Lores y damas (Mundodisco 14)

Terry Pratchett

Fragmento

—¿Aparte de por la altura no parezco un enano? —Entre otras deficiencias, echo a faltar el casco y las botas de hierro —dijo Ridcully.

El enano se inclinó y extrajo un pequeño rectángulo de papel acartonado de una manga no muy limpia pero envuelta en encajes.

—Mi tarjeta —dijo.

Decía:

Giamo Casavieja

SEGUNDO MEJOR AMANTE DEL MUNDO “Nunca Dormimos

SOBERBIO ESPADACHÍN SOLDADO DE FORTUNA

MENTIROSO PROFESIONAL SE REPARAN ESCALERILLAS

Ponder miró por encima del hombro de Ridcully. —¿De verdad eres un mentiroso profesional?
—No.
—¿Y entonces por qué intentas asaltar diligencias? —Me temo que caí en una emboscada tendida por unos bandidos.

—Pero aquí pone que eres un soberbio espadachín —dijo Ridcully.

—Me superaban en número.
—¿Cuántos eran?
—Tres millones.
—Sube —dijo Ridcully.

Casavieja metió su escalerilla en la diligencia y luego escrutó la penumbra.

—¿Eso que hay ahí dentro es un simio dormido? —Sí.

El Bibliotecario abrió un ojo.
—¿Y qué pasa con el olor?
—Oh, a él no le importará.
—¿No crees que deberías pedirle disculpas al cochero? —preguntó Ponder.

—No, pero si él quiere podría patearlo más fuerte.
—Y ese es el tesorero —dijo Ridcully, señalando la prueba B, que estaba durmiendo el sueño de quienes acaban de atizarse una sobredosis cuasiterminal de píldoras de extracto de rana—. Eh, ¿tesorero? ¿Tesoreroooooo? Está fuera de combate. Mételo debajo del asiento. ¿Sabes jugar a Mutilar al Señor Cebolla?

—No muy bien.
—¡Magnífico!

Media hora después, Ridcully debía ocho mil dólares de Ankh-Morpork al enano.

—Pero si lo hice poner en mi tarjeta de visita —señaló Casavieja—. Mentiroso profesional. Ahí está.

—¡Sí, pero pensé que estabas mintiendo!

Ridcully suspiró y, para asombro de Ponder, extrajo una bolsa llena de monedas de algún recoveco interior. Las monedas eran grandes y tenían un aspecto sospechosamente dorado y realista.

Casavieja quizá fuera un soldado de fortuna libidinoso por profesión, pero también era un enano por genética, y hay ciertas cosas que los enanos simplemente saben.

—Hummm —dijo—. Oye, ¿en tu tarjeta de visita no pondrá «mentiroso profesional» por casualidad?

—¡No! —dijo Ridcully con vehemencia.
—Verás, es que puedo reconocer el dinero de chocolate en cuanto lo veo.

—Saben —dijo Ponder mientras la diligencia se bamboleaba a lo largo de un desfiladero—, esto me recuerda el famoso acertijo lógico.

—¿Qué acertijo lógico? —preguntó el archicanciller. —Bueno —dijo Ponder, sintiéndose gratificado por la atención—, al parecer había un hombre que tenía que escoger entre dos puertas, al parecer, y el guardia de una puerta siempre decía la verdad y el de la otra puerta siempre decía una mentira, y el problema era que detrás de una de las puertas había una muerte segura, y detrás de la otra había la libertad, y el hombre no sabía qué guardia era cuál, y solo podía hacerles una pregunta, así que: ¿qué les preguntó?

La diligencia salvó un bache. El Bibliotecario se dio la vuelta en sueños.

—A mí me suena al tipo de cosa que se podría esperar de Hargon, Gran Señor Psicótico de Quirm —dijo Ridcully tras unos momentos.

—Exacto —dijo Casavieja—. Le encantaba gastar esa clase de bromas pesadas. Cuántos estudiantes puedes meter dentro de una Doncella de Hierro, ese tipo de cosas.

—Así que todo eso ocurrió en su palacio, ¿eh? —dijo Ridcully.

—¿Qué? No lo sé —dijo Ponder.
—¿Y por qué no lo sabe? Parece enterado de todo lo demás.

—No creo que ocurriera en ningún sitio. Es un acertijo. —Un momento, un momento —dijo Casavieja—. Me parece que ya lo he resuelto. Una pregunta, ¿no?

—Sí —dijo Ponder, aliviado.
—¿Y el hombre puede preguntar a cualquiera de los guardias?

—Sí.
—Bueno, pues en ese caso va hacia el guardia más bajito y dice: «Dime cuál es la puerta que lleva a la libertad si no quieres ver el color de tus riñones, y, por cierto, entraré por ella yendo detrás de ti, así que si intentas ganar el Premio al Señor Listo, acuérdate de quién va a entrar primero».

—¡No, no, no!
—Pues a mí me suena muy lógico —dijo Ridcully—. Eso sí que es saber pensar.

—¡Pero es que no tienes ninguna arma!
—Sí que la tengo. Se la quité al guardia mientras estaba pensando cómo iba a responder a la pregunta —dijo Casavieja.

—Muy astuto —dijo Ridcully—. Y eso sí es pensar con lógica, señor Stibbons. Podría aprender mucho de este hombre…

—… enano…
—… lo siento, enano. Él no pierde el tiempo hablando de universos parásitos.

—¡Paralelos! —replicó con sequedad Ponder, quien había desarrollado la intensa sospecha de que Ridcully lo estaba entendiendo mal deliberadamente.

—¿Y entonces cuáles son los parásitos?
—¡No hay ningún parásito! Le aseguro que no hay parásitos, archicanciller.15 Universos paralelos, he dicho. Universos en los que cosas que no ocurrieron, como por ejemplo… —Titubeó—. Bueno, como esa chica.

—¿Qué chica?
—La chica con la que usted quería casarse.
—¿Cómo se ha enterado de eso?
—Estuvo hablándonos de ella después de almorzar. —¿De veras? No hubiese tenido que hacerlo. Bien, ¿y qué pasa con ella?

—Bueno… En cierta manera sí se casó con ella —dijo Ponder.

Ridcully meneó la cabeza.
—Nanay. Estoy seguro de que no lo hice. Uno se acuerda de esa clase de cosas.

—Ah, pero no en este universo…

El Bibliotecario abrió un ojo.
—¿Está sugiriendo que me fugué a otro universo para casarme? —preguntó Ridcully.

—¡No! Lo que quiero decir es que en ese universo usted se casó y que en este no se casó —dijo Ponder.

—¿Me casé? ¿En serio? ¿Con una ceremonia como es debido y todo lo demás?

—¡Sí!
—Hmmm. —Ridcully se acarició la barba—. ¿Está seguro? —Segurísimo, archicanciller.

—¡Caramba! Pues no me había enterado.

Ponder tenía la sensación de que por fin estaba llegando a alguna parte.

—Así que…
—¿Sí?
—¿Por qué no me acuerdo?

Ponder ya estaba preparado.
—Porque el usted del otro universo es distinto al usted de aquí —dijo—. El que se casó era un usted distinto, y probablemente ahora ya ha echado raíces en algún sitio. A estas alturas seguramente ya es bisabuelo.

—Nunca escribe, eso sí lo sé —dijo Ridcully—. Y el muy bastardo nunca me invitó a la boda.

—¿Quién?
—Él.
—¡Pero si él es usted!
—¿De veras? ¡Ja! Pues siendo yo tendría que acordarse de mí, ¿no le parece? ¡Menudo bastardo está hecho!

No se trataba de que Ridcully fuera estúpido. Los magos estúpidos de verdad tienen la esperanza de vida de un martillo de cristal. Ridcully tenía un intelecto poderoso, pero su clase de potencia era la misma que la de una locomotora y además su intelecto corría sobre raíles, por lo que resultaba casi imposible desviarlo de su rumbo.

Y por supuesto que existen los universos paralelos, aunque en este caso «paralelo» difícilmente sea la palabra apropiada: los universos revolotean unos alrededor de otros, describiendo círculos y espirales como si fueran una máquina de coser enloquecida o un escuadrón de yossarianos con un problema en el oído medio.

Y se ramifican. Pero, y esto es im

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