Prólogo
Llamadme Nik.
No, no voy a cazar una puta ballena. Un calamar gigante, puede que sí. Y también hay ciertas movidas homoeróticas. No veas. Tal vez tenga que escribir un libro. En lugar de Moby Dick lo llamaré Chúpame el tentáculo interdimensional. Una novela de misterio, o puede que de terror con algo de romance y de tragedia. Para todos los gustos. Será un éxito porque me publicarán y mi cara estará por todas partes en la avenida Madison, como esos cientos de estafadores, embaucadores y camellos que te venden tus propios riñones sin pestañear. «Tus riñones», mejor. Nada de posesivos redundantes cuando hablamos de literatura, que hay que ser lo más correcto posible.
Puf. Bueno, se acabó la broma. Vamos al grano.
Nik. Que viene de «New York City». NYC, pero con i latina en lugar de i griega. No es un nombre muy latino, ya que estamos. Tampoco el que me puso mi madre, pero ella dice que ya no soy su hijo, así que pueden darle por detrás. Las cosas cambian.
Nueva York siempre cambia. Los que nos convertimos en ciudades estamos evolucionando. Somos entidades dinámicas que no dejamos de adaptarnos a las necesidades de nuestros ciudadanos, zarandeados sin cesar por la política estatal y la economía internacional. De un tiempo a esta parte también hemos tenido que lidiar con la política del multiverso, pero qué le vamos a hacer. Lo superaremos. Somos Nueva York.
Han pasado tres meses desde que la ciudad adquirió vida. Tres meses desde que el puente de Williamsburg quedó destrozado por un tentáculo gigante de otra dimensión. Tres meses desde que millones de ciudadanos quedaron parcialmente infectados por una consciencia alienígena capaz de influenciar las mentes y comenzaron a caminar como putos bigfoots hasta que lo solucionamos. Tres meses desde que una ciudad del todo interdimensional empezó a intentar ocupar ilegalmente Staten Island. La mayor parte de los neoyorquinos no han visto ni oído nada de esto. Por suerte. Pero desde que Nueva York se convirtió en la nueva y la más ruidosa integrante de un grupo de resistencia internacional contra la invasión de posibles catástrofes cuánticas hostiles, hemos tenido que enfrentarnos a estas mierdas más veces de lo que ya era habitual.
Por exemplo:
De vez en cuando, R’lyeh hace resonar una melodía atonal y ahogada, de esas que consiguen que rechines los dientes, por toda la ciudad. Es un problema. Si la escuchas durante más de unos pocos minutos empiezas a pensar que los mexicanos y los anticonceptivos son las peores cosas que le han pasado a nuestro mundo, y que quizá todo podría solucionarse con un buen tiroteo con muchas víctimas. Pero luego muchos neoyorquinos empiezan a sentir unas ansias repentinas por subir el volumen de los altavoces de sus bicicletas para que todo el barrio los oiga poner a Lady Gaga a tope, o dan una fiesta en casa y esta no termina hasta el amanecer pese a todas las quejas a los servicios municipales, o empiezan a caminar por sus apartamentos con los tacones puestos a sabiendas de que van a hacer enfadar a los vecinos de abajo, o se quejan a grito pelado de todos los cabrones que no dejan de hacer ruido. Son cosas que enmudecen la canción, así que habrá que dar las gracias a Nueva York por ser como es. Nos las arreglamos.
También han pasado tres meses desde que los seis nos convertimos en algo más que humanos, en algo más parecido a abominaciones sobrenaturales. O dioses. O símbolos vivientes. O pelos en el lomo de un perro que a veces enseña los dientes. En mi interior albergo todas las esperanzas y el odio de casi nueve millones de personas. Y también soy una persona individual. Humana para las cosas importantes: sangro, estornudo, me rasco el culo cuando me pican los mosquitos…, y mira que siguen picando, esos malditos bichos cabrones con rayas de cebra son tan resistentes a los controles de plagas como las ratas y las palomas. Todavía duermo, aunque ahora solo lo hago cuando me apetece. Una vez estuve toda una semana sin hacerlo, solo por probar, y no me sucedió nada. Pero he pasado muchos años durmiendo poco cuando vivía en la calle, así que ahora me gusta hacerlo cuando quiero.
El cambio que más extraño me resulta es que ahora no me hace falta comer. Cuando dejo de hacerlo durante una semana, ya no tiemblo ni paso frío como antes. Pero a veces noto como si tuviera… ¿comida fantasma en la boca? Tarta de queso tan densa como el hormigón, pretzels quemados y demasiado salados, una cola y una porción de pizza. A veces son castañas asadas, aunque no haya nadie vendiéndolas en la calle. A veces me viene a la boca comida que no he probado nunca, pero sé lo que es porque soy Nueva York. Langosta Newberg y clam chowder de Manhattan y otras movidas raras que se han inventado por aquí.
Pero, en términos generales, sigo comiendo aunque no lo necesite, porque aún me da hambre. Nueva York siempre tiene hambre.
También nos hemos mudado. Manny nos consiguió un piso de cinco habitaciones en Harlem, en un edificio antiguo que se ha renovado por completo para que parezca más sofisticado. Es genial: con tres baños, una cocina amplia, un altillo que en el plano recibe el nombre de «estudio», un salón tan grande que caben una mesa de comedor y un mueble modular, un balcón que abarca todo el piso y un techo de hojalata precioso. El edificio tiene hasta azotea. Y un ático. Me gusta. Sofisticado de cojones, con lo mejor de la antigua y de la reciente Nueva York. A Manny no le gusta porque él es la parte de Nueva York que quería empezar de cero y dejar el pasado atrás. Le gustan las cosas mediocres. Pues quizá no tendría que haberse convertido en Manhattan.
Como es rico hasta decir basta, y ha pagado por adelantado un año de alquiler, el casero le ha dejado meter en el piso a quien le apetezca. Esto ha dejado en la estacada a Bel, el antiguo compañero de piso de Manny, por lo que le ha hecho una oferta: seguir pagándole su parte del apartamento de Inwood o mudarse a un dormitorio en el nuevo por la misma cantidad de dinero. Bel ha elegido la última opción porque un sitio así suele costar el triple. Veneza (Jersey City) y yo nos hemos mudado a dos de las habitaciones. Ella sigue pagando el mismo alquiler de antes y a mí me la deja gratis. La quinta habitación aún está libre porque Manny espera que la ocupe alguno de los otros que conforman Nueva York. A mí no me importa que vivamos juntos. A Veneza le viene mucho mejor porque el transporte público es un caos en Jersey City, pero lo cierto es que tampoco nos costaría nada reunirnos cuando tengamos algo que hacer por la ciudad. La magia urbana es más rápida que el metro, y nos estamos acostumbrando a usarla. No necesitábamos un apartamento así.
Aunque entiendo por qué lo ha hecho Manny: por mí. La ciudad eligió que la representase un sintecho que está como una cabra y que no terminó siquiera el instituto. A mí no me importaba lo demás, pero él no podía soportar que fuera un sintecho, así que ahora tengo una dirección fija y un techo bajo el que cobijarme cuando quiera. Pero a veces no quiero. A veces me gusta… estar sobre él. Soy un artista y tengo otras cosas más importantes en las que pensar. A veces puedo pasarme la noche entera caminando, y a veces lo hago durante días enteros. Necesito sentir las aceras bajo los pies, igual que los gatos necesitan levantar el culo cuando les das palmaditas cerca de la cola. Necesito pasar por encima de las barreras de protección de los andenes, oler ese meado que ha empezado a fermentar, respirar la mezcla de ozono y matarratas. Necesito agacharme junto al East River y tocar el cieno que crece en las rocas mientras pienso en los productos químicos que acaban de entrar en contacto con mi piel. La gente que viaja siempre habla sobre lo limpias que están otras ciudades. Comentan que no hay tantos chicles en las aceras de Toronto. Qué locura. También dice que en Berna hay gente que vacía las papeleras de las calles unas diez veces al día. Supongo que eso es bueno, ¿no? Pero yo soy Nueva York, así que tengo que estar sucio. Aunque me duche todos los días y ponga la lavadora una vez a la semana. ¡Ahora tenemos lavadora y secadora en casa! Menudos lujos que nos gastamos… Pero tengo que estar al tanto de la basura, tengo que ser uno con ella. Ooommm…
Veneza me ha preguntado si no me molesta que alguien lo pague por mí. Pues bueno, supongo que un poco, ¿no? Pero ¿qué otra cosa puedo hacer, joder? Nueva York ya no es una ciudad donde puedas empezar de cero y tener oportunidades de conseguir algo, y yo empecé por debajo de cero. Lo del sueño americano se ha convertido en algo inalcanzable. Al menos ayudo en el apartamento. No tengo ni puñetera idea de cocinar, pero limpio cuando me dejan. Ah, y también evito que toda la maldita ciudad deje de existir. No está mal, ¿verdad?
Sea como fuere, no es la primera vez que he tenido un amante ricachón. Pero sí que es la primera vez que no me lo estoy follando para que me mantenga.
(A ver, que yo se lo he ofrecido, ¿eh? Tampoco soy un salvaje. Pero se ha negado).
Bueno, ahora es un poco tarde, cerca de la medianoche. Estoy en el balcón y contemplo Harlem, los Heights y el Upper West Side sin pensar en nada. Es otoño y empieza a hacer frío por las noches, por lo que un rato después vuelvo al interior. Si Veneza está despierta, no la oigo hacer ruido alguno en su habitación. Y si Bel lo está, tiene la tele encendida, porque veo el titilar de la luz por debajo de su puerta. Mi habitación se encuentra en el otro extremo de la casa, cerca de la de Manny porque es la que elegí. (Por si acaso). Cuando paso junto al baño, la puerta está entreabierta y lo veo inclinado sobre el lavabo y mirándose en el espejo. No quiero parecer un acosador, pero es guapísimo y ahora lleva unos pantalones de pijama de satén sin camisa, así que supongo que un poco acosador sí que me puedo poner. Está duro por todas partes. (Los músculos, digo. No me deja ver la otra parte que podría ponérsele dura). No se le suelen ver por la forma tan pija que tiene de vestir. Le gusta ir de mosquita muerta. Pero ahora la verdad está a la vista: tiene una cicatriz muy larga en la parte baja de la espalda, donde parece que le dieron puntos de sutura en algún momento. Y otra en el omóplato, una antigua y queloide, más ancha por debajo que por arriba. He visto cicatrices como esa en tipos que parecían muchísimo más despiadados que él. Son cicatrices de arma blanca. Las armas de fuego llaman demasiado la atención para según qué cosas, al parecer. Supongo que la cicatriz alargada es de una operación, porque está mucho mejor curada. Si lo hubiesen apuñalado o pegado un tiro a esa altura, seguro que habría perdido un riñón. Ese es mi Manhattan: formal y aseado a simple vista, pero también alguien que ha estado a punto de morir aunque no lo parezca.
Está en su mundo o mirándose muy fijamente un pelo enconado. Al principio, doy por hecho que no ha reparado en que estoy ahí, pero luego me mira a través del reflejo. Con este gesto consigue que deje de ponerme cachondo, porque por una vez no intenta fingir que no es… lo que quiera que fuese antes de que la ciudad lo reclamase. (Yo digo que era asesino a sueldo. Veneza tiene claro que se dedicaba al espionaje industrial. Y Bronca no deja de repetir que era de la CIA, pero ella creció en los años sesenta y cree que todo el mundo es de la CIA). Entiendo que Manny sienta que tiene que portarse bien, pero cuando un negro se pone una máscara amistosa como esa, quiere decir que no te tiene en alta estima, que cree que eres demasiado insignificante como para mostrarte su verdadero yo. A mí me gusta. Me gusta lo que hace conmigo: me muestra todo su atractivo y, al mismo tiempo, su bestia interior. Todo el tiempo.
—Nos estamos volviendo muy complacientes —dice. También me gusta que vaya directo al grano.
Abro más la puerta y me apoyo en el umbral.
—Quizá necesitábamos un descanso después de todas las cosas raras que ocurrieron el verano pasado.
—El Enemigo sigue flotando sobre Staten Island. ¿Crees que ella se está tomando un descanso?
—Qué va. Pero esa Zorra Sinuosa no es humana, por lo que… —Ups. Me quedo en silencio y hago un mohín.
Me dedica una leve sonrisa y dice lo más obvio.
—Los seres humanos descansan, sí. Pero nosotros somos la ciudad que nunca duerme.
—Que sí, que vale. Ya lo pillo, Tony Montana. —Suspiro y me cruzo de brazos—. Bueno, seguro que tienes pasta para dar y regalar, así que vamos a pasarnos por Staten Island y empecemos a dispararla hacia arriba, a ver si le hacemos algo.
Sonríe, un gesto con cierto deje de agotamiento porque sé que estoy siendo un grano en el culo. Después se gira para encararme y se apoya en el borde del lavabo. Se acabó el verle el culito, pero ahora toca lo de delante. Hummm. Me pilla fijándome y se ruboriza, lo que me resulta muy divertido. Siendo como es, tengo claro que Manny se ha pasado la vida adulta rodeado de coñitos, culitos y cualquier otro diminutivo que se me ocurra para partes íntimas masculinas y femeninas, pero cuando está conmigo a veces me da la impresión de hablar con alguien virgen. Incluso ahora, baja la mirada, se muerde el labio y pasa un instante pensando si debería responder a mi coqueteo y cómo reaccionar si respondo positivamente… Y luego respira hondo y decide actuar como si todo fuese normal entre nosotros. No es tan insultante como si fingiera ser amable, ya que eso indicaría desconfianza y falta de respeto. Esto es diferente. Puede que se trate de miedo. Ojalá pudiese averiguar qué tengo que hacer para asustar a un tipo como él.
—Nada de despilfarrar —dice arrastrando las palabras—. Y no se me ocurre ningún constructo con el poder suficiente para llegar siquiera hasta Ry…, hasta esa ciudad. Y mucho menos para hacerle daño. —Hemos aceptado el acuerdo tácito de no pronunciar el nombre del Enemigo. Duele pronunciarlo y a ninguno nos gusta echar a perder las conversaciones. A mí tampoco me gusta decir «Policía de Nueva York», por ejemplo.
Manny continúa:
—Pero podemos hacer otras cosas. Podemos plantearnos algunas estrategias, como preguntar por ahí y descubrir si hay otras ciudades que tengan información útil. Tal vez descubramos de qué dimensión alternativa ha venido y logremos enfrentarnos a ella allí.
Cuando una ciudad recién nacida reaparece, cuenta con una gran cantidad de conocimientos que afloran de repente en su cabeza, una especie de enciclopedia recopilada por las demás ciudades vivas para que las pequeñas tengan al menos una posibilidad de luchar. No sé cómo la recopilan el resto de las ciudades, ni cómo consiguen dársela a las nuevas ciudades al nacer, eso sí. También falta mucha información importante, razón por la que envían a la ciudad más joven en ese momento para ayudar a la nueva y explicarle cosas. Es un proceso que aún tiene muchos errores, porque cuando los demás se despertaron tras mi caída, Bronca fue la única de los distritos que adquirió dicha información. En resumidas cuentas, que yo tengo la información y Manny no, así que se lo explico:
—Sabemos más que el resto de las ciudades. Ninguna de ellas la ha tratado directamente tras su nacimiento, y lo único que han llegado a ver son esos tentáculos chungos. Para ellos, ni siquiera llegó a presentarse con esa forma femenina.
»Pero ahora saben que es algo más. Saben que tiene un nombre y que se dedica a manipular las instituciones y los sistemas, así como a los individuos. Si yo fuese una ciudad viva que se entera de improviso de que el Enemigo está interesado en los bienes inmuebles, miraría de otra manera toda la planificación urbana de la ciudad durante los últimos cincuenta años. Presupuestos para educación, policía, zonificación, licencias de venta de alcohol, transporte público y hasta la cultura popular… Y seguro que habría indicios. El Enemigo tenía un plan a largo plazo y se ha dedicado a reprimir el progreso y a debilitar las ciudades para que sean más fáciles de destruir. Una vez descubres dónde buscar, te das cuenta de que el cáncer está demasiado extendido.
Sí, pero. Suspiro.
—Mi papá murió de cáncer.
Manny parpadea, se queda muy serio y no dice nada. Nunca he hablado de ese tipo de cosas con él antes. No sé por qué lo acabo de decir.
—Sabía que algo iba mal, pero también tenía muy claro que había otras cosas de las que preocuparse, como tener un techo bajo el que pudiésemos resguardarnos. Por eso no prestó atención cuando comenzó a dolerle, ni cuando comenzó a mear sangre. El seguro médico era tan malo que ni siquiera fue a la consulta médica, ya que solo iban a decirle algo que no quería oír y obligarlo a empezar tratamientos que no iba a poder pagar. Supongo que valoró la disyuntiva entre dejarnos varias facturas médicas sin pagar o el dinero del seguro de vida. —Me encojo de hombros. Ni siquiera había sido mucho dinero. Nuestra familia quedó destrozada tras su muerte, pero era la decisión que había tomado él.
Manny reflexiona al respecto.
—Crees que las demás ciudades prefieren negar lo obvio a aceptar la gravedad del problema.
—Sí, algunas lo harán. Negarlo todo es fácil, pero solucionar problemas es complicado. ¿Y cuál es la alternativa? ¿Darle sesiones de quimioterapia a la ciudad? —Me vuelvo a encoger de hombros—. No es que todo el mundo esté listo para…
Pero algo me golpea antes de terminar la frase. Es lo que siento: no ha sido un puñetazo, sino un puñetero camión que acaba de atropellarme. Ha salido de la nada, con tanta fuerza que se me nubla la vista. No es algo físico, pero gruño y caigo de rodillas como si lo fuese. Es sensorial y extrasensorial. Está allí y en todas partes. Está gritando.
«cubil de inmoralidad
»lleno de putos antifas terroristas
»todo el mundo se marcha, Nueva York está acabada, se ha convertido en una prisión con ánimo de lucro y ha dejado encerrados a todos los que se han quedado atrás
»PROGRES DE MIERDA PROGRES DE MIERDA QUE SE ENTERE TODO EL MUNDO A LA MIERDA NUEVA YORK»
Y más. Mucho más. Ya oigo ocho millones de voces en mi cabeza normalmente, pero esto es muchísimo más que eso. Es tan agobiante que casi consigue ahogar todas las voces que tendrían que estar en mi mente. Y entonces, algunas de esos ocho millones empiezan a responder también a gritos.
«no sufristeis el 11 de Septiembre, CERRAD LA PUTA BOCA
»NY y Cali aportan dinero al país, ¡pero lo único que hacéis los putos paletos comemaíz del centro es chupar del bote y no aportar nada! ¡Pues chupad de aquí!
»QUE CERRÉIS LA PUTÍSIMA BOCA, JODER»
Muchísimo. Tanto que duele, tanto la cabeza físicamente como la mente. No debería ser así. Una ciudad viviente mezcla la voluntad de sus ciudadanos con las impresiones que los extranjeros sacan de las leyendas y de los medios de comunicación. Somos dioses amalgamados que surgen de la fusión de las creencias con la realidad, pero esas creencias suelen ser constantes. La gente aún cree que Nueva York es un buen lugar para vivir a pesar del 11 de Septiembre, de los precios horribles de la vivienda y de la manía de los medios por hacer creer que somos la mezcla entre una simulación de Mad Max y Taco Bell. Pero también ha existido siempre gente que odia Nueva York sin haber puesto un pie en ella, porque oyen muchos comentarios sobre la ciudad y se cansan de las expectativas, porque han «perdido» a un primo que se mudó al lugar desde PueblecitoRepublicano y se convirtió en soc