Material sensible

Neil Gaiman

Fragmento

9788415631446-3

Introducción

I. PEQUEÑOS DETONANTES

Hay cosas que nos perturban. Aunque aquí no hablamos exactamente de eso. Estoy pensando, más bien, en esas imágenes, palabras o ideas que se abren como trampillas bajo nuestros pies, arrancándonos de la seguridad y la cordura de nuestro mundo para arrojarnos a un lugar mucho más oscuro y menos acogedor. Se nos acelera el corazón con un redoble y tenemos que esforzarnos para recuperar el aliento. La sangre abandona nuestros rostros y dedos, y nos quedamos pálidos, jadeantes, conmocionados.

Y lo que aprendemos sobre nosotros mismos en esos momentos, justo cuando se ha activado el detonante, es esto: el pasado no ha muerto. Hay cosas que nos aguardan, con paciencia, en los pasillos oscuros de nuestra vida. Creemos haberlas superado, haberlas olvidado, creemos que las hemos dejado ajarse y marchitarse y que se las ha llevado el viento, pero nos equivocamos. Estaban esperándonos en la oscuridad, entrenando, ensayando sus golpes más demoledores —esos puñetazos salvajes, duros y cortantes, directos al estómago—, matando el tiempo hasta que volviéramos a pasar por allí.

Los monstruos que se esconden en nuestros armarios y en nuestras cabezas siempre están en la oscuridad, son como el moho que se acumula bajo los tablones del suelo y tras el papel pintado de la pared; y hay mucha oscuridad, una reserva inagotable de oscuridad. Al universo le sobra noche. ¿De qué es tan necesario advertirnos? Cada uno tiene sus pequeños detonantes.

Tropecé por primera vez con la expresión Aviso: material sensible navegando por internet, donde se utiliza sobre todo para advertir a los internautas acerca de los enlaces, las imágenes o ideas que podrían perturbarlos y desencadenar recuerdos traumáticos, ansiedad o terror, y se los avisa para que puedan filtrar esas imágenes o ideas o para que quien lo lea pueda prepararse mentalmente antes de encontrárselas.

Me fascinó descubrir que las advertencias de ese tipo habían cruzado la línea divisoria entre internet y el mundo de las cosas tangibles. Me contaron que algunas universidades estaban considerando la posibilidad de poner avisos acerca de la presencia de ese material sensible en libros, obras de arte o películas para advertir a los estudiantes de lo que les esperaba, una idea que me pareció atractiva —por supuesto, todos queremos que quien sea susceptible de perturbarse sepa con anticipación que lo que tiene entre manos podría ocasionarlo— y al mismo tiempo muy preocupante: cuando escribí Sandman y se publicaba como cómic mensual, cada número llevaba una advertencia que decía: «recomendado para lectores adultos», lo cual me pareció acertado. De este modo, se informa a los lectores potenciales de que no están ante un cómic para niños y de que puede contener imágenes o ideas que tal vez les resulten perturbadoras, y además se sugiere que si eres adulto (cualquiera que sea el significado de esa palabra), eres responsable. En cuanto a cuál sería el elemento concreto que pudiera perturbarlos, asustarlos o hacerles pensar en algo por primera vez, me parecía que eso era asunto de cada cual. Somos adultos, decidimos qué deseamos leer y qué no.

Yo creo que las cosas que leemos de adultos deberíamos leerlas sin advertencias o avisos que, en todo caso, vayan más allá de un «por tu cuenta y riesgo». Debemos averiguar qué es la ficción, qué significa para nosotros, pues nuestra experiencia del relato no tendrá nada que ver con la que pueda tener otra persona.

Construimos las historias en nuestra mente. Seleccionamos las palabras, les otorgamos poder y miramos a través de otros ojos, y de ese modo vemos y experimentamos lo que ven otras personas. Y yo me pregunto: ¿son los relatos de ficción lugares seguros? Y entonces dudo: ¿deberían serlo? Después de leer algunas de las historias que leí de niño desee no habérmelas encontrado nunca, porque no estaba preparado para asimilarlas y me perturbaron: historias que hablaban de desamparo, en las que aparecían personas a las que se ridiculizaba, o mutilaba, donde los adultos se sentían vulnerables y los padres no eran de ninguna ayuda. Me inquietaron y aparecieron en mis pesadillas y en mis ensoñaciones, me preocuparon y me perturbaron profundamente, pero también me enseñaron que, si iba a leer historias de ficción, a veces sólo me sería posible descubrir mi zona de confort saliendo de ella; y ahora, como adulto, no eliminaría la experiencia de haberlas leído aunque pudiera hacerlo.

Todavía hay cosas que me perturban profundamente cuando me topo con ellas, ya sea en internet, impresas o en el mundo. Por mucho tiempo que pase no me resultan más sencillas, siguen acelerándome el corazón, nunca me permiten salir indemne de ellas, ni siquiera una vez. Pero me enseñan cosas y me abren los ojos y, si me duelen, lo hacen de maneras que me obligan a pensar, crecer y cambiar.

Mientras leía acerca de las discusiones universitarias, me pregunté si algún día la gente pondría un aviso de material sensible en mis obras de ficción. Me pregunté si estaría justificado que lo hicieran. Y entonces decidí anticiparme.

En este libro encontraréis cosas, como en la vida, que podrían perturbaros. En estas páginas hay muerte y hay dolor, lágrimas y desazón, violencia de todas clases, crueldad, incluso abuso. También hay bondad, espero, de vez en cuando. Incluso unos cuantos finales felices. (La verdad es que hay pocos relatos que acaben mal para todos los personajes.) Pero aún hay más: conozco a una mujer llamada Rocky a quien le perturban los tentáculos, y que realmente necesita una advertencia si va a aparecer alguna criatura con tentáculos, sobre todo si éstos tienen ventosas, y que, si se encuentra con un trozo inesperado de calamar o de pulpo, se esconderá, temblando, detrás del sofá que tenga más cerca. Hay un tentáculo enorme escondido entre estas páginas.

Muchas de estas historias acaban mal para, por lo menos, uno de sus protagonistas. Estáis avisados.

II. INSTRUCCIONES DE SEGURIDAD
PREVIAS AL DESPEGUE

A veces las mayores verdades se dicen en los contextos más inesperados. Yo vuelo demasiado, y ése es un concepto y una frase que habría sido incapaz de comprender cuando era joven, cuando todos los viajes en avión eran excitantes y milagrosos, cuando me quedaba mirando por la ventanilla las nubes que flotaban por debajo del avión y me imaginaba que eran una ciudad, o un mundo, un lugar por donde podría caminar sin miedo. Y, sin embargo, justo antes de despegar, me sorprendo pensando y reflexionando sobre la información que ofrecen las azafatas de vuelo como si fuera un koan o una parábola minúscula, o el exponente máximo de la sabiduría.

Esto es lo que dicen:

«Póngase la máscara de oxígeno antes de ayudar a los demás.»

Y yo pienso en nosotros, en todas las personas, y en las máscaras que llevamos, en las máscaras tras las que nos escondemos y en las máscaras que enseñamos. Imagino a la gente intentando ser lo que realmente es, y descubriendo que los demás son mucho más y mucho menos de lo que ellos mismos habían imaginado o de cómo se habían mostrado ante los demás. Y entonces pienso en la necesidad de ayudar a los otros, y en cómo nos ocultamos tras una máscara para hacerlo, y en que quitarnos la máscara nos vuelve vulnerables...

Todos llevamos máscara. Eso es lo que nos hace tan interesantes.

Estas histor

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