Las grandes profecías de la historia

Canal Historia

Fragmento

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Extinción 2012

21 de diciembre de 2012. Bienvenidos al último día sobre la Tierra. Varios oráculos apuntan que en esa fecha tendrá lugar una dramática y desastrosa convergencia. Los antiguos mayas de Centroamérica crearon un calendario tan preciso que podía predecir los eclipses lunares, miles de años antes de que se produjesen. Y ese calendario termina misteriosamente en el solsticio de invierno del año 2012. Pero no son los únicos. En la actualidad, algunos investigadores señalan extrañas correlaciones entre diversas culturas antiguas que fechan nuestra desaparición en el año 2012.

EL CALENDARIO MAYA

Muchos piensan que 2012 es el año en que se acabará el mundo, un presagio que, según dicen, tiene más de dos mil años. Y no sólo en el calendario maya. En otras culturas, algunas indicaciones temporales similares apuntan exactamente a la misma fecha. La cultura hopi, la hindú y los antiguos chinos revelan curiosas conexiones con los mayas. «Los investigadores empezamos a comparar notas. Por primera vez en la historia podíamos hacerlo instantáneamente vía internet. Y llegamos a la asombrosa conclusión de que había ocho o nueve culturas distintas que predecían algún tipo de acontecimiento, extrañamente parecido, no sólo en la fecha, sino en la naturaleza de las predicciones», señala el escritor y cineasta Jay Weidner, productor de las películas documentales 2012, La Odisea y Timewave 2013.

¿Cómo es posible que tantas culturas diferentes, de épocas distintas, hayan augurado, supuestamente, el mismo año como el fin de todo? Según Weidner, cada una de estas antiguas civilizaciones «ha intentado, de todas las formas posibles, enviar un mensaje a través de la historia diciendo que algo increíble iba a suceder». Aunque cada tradición aporta sus aspectos específicos, existe una notable relación entre todas ellas. «Tanto si nos remitimos a las antiguas tradiciones proféticas indias como a las egipcias, a las tradiciones bíblicas, a las mayas o a las aztecas, en todas encontramos referencias a un cataclismo. Todas ellas presagian que nuestras vidas dejarán de ser como son», indica Gregg Braden, reconocido pionero en la reducción de la ciencia y la espiritualidad y autor de Fractal Time: The Secret of 2012 and a New World Age. «Todas esas tradiciones —prosigue— desembocan de un modo u otro en nuestra época. Algunas de forma general y otras más específicamente nos advierten de que éste, el nuestro, es el tiempo que presagian, que anticipan, que temen y frente al que llevan preparándose desde hace tantísimo tiempo.»

En los últimos años, el calendario más famoso de la historia parece ser el de los mayas. El intenso interés ha ido en aumento para muchos miles de personas a medida que 2012 se aproximaba; sin embargo, ha asombrado y fascinado a millones de personas desde su creación hace dos mil años. La civilización maya habitó una vasta región denominada Mesoamérica, en el territorio que actualmente comparten cinco estados del sudeste de México (Campeche, Chiapas, Quintana Roo, Tabasco y Yucatán); y los territorios de Belice, Guatemala, Honduras y El Salvador, con una historia de aproximadamente tres mil años. Tuvo su apogeo entre los años 250 y 900 d. C.; después desapareció misteriosamente, aunque sus descendientes aún viven en la región. «Hasta hace poco, considerábamos que las civilizaciones más avanzadas de las Américas eran ligeramente inferiores a las que se desarrollaron después en Occidente. Pero no tenían nada de primitivas, en particular los mayas, que seguramente han sido la cultura de astrónomos más evolucionada de la historia», afirma el historiador y autoproclamado «antropólogo de lo extraño» Vincent Bridges, coautor de A Monument of the End of Time.

Sorprendentemente, eran expertos en astrología, matemáticas, física, ingeniería y excelentes constructores. Tenían avanzados sistemas de rutas para el comercio a larga distancia, pero no usaban la rueda. Sin embargo, sabían cómo fabricarla, ya que se ha descubierto que los mayas usaban ruedas para hacer juguetes para sus niños. Ellos ornamentaban las puertas del templo lunar con imágenes del lado oscuro de la Luna. ¿Cómo pudieron verlo los mayas? La Luna siempre muestra a la Tierra una sola cara. Científicamente muy avanzados a la par que violentos, fueron capaces de predecir el alineamiento galáctico sin instrumentos telescópicos y al parecer lo asociaban a un ciclo de cambios bruscos. La comprensión maya del tiempo, las estaciones y los ciclos ha demostrado que sus conocimientos eran numerosos y complejos.

El maya poseía varios calendarios distintos; algunos de ellos organizaban el tiempo con precisión en un período de más de diez millones de años. Según algunos estudiosos, el mundo terminará en el año 2012, una predicción sorprendentemente precisa de una cultura que estaba obsesionada con la medición del tiempo. Su calendario era cíclico, porque se repetía cada cincuenta y dos años mayas y era increíblemente preciso, incluso más que el nuestro. Relacionando los ciclos lunares, solares y planetarios, podían predecir con exactitud un eclipse solar con miles de años de antelación. «Los mayas eran algo así como científicos chamánicos y estaban obsesionados con la sincronía del tiempo y la conciencia. Durante unos mil años se remontaron a las civilizaciones anteriores para tratar de elaborar un modelo que indicase cuándo se producirían estas importantes transformaciones», afirma Daniel Pinchbeck, autor de 2012, the Return of Quetzalcoatl.

El calendario maya consiste en tres cuentas de tiempo diferentes, que transcurren simultáneamente: el calendario sagrado (tzolkin, cholqij o bucxok), de doscientos sesenta días; el civil (haab), de trescientos sesenta y cinco días, y la Cuenta Larga, cuyo cómputo de tiempo comenzó el día 0.0.0.0.0 4 ahau, u 8 cumkú, que equivale al 13 de agosto de 3114 a. C. en nuestro calendario gregoriano. El tzolkin se combinaba con el haab y la Cuenta Larga se utilizaba para determinar cuándo ocurrió un evento con respecto a otro del calendario sagrado y del civil. Así, la Cuenta Larga es un calendario profético.

En el siglo VIII, los «guardianes de los días» que estudiaban los calendarios identificaron un día importante en el año Ce Acatal, tal como lo llamaban ellos. Predijeron que unos dioses con barba y piel blanca llegarían por mar el 5 de marzo de 1519. Ése sería el día en que un antepasado importante volvería «como una mariposa». En esa fecha, Cortés y sus conquistadores llegaron al Nuevo Mundo. Hernán Cortés y su flota de once galeones españoles llegaron del este a lo que se llama hoy Veracruz, México. Cuando las naves españolas llegaron a la orilla, los nativos los estaban esperando. Las velas ondulantes de las naves les recordaron a grupos de mariposas. ¿Fue una coincidencia? La respuesta es importante, ya que el calendario maya predice también el fin del mundo tal como lo conocemos en la fecha que ellos denominaron Hunab-Ku. También predijeron que a partir de 1991 ocurrirían dos grandes eventos: la conciencia cósmica de los seres humanos y la purificación y regeneración de la Tierra. De hecho, los mayas llamaron a los veinte años del decimotercer Baktun (de 1992 hasta 2012) el período de «la regeneración de la Tierra» o «la purificación de la Tierra».

LA INSÓLITA ALINEACIÓN GALÁCTICA

«En el solsticio de invierno de 2012, el 21 de diciembre —explica Pinchbeck— el Sol se elevará dentro de la banda oscura del centro de la Vía Láctea. Los mayas llamaban a esta banda oscura “la Madre Cósmica” y se referían a ella como un agujero negro. Hace sólo cinco años, los astrónomos occidentales descubrieron la existencia de un enorme agujero negro en el centro de la Vía Láctea, en el centro de nuestra galaxia.» Según Lawrence Joseph, conservador del Museo de Bellas Artes de Boston, los mayas consideraban que el agujero negro en el centro de la Vía Láctea era el ombligo de la galaxia, del que nacían la materia y las estrellas. «Actualmente, los astrónomos creen que, de hecho, en el agujero negro del centro de la galaxia es donde se producen las estrellas y los planetas. Estuvieron muy acertados los mayas, para haberlo descubierto hace mil quinientos años.»

Aún no se sabe cómo este pueblo pudo describir con tal precisión ciertos acontecimientos astronómicos, pero lo que sí se conoce es su obsesión por los cielos. Los mayas construían sus templos y monumentos a imagen y semejanza de las constelaciones. Hay quienes creen incluso que interpretaron sus predicciones sobre la alineación prevista para 2012 por medio de un campo místico donde practicaban el pok-ta-pok o juego de la pelota. Era un juego ritual con una tradición de más de tres mil años en la historia precolombina mesoamericana. Representa los orígenes del universo y pretende reactivar los mitos de la creación del maíz y otros fenómenos astronómicos. La pelota que se cuela por el aro de piedra representaría el Sol alineándose perfectamente con el centro de la galaxia, la llamada grieta oscura. «La cancha es la Vía Láctea. La pelota es el Sol del solsticio de diciembre. El aro que hace de meta es la grieta oscura de la Vía Láctea», describe John Major Jenkins, experto en la antigua cosmología maya y autor de varios libros sobre esta civilización y sus conexiones esotéricas. Este juego de pelota ritual no sólo reproducía la alineación, sino que, según algunos investigadores, también advertía de las consecuencias para la vida o la muerte que la alineación podría acarrear si los jugadores no conseguían hacer pasar la pelota por el aro, pues su líder era brutalmente decapitado.

Aunque el significado histórico de importantes eventos y tradiciones de esta civilización sigue intrigando a los eruditos, los astrónomos actuales coinciden con los antiguos mayas en que el 21 de diciembre de 2012 la Tierra se alineará exactamente con el Sol y el centro de la Vía Láctea; un acontecimiento galáctico que sólo ocurre una vez cada veintiséis mil años. Nadie sabe qué efecto tendrá sobre la Tierra esta extraordinaria alineación. Los mayas creían que sucedería algo grave. «Podría ser algo así como cruzar el ecuador de la galaxia. Las corrientes magnéticas que se dirigen al sur y al norte cambiarían de sentido. El campo magnético podría invertirse cuando crucemos ese ecuador galáctico», cuenta Pinchbeck. «Si retrocedemos veintiséis mil años, hasta la última vez que entramos en Acuario, descubrimos que coincide con el surgimiento del hombre de Cromagnon y el fin del Neanderthal. También data de este momento el descubrimiento del fuego. En conclusión, se observan interesantes correspondencias históricas. Sabemos que la última vez que se produjo la alineación galáctica desaparecieron cientos de especies», afirma el escritor y cineasta Jay Weidner.

Hoy en día, los geofísicos tienen una teoría sorprendentemente similar a los acontecimientos previstos por la predicción de los mayas. Este fenómeno se denomina «reversión de los polos magnéticos»: el manto de la Tierra podría invertirse en cuestión de días, quizá horas, con lo que cambiaría la posición de ambos polos y tendría lugar un desastre planetario. Los terremotos harían temblar todos los continentes. Enormes tsunamis inundarían las ciudades costeras. Sería la catástrofe planetaria definitiva. Por improbable que parezca esta teoría, la ciencia la respalda. Así, en 1955, Albert Einstein la expuso por primera vez, y un estudio reciente de la Universidad de Princeton revela que los polos ya se han invertido antes. El Polo Norte se encontraba en medio del Pacífico hace ochocientos millones de años, por lo que Alaska se encontraba en el Ecuador. Incluso si esta inversión polar sucediese lentamente, en un plazo de años, provocaría un cambio climático global y una variación del nivel del mar. Si sucediese rápidamente, provocaría un desastre planetario y la extinción de numerosas especies.

¿Cómo una cultura tan antigua podía identificar sucesos astronómicos tan lejanos en el futuro? Los mayas estaban fascinados con los ciclos astronómicos y con el tiempo, y habían construido muchas formas distintas de relacionarse con el tiempo. «Tenían un conocimiento asombroso sobre ciencia, arte, arquitectura, astronomía, cosmología... Algunos dirán que es porque vivían muy pegados a la tierra. Observaban la naturaleza como nosotros ya no tenemos que hacerlo. Tenemos ordenadores y televisión, ¿para qué mirar las estrellas? Por eso ya no estamos al corriente de los ciclos de la naturaleza», sostiene Marie D. Jones, autora de 2013: The End of Days or a New Beginning, donde examina todos los mitos, profecías y predicciones que existen sobre el año 2012.

Los mayas inventaron un ingenioso sistema de calendarios que estaba formado por círculos de piedra, algunos de los cuales podían engranarse como las ruedas de un reloj. «Hace más de mil años, en el período clásico de los mayas, determinaron la duración del año solar con una diferencia de ocho décimas de segundo con relación al nuestro, aunque nosotros empleamos la tecnología computarizada. Su calendario se compone de veinte calendarios, que indicaban los movimientos del Sol, la Luna, Venus, los ciclos de la naturaleza, las cosechas... Veían relojes dentro de relojes, ciclos dentro de ciclos. Ellos fueron los cronometradores de todo», indica Lawrence Joseph.

Lo más significativo de su calendario es el largo período que contemplaba. Comprende una era de cinco mil ciento veinticinco años, que empieza el 11 de agosto del año 3114 a. C. y termina, abruptamente, el 21 de diciembre de 2012. Este día marca el solsticio de invierno en el hemisferio norte. El día del año más corto en nuestro hemisferio, debido a la máxima inclinación del eje de la Tierra respecto al Sol. «Ocurre cada año. En realidad, es el origen pagano de lo que llamamos Navidad», indica la escritora Marie D. Jones. La ciencia confirma que el solsticio de invierno de 2012 coincidirá con un suceso extraordinariamente extraño, llamado alineamiento galáctico. «El alineamiento galáctico es el resultado de la alineación del Sol en el solsticio de invierno con el plano ecuatorial de la Vía Láctea», indica el astrofísico de la NASA David Sibeck. Esta alineación, en términos sencillos, se produce cuando el Sol parece elevarse en línea recta respecto al centro de la Vía Láctea. Es decir, ese día parecerá que nuestro Sol se sitúa en el mismo centro de nuestra galaxia.

La Vía Láctea es un gigantesco disco de estrellas en el que se incluye el Sol. Desde nuestra estratégica posición respecto a ella, la Vía Láctea parece una banda con una grieta oscura en el centro, una zona en la que no hay estrellas visibles. Los astrónomos mayas calcularon que el Sol del solsticio de invierno parece alinearse dentro de esta grieta del centro de la galaxia una vez cada veintiséis mil años. Cómo llegaron a esta conclusión es un misterio, pero predijeron con precisión el siguiente alineamiento galáctico, miles de años después de su tiempo.

Los astrónomos contemporáneos suponen que el próximo alineamiento galáctico será el primer suceso de ese tipo que ocurre desde el principio de la civilización humana, pero no hay evidencias científicas que demuestren que vaya a derivar en una catástrofe. No obstante, algunos observadores especulan con que este extraño suceso coincidirá con un caos cósmico. Auguran violentas tormentas solares que arrojarán radiaciones letales sobre la Tierra, un desplazamiento de la polaridad magnética, incluso un cambio completo de polaridad. Acontecimientos que podrían dejar nuestro planeta devastado y con millones de muertos. Pero en lo referente a los horrores específicos con los que se enfrentaría la humanidad en ese aciago momento, los mayas guardan un ominoso silencio. Así, el 13.0.0.0.0 (21 de diciembre de 2012) sólo marca el final de la Cuenta Larga del calendario, que luego volverá a cero, ya que el tiempo maya es cíclico y no lineal. «Si bien este mito puede interpretarse metafórica o literalmente, en ambos casos la edad del nuevo mundo volverá a comenzar», sostiene John Major Jenkins, quien tras un estudio profundo y detallado de las relaciones entre la escritura, el arte y el simbolismo mayas, piensa que la fecha final de 2012 no significa el fin del tiempo, sino más bien el comienzo de una nueva etapa en el desarrollo de la conciencia humana.

Otros expertos como Jenkins no son tan dramáticos cuando interpretan el solsticio de invierno del año 2012. Para el astrónomo Hugh Ross, desde una perspectiva del siglo XXI, «miramos estos relojes proféticos y parece que leemos en ellos lo que queremos leer. Pero la realidad es que son muy inconcretos». También el historiador, antropólogo e investigador guatemalteco Carlos Barrios, tras estudiar durante veinticinco años esta civilización, no está de acuerdo con la interpretación que muchos hacen del calendario maya. «La fecha especificada en el calendario no marca el fin del mundo. Muchas personas que escriben sobre el calendario maya dramatizan con esta fecha, pero ellos no saben nada. Los que saben son los ancianos indígenas que se encargan de mantener la tradición. La humanidad continuará, pero de una manera diferente. Las estructuras materiales cambiarán. Esto nos dará la oportunidad de ser más humanos», asegura. Para él, el actual declive del materialismo traerá un Quinto Mundo, y las cosas cambiarán, «pero dependerá de las personas hacer difíciles o fáciles las transformaciones que ocurran. Nuestro planeta puede renovarse o destruirse. Ahora es tiempo de despertar y entrar en acción para respetar a la Tierra […] Es un momento crucial, importante para la humanidad, y para la Tierra. Cada persona es importante».

De modo que nadie se pone de acuerdo acerca de qué quisieron advertirnos los mayas. Muchos auguran que habrá una transformación global a gran escala y que será el principio del fin. Incluso hablan de indicios claros de que caminamos hacia el ocaso de la humanidad como, por ejemplo, el tsunami del 26 de diciembre de 2004: un terremoto bajo el océano Índico de una intensidad de 9,3 en la escala de Richter, el segundo mayor que se ha registrado jamás y que propulsó muros de agua de hasta quince metros. Cuando el agua se retiró, comunidades enteras habían desaparecido. El número de víctimas fue sobrecogedor, con más de doscientos cincuenta mil muertos de once países. Algunos aseguran que esta tragedia nos ha acercado un paso más al fin de los días.

Los hay que ven en el final del calendario maya una señal para la esperanza y lo aguardan con entusiasmo porque interpretan que será el catalizador para un salto cuántico de la conciencia. Según ellos, el 21 de diciembre de 2012 no marcaría el final definitivo, sino tan sólo el de una era a la que seguiría otra. En este sentido, sostienen que ese día no traerá consigo calamidad alguna, sino una nueva conciencia cósmica y una transición espiritual hacia una nueva civilización. «Si combinamos la antigua sabiduría con el conocimiento moderno, tal vez lo superemos», sostiene Lawrence Joseph.

LOS PRIMEROS NATIVOS DE ESTADOS UNIDOS

Si aceptamos que los antiguos mayas pretendían advertir a las futuras generaciones de un apocalipsis en el año 2012, debemos saber que no eran los únicos. La posible advertencia de que esta alineación del Sol con el centro de la galaxia pueda traer consecuencias terribles se repite en los fundamentos de otras culturas ancestrales. «En muchas épocas de decadencia, las predicciones y las visiones apocalípticas sobre el futuro se han centrado en que cuando el Sol se eleve en esa grieta oscura traerá consecuencias funestas, un tiempo de cataclismo, de destrucción», explica Vincent Bridges.

Algunas de las profecías más específicas sobre el apocalipsis proceden de la tribu hopi, probablemente los aborígenes más antiguos de Estados Unidos, que llevan viviendo mil años en lo que hoy se conoce como Arizona. Al igual que sus predecesores mayas, los hopi ven una unión entre la tierra y el cielo, y buscan en su interior la respuesta a los misterios del universo. Hace siglos esculpieron en piedra su augurio de la futura destrucción del hombre, en lo que hoy se conoce como la Roca de la Profecía Hopi, que se halla en la reserva de Oraibi, en Arizona. Desde finales de la década de 1940, estos indios comenzaron a preparar y difundir esta profecía: el mundo ha sido creado y destruido tres veces, y estamos a punto de vivir la destrucción del Cuarto Mundo, al borde de la transición al Quinto Mundo. En 1963, Frank Waters publicó algunas de sus predicciones en The Book of the Hopi, y varias iglesias metodistas y presbiterianas de Estados Unidos las difundieron ampliamente.

Para los hopi, el final del Cuarto Mundo irá precedido por un período de duras pruebas, marcado por una sucesión de problemas sociales, políticos y medioambientales devastadores, a los que se sumará una climatología extrema. Según algunos, un tiempo muy parecido al que actualmente vivimos. Los mares comenzarán a crecer, grandes terremotos sacudirán todos los rincones del planeta y el Sol se volverá más caliente… son las señales inequívocas de que el fin del mundo está a punto de producirse, según los hopis.

Al igual que el calendario maya, la profecía hopi divide el tiempo de la humanidad en fases o mundos. Los tres primeros mundos finalizaron a causa de violentas fuerzas naturales, volcanes, una glaciación e inundaciones. Los hopi no dan una fecha precisa, pero «ven nuestra época actual como la cúspide entre el Cuarto y el Quinto Mundo. Tienen toda una serie de profecías o señales que creen que se han cumplido (excepto una o dos de escasa importancia) y piensan que faltan pocas por cumplirse antes de entrar en el siguiente mundo. Dicen que hay una serie de condiciones que esperan que sucedan», sostiene Daniel Pinchbeck. Así, estamos a las puertas de un gran cambio, que es la entrada al Quinto Mundo.

Las tradiciones hopi predicen que cuando se acerque el día de la gran purificación, el hombre traerá a la Tierra trozos de la Luna, habrá telarañas en el cielo, por la Tierra cruzarán «serpientes de hierro» a través de las cuales viajaremos y nos comunicaremos, y todo ello alterará el delicado equilibrio cósmico; «el mar se volverá negro y muchas cosas vivientes morirán por esta causa». Para muchos, en estos mensajes se predice la llegada del hombre a la Luna, los viajes por aire y la era de las telecomunicaciones, además de describir las vías de ferrocarriles, las líneas de energía eléctrica y las líneas telefónicas.

En 1959, una delegación de seis líderes hopi, encabezada por Dan Katchongva, viajó a la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York, para cumplir una sagrada misión, siguiendo antiguas instrucciones de sus ancestros. Según sus conocimientos proféticos, tenían que ir cuando la tierra madre de los hopi, o algunos otros hermanos indios y su modo de vida estuvieran en peligro de ser destruidos por algunos malvados entre los «Hombres Blandos». Sintieron que era el momento de ir al este, a un rincón de su tierra madre, donde una «casa de mica» —dicen que una alusión al edificio de la ONU— se erguiría allí en ese tiempo, donde los grandes líderes de muchas tierras «estarían reunidos para ayudar a cualquier pueblo que tuviera problemas». Según la profecía, por lo menos uno, dos o tres líderes o naciones escucharían y comprenderían las advertencias. Pero, al final, las puertas de la «Casa de Cristal» permanecieron cerradas para ellos. Desde ese día, la raza blanca se precipitaría hacia el mayor castigo, al Día de la Purificación. «Muchos serán destruidos por sus errores y maneras del mal. El Gran Espíritu lo ha decretado y nadie podrá pararlo o cambiarlo.»

UNA ESTRELLA AZUL ANUNCIADORA DEL CATACLISMO

Los actuales hopi buscan respuestas en los sabios del pasado. Creen que la aparición de los espíritus de sus ancestros, llamados Kachinas, presagia acontecimientos relevantes. El más temido de estos Kachinas es el conocido como «Estrella Azul», que anunciará la venida del cataclismo. Su aparición en los cielos será muy importante ya que señalará la entrada al Quinto Mundo. «Me fue dicho que la Kachina Estrella Azul primero comenzaría a verse en las danzas, que haría su aparición en la plaza, durante la danza nocturna. Este evento nos diría que los tiempos finales están muy cercanos. Luego, la Estrella Azul aparecerá físicamente en nuestro cielo, lo que significaría que estamos ya en los tiempos finales. En los días finales, nosotros miraremos hacia arriba, al cielo, y seremos testigos del regreso de los dos hermanos que ayudaron a crear este mundo en el tiempo del nacimiento. Poganghoya es el guardián de nuestro Polo Norte y su hermano Palongawhoya, el guardián del Polo Sur. En los días finales, la Estrella Azul vendrá para estar con sus sobrinos y ellos devolverán a la Tierra su rotación natural, la cual es en sentido inverso a las agujas del reloj […] Todas las cosas cambiarán en su manera de ser. A cada cosa viva le será ofrecida la oportunidad de cambiar, desde la cosa más grande a la más pequeña», cuenta el escritor y explorador, que ha convivido con varias tribus americanas, Robert Ghost Wolf en su libro Last Cry: Native American Prophecies & Tales of the End Times.

Casi todas las culturas nativas de América poseen antiguas profecías que nos hablan de su interacción con los «amigos de las estrellas» y su llegada, y lo han dejado plasmado en imágenes sobre piedra. Pero lo cierto es que no está muy claro qué podría ser esta estrella azul hopi. «Algunos de los ancianos hopi atribuyen el choque a la llegada de una estrella azul; en los noventa, un cometa contra Júpiter incendió la atmósfera del planeta y produjo un resplandor que, según ciertas condiciones espectrales, apareció como una masa azul en el cielo. Otros dicen que la estrella azul no ha llegado todavía y que cuando venga lo hará acompañada de un nuevo tipo de Kachina o nuevo dios que tendrá forma física y visitará los poblados y bailará con sus habitantes», indica el escritor Gregg Braden. Hay quien incluso habla de la estación espacial estadounidense, Skylab, que cayó a la Tierra en 1979. Según un testigo ocular, parecía azul mientras se quemaba. Pero Braden cree que tal vez aluda a la superonda galáctica de la que hablan algunos científicos. «Se trataría de una inmensa onda de energía que, impulsada a través del universo, alteraría los campos magnéticos de la Tierra y provocaría cambios en la atmósfera que tendrían un efecto inmediato en las capas de hielo», afirma.

Es difícil describir con exactitud la naturaleza de esta energía cósmica, pero su impacto podría ser devastador. Curiosamente, se cree que el origen de las superondas se encuentra en el centro de la galaxia y que desempeñan un papel crucial en el alineamiento galáctico. «El aspecto preocupante del fenómeno de la superonda es que estas ondas cósmicas viajan hacia nosotros desde el centro de la galaxia y a la velocidad de la luz, así que no habrá ningún aviso. Un día todo estará bien y al día siguiente se desatará el caos. Si llega la superonda, esperemos que su efecto sea leve. Quizá tan sólo provoque trastornos en los satélites. Dejarán de funcionar los móviles o la televisión, sufriremos las consecuencias durante unos años, pero luego nos recuperaremos. Aunque también podría sobrecargar los cables eléctricos con un impulso electromagnético similar al de las explosiones nucleares, como si alguien detonara una bomba nuclear en la atmósfera que produjera apagones en todo el planeta», sostiene Paul Laviolette, autor de Genesis of the Cosmos: The Ancient Science of Continuous Creation. En este libro defiende que los mitos de creación desde los albores de la civilización, y que sobreviven hoy en día en la tradición esotérica, corresponden a los últimos descubrimientos astronómicos y muestra cómo estos mitos codifican una teoría de la cosmología en la que la materia está en continuo crecimiento a partir de semillas de orden que emergen espontáneamente del caos subcuántico. Para Laviolette, la peor de las situaciones del año 2012 podría parecerse a lo que sucedió después de la última glaciación. «La última superonda arrasó el 95 por ciento de los animales grandes de Norteamérica y gran parte de la raza humana; sólo sobrevivieron unos cuantos. Esto marcó, sin duda, uno de los acontecimientos más significativos de la historia de la humanidad.»

Los hopi son muy claros en cuanto a la carga que deberá soportar la raza humana durante el tiempo de catástrofe que vendrá en esta época, «la cuarta era del hombre». «Dicen que en esta era viviremos tres grandes conmociones en la Tierra. La primera, según las interpretaciones, es la Primera Guerra Mundial; después, la Segunda, y la tercera no ha podido asociarse a ningún acontecimiento puesto que serán los propios humanos los que determinarán la forma que adoptará en función de cómo vivamos nuestra vida», sostiene Gregg Braden. Así, que dicha conmoción o cambio sea a favor o en contra dependerá exclusivamente del ser humano. Por eso sus profecías deben interpretarse como una enseñanza o advertencia.

Sin embargo, algunos creen que la tercera conmoción será un cataclismo que llegará desde arriba. En este caso, sería clara la relación con el próximo alineamiento galáctico indicado por los mayas. Entonces, «los océanos podrían unir sus manos y encontrarse con el cielo». Para muchos, ésta parece ser una profecía de un «cambio de polo» ya que los hopi llaman a esta inminente condición Koyaanisqatsi, que significa «mundo fuera de balance». En este sentido, algunos no dudan de que las imágenes de la Roca de la Profecía Hopi indican que estamos destinados a ser víctimas de una gran catástrofe: la purificación a través del fuego del cielo, posiblemente con tormentas solares, un asteroide o quizá armas nucleares.

Dentro de las manifestaciones de este gran cambio que estamos viviendo, Robert Ghost Wolf menciona, entre otras cosas, los volcanes en la costa del Pacífico que han vuelto a estar activos. Esto ha hecho que el agua se caliente y los peces cambien sus patrones de migraciones. Uno de los ejemplos es lo que sucede con el salmón de Alaska, que empieza a escasear. También existe otra señal alarmante: la desaparición de las abejas. Albert Einstein ya pronosticó que el día que sucediera eso, el ser humano sería el siguiente. La alerta surgió a finales de los noventa cuando miles de enjambres desaparecieron debido a la toxicidad de ciertos insecticidas y pesticidas con los que se trataban las semillas. Además, estos útiles insectos no pueden asimilar el polen de los cultivos transgénicos, a lo que se une la urbanización intensiva que destruye la flora autóctona, los plaguicidas que desorientan a las abejas e impiden que puedan volver a su colmena, el calentamiento global, o enfermedades como la varroasis o los efectos del parásito asiático Nosema ceranae, que ataca el aparato digestivo de las abejas obreras, de los zánganos y de la abeja reina. En Galicia, por ejemplo, en los diez primeros años del siglo XXI ya ha desaparecido la mitad de la población de abejas, en este caso, por los pesticidas. La alarma está ahí: se trata de una tragedia para la naturaleza, pues las abejas cumplen una función esencial en el ciclo de la vida.

En cualquier caso, los nativos americanos creen que, oculto bajo un código, en su sagrada Roca de la reserva de Oraibi se halla un mensaje de esperanza. «Hay una profecía en la que se representa a los humanos viviendo en esta época. Se ve un camino que se bifurca, como una manera de decirnos que debemos elegir entre dos mundos. En una de las ramificaciones, los humanos viven en un mundo donde los cultivos siguen creciendo y en la otra, en uno en el que la humanidad existe pero sin contacto ni entre ellos ni con el mundo; no hay comida y la vida está llena de penurias», explica Braden. La profecía dice: «Aquellos que estén en paz con sus corazones ya están en el Gran Refugio de la Vida. No hay refugio contra la maldad. Cuando la Estrella Azul dance en la plaza y se quite la máscara, el tiempo del gran juicio estará allí».

LA MITOLOGÍA HINDÚ Y LA DEGRADACIÓN DE LA MORAL

A miles de kilómetros de distancia de los mayas y los hopi, y separada por siglos en el tiempo, hay otra cultura que tiene su propia profecía sobre nuestro final. Los antiguos hindúes crearon un calendario que algunos intérpretes creen que también señala el 2012 como fecha catastrófica. La mitología hindú sostiene que la vida en el universo se desarrolla en ciclos. Cada ciclo se divide en cuatro eras llamadas yugas: Satya (o «era de la verdad», de 1.728.000 años), Treta (o «el gran tercer período», de 1.296.000 años), Dwapara (o «la era con el número dos», de 860.000 años; a pesar de su nombre, esta era es la tercera, después de Treta, ya que el orden de las cuatro eras se trastocó en esta época en particular, y la «tercera era», Treta, vino antes que la «segunda era») y Kali (comúnmente «era de riña» o «era de riña e hipocresía», de 432.000 años).

Según la astronomía india y la mitología hindú, el mundo se crea, se destruye y se reconstruye cada 4.320.000 años (Maha Yuga). Los ciclos se repiten como las estaciones. Cada yuga conlleva etapas o cambios graduales en la Tierra y la humanidad. El mundo pasa por un continuo ciclo de estas épocas. La humanidad empieza cada ciclo iluminada por la virtud y los altos ideales. Después, con el paso del tiempo, los humanos degeneran hacia un estado de maldad y corrupción. El declive de la moralidad perfecta del Satya Yuga a Kali Yuga se asocia a un progresivo deterioro del dharma (el deber religioso), manifestado en una disminución en la duración de la vida del ser humano y la calidad de los estándares de la moral humana. Después, le sigue una fase ascendente del ciclo que va de Kali Yuga a Satya Yuga. Y de nuevo comienza una fase descendente de la primera era a la cuarta era. Alternativamente, se pasa de la fase descendente Kali a un nuevo comienzo en Satya Yuga.

El yuga más alto es Satya Yuga. En esta era la gran mayoría de gente, libre de cualquier tipo de infelicidad o de miseria, puede experimentar una profunda moralidad porque está intuitivamente conectada con la verdad. La separación entre los reinos materiales y transcendentes es mínima. Es un período que también se llama Edad de oro. Durante la siguiente era, el Treta Yuga, se ejerce la energía mental y la clarividencia y la telepatía son habilidades comunes. En el Dwapara Yuga, la ciencia prospera, la gente experimenta su espiritualidad en términos de energías sutiles y opciones racionales. El final de esta era (en la fase descendente) se asocia a la muerte de Krishna, y los acontecimientos descritos en la gran epopeya mitológica de la India, Mahabharata. La época más baja es Kali Yuga, cuando la mayoría de la gente se interesa solamente en los aspectos físicos de la existencia. Lo que predomina es la supervivencia material. Según el texto religioso hinduista Vishnú Puraná, la era Kali se describe así: «Habrá numerosos gobernantes luchando por el poder entre ellos. No tendrán carácter. La violencia, las mentiras y la inmoralidad estarán a la orden del día. La piedad y la naturaleza del bien se desvanecerán lentamente. La pasión y la lujuria serán la única atracción entre los sexos. Las mujeres serán objetos de placer sexual. La mentira será la línea límite de subsistencia. La gente culta será ridiculizada y avergonzada; en el mundo, la ley del más rico será la única ley».

La filosofía de los ciclos de la vida equivale en nuestro mundo moderno a la forma en que nosotros entendemos el tiempo. «El sistema de tiempo que usamos en nuestros relojes es de doce horas A.M. y doce horas P.M., para un total de veinticuatro horas. A.M. es un aumento de la luz. P.M. es una disminución de la luz. Nuestro actual sistema del tiempo es un microcosmos del sistema Yuga», indica Walter Cruttenden, arqueoastrónomo, autor de la teoría binaria de precesión —según la cual nuestro Sistema Solar en realidad es binario, por lo que otra estrella acompaña al Sol en su periplo alrededor de la galaxia— y director del Instituto de Investigación Binaria, en California, entidad que estudia la mecánica celeste en la precesión de los equinoccios (por la cual la bóveda celeste gira completamente cada veintiséis mil años aproximadamente), así como los mitos y profecías relacionadas con este fenómeno.

Según la epopeya Mahabharata, texto escrito en sánscrito que se considera clave en el hinduismo, la era de Kali comenzó en la medianoche del duodécimo día de la guerra de Kurukshetra, es decir, la noche en que los dos ejércitos se negaron a detenerse al atardecer para orar y siguieron matándose en la oscuridad, hasta el amanecer. Así, según el astrónomo Aria Bhatta (476-550 d. C.) y la mayoría de los hindúes, ese momento sucedió entre el 17 y el 18 de febrero de 3102 a. C. Curiosamente, esta fecha difiere sólo en doce años de la del comienzo del largo período del calendario maya. De acuerdo con el antiguo texto hindú, nosotros vivimos en la edad final, la Kali Yuga. ¿Podría terminar esta última edad en 2012 y conducirnos al fin de los días, tal como profetizaron los mayas con su calendario? Algunos han visto en la edad final de Kali Yuga, descrita en los antiguos textos hindúes, un sorprendente parecido con nuestro tiempo con una escalada de disturbios, epidemias y destrucción. Creen que la humanidad se va consumiendo, hasta que un cataclismo final lo aniquilará todo. «El Infierno antes del Cielo, o la oscuridad antes del alba. Esto es algo que se repite en muchas mitologías, muchos relatos de la creación y muchas culturas», recuerda Marie D. Jones.

«I CHING», EL ORÁCULO CHINO IMPERECEDERO

Muchos intérpretes creen que las relaciones que comparten los mayas, los hopi y los hindúes son demasiado llamativas para ser una mera coincidencia. Pero, además, según otra teoría, la misma fecha del cataclismo final aparece en el texto más antiguo del pensamiento chino: el I Ching o Libro de los Cambios. Se discute la paternidad de esta obra pues en ocasiones se atribuye a Weng Wang, fundador de la dinastía Chou; otras veces al mítico emperador Fu Shi y en algunos casos a Confucio. Según Mitch Horowitz, editor jefe de Tarcher/Penguin, se trata del oráculo más notable e imperecedero de la historia. Según una leyenda china, el emperador Fu Shi lo inventó hacia el año 2800 a. C., un siglo antes de la construcción de las pirámides de Egipto. «Su origen es un misterio. Parece bastante probable que los primeros vestigios del I Ching se remonten aproximadamente a cinco mil años.» Es un texto que usa símbolos complejos para organizar, aparentemente al azar, sucesos, incluidos los que aún no han ocurrido. Carl Gustav Jung, figura clave en la etapa inicial del psicoanálisis y posteriormente fundador de la escuela de psicología analítica, se declaró uno de sus adeptos y calificó el I Ching tanto como una técnica de oráculos —auxilios para el futuro— como un método de exploración del inconsciente.

El I Ching suele utilizarse como método de predicción personal. Para los chinos, el I Ching es la fuente de consulta ante cualquier decisión importante. Este libro puede indicar en cada momento la dirección correcta de actuación. Quien lo consulta, dicen, encuentra en este texto una apreciación ponderada de su actual situación y recomendaciones para su conducta futura. Se formula una pregunta y se lanzan tres monedas (a veces, también se utilizan cincuenta varitas de una madera especial; el que consulta debe dividirlas en dos partes, al azar, y dejar una a su derecha y la otra a su izquierda, pero se trata de un procedimiento mucho más largo). Suponiendo que la coincidencia de acontecimientos en el tiempo y en el espacio es más que una casualidad, en el caso de utilizar monedas, si en la mayoría sale cruz, se traza una línea continua, y si en la mayoría sale cara, se traza una línea discontinua.

Este proceso se repite seis veces, hasta formar una serie de seis líneas continuas o discontinuas llamado hexagrama. En total hay sesenta y cuatro combinaciones posibles donde se resumen todas las posibilidades vitales. Cada hexagrama remite a varios textos breves que ofrecen una lectura del futuro. El I Ching utiliza fundamentalmente las imágenes; algunas asociadas con la antigua mitología china, otras con la poesía, las instituciones sociales y religiosas, incluso con arquetipos o momentos históricos específicos. Quien realiza la consulta busca su hexagrama en un índice y encuentra una profecía. «Lo más notable del I Ching es que, cuando se pregunta algo a este oráculo, se recibe una respuesta sorprendentemente adecuada a la pregunta realizada», dice Horowitz.

Sin embargo, los científicos argumentan que el lenguaje evocador del I Ching únicamente es preciso aparentemente. Según explica Michael Shermer, editor de Skeptic Magazine, a esto se le llama el efecto PT Barnum o efecto Forer, algo así como una «falacia de validación personal», según el cual los individuos aprueban las descripciones de su personalidad que supuestamente se han realizado de manera específica para ellos, pero que en realidad son generales y suficientemente vagas como para poder aplicarse a un amplio espectro de gente. «Consiste en ofrecer algo para todo el mundo. Se trata de decir algo vago y general como: “Veo que eres una persona abierta y extravertida, aunque a veces puedes ser introvertido”. Es un disparate. No hay nada psíquico en eso», mantiene este experto miembro de la Sociedad de Escépticos, una organización educativa norteamericana dedicada a la divulgación de la ciencia y el pensamiento crítico.

A pesar de la opinión de los escépticos, el I Ching sigue siendo un éxito de ventas después de cinco mil años, y lo utilizan adivinos, psicoterapeutas y magnates de Shanghái. Pero en las últimas décadas el I Ching se ha convertido en un oráculo de la fatalidad. La historia comenzó con un polémico investigador y filósofo llamado Terence McKenna, quien realizó unos gráficos matemáticos con el I Ching y los convirtió en una especie de mapa temporal. Este «chamán norteamericano» se embarcó en un tipo de viaje cósmico en los años setenta. Como una especie de héroe de la contracultura, buscaba respuestas a la condición humana. McKenna combinó matemáticas complejas, filosofía china y drogas psicodélicas para crear una nueva y provocadora forma de profetizar.

LA MENTE, LOS ALUCINÓGENOS Y EL FIN DEL MUNDO

Terence McKenna nació en Paonia, Colorado, Estados Unidos, donde se crió junto a su hermano Dennis; ambos devoraban novelas de ciencia ficción y libros de temática esotérica y ocultista. Se graduó por la Universidad de Berkeley en una licenciatura que abarcaba Ecología, Conservación de Recursos y Chamanismo. Durante toda su vida viajó constantemente por varios continentes, para ponerse en contacto con la dimensión transcendente del ser humano, para explorar «la etnofarmacología de la transformación espiritual».

En 1971, los dos hermanos McKenna aceleraron su experimento espiritual con un viaje por el Amazonas colombiano. El resultado fue una teoría del final de los días tan original que los estudiosos tomaron nota inmediatamente. «Supongo que éramos hijos de los años sesenta, en el sentido de que formábamos parte de la contracultura. Nos interesaban la alquimia, la magia, lo psicodélico y muchos temas que podrían considerarse esotéricos», explica Dennis J. McKenna. Así, los dos hermanos se fueron a Colombia en busca de oo-koo-hé, una poción alucinógena que contiene DMT, una droga psicodélica. «Supimos que el DMT existía en numerosas plantas y que muchas de ellas se usaban en el chamanismo, en particular en el chamanismo sudamericano. Esas sustancias abrían la puerta a lo que parecía un mundo profundamente distinto, pero que al mismo tiempo percibías de tal manera que llegaba a parecer tan real como éste. Pensábamos que, verdaderamente, íbamos en busca de una especie de Santo Grial», recuerda Dennis.

El uso de estas drogas conduciría a la obra maestra de la revolucionaria vida de Terence McKenna. Terence creía que, durante sus experimentos, una voz divina le daba instrucciones para analizar pautas numéricas del texto chino I Ching. Y empezó a trazar gráficos, casi como en una escritura automática, mirándolo y recorriendo los ciclos de sus sesenta y cuatro hexagramas. «Si multiplicamos seis por sesenta y cuatro el resultado es trescientos ochenta y cuatro, que resulta que se corresponde con un perfecto año lunar de trece meses», explica Dennis. La mayoría de los calendarios lunares —por ejemplo, el chino, el hebreo, el hindú, el tibetano y casi todos los sistemas del calendario usados en la Antigüedad— se basan en calendarios lunisolares, es decir, que toman en consideración tanto las fases del Sol como las fases de la Luna. Esto da lugar a un año de trece meses cada dos o tres años.

Terence observó un patrón desconocido en los sesenta y cuatro hexagramas del I Ching. Las seis líneas y sesenta y cuatro combinaciones posibles pueden interpretarse como un cambio en cada hexagrama y trazar un gráfico con ellas. Cuando McKenna superpuso el gráfico sobre una línea temporal de la historia, descubrió desconcertantes correlaciones que coincidían con los cuatro mil años de historia documentada. Su gráfico comienza en la creación del I Ching, durante la dinastía china Shang, período que coincide con los albores de la civilización en otras partes del mundo. Los sesenta y cuatro hexagramas se repiten sesenta y cuatro veces a lo largo de la historia. McKenna llamó a su teoría «Onda Temporal Cero» (Time Wave Zero).

Su teoría de la Onda Temporal Cero dice que el flujo y reflujo de acontecimientos significativos en el universo es una cualidad inherente al tiempo y que, a lo largo de milenios, estos acontecimientos aumentan exponencialmente, hasta alcanzar el clímax en el año 2012. Los escépticos lo consideran una fantasía pseudocientífica, un viaje de diversión con drogas psicodélicas. Sus seguidores creen que es una teoría excepcional, como una exploración del potencial humano. «Se manifestaron —cuenta Dennis— otro tipo de cosas que podrían interpretarse como paranormales. Por ejemplo, parecía que teníamos telepatía entre nosotros. Yo podía oír en mi interior lo que Terence decía, y viceversa. Parecía que teníamos acceso a la información de una gigantesca base de datos de algún lugar. Yo viajaba hacia atrás en el tiempo. Él viajaba hacia delante en el tiempo. Y después del experimento, Terence estuvo catorce días sin dormir.»

Guiado por el I Ching, Terence McKenna utilizó matemáticas complejas para trazar los llamados períodos de novedad sobre una ola o línea temporal. Después buscó en la historia una fecha significativa, que marcaría el principio del ciclo final de la vida en la Tierra. Eligió el 8 de agosto de 1945, el día que la bomba atómica cayó sobre Hiroshima, Japón. A aquella fecha de 1945, añadió 67,29 años, la duración media de un ciclo de vida según el I Ching. El resultado fue una fecha final en diciembre de 2012, prácticamente la misma fecha indicada por los mayas. Los puntos altos y bajos de su gráfico del I Ching predecían con precisión la caída del Imperio romano, el descubrimiento del Nuevo Mundo y las guerras mundiales del siglo XX. «Pero lo más extraño es que la línea temporal de McKenna termina en una fecha concreta: el 21 de diciembre de 2012. Le pareció que había algo verdaderamente profético en esa fecha», señala Mitch Horowitz. Para McKenna, aquélla era la clave que faltaba para desvelar el misterio de su teoría de la ola del tiempo. Sin embargo, Terence McKenna no sabrá nunca si su teoría de la ola del tiempo sobre el Juicio Final se cumplirá. Murió en abril del año 2000, víctima de un tumor cerebral. «Si estoy en lo cierto, soy Newton. Si no, estoy loco. No hay término medio. O, al menos, me gusta pensar que no hay término medio porque realmente me gustaría que fuese así», declaró en una entrevista al diario High Times meses antes de su muerte.

Para algunos, el trabajo de Terence McKenna indica que el I Ching es otra antigua profecía más que corrobora que el Juicio Final será en 2012. Mientras, el reloj sigue avanzando a la espera de la llegada del 21 de diciembre de 2012. Para Nick Bostrom, director del Instituto El Futuro de la Humanidad, el año 2012 es una fecha completamente arbitraria, en nada distinta a un año posterior o anterior. «Seguro que sucederán algunas cosas interesantes ese año, pero eso podríamos decirlo también de cualquier otro.» Hay muchos motivos para pensar que ese día amanecerá como cualquier otro. Así, cómo será el mundo a la mañana siguiente, el 22 de diciembre, queda reservado a la imaginación de cada uno.

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Los jeroglíficos del Juicio Final

A ocho kilómetros de El Cairo se alza un grandioso vestigio del Antiguo Egipto: la Gran Pirámide de Giza. Algunos historiadores creen que, entre sus piedras de hace cuarenta y cinco siglos, oculta un código matemático, un calendario en clave que predice el día del Juicio Final y que, según las profecías de los faraones, tendrá lugar en el presente siglo.

EL SILENCIO DE LAS PIEDRAS

La Gran Pirámide de Giza, El Libro de los Muertos y la Biblia Kolbrin datan del Antiguo Egipto. Algunos intérpretes creen que, a través de ellos, los antiguos egipcios intentaban transmitirnos algo desesperadamente. Quizá se trataba del presagio de un holocausto nuclear. Otros traducen el mensaje como un cataclismo provocado por una fuerza ajena a nuestro Sistema Solar en el año 2012. Incluso hay quienes afirman que la Gran Pirámide predecía los atentados del 11 de septiembre. «Creo que los hombres de la Antigüedad tenían más conocimientos y sabiduría que nosotros. Esos conocimientos se han ido perdiendo con el tiempo. Tal vez, a través de estos monumentos, el mundo antiguo intentaba comunicarse con nosotros, advertirnos, darnos algún consejo o guiarnos», sostiene John DeSalvo, autor de Descifrando las pirámides, donde recoge las últimas teorías y las leyendas antiguas sobre estas estructuras y los sorprendentes resultados de los últimos experimentos con maquetas de pirámides realizados en Estados Unidos.

Con una base de 53.075 metros cuadrados —cada una de las cuatro caras mide 230 metros— y una altura original de 147 metros —el equivalente a un edificio moderno de cuarenta plantas—, que en la actualidad se ha reducido en nueve metros, la Gran Pirámide se alza majestuosa al lado de otras dos estructuras en el conjunto monumental de la Necrópolis de Giza. Elevadas sobre una gran plataforma, las tres pirámides están colocadas por orden de tamaño y antigüedad siguiendo un eje que va del nordeste al sudoeste. Desde la época de los griegos, la más grande de las tres se conoce como la pirámide de Keops y es la única de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo que ha llegado hasta nuestros días. Sin embargo, la falta de pruebas sobre la autoría de este monumento —no se han encontrado grandes inscripciones con el nombre del faraón que la levantó— ha alimentado la imaginación de los egiptólogos y las especulaciones sobre qué tipo de conocimientos tenían sus constructores e, incluso, de dónde procedía su saber.

Si hoy en día la Gran Pirámide ya es impresionante, no es nada comparada con el aspecto que tenía recién construida. «Originalmente estaba revestida de piedra caliza blanca pulida. Se calculó que, cuando el Sol iluminara la pirámide, su reflejo sería tan intenso que se podría ver desde la Luna como si fuera una estrella incrustada en la Tierra», explica John DeSalvo. Su pulimento era tan perfecto que se la denominaba «la luminosa». Mantuvo este aspecto hasta principios del siglo XIV, cuando a causa de un terremoto se desprendió parte del revestimiento. Más tarde, algunas de las piezas del revestimiento se emplearon para la construcción de varios edificios, como la Gran Mezquita de El Cairo.

Una de las preguntas que los egiptólogos todavía no han podido responder es cómo sin brújula y con unas herramientas modestas los antiguos egipcios fueron capaces de orientar las cuatro caras de la Gran Pirámide a los cuatro puntos cardinales con esa asombrosa precisión. Es más, su diseño y orientación hacia el norte genera en las paredes norte y sur un fenómeno de proyección de sombras durante los equinoccios, denominado efecto relámpago. La explicación de tal efecto la obtuvo el egiptólogo británico Flinders Petrie, pionero en la utilización de un método sistemático en el estudio arqueológico y el primero en realizar un análisis exhaustivo del monumento. Petrie observó en 1880 que la sección horizontal de la Gran Pirámide tiene forma octogonal, de estrella de cuatro puntas, debido a que cada una de las caras está compuesta por dos planos, que forman una ligera pendiente hacia el centro, muy difícil de apreciar a simple vista por la ausencia casi total del revestimiento original. Este diseño de ocho caras y su orientación hacen que, durante unos minutos, la mitad oeste de las caras norte y sur quede iluminada al amanecer por los rayos del Sol, mientras la mitad este permanece en sombras. En el ocaso ocurre lo contrario: se ilumina la mitad este de las caras norte y sur, mientras la mitad oeste queda en sombras.

Pero no es sólo el impresionante exterior de la pirámide lo que llama la atención. El oscuro interior también alberga sorpresas. Tras descender por un túnel bajo y angosto, el pasadizo cambia de dirección y comienza a ascender, hasta desembocar en una gran galería, de cuarenta y nueve metros de largo y casi ocho de alto, que da acceso a lo que se conoce como la Cámara del Rey; aunque allí no se halló ninguna momia, sí se encontró un sarcófago de granito. El egiptólogo Petrie observó que el sarcófago era más ancho que la puerta de acceso a la cámara, por lo que supuso que tuvieron que colocarlo en su lugar mientras se construía la pirámide. Aunque la momia nunca se ha encontrado, la mayoría de los especialistas piensan que la Gran Pirámide fue un monumento funerario en honor del faraón, cuyo cuerpo fue robado posteriormente. «Cualquier egiptólogo dirá que todas las pirámides no son otra cosa sino tumbas de reyes. Sin embargo no se conocen textos egipcios en los que se diga explícitamente para qué se construyeron», indica Lawrence M. Berman, conservador del Museo de Bellas Artes de Boston.

Al carecer de textos que especifiquen el propósito con el que se construyó la Gran Pirámide, se ha especulado mucho acerca de su origen y función, hasta el punto de que algunos creen que nunca sirvió como tumba, sino como templo iniciático y afirman que su arquitectura encierra un mensaje profético. Sabemos que se levantó en tiempos del faraón Keops, de la IV Dinastía, hacia 2500 a. C., quien ordenó su edificación al arquitecto Hemiunu. Veinticinco siglos antes de nuestra era, sin ruedas, poleas ni grúas, un grupo indeterminado de obreros —no menos de tres mil hombres, según dejó escrito el historiador Heródoto en Libro II, en el siglo V a. C.— movió y amontonó más de dos millones de bloques de granito y piedra caliza, piezas que pesaban de dos y media a sesenta toneladas. Sin hierro, practicaron agujeros en los que, al examinar las muescas, se observa que cada vuelta de torno profundizaba en el granito hasta doscientas veces más de lo que se lograría hoy con un taladro de punta de diamante... Lo cierto es que el aura de misterio que la envuelve se ha mantenido a lo largo del tiempo y cuanto más se avanza en las investigaciones se descubren nuevos secretos ocultos.

LA RELACIÓN ENTRE LAS MEDIDAS Y EL DEVENIR

Desde el siglo XIX, cuando unos exploradores occidentales quedaron sorprendidos ante la meticulosidad con que se había construido, se han multiplicado las teorías sobre cómo pudo llevarse a cabo esa gigantesca obra, no sólo por su tamaño, sino también por la extrema precisión con que se diseñó. «Los bloques parecen unidos con rayo láser. De hecho, entre ellos hay menos de medio milímetro de separación; apenas podría introducirse una hoja de papel en ese espacio», indica John DeSalvo. Las pirámides de la IV Dinastía, entre las que se encuentra la Gran Pirámide, alcanzaron un nivel de perfección que nunca volvería a ser igualado. Así, a mediados del siglo XIX, los exploradores británicos fueron los primeros en contemplar la posibilidad de que esta precisión arquitectónica ocultara un asombroso secreto, tal vez alguna relación con hechos futuros. Pensaron que las dimensiones de la Gran Pirámide podrían basarse en un código secreto cifrado en el lenguaje universal de las matemáticas. «El mundo estaba habitado por tantas tribus independientes, por tantos pueblos distintos que hablaban lenguas diferentes, que sólo había una forma de comunicar información, y era a través de las matemáticas y la astronomía», explica Max Toth, uno de los principales investigadores de las pirámides y sus energías, autor de Las profecías de la Gran Pirámide.

Tras realizar numerosos cálculos, obtuvieron datos que parecían apoyar su teoría. El editor inglés John Taylor demostró que el perímetro de la pirámide dividido por el doble de su altura equivale a 3,1416: el número pi (π). Es decir, que la altura de la pirámide ofrece la misma relación que el diámetro del círculo con la circunferencia. Esto significa que sus constructores tenían unos conocimientos matemáticos prodigiosos, pues se cree que el número pi fue descubierto en el siglo VI de nuestra era por el sabio hindú Aryabhata. Sin embargo, en el año 1800 a. C., según describe el papiro Rhind, el escriba egipcio Ahmes empleó un valor aproximado de pi.

Con las especulaciones de Taylor nació la piramidología, un término utilizado para referirse a varias teorías pseudocientíficas y alternativas respecto a las pirámides, y que recoge todo tipo de hipótesis que carecen de análisis empíricos y no aplican el método científico. Además, sus teorías influyeron en Charles Piazzi Smyth (1819-1900), el astrónomo real de Escocia, conocido por sus innovaciones en la astronomía y porque, gracias al empleo de la luz de magnesio, fue el primero en fotografiar los pasajes interiores de la Gran Pirámide. En sus estudios, tras realizar cálculos astronómicos y determinar la latitud y longitud exacta de la estructura, obtuvo más evidencias de que las medidas de la pirámide armonizan de manera misteriosa. «Cuando midieron la anchura de la Cámara del Rey y dividieron la cifra por la raíz cuadrada de pi, el resultado fue 365,24, que coincide con 365,25 días, la duración de nuestro año», cuenta Max Toth. Además, Piazzi Smyth comprobó que el perímetro de la Gran Pirámide era de 36.600 pulgadas, que, de nuevo, es múltiplo de 366, un número muy aproximado al número de días que tiene un año.

John Taylor y Piazzi Smyth llegaron a la conclusión de que los egipcios habían utilizado una unidad de medida casi idéntica a la pulgada inglesa actual (24,5 milímetros); la unidad de longitud de valor 1,001 pulgadas (o 2,542 centímetros) pasó a llamarse la pulgada piramidal. Llegaron a afirmar incluso que el sistema británico de medidas derivaba de un modo de medición mucho más antiguo, si no divino, teoría que ejerció un papel importante en los debates, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, sobre si Gran Bretaña y Estados Unidos debían adoptar el sistema métrico.

Asimismo, basándose en la pulgada piramidal, pusieron de manifiesto numerosas coincidencias entre las medidas de las pirámides y la geometría de la Tierra y el Sistema Solar. Así, encontraron una relación numérica entre la altura de la pirámide en pulgadas y la distancia desde la Tierra al Sol, medida en millas. Smyth también avanzó la teoría de que la Gran Pirámide era un depósito de profecías, que podían revelarse con mediciones detalladas de la estructura; una teoría que más tarde integró en sus obras y revelaciones Charles Taze Russell, fundador del movimiento de los Estudiantes de la Biblia, más conocidos en la actualidad como Testigos de Jehová. Para Russell, la pirámide explicaba los períodos bíblicos de tiempo y era «un testigo de piedra».

Atendiendo a esta hipótesis, alrededor de 1870 se sumaron a ella nuevos investigadores que se dedicaron a estudiar minuciosamente la Gran Pirámide. Empeñados en revolver en sus entrañas de piedra y en desvelar sus bien guardados secretos, extrapolaron los datos y buscaron correlaciones adicionales entre sus dimensiones y el mundo natural. Así, se descubrió que la Cámara del Rey conectaba con otra cámara, la de la Reina, por dos estrechos conductos de los que no se sabe exactamente cuál era su función. Más tarde, en 1872, el arqueólogo Dixon halló en las paredes norte y sur de la Cámara de la Reina unas pequeñas aberturas rectangulares de las que parten unos pozos en sentido horizontal diferentes de los dos que parten de la Cámara del Rey, que llegan hasta fuera; sin embargo, los primeros no, por lo que sabemos. Una de las investigaciones todavía pendientes es tratar de encontrar el punto por donde saldrían al exterior. Algunos investigadores sospechaban que los pasajes interiores se corresponderían con determinados momentos históricos. «La pulgada piramidal fue un hallazgo esencial, porque nos proporciona una herramienta con la cual podemos medir cronológicamente los hechos importantes de nuestra historia, tanto del pasado como del futuro», dice Toth.

Los investigadores observaban la estructura y establecían dónde había un cambio en la mampostería, o dónde empezaba o acababa un corredor; de ese modo creían que deducirían un dato relevante relacionado con algún hecho concreto. Así surgió la teoría de que la Gran Pirámide en sí misma constituía una agenda profética. Y para poder traducirla se necesitaba un punto de inicio y un año específico unido a él. «Si bajamos unos doce metros, nos encontramos con dos «líneas de marcas». Son dos líneas grabadas en la roca pulida, a ambos lados de los pasadizos. De hecho, parece que indican un punto de partida», asegura John DeSalvo.

Continuaron interpretando las marcas secretas y los elementos significativos como si fuesen un esbozo de la sabiduría y los misterios antiguos. Así, tras observar el movimiento de las estrellas, esos primeros investigadores británicos determinaron que la luz de la estrella polar penetraba ocasionalmente en el interior de la pirámide. Calcularon que la última vez que ocurrió tal cosa fue en el año 2141 a. C., y que ése sería el punto de inicio del calendario. Moviéndose hacia delante en dicho calendario, podrían encontrarse signos relacionados con momentos históricos importantes, incluidos los futuros. «Si empezamos en las líneas de marca y nos movemos hacia arriba, hallamos el primer gran cambio en la mampostería allí donde se inicia el pasaje ascendente. En ese punto estaríamos en el año 1453 antes de Cristo. Se cree que ése fue el momento del éxodo de los israelitas de Egipto», sostiene John DeSalvo.

Max Toth asegura que, según la teoría de la pulgada piramidal, si se continúa subiendo hacia la cámara se llega a un cruce desde donde se entra en la Gran Galería, y ése fue el momento de la crucifixión de Jesucristo, que equivale al año 33 d. C., cuando se fecha la muerte de Jesús. Dicha teoría establece que la Gran Galería abarca casi dos milenios, y el punto en el que acaba, a la entrada de la Cámara del Rey, corresponde a 1914, el año en el que estalló la Primera Guerra Mundial. «Finalmente —prosigue Toth—, cuando se mide todo el recorrido hasta llegar a la Cámara del Rey, al final de ésta encontramos el 11 de septiembre de 2001.» Una fecha en la que los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono, con casi tres mil víctimas mortales, marcó un cambio en el curso de la historia y que, para millones de personas, supuso un fatal inicio de siglo.

Las teorías basadas en la numerología pretenden que las medidas de la Gran Pirámide son esotéricamente significativas. Los partidarios de que sus medidas geométricas contienen algunos mensajes codificados sostienen que los arquitectos de la pirámide no estaban construyendo un monumento funerario de un faraón, sino un calendario que indicaba el día del fin del mundo. Muchos afirman que los muros de estos pasadizos interiores se diseñaron con precisión matemática como un calendario profético que siniestramente acaba el 11 de septiembre de 2001. ¿Es posible que los antiguos egipcios llegaran a prever este desastre y codificaran el presagio en la Gran Pirámide? Para los escépticos, el hecho de que el calendario finalizara en el año 2001 invalida la profecía de la pulgada piramidal, ya que el mundo no acabó en ese día trágico. Pero aquellos que creen en esta teoría, entienden que lo sucedido aquel día dramático no fue más que el principio de una serie de hechos que culminarán en un desastre nuclear. En palabras del experto en profecías bíblicas Edward McKinney: «En el futuro, los historiadores mirarán al pasado y dirán: “Aquél fue el día en que empezó el Armagedón”.».

Lo cierto es que este sistema de medición cronológica es bastante arbitrario y poco científico. Ya en 1880, el egiptólogo británico W. M. Flinders Petrie, realizó la más exhaustiva medición de la Gran Pirámide jamás hecha y descubrió que las medidas en las que Smyth se había basado eran erróneas, y que los egipcios nunca usaron la pulgada piramidal; ellos medían sus edificaciones en codos sagrados, no en pulgadas, que se inventaron en Inglaterra en la Edad Media. Además, muchas de las relaciones que encontró eran circunstanciales o con números tomados al azar, con lo que toda la teoría de Taylor y Smyth se desmoronó. También John DeSalvo la desecha por fantástica e inconsistente: «Si empiezas el recorrido en un punto arbitrario, decides también arbitrariamente que la fecha de inicio es el año 2141, y puedes desplazarte de diferentes maneras; así, dependiendo de la dirección que tomes, puedes dar con la fecha que elijas. Yo podría dar con la fecha de hoy en un pasadizo determinado, y podría demostrar que hoy es el fin del mundo», dice.

DE EGIPTO A WASHINGTON PASANDO POR LA MASONERÍA

El supuesto calendario de la Gran Pirámide podría ser tan sólo una de las muchas vías con que los antiguos egipcios nos comunicaron sus predicciones, pero también un esbozo de la sabiduría y los misterios antiguos. Así, algunos mantienen que existe una hermandad secreta que ha recibido y protegido el conocimiento de la profecía a lo largo de los siglos, transmitiéndolo de generación en generación: los masones. «Han custodiado este conocimiento como si se tratara de un antiguo testamento. Esta determinación se remonta en la historia, es un proyecto altruista, de individuos que contribuyen a un fin y pasan el testigo de una generación a otra. Es un plan a largo plazo», afirma Christopher Knight, coautor de La clave masónica: faraones, templarios y los manuscritos perdidos de Jesús, obra que se centra en un personaje fundamental del saber masónico, el llamado Hiram Abif, quien, según se cuenta, fue asesinado hace casi tres mil años en el Templo del Rey Salomón. Knight escribió este libro junto a Robert Lomas tras descubrir que los más importantes conjuros de la masonería se pronuncian en egipcio antiguo y después de pasar seis años investigando las raíces perdidas de dicha sociedad, que hoy en día cuenta con casi cinco millones de miembros masculinos en logias regulares de todo el mundo.

Como Knight, algunos investigadores creen que una ancestral cadena vincula a los masones actuales con los constructores de la Gran Pirámide, una idea que ya en 1902 expuso el autor masónico Norman Frederick de Clifford en su libro Egipto: la Cuna de la Masonería Antigua. Algunos incluso llegan más lejos y afirman que fueron los masones de la Antigüedad, y no los egipcios, quienes encriptaron las profecías en sus muros, para después adjudicarse la misión de transmitir ese conocimiento profético hasta nuestros días. En cambio otros, como el maestro de la logia masónica californiana de Culver City-Foshay, C. R. Sanders, dicen que sostener que la masonería se extiende a los tiempos de los antiguos egipcios, y no al año 1717, cuando nació tal y como se conoce ahora, no son más que especulaciones que carecen de fundamento y no pasan de ser meras conjeturas.

Durante siglos, el secretismo y la naturaleza ocultista de esta organización y sus conexiones con el Nuevo Orden Mundial han alimentado miles de especulaciones sobre su posible influencia. Algunos aseguran que su cuartel general está ubicado en la ciudad más poderosa del mundo, Washington, y proclaman que los masones manipulan secretamente las decisiones que acaban afectando a todo el planeta. Hay incluso quienes consideran que con sus rituales planean, en realidad, conspiraciones. El escritor masón Manly P. Hall escribe en su libro Lectures on Ancient Philosophy (Notas sobre filosofía antigua) lo siguiente: «La masonería es una fraternidad dentro de una fraternidad; una organización externa que oculta una hermandad interna de los elegidos [...] Es necesario establecer la existencia de estas dos órdenes separadas pero independientes, una visible y la otra invisible. La sociedad visible es un compañerismo espléndido de hombres “libres y aceptados” que se reúnen para dedicar su tiempo a actividades éticas, educacionales, fraternales, patrióticas y humanitarias. La sociedad invisible es secreta y de majestuosa dignidad y grandiosidad, cuyos miembros se dedican al servicio de un misterioso arcanus arcanorum [secreto de los secretos o secreto máximo]».

En 1858, el escritor y abogado Albert Pike, quien se distinguió como activista francmasón comprometido y alcanzó el más alto grado del rito masónico en Estados Unidos, escribió en su libro Dogma y Moral: «La masonería, como todas las religiones, todos los misterios, el hermetismo y la alquimia, esconden sus secretos de todos, excepto de los adeptos y sabios, o de los elegidos, y usan falsas explicaciones y acomodadas interpretaciones de sus símbolos para engañar a aquellos que merecen ser engañados; para esconder la verdad [...] Entonces la masonería oculta celosamente sus secretos e intencionadamente pervierte a intérpretes engreídos».

Mientras, sus miembros insisten en que la masonería no es más que una fraternidad que defiende ciertos ideales dirigidos a promover la hermandad y la benevolencia universales, que particularmente hace hincapié en motivar altos estándares de moralidad entre sus miembros y que fue fundada por un gremio de canteros en la Edad Media. «Sus creadores pensaban que el hombre estaba perdiendo la conexión con Dios. La hermandad permitiría que cada miembro creciera dentro de ella y se convirtiera en mejor ser humano, desligándose del materialismo», dice Max Toth. Sus enigmáticos signos —un lenguaje particular, que utiliza expresiones que sólo los masones pueden comprender plenamente— son representativos de dicho gremio —fundamentalmente, basados en los instrumentos de la albañilería tradicional— y han llegado hasta nuestros días; han logrado infiltrarse en un sinfín de emblemas del mundo actual, como, por ejemplo, el billete de un dólar, que reproduce una pirámide con un ojo en su parte superior. Se trata de la llamada «Pirámide con el Ojo que todo lo ve», uno de los símbolos más característicos de la masonería y que hace referencia al Ojo de Horus, un antiguo dios egipcio que representa al Sol, y que, en 1935, se introdujo en el billete de un dólar por aprobación del presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, masón del grado 32 del Rito Escocés.

Muchos masones de hoy en día dicen que uno de los bastiones de la hermandad es el vínculo fraternal que les conecta con sus homólogos de la Antigüedad. Vinculando el presente con el pasado se enriquece el significado de su misión. Ellos aseguran que esta conexión no es literal, sino figurada, pero algunos expertos mantienen que dicha relación es un hecho histórico. «Los primeros masones viajaron a Egipto con el propósito de construir un gran altar para Dios. Allí hablaron a los egipcios de los planes divinos mientras construían la Gran Pirámide», afirma Edward McKinney, experto en profecías bíblicas. Aquellos que creen que esos masones de la Antigüedad eran profetas, también defienden que el código que oculta la Gran Pirámide puede ser una de las dos formas que los primeros masones idearon para transmitir sus predicciones. La otra sería la transmisión oral de todo el conocimiento de la Antigüedad, un legado que ha llegado hasta nuestros días. «No intentamos predecir el futuro —indica Sanders—, sólo pretendemos mantener una sabiduría universal que puede transmitirse de una generación a otra.»

Para el escritor Christopher Knight, la influencia de la masonería en Washington es la prueba de que la logia maneja una agenda secreta en Estados Unidos. «Yo mismo, como masón, he defendido que no existía una conspiración masónica cuando muchos me decían que en Estados Unidos se percibe esa influencia. Yo les respondía: “No, no la hay”. Pero estaba equivocado. Se puede comprobar en Washington. Es tan evidente que cualquiera puede verlo por sí mismo, es un hecho notorio.» El profesor de astrología David Ovason en su libro La arquitectura sagrada de Washington fue uno de los primeros expertos en asegurar que incluso en el trazado de las calles y los monumentos de la capital estadounidense se detectan algunos símbolos masónicos, como el emblema de la hermandad, la escuadra y el compás.

En general es conocido que muchos de los treinta y nueve delegados que redactaron la Constitución de los Estados Unidos de América, los llamados Padres Fundadores de la nueva nación, eran masones. Pero Ovason va mucho más lejos y señala que cuando el primer presidente, George Washington, puso la piedra angular del edificio del Capitolio en 1793, llevaba un delantal masónico adornado con símbolos de la organización ocultos y una imagen del zodíaco. Aunque los libros y las guías turísticas indican que la ciudad federal fue diseñada por el ingeniero francés Pierre-Charles L’Enfant, Ovason sostiene que Washington, Jefferson, el general Andrew Ellicott y otros miembros masones del ejército americano modificaron los planos originales de L’Enfant. Como resultado, el simbolismo masónico aparece en el mármol, el cemento, los cristales y la pintura de las fachadas de edificios tan significativos como la Reserva Federal o la Biblioteca del Congreso. El libro de Ovason también señala, por ejemplo, que el triángulo que forman el Capitolio, la Casa Blanca y el monumento dedicado al presidente Washington reproduce un triángulo de estrellas de la constelación de Virgo, un signo astrológico muy importante para los masones. Esto, según él, demuestra que los masones, en secreto, consagraron la capital del nuevo país a Virgo, lo cual representa un importante vínculo entre la capital y el ocultismo.

Es más, en el corazón de la ciudad se alza la Casa del Templo, el templo del Rito Escocés de los masones en Washington, con sus esfinges egipcias a la entrada y coronado por una pirámide, en una calle que desemboca en la Casa Blanca. A menos de diez kilómetros, el monumento masónico a George Washington, en Alexandria (Virginia), es uno de los emblemas masónicos más importantes e impresionantes del área de Washington. Inspirado en el Faro de Alejandría de Egipto, en la entrada del edificio hay una enorme escuadra y un compás con una letra G en el centro, símbolo de esta sociedad, esculpidos en piedra. En el interior hay una estatua del primer presidente norteamericano, que era masón. También alberga un pequeño museo sobre la historia de la masonería en Estados Unidos.

Pero según algunos investigadores, este simbolismo masónico no sólo se da en la ciudad de Washington, sino que se extiende por todo el país. La escuadra, el compás y

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