Tiempos Interesantes (Mundodisco 17)

Terry Pratchett

Fragmento

Terry Pratchett es uno de los escritores más populares en la actualidad y el segundo en ventas del Reino Unido después de J. K. Rowling. Su aclamada serie del Mundodisco, de la cual lleva vendidos más de treinta y dos millones de ejemplares, está siendo publicada en cuarenta países y cada nueva entrega es recibida con ansia por todos sus admiradores. ¿Su secreto? Nada escapa a la mirada inteligente, desenfadada e irónica de este autor que, en la mejor tradición satírica británica, subvierte todos los géneros. De la serie del Mundodisco han sido traducidos al castellano El color de la magia, La luz fantástica, Ritos iguales, Mort, Rechicero, Brujerías, Pirómides, ¡Guardias! ¿Guardias?, Imágenes en acción, El segador, Brujas de viaje, Dioses menores, Lores y damas, Hombres de armas, Soul Music, El país del fin del mundo y Eric.

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Título original: Interesting Times

Diseño de la portada: Departamento de diseño de Random
House Mondadori

Fotografía de la portada: Josh Kirby. © Ron Kirby/Agentur
Schlück GmbH

Primera edición en DeBOLS!LLO: septiembre, 2006

© 1994, Terry y Lyn Pratchett

Publicado originalmente por Victor Gollancz, Ltd., un sello de Orion Publishing Group Ltd., Londres
© 2005, Random House Mondadori, S. A.

Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona © 2005, Javier Calvo Perales, por la traducción

Colaboración editorial: Manu Viciano

Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright.

Printed in Spain – Impreso en España

ISBN-13: 978-84-8346-083-2

ISBN-10: 84-8346-083-1 (vol. 342/18) Depósito legal: B. 32.256 06

Fotocomposición: Lozano Faisano, S. L. (L’Hospitalet)

Impreso en Novoprint, S. A.

Energia, 53. Sant Andreu de la Barca (Barcelona)

P 8 6 0 8 3 2

Hay una maldición.

Dicen:

Ojalá vivas en tiempos interesantes.

Aquí es donde los dioses juegan partidas con las vidas de los hombres, en un tablero que es al mismo tiempo una simple zona de juego y el mundo entero.

Y Sino siempre gana.

Sino siempre gana. La mayoría de los dioses lanzan los dados pero Sino juega al ajedrez, y uno no descubre hasta que es demasiado tarde que durante todo el tiempo ha usado dos

Sino gana. Por lo menos eso es lo que se dice. Suceda lo que suceda, después dicen que debe de haber sido el Sino.*

Los dioses pueden adoptar cualquier forma, pero el único elemento de sí mismos que no pueden cambiar son los ojos, y estos revelan su naturaleza. Los ojos de Sino apenas pueden llamarse ojos: no son más que agujeros oscuros a un infinito salpicado de algo que tal vez sean estrellas, o, en un segundo vistazo, podrían ser otras cosas.

Ahora parpadeó con aquellos ojos, sonrió a sus compañeros

La gente siempre se confunde un poco con esto, igual que en el caso de los milagros. Cuando alguien se salva de una muerte segura gracias a una extraña concatenación de circunstancias, se dice que es un milagro. Pero por supuesto, cuando alguien muere por culpa de una serie absurda de acontecimientos —ese aceite derramado justo ahí, esa valla de seguridad rota justo aquí— entonces también tendría que ser un milagro. Solamente porque algo no es agradable no quiere decir que no sea milagroso.

justo antes de convertirse en ganadores y dijo:

—Yo acuso al Sumo Sacerdote de la Túnica Verde, en la biblioteca y con el hacha de dos manos.

Y ganó.

Dedicó una amplia sonrisa a los demás.
—Giempgue ganan loj mijmoj —refunfuñó Offler el Dios Cocodrilo a través de sus colmillos.

—Parece que hoy me estoy siendo propicio —dijo Sino—. ¿A alguien le apetece jugar a otra cosa?

Los dioses se encogieron de hombros.
—¿A Reyes Locos? —preguntó Sino en tono amable—. ¿A Amantes Desventurados?

—Creo que hemos perdido las reglas de ese —dijo Ío el Ciego, jefe de los dioses.

—¿O a Marineros Arrojados al Mar por Tempestades? —Siempre ganas en ese —dijo Ío.
—¿A Inundaciones y Sequías? —propuso Sino—. Ese es

Una sombra se cernió sobre la mesa de juego. Los dioses levantaron la vista.

—Ah —dijo Sino.
—Que empiece una partida —dijo la Dama.

Siempre era tema de discusión si la recién llegada era o no una diosa de verdad. Estaba claro que nadie había llegado a ninguna parte adorándola, y ella tenía tendencia a aparecer solamente donde menos se la esperaba, como por ejemplo ahora. Y la gente que confiaba en ella raras veces sobrevivía. Cualquier templo levantado en su honor era firme candidato a ser destruido por un rayo. Era mejor hacer malabarismos con hachas sobre la cuerda floja que pronunciar su nombre. Llámala simplemente la camarera de la taberna de la Última Oportu

Normalmente se la conocía como la Dama, y tenía los ojos verdes; no verdes como los ojos de los humanos, sino puro —Ah —volvió a decir Sino—. ¿Y a qué juego será?

Ella se sentó delante de él. Los dioses que presenciaban la escena se miraron de reojo. Aquello se ponía interesante. Estos dos eran antiguos enemigos.

—¿Qué opinas de…? —ella hizo una pausa—, ¿… Podero—Oh, eje ej un ajco —dijo Offler, rompiendo el repentino silencio—. Al final je muegue todo el mundo.

—Sí —dijo Sino—. Creo que sí se mueren. —Señaló con la barbilla a la Dama, y más o menos con la misma voz con que los jugadores profesionales dicen «¿Ases ganan?», preguntó—: ¿Con Caída de Grandes Dinastías? ¿Con Destinos de Naciones Pendiendo de un Hilo?

—Por supuesto —dijo ella.
—Oh, bien. —Sino pasó la mano por encima del tablero. Apareció el Mundodisco—. ¿Y dónde jugamos?

—En el Continente Contrapeso —dijo la Dama—. Donde cinco familias nobles llevan siglos luchando entre ellas.

—¿De verdad? ¿Y qué familias son? —preguntó Ío. Se metía poco en los asuntos de humanos individuales. Solía ocuparse más bien de los truenos y relámpagos, así que, desde su punto de vista, el único propósito de la humanidad era mojarse o, de forma ocasional, achicharrarse.

—Los Hong, los Sung, los Tang, los McSweeney y los Fang. —¿Esos? No sabía que fueran nobles —dijo Ío.
—Son todos muy ricos y han matado, o torturado hasta la muerte, a millones de personas por una mera cuestión de conveniencia y orgullo —dijo la Dama.

Los dioses presentes asintieron con solemnidad. Aquel era ci

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