Pies de barro (Mundodisco 19)

Terry Pratchett

Fragmento

Era una noche cálida de primavera cuando un puño llamó a una puerta con tanta fuerza que se doblaron los goznes.

Un hombre salió a abrir y se asomó a la calle. Venía niebla del río y la noche estaba nublada. Era como intentar mirar a través de terciopelo blanco.

Pero más tarde pensaría que había habido siluetas allí fuera, más allá de la luz que se derramaba sobre la calle. Muchas siluetas que lo observaban con cautela. Y se le ocurriría que tal vez había habido puntos de luz muy débil…

La silueta que tenía justo delante, sin embargo, era inconfundible. Era enorme y de color rojo oscuro y parecía una figura de arcilla hecha por un niño para representar a un hombre. Sus ojos eran dos ascuas.

—¿Y bien? ¿Qué quieres a estas horas de la noche? El gólem le dio una pizarra en la que había escrito:

TENEMOS ENTENDIDO QUE QUIERE USTED UN GO´

ro, los gólems no podían hablar, ¿verdad?
—Ja. Quererlo, sí. Poder pagarlo, no. He estado preguntando pero es un escándalo lo caros que estáis últimamente…

El gólem borró las palabras de la pizarra y escribió:

PARA USTED, CIEN DO´LARES.

—¿Eres tú el que se vende?

NO.

El gólem se hizo bruscamente a un lado. Y otro de ellos entró en la luz.

También era un gólem, el hombre pudo verlo. Pero no era como esos montones de barro de aspecto pobre que se veían de vez en cuando. Aquel resplandecía como una estatua recién bruñida, perfecto hasta el último detalle de la ropa. Le recordó a uno de los viejos retratos de los reyes de la ciudad, que eran todo pose regia y peinado imperioso. De hecho, incluso tenía una pequeña corona moldeada en la cabeza.

—¿Cien dólares? —dijo el hombre en tono receloso—. ¿Qué defecto tiene? ¿Y quién lo vende?

NINGU´

ES.

—Suena como si alguien quisiera quitárselo de encima a toda prisa.

GO´DEBE TENER UN AMO.

—Sí, claro, pero se cuentan historias… De que enloquecen y hacen demasiadas cosas, y todo eso.

NO ENLOQUECE. OCHENTA DO´LARES.

—Parece… nuevo —dijo el hombre, dándole unos golpecitos en el pecho resplandeciente—. Pero los gólems ya no se fabrican, eso es lo que ha hecho subir los precios más allá del poder adquisitivo del pequeño empresario. —Se detuvo—. ¿Es que los vuelven a fabricar?

OCHENTA DO´LARES.

—He oído que los sacerdotes prohibieron su fabricación hace años. Me podría estar metiendo en un lío de los gordos…

SETENTA DO´LARES.

—¿Quién los fabrica?

SESENTA DO´LARES.

—¿Se los está vendiendo a Albertson? ¿O a Spadger y Williams? Ya es lo bastante dura la competencia, y ellos tienen dinero para invertir en una fábrica nuev…

CINCUENTA DO´LARES.

El hombre caminó alrededor del gólem.

—Uno no puede cruzarse de brazos mientras su empresa se hunde por culpa de los recortes de precios injustos, a eso me refiero…

CUARENTA DO´LARES.

—La religión está muy bien, pero ¿qué saben los benefactores de beneficios, eh? Hum… —Levantó la vista para mirar al gólem amorfo que estaba en las sombras—. ¿Acabo de ver cómo escribías «treinta dólares»?

SI´—Siempre me ha gustado hacer tratos con mayoristas. Espera un momento. —Fue adentro y volvió a salir con un puñado de monedas—. ¿Le vais a vender alguno a esos otros hijos de puta?

NO.

—Bien. Decidle a vuestro jefe que es un placer hacer negocios con él. Para adentro, Destellitos.

El gólem blanco entró en la fábrica. Después de mirar a un lado y al otro, el hombre entró al trote detrás de él y cerró la puerta.

Unas sombras más profundas se movieron en la oscuridad. Se oyó un leve susurro. Luego, bamboleándose ligeramente, las formas enormes y pesadas se alejaron.

Poco después, y al otro lado de una esquina, un mendigo con la mano esperanzadamente extendida para pedir limosna descubrió con asombro que acababa de volverse nada menos que treinta dólares más rico.*

El Mundodisco giraba sobre el resplandeciente telón de fondo del espacio, dando vueltas muy despacito sobre los lomos de los cuatro elefantes gigantes que estaban posados sobre la concha de Gran A’Tuin, la tortuga estelar. Los continentes se movían poco

* Poco después cogió una borrachera monumental y lo embarcaron a la fuerza en un mercante que zarpó con rumbo a tierras extranjeras y extrañas, donde conoció a un montón de señoritas que no llevaban mucha ropa. Al final murió como resultado de pisar a un tigre. Las buenas obras traspasan fronteras.

a poco a la deriva, coronados por sistemas climáticos que a su vez daban vueltas lentas a contracorriente, como bailarines de vals girando en sentido contrario a la rueda del baile. Mil millones de toneladas de geografía rodando lentamente por el cielo.

La gente tiende a despreciar cosas como la geografía y la meteorología, y no solamente porque esté de pie sobre la primera y la esté empapando la segunda. Es porque no tienen mucha pinta de ciencia de verdad.* Pero la geografía no es más que física a baja velocidad y con unos cuantos árboles clavados, y la meteorología está llena de ese caos y esa complejidad tan emocionantes y a la moda. Y el verano no es una época del año. También es un lugar. El verano es una criatura que se mueve y a la que le gusta ir al sur a pasar el invierno.

Incluso en el Mundodisco, con su diminuto sol en órbita e inclinado sobre el mundo giratorio, las estaciones se movían. En Ankh-Morpork, la más grande de sus ciudades, a la primavera la apartaba a codazos el verano, y al verano le pinchaba en la espalda el otoño.

Hablando en términos geográficos, no había muchas diferencias en el seno de la ciudad, aunque a finales de primavera la porquería que flotaba sobre el río a menudo adoptaba un bonito color verde esmeralda. La neblina primaveral se convertía en la niebla otoñal, que se mezclaba con los gases y el humo del barrio mágico y de los talleres de los alquimistas hasta que parecía cobrar una espesa y asfixiante vida propia.

Y el tiempo continuaba pasando.

La niebla otoñal hacía presión contra los cristales de las ventanas a medianoche.

* Es decir, la clase de ciencia que se puede usar para hacer que a algo le salgan tres piernas de más y después volarlo por los aires.

Un hilo de sangre corría sobre las páginas de un volumen raro de ensayos religiosos que alguien había partido por la mitad.

Lo cual había sido innecesario, pensó el padre Tubelcek. Pensándolo un poco más, se le ocurrió que también había sido innecesario pegarle. Pero al padre Tubelcek nunca le habían importado mucho aquellas cosas. La gente se curaba, los libros no. Extendió un brazo tembloroso e intentó reunir las páginas, pero se volvió a caer de espaldas.

La sala estaba dando vueltas.

La puerta se abrió de golpe. Unos pasos pesados hicieron crujir los tablones del suelo… o por lo menos un paso y un sonido de arrastre.

Paso. Arrastre. Paso. Arrastre.

El padre Tubelcek intentó concentrar la mirada.
¿Tú? —preguntó con voz ronca.

El otro asintió.
—Recoge… los… libros.

El viejo sacerdote miró cómo el otro reunía los libros y los amontonaba cuidadosamente con unos dedos que no eran los más adecuados para la tarea.

El recién llegado cogió una pluma de entre los escombros y escribió algo meticulosamente sobre un trozo de papel, después lo enrolló y lo colocó con cuidado entre los labios del padre Tubelcek.

El sacerdote agonizante intentó sonreír.
—Nosotros no funcionamos así —balbució, con el pequ

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