras del reino de Fantasía. Y Neimhaim se convirtió en un refugio, el lugar al que escapar cuando la realidad me hastiaba, cuando el corazón me dolía. Sus personajes crecieron y maduraron conmigo. Han sido mis compañeros de viaje, tan familiares y cercanos que a veces deseé dolorosamente que fueran reales.

Pero no quería que fuera algo privado, había allí tantas emociones contenidas que necesitaba compartirlo con los demás. En todos estos años, muchos han sido los que han visitado Neimhaim. A todos ellos les debo mi gratitud, porque han ayudado a enriquecerlo con sus valiosas opiniones y sugerencias, y han contribuido a que sea un lugar mejor. Quiero nombrar especialmente a Javier, que compartió mis pasos al comienzo del camino. A Alicia y Loli, mis primeras fans; a Rubén, a Melisa y a Raquel, tan convencida del potencial del libro que quiso ser mi mecenas. Me siento muy agradecida también a David, mi «hermano mayor» en estas lides, y a Isra, por su perseverancia contra los elementos. Gracias a Nando y a Pilar, cuyas valoraciones son para mí sagradas; a Tere y a mi hermana Anabel, cuyas opiniones esperé ansiosa, y a mi madre, que finalmente pasó del escepticismo a la devoción cuando leyó lo que había escrito durante tanto tiempo. Nunca podré agradecerle lo suficiente a Emi todo lo que ha hecho por mí; ha sido mi hada madrina y me concedió un deseo milagroso cuando menos me lo esperaba. Y por encima de todo, gracias a Juan Carlos, mi amor, mi mejor amigo y mi Usul, porque Neimhaim es parte de él, y jamás hubiera sido igual sin tenerle a mi lado. A él le dedico esta obra, que ya está tan ligada a nuestras vidas como nuestro hijo Daniel.

Finalmente, gracias a ti, lector, por emprender esta aventura conmigo, porque aunque no nos conozcamos, en cuanto pases esta página estaremos un poco más cerca. Te invito a que compartas conmigo tus sensaciones a través de las redes sociales o por correo electrónico, estoy emocionada de abrirte las puertas de Neimhaim. Bienvenido.

ARANZAZU SERRANO LORENZO

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Hubo un tiempo en el que los hombres creían que su vida era un hilo en manos de las Hilanderas, tres mujeres que urdían y tejían el lienzo del destino entre las raíces de un gigantesco fresno. Nadie escapaba a sus designios, ni siquiera los dioses.

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Imagen  Preludio

Las velas estaban rotas, los remos también, pero la tormenta no había minado las ansias de matar y saquear, y con ese ímpetu saltaron desde sus embarcaciones a aquella tierra desconocida, con las armas desenvainadas y dispuestos a sajar a cualquiera que les intentara arrebatar el mejor botín. Sólo eran la mitad de los que habían partido. La lluvia fina, rescoldos de la tempestad que los había arrastrado hasta el fin del mundo, resbalaba por sus delgados rostros barbudos, deshaciendo los mágicos ungüentos a base de pigmentos y heces de animales con los que se untaban la piel. Cuando sus barcos invadieron las oscuras aguas del fiordo, el aire se llenó con la certeza de una pronta masacre.

Gurkan, su líder, oteó astutamente las elevadas laderas. Sus cicatrices recordaban a cualquiera que osara medirse con él que se había ganado su puesto con sangre, y su estómago estaba vacío tras largos días de ayuno en la mar, haciendo más acuciante su ansia depredadora. Un gruñido de satisfacción escapó de su garganta al ver un puñado de tejados ocultos en el denso bosque. Una sonrisa lobuna asomó a su rostro ajado. No era más que otra tierra de simples mortales, al fin y al cabo.

Animado por la promesa de un pronto festín, vació sus pulmones en un alarido, anunciando su presencia a los que pronto caerían bajo el filo de su machete. Los suyos respondieron como una manada, cientos de gargantas que festejaban el momento de saciar sus apetitos. Gurkan se deleitó imaginándose a sus víctimas estremecidas ante aquel grandioso clamor. Le gustaba verlos temblar, arrastrándose a sus pies, rogándole piedad antes de que sus vísceras colgaran fuera de su cuerpo.

Gritó la orden que desencadenaba el lado más salvaje de sus hombres y los esparció por el fiordo como a una jauría de perros de caza, jaleándoles cuando pasaban a su lado, excitando sus instintos más primitivos.

Él mismo no tardó en unirse a ellos, animado por los familiares alaridos que comenzaban a escucharse ladera arriba. Pero su feroz sonrisa no duró mucho.

A las puertas de la aldea, todo era sangre y exterminio. Las armas bailaban una danza macabra, el barro atrapaba los pies descalzos. Sin embargo, a diferencia de otras incursiones, los viles gemidos de miedo procedían de sus propios hombres. Una cabeza llegó rodando hasta sus pies. Reconoció la nariz mutilada de su hombre de confianza en aquel rostro que había captado toda la sorpresa antes de separarse del cuerpo. Gurkan contempló estupefacto al responsable de la decapitación. Era poco más que un niño, de once o doce años; estaba medio desnudo y sujetaba con ambas manos el machete ensangrentado que le había arrebatado a su agresor. En sus ojos había miedo, pero también una férrea entereza. Sabía defenderse, de eso no cabía duda. Los aldeanos no podían ser más que un puñado de vulgares pescadores, no obstante el más joven de ellos había sido capaz de dejar fuera de combate a uno de sus mejores saqueadores. No, no eran vulgares en absoluto. Llevaba demasiado tiempo en el mundo como para no reconocer una estirpe guerrera cuando la veía.

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