El asombroso Mauricio y sus roedores sabios (Mundodisco 28)

Terry Pratchett

Fragmento

Capitulo 1

Capitulo 1

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De El señor Conejín tiene una aventura

¡Ratas!

Perseguían a los perros y mordían a los gatos, y…

Pero la cosa no acababa ahí. Tal como decía el asombroso Mauricio, solo era una historia sobre la gente y las ratas. Y lo más difícil era decidir quién era la gente y quiénes eran las ratas.

Malicia Grima, sin embargo, decía que era una historia sobre las historias.

Empezó —al menos parte de ella empezó— en el carruaje del correo que venía por las montañas procedente de las lejanas ciudades del llano.

Aquella era la parte del camino que al cochero no le gustaba. El trayecto serpenteaba a través de los bosques y rodeaba las montañas por carreteras desmoronadas. Entre los árboles había sombras profundas. A veces le daba la sensación de que había cosas que seguían al carruaje, manteniéndose a la distancia justa para no ser vistas. Aquello le ponía los pelos de punta.

Pero en aquel viaje concreto lo que más de punta se los ponía era que oía voces. No le cabía duda. Venían de detrás de él, del techo del carruaje, pero allí arriba no había nada más que las sacas de hule del correo y el equipaje del muchacho. Ciertamente no había nada lo bastante grande como para que se escondiera una persona dentro. Y sin embargo, de vez en cuando estaba seguro de que oía unas vocecillas de pito, que hablaban en voz baja.

En aquel punto del trayecto ya solamente quedaba un pasajero. Era un muchacho de pelo claro, que iba sentado a solas dentro del carruaje bamboleante, leyendo un libro. Leía despacio y en voz alta, pasando el dedo por encima de las palabras.

—Ubberwald —leyó en voz alta.

—Se dice «Überwald» —dijo una vocecilla de pito, muy nítida—. Los puntos hacen que el sonido de la U del principio se alargue. Pero lo estás haciendo bien.

—¿Uuuuuuberwald?

—A veces se puede pasar uno de pronunciación, chaval —dijo otra voz, que sonaba medio dormida—. ¿Pero sabes qué es lo mejor de Überwald? Que está muy, muy lejos de Sto Lat. Que está muy lejos de Pseudópolis. Está muy lejos de todos los sitios donde el comandante de la Guardia dice que nos hervirá vivos como vuelva a vernos. Y no es un sitio muy moderno. Los caminos están fatal. Hay muchas montañas de por medio. Por aquí arriba la gente no se desplaza mucho. Así que las noticias no viajan muy deprisa, ¿entiendes? Y lo más seguro es que no tengan policías. ¡Chaval, aquí podemos ganar una fortuna!

—¿Mauricio? —dijo el muchacho con cautela.

—¿Sí, chico?

—Lo que estamos haciendo no te parecerá, ya sabes… deshonesto, ¿verdad?

Hubo una pausa antes de que la voz respondiera:

—¿Qué quieres decir con «deshonesto»?

—Bueno… nos quedamos con su dinero, Mauricio. —El carruaje se bamboleó y botó sobre un bache.

—De acuerdo —dijo el invisible Mauricio—, pero lo que tienes que preguntarte es: ¿de quién es en realidad el dinero que nos estamos quedando?

—Bueno… suele ser del alcalde o del consistorio o de alguien así.

—¡En efecto! Y eso quiere decir que es… ¿qué? Esto ya te lo he explicado.

—Esto…

—Es dinero del go-bier-no, chaval —dijo Mauricio con paciencia—. Repítelo: dinero del go-bier-no.

—Dinero del go-bier-no —dijo el chico, obediente.

—¡Eso! ¿Y qué hacen los gobiernos con el dinero?

—Ejem, pues…

—Pagan a los soldados —dijo Mauricio—. Montan guerras. De hecho, lo más seguro es que ya hayamos impedido un montón de guerras al quitarles el dinero y ponerlo donde no pueda hacer daño a nadie. Nos tendrían que hacer una estatua, si tuvieran dos dedos de frente.

—Algunos de esos pueblos parecían bastante pobres, Mauricio —dijo el muchacho en tono de duda.

—Eh, exacto, son los sitios a los que no les conviene nada la guerra, entonces.

—Peligro Alubias dice que es poco… —el chico se concentró, y los labios se le movieron antes de decir la palabra, como si estuviera ensayándola— é-ti-co.

—Es verdad, Mauricio —dijo la voz de pito—. Peligro Alubias dice que no deberíamos vivir de estafar.

—Escucha, Melocotones, los humanos se dedican todos a la estafa —dijo la voz de Mauricio—. Les gusta tanto estafarse los unos a los otros todo el tiempo que hasta eligen gobiernos para que lo hagan en su nombre. Nosotros les damos un servicio de calidad. Ellos sufren una plaga espantosa de ratas, pagan a un flautista, las ratas salen todas del pueblo dando brinquitos detrás del chaval, fin de la plaga, todos contentos de que ya nadie se mee en la harina, el gobierno sale reelegido por una población agradecida, celebración general por todo lo alto. Dinero bien gastado, en mi opinión.

—Pero solo tienen una plaga porque nosotros les hacemos creer que la tienen —objetó la voz de Melocotones.

—Bueno, querida, otra cosa en la que se gastan el dinero todos esos pequeños gobiernos son los cazadores de ratas, ¿entiendes? No sé por qué me molesto en hablar con vosotros, de verdad.

—Sí, pero nosotros…

Se dieron cuenta de que el carruaje acababa de detenerse. Fuera, bajo la lluvia, se oyó un tintineo de arneses. A continuación el carruaje se meció un poco y les llegó el ruido de unos pies que corrían.

Una voz procedente de la oscuridad dijo:

—¿Hay algún mago ahí dentro?

Los ocupantes se miraron entre ellos, perplejos.

—No… —dijo el chico, un «no» de los que quieren decir: «¿Por qué lo preguntas?».

—¿Tal vez alguna bruja? —preguntó la voz.

—No, ninguna bruja —contestó el chaval.

—Bien. ¿Hay ahí dentro algún troll fuertemente armado a sueldo de la compañía de diligencias del correo?

—Lo dudo —dijo Mauricio.

Se produjo un silencio, roto solo por el ruido de la lluvia.

—Muy bien, ¿y qué me dices de hombres lobo? —dijo al final la voz.

—¿Qué aspecto tienen? —preguntó el muchacho.

—Ah, bueno, parecen completamente normales hasta el momento mismo en que les sale, bueno, pelo y dientes y patas gigantes y se te tiran encima a través de la ventana —dijo la voz. Daba la impresión de estar repasando una lista.

—Pelo y dientes tenemos todos —dijo el chico.

—Entonces, ¿sois hombres lobo?

—No.

—Bien, bien. —Hubo otro silencio lleno de lluvia—. A ver, vampiros —dijo la voz—. Es una noche muy húmeda y no os gustaría volar con un tiempo como este. ¿Hay vampiros ahí dentro?

—¡No! —gritó el chaval—. ¡Somos todos completamente inofensivos!

—Ay, ay, ay —murmuró Mauri

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